Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

martes, agosto 30, 2005

“Menudo orquestón”

La recta final del Festival Internacional de Santander vuelve a ofrecernos, un verano más, un jugoso programa de grandes orquestas y obras sinfónicas no menos importantes para los últimos días de agosto. Para dar comienzo a estos tres días, el pasado lunes, tuvimos la oportunidad de conocer a la que, tal vez, sea la formación sinfónica juvenil más importante y destacable del momento.

Pero de la Joven Orquesta Gustav Malher poco hay que decir sobre su carácter juvenil, pues su sonido y eficacia es comparable con cualquier gran orquesta del mundo. Tal vez una energía desbordante y la cara de felicidad de alguno de sus integrantes al atacar un ‘tutti’ en las dinámicas más fuertes les distinga de una orquesta “de funcionarios”. El programa que nos ofrecieron en la Sala Argenta fue ejemplo, también, de madurez y capacidad expresiva, tanto en solitario como acompañando al barítono Matthias Goerne.

Goerne interpretó los lieder ‘Aus des Knaben Wunderhorn’ de Mahler, hermosas composiciones que amortizan el magnífico efectivo orquestal situado en escena. El barítono nacido en Weimar definió su estilo personal y carácter explícito con algunos momentos exquisitos en el manejo y trasformación de su timbre. Además la teatralidad de su gesto ayudó a “dejarse seducir” por una voz de las que han logrado colarse en el mercado discográfico y que, en directo, también nos gustó. Tal vez en los graves tuvo más facilidad para ser sepultado por la orquesta o tal vez la pasión de la que les hablábamos de la Gustav Mahler no pudo evitar esos instates. Los primeros compases de Goerne, desafortunadamente, fueron de “divo mediático” haciendo gestos con el dedo para que un cámara de televisión dejara de grabarle. ¡Que mundo Dios mío!

En la segunda parte la Gustav Mahler Jugendorchester nos brindó la Sinfonía número 6 de Bruckner: buen empaste, sonido rotundo, unidad y coherencia en el discurso y mucha pasión para dar sentido a una obra no muy programada de las que integran el repertorio de Bruckner. Ingo Metzmacher firmó una dirección atrevida y brillante, arropando a los jóvenes pero tratándoles con la autoridad y flexibilidad que merecen unos “musicazos de primera” como ellos.

Entre los intérpretes de viola pudimos ver a una estudiante santanderina, afortunada al haber entrado en esta orquesta y lograr así una oportunidad de oro. Más aún si tenemos en cuenta que, de momento, en Cantabria no hay ningún atisbo de que algún día se vaya a crear una orquesta profesional. Imagino la cara de los compañeros de esta joven intérprete cuando les intente explicar esta carencia de su ciudad, en la que han tocado dentro de la gira que también les llevó a Salzburgo, Graz o Edimburgo. Pero ya estoy una vez más cambiando de tema –o con el mismo tema de siempre-, lo dicho: el concierto de la Gustav Mahler Jugendorchester fue fabuloso. Menudo orquestón.

domingo, agosto 28, 2005

“Mil y una”

Hay algunas producciones teatrales que descansan el peso de sus propuestas en la eficacia, el nombre o el prestigio reconocido de alguno de sus actores. Otras, en cambio, han logrado fundamentar su arte en obras corales en las que cada uno de los actores se trasforma en un elemento de un engranaje completo cediendo el protagonismo de su nombre al prestigio de toda la compañía. Este es el caso de ‘Les Comediants’, veteranos y geniales creadores, como un todo, que el pasado fin de semana visitaron el Festival Internacional de Santander para escenificar su versión de ‘Las Mil y una Noches’.

Les decíamos de algunas compañías de teatro y de sus espectáculos que, como en este caso, superan el concepto habitual de la escena para “atreverse” a inventar la forma de subirse a un escenario: algo parecido al concepto de “obra de arte total” en la que incluir música, danza, teatro, escena.. literatura. La ‘Mil y una...’ de Comediants nos presentan la magia del relato original desde unas coordenadas de partida distintas. Para narrar el libro en el que se nos cuenta la historia de una contadora de historias que cuenta historias de otros que también las cuentan... (uff) ellos deciden sumarse al asunto siendo también contadores de la historia que cuenta la historia... Y lo hacen situando el comienzo de la obra en la destruida biblioteca de Bagdad, una licencia usada “con calzador” desde una perspectiva de dar sentido al porqué de su montaje. Ciertamente las primeras líneas del guión son un sinsentido que busca de forma denodada, y tal vez torpe, llegar al “comienzo del cuento”. Una vez superados estos minutos, breves, de prisa dramática todo se trasforma en magia y espectáculo, con mayúsculas, en la ensoñación dramática.

El divertido juego de contar lo que otros cuentan sugiere a Comedians “mil y un” recursos escénicos atrevidos, simpáticos, joviales, sorprendentes... pero sobre todo ingeniosos y bien articulados sobre el texto genial del inmortal literario. La música se impone también como una actor más del discurso escénico y el ritmo de la percusión trepidante y sutil se acumula sobre sus propias acciones dando a la producción completa un aliento de vida que hace que todo suceda de forma “ natural”.

El escenario es un espacio muy interesante por lo abierto que se manifiesta para poder ser transformado gracias al diseño de iluminación de Faura y a los recursos apuntados. Los actores sobre lo que, en definitiva, cae el peso de la obra son versátiles hasta el extremo y logran trasformarse una y otra vez en los personajes precisos de cada “cuento”.

El F.I.S. dejó hace tiempo de ser un festival adjetivable como “de teatro” para centrarse en la música y la danza, pero ciertamente cuando el drama vuelve a este Festival, lo hace con propuestas interesantes. Así, al menos, ha sido este año.

viernes, agosto 26, 2005

“La segunda, también fabulosa”

El Eifman Ballet de San Petersburgo volvió a cosechar un rotundo éxito en la segunda de sus intervenciones dentro de la 53 Edición del Festival Internacional de Santander. En la jornada precedente nos había sorprendido con su Ana Karenina y, en esta ocasión, lo hizo con un ‘Don Juan’ bajo el prisma, la presencia escénica y los caminos entrecruzados de Jean-Baptiste Poquelin, Moliere.

Ayer les escribí hablándoles de Karenina y, en los mismos términos y de igual modo he de comentarles las “emociones” vividas con este Don Juan que vino a clausurar, el pasado jueves, el ciclo de Danza de la última edición del F.I.S. Con un argumento más elaborado y, si me permiten, complejo, Eifman nos trae a escena los personajes y sueños de Moliere en un constate juego en el que se mezcla la realidad con la ficción dramática y con el sueño. Tres planos entreverados que van tejiendo un asunto dramático que permite mucho juego; en todos los sentidos del término.

El tono de comedia, a pesar de encerrar tragedias, es evidente en muchas de las escenas, empezando por el principio con la danza de las monjas y el burlador disfrazado. Pero como sucede en este Don Juan, en el de Zorrilla o en el mozartiano, el drama que encierra la historia del conquistador impenitente se enciende y se apaga para dar con el drama, más humano, del creador en busca de su obra, de un personaje... de su sueño.

La compañía de San Petersburgo nos dio mucho más de lo mismo en lo que a técnica y desarrollo se refiere. Todos sus progresos fueron impecables y el sentido estético de su baile es fiel al servicio escénico al que son encomendados. Tal vez la calidad de los solistas no fuese, en este caso, tan excelente como en sus compañeros de la jornada anterior, pero el excelente nivel de las misma hace que este comentario sea, en parte, pretencioso más aún si entendemos este ‘Don Juan’ como “una obra de coral” en lo que a solistas se refiere.

La escena nos presente un escenario –el teatro visto desde el teatro- repleto de sorpresas y modificaciones constantes en las que, gracias a una iluminación fabulosa, situar cada capítulo de la narración. Como sucedió en Karenina –y en el Hamlet Ruso o en el Pinocho de hace unos años- el ritmo de la narración busca un climax tan rotundo que únicamente puede sorprendernos y emocionarnos. Tal vez en el estreno del miércoles esta “sorpresa” fuera más rotunda que en el que nos ocupa, o tal vez nos pillara más de sorpresa y en este último no hiciéramos más que buscarle. Es lo mismo, pues la segunda presencia del Eifman fue, otra vez, fabulosa.

jueves, agosto 25, 2005

“La Karenina del Eifman, arrolladora, como “su” tren”

El Eifman Ballet de San Petersburgo regresó al escenario de la Sala Argenta del Palacio de Festivales para revalidar la excelente acogida experimentada en anteriores comparecencias. El Festival Internacional de Santander volvió a amparar a la compañía dirigida por Boris Eifman que, en la primera de sus dos representaciones, estrenó en nuestro país un ballet sobre Ana Karenina.

Pero no se trató de una Karenina literaria, sino de un análisis y propuesta visceral del personaje desde un acercamiento muy humano. Karenina es mujer por los cuatro costados y el trío protagonista de la trama navega en escena buceando en todo tipo de emociones. Vividas y ejercitadas por el movimiento, explicadas con claridad y, a pesar de los recursos escénicos, sin necesitar mucho más aparte del cuerpo.

La coreografía de Eifman es “irremediablemente” clásica en su concepto, pero empleando el lenguaje contemporáneo con soltura y decisión. Se aprecian las influencias y presencias de todo el pasado de los grandes ballets románticos pero también el expresionismo de las coreografías europeas del siglo XX: Pina Bausch, Esk, Duato. El encuentro de estilos nace como un recurso más en la escena, cediendo al ballet más clásico las expresiones relacionadas con situaciones características, a la felicidad de un momento o al amor entre Ana y Wronsky y los desarrollos más vanguardistas a aquellos sentimientos que parten de zonas más profundas y viscerales: la pasión, el deseo, los celos, la locura... la muerte.

Sobre músicas de Tchaikovsky, “con el que ya trabajó” Eifman en otras producciones y del que es buen conocedor, se organiza un discurso que, como les decíamos, desprecia la anécdota para centrarse en el sentimiento. Más aún si comparamos –ya sé que es algo siempre odioso esto de comparar- con los ballets de Hong Kong que tuvimos hace unos días en el F.I.S. Aquellos, desde una estética llena de belleza, cedían a la historia el protagonismo que tendría que haber tenido la danza. Ahora hemos obtenido ballet con creces y del bueno.

Los tres solistas de esta primera producción nos devolvieron, también, la estética y las proporciones del ballet clásico al que estamos acostumbrados. Potencia en las piernas para lograr grandes saltos, flexibilidad y dominio del cuerpo guiaron a solitas y cuerpo de baile en esta Karenina que fue creciendo en intensidad hasta conducirnos a un final hipnótico y apabullante. Pero antes de llegar “a ese tren” decir que Maria Abashova nos conmovió a todos con un cuerpo elástico hasta ser sorprendente y que Smakalov firmó unas intervenciones “de altura” gracias a su potencia y fiabilidad de sus evoluciones. El lenguaje de Albert Galichanin, desde la experiencia, también fue eficaz y altamente expresivo. Los integrantes del cuerpo de baile y el derroche de imaginación empleado por Eifman para con ellos los sitúan en la categoría de un ente orgánico que actúa como un cuarto protagonista. Acometen intervenciones geniales y fascinantes que culminan con el paroxismo que se inicia con la escena de la locura de Karenina. El cambio del lenguaje, y de la música, hacia lo contemporáneo acomete un final dramático y emocionante que tiene en el tren, arrollador y mortal, una explosión de energía acumulada desde el comienzo del drama. Sencillamente espectacular.

La producción se incluye dentro de un original engranaje escénico que evoluciona a partir de elementos arquitectónicos neoclásicos y barrocos –nueva dualidad de lo clásico y lo moderno, del corazón y la razón- para construir “los mundos” que necesita este espectáculo.

miércoles, agosto 24, 2005

“Saben y sienten”

La Orquesta de Cámara ‘Solistas de Moscú’ bajo la dirección, y participación como solista, de su carismático conductor Juri Bashmet, visitó la 54 edición del Festival Internacional de Santander el pasado martes para ofrecer un concierto de corte clásico en el programa y con un resultado sonoro altamente interesante.

La agrupación de cuerda integrada por catedráticos del conservatorio moscovita son poseedores de una sabiduría musical muy alta y capaces de abordar el repertorio propuesto con la eficacia necesaria y la magia del sonido que, siempre que aparece, crea un ambiente especial en la sala y en el auditorio. Así sucedió en las intervenciones de esta formación de cuerda, capaces de conmover las fibras más sensibles con la Sinfonía para cuerdas de Mendelssohn o con la Serenata de Tchaikovsky. ¿Su secreto? Un empaste soberbio, control absoluto de los diferentes planos sonoros y la emoción necesaria para hacerlo todo posible. Berlioz en el prefacio de su libro sobre “La música y los músicos” habla de aquellos creadores que “saben” hacer música y de los que la “sienten” cuando la hacen. De estos tenemos que decir que “saben y sienten” al mismo tiempo.

Mario Galeani fue el pianista encargado de realizar el Concierto nº 14 de Mozart para este instrumento y orquesta. Se trata de una obra poco trascendente de las escritas por el genial compositor salzburgués. A esto hemos de añadir que la masa sonora de los de Moscú no era la adecuada para acompañar las dinámicas del piano con su tapa abierta y que el sentido de los tempos musicales de Galeani se distinguía, y mucho, del de la orquesta. Como resultado nos aburrimos un poco con un concierto descompensado en muchos aspectos y que deslució, en la primera parte, el ambiente creado por la orquesta.

He de confesarles que poco puedo decirles del Concierto para viola de Paganini interpretado por el propio Bashmet. He de pedirles perdón pero un ataque de tos, de esos que tanto he criticado desde estas páginas en mis compañeros de butaca, me cogió de sorpresa y pasé “un mal rato” intentando evitar ser una molestia para el resto del auditorio. Como resultas se despistó mi atención del asunto musical y les pido disculpas por ello.

Reincorporado en cuerpo y mente a la Serenata de Tchaikovsky, pudimos disfrutar de una interpretación magistral en la que, sobre todo, se creó atmósfera, aire “con sentido” entre los músicos y el oyente. Como colofón varias propinas con las que Bashmet –ahora sí que le pude seguir con la atención debida- demostró su talento como virtuoso de la viola culminando un concierto muy agradable para todos. Que no es poco.

lunes, agosto 22, 2005

“Lo último del Hong Kong”

El Ballet de Hong Kong cerró su visita al Festival Internacional de Santander con la escenificación de “El último Emperador”, propuesta coreográfica sobre la biografía homónima escrita por Stacey Farley y que llevó al cine Bertolucci a mediados de los años 80. Wayne Eagling firma la coreografía de esta revisión de la historia de Pu Yi desde una perspectiva, tal y como sucediera con el Turandot de jornadas precedentes, muy teatral. Tanto que, en ocasiones, más parecía un mimodrama que una propuesta de baile.

La delicadeza y el cuidado de la escena volvieron a reinar en la presencia de la compañía de Hong Kong, con una perspectiva más cercana “a nuestras expectativas” antes de conocer a la compañía al tratarse de una temática local vista por sus propios protagonistas. Pero tal vez la que sea su mayor virtud se trasforma en un inconveniente, ya que el peso de la escena y lo que se quiere contar sobrepasa, y con creces, a la plasticidad del movimiento. Rige la historia y sus personajes quedando la definición de los mismos más diluida en el movimiento que en su función dramática. Con un lenguaje cinematográfico los recurrentes fundidos a negro jalonan el “flash back” con el que se nos cuenta la historia, articulan las diferentes escenas en una especie de comic dramatizado.

Lo más interesante, coreográficamente hablando, lo encontramos en los paréntesis que abren y cierran la propuesta. Las escenas del interrogatorio muestran un lenguaje contemporáneo original y sugestivo. Del mismo modo las escenas oníricas de los “sueños de opio” o el colorista espectáculo de la parada de la Revolución Cultural destacaron, sobremanera, de un conjunto agradable de ver pero no exento de momentos aburridos.

No hay demasiado riesgo ni demasiado éxito en las piruetas y demás ejercicios de dificultad. Tal vez nos sirvan, más o menos, las palabras escritas hace un par de días en estas páginas sobre el Turandot de esta misma compañía: volver a destacar a Cristal Costa, esta vez en su papel de espía y volvernos a encontrar con un Liang Jing sin el brillo deseado para un primer bailarín. Es, nuevamente, el cuerpo de baile el que ofrece mayores dosis de “espectáculo” al público de sala.

La música, procedente de la citada película de Bertolucci, funciona desde ángulos que parecen inspirados –o casi copiados- por obras de Bernard Herrmann, Copland, Bersntein e, incluso, Beethoven. Remedos entre los que también vislumbramos algunos elementos no occidentales de la música, los más interesantes.

viernes, agosto 19, 2005

“Turandot desde Hong Kong”

El Ciclo de Danza del Festival Internacional de Santander dio comienzo, el pasado jueves, con la presentación del Ballet de Hong Kong en la primera de sus dos propuestas ante el público santanderino, cada una de ellas con dos actuaciones. Turandot fue el argumento y el asunto musical que inspiró a la coreógrafa Natalie Weir para realizar este producto estrenado en el año 2003 y que ya ha logrado el Premio a la mejor producción de Asia en ese mismo año.

Parece fácil y parece difícil imaginar un ballet sobre la partitura de Puccini, Turandot. Fácil pues la eterna belleza de la música acompaña cualquier idea plástica que se nos ocurra imaginar aportándola la magia y emoción que contiene sus melodías. Difícil precisamente por ser tan alta la categoría estética de la música que pasa, directamente, a competir con lo que vemos y es complejo superar, en perfección, la música del compositor italiano. Más si la grabación empleada cuenta con las voces de la Caballé, Mirilla Freni y José Carreras.

Los de Hong Kong han optado por montar un ballet que sigue, fielmente, las indicaciones vocales de la música para traducir a lenguaje corporal el asunto dramático de la obra. De esta forma, en ocasiones, nos encontramos ante una pantomima de la música con la que aprender el lenguaje del movimiento y que cede la belleza de un desarrollo libre por la funcionalidad de un asunto que contar. El ballet funciona a la perfección en este campo y la coreografía de Weir nos cuenta Turandot de modo muy fiel al original lírico y muy agradable para aprender a ver ballet o para seguir disfrutando de él. Se recompuso la partitura con algún recorte y ciertos remedos para ir a lo esencial del argumento. Bravo por ello.

La compañía ofrece momentos de gran plasticidad global, muy entregados a desarrollos abiertos y escenas de conjunto “de libro”, con un empleo recurrente del canon escénico como forma de mover al cuerpo de baile. En el plano individual no encontramos virtuosismos destacables, arropados todos los solistas en el alto nivel medio de la compañía. Tal vez convenga destacar a Cristal Costa en el papel de Liu, que arrancó más bravos que sus compañeros de la entregada audiencia y que gustó por su flexibilidad y elegancia coreográfica. Liang Jing, en cambio, pareció falto de potencia en los saltos y tuvo que abordar algunos planteamientos escénicos no excesivamente bellos en su concepto; por ejemplo en la primera de las dos veces que sonó el ‘Nessun Dorma’.

La escena tiene momentos realmente impresionantes, gracias a una constante y muy hábil utilización de la luz y al empleo de recursos escénicos que sorprenden en su grandeza. Hablamos, por ejemplo, de la arrebatadora primera aparición en escena de Turandot, de la decapitación del primer príncipe o de la danza de las letras que cierra el segundo acto. A medida que se aproxima el final de la obra la escena se tiñe de un cierto toque “disco” procedente de los años 80 que, tal vez, manche de pastel la elegancia respirada hasta el momento o puede que, también tal vez, sea un guiño irónico al glamour “ochentero” y a la corte imperial. Sea como fuere los aplausos fueron unánimes y el espectáculo, en su conjunto, muy agradable.

miércoles, agosto 17, 2005

“Exquisita música”

La Catedral volvió a ser escenario del Festival Internacional de Santander, tras permanecer unos años sin acoger actuación alguna. Un “regreso” propiciado por la celebración del 250 Aniversario de la Ciudad y la Diócesis de Santander y como pretexto musical la agrupación especializada en música antigua ‘La Reverdie’ programaron su ‘Laude di Sancta Maria’, una recuperación musicológica con aires de oratorio o auto sacramental medieval.

Las más exquisitas y excelentes condiciones musicales se dieron en las voces e instrumentos de este grupo bien conocido por el público del F.I.S. Les hablamos de una propuesta ideada desde los presupuestos más exigentes en lo musical y completada por una estética muy bella en lo teatral. Pues los miembros de La Reverdie, corregidos y ampliados con colaboradores habituales, además de darnos música nos dieron escenas inspiradas directamente en la iconografía renacentista de simbología religiosa.

Se aúnan en estos músicos varias cualidades que están haciendo de ellos referentes indispensables en este repertorio y, lo que es mejor, en ser respetados y seguidos por un público fiel y cada vez más numeroso. Por un lado sus calidades vocales no admiten muchas dudas, tal vez podemos hablar de unos timbres más ricos en “ellas” frente a algunos desequilibrios en “ellos”, pero todo dentro de una coordenadas estéticas muy elevadas. Además de sus voces nos demostraron ser excelentes instrumentistas y, talvez nos pareció, también improvisadores tal y como sucedía en los músicos “de aquel tiempo”. Su cualidad de investigadores permite que nos ofrezcan productos de primera mano con un sello de calidad indiscutible, y sobre todo con la entrega y la pasión de quien ofrece el fruto de su trabajo: un buen trabajo. Por último se respira inteligencia en la propuesta escénica que cobija el espectáculo, y cultura por los cuatro costados. ¿qué más podemos pedir?

En una ocasión un conocido me habló, en tono despectivo, de las agrupaciones de música medieval como formadas por músicos que no habían logrado tocar bien los instrumentos modernos. Seguro que jamás escuchó a ‘La Reverdie’.

martes, agosto 16, 2005

“Luces y sombras; y sombras y luces”

Luces y sobras para la 54 Edición del Festival Internacional de Santander las vividas el pasado domingo con la actuación del compositor balcánico Goran Bregovic y su popular visión de la ópera con ‘Karmen con final feliz’. Luces y sombras que protagonizaron y experimentaron los músicos y el público, a partes iguales.

Luces las de la primera mitad del espectáculo, luces de sala para narrar la historia de esta Karmen antes de ser contada por las canciones. Ellos mismos avisaron ser “unos actores pésimos” y no nos engañaron en absoluto. Sombras en el nulo nivel dramático de unos tediosos cuarenta minutos que nos iluminaron, a veces, con retales de la música que veníamos a escuchar.

Sombras para la segunda parte, cuando finalmente apareció el sonido estridente de la Banda de Bodas y Funerales, la queríamos escuchar, a media luz. Sombras en las cuestiones técnicas que hicieron ensordecedor el timbre de los “brass” que componen la formación. Demasiado volumen, excesivo. Sombras entre el público que, entre las sombras, va abandonando su butaca antes de terminar la función, con la cabeza orgullosamente alta. ¿No es lo que venían a escuchar? ¿Sabían a qué venían?

Luces con la música de Bregovic, vital y humana como el jadeo de un corredor que persigue su meta. Mecánica y plagada de referentes para el público entregado y seguidor de sus creaciones cinematográficas para Kusturica, y de su presencia como influencia latente en la composiciones contemporáneas, como las de Cattaneo. Luces en la pasión de la historia contada y sentida, seguramente, por todo un pueblo.

Sombras de nuevo entre el público, abandonando la sala y, en algún caso, rompiendo la buena educación de nuestra cultura para dar un corte mangas al escenario, y tal vez al resto del público que disfrutaba y seguía con las palmas los bises de la música. ¡Qué sensación más ingrata para mi estómago la de comprobar que, el gusto de esta música, iba por precios de butaca!. En las más caras menos aplausos y más pateos, desde el fondo un torrente de palmas. ¿Un corte de mangas? ¿Por qué? Yo tuve la sensación de recibirlo entero por ser culpable de disfrutar con su música. ¿Qué veníamos a ver? A Goran Bregovic, y eso fue exactamente lo que tuvimos. Ni más ni menos.
Tal vez muchos de los aficionados al abono del Festival se quedaron confusos al entender que bajo el término “ópera” únicamente se podía denominar un espectáculo lírico de orquesta y voz. Pero les aseguro que muchos de los aficionados a Bregovic se quedaron fuera de la sala y sin entrada, con ganas de haberlo visto. Luces y sombras, sensaciones confusas la sentidas por quien les escribe. La cultura como elemento de división, impuesta por narices para algunos, casi como obligación. Les garantizo que si alguna vez aparezco en medio de un concierto de música ‘trance”, que detesto con toda mi alma, no se me ocurrirá reprochar a lo que allí estén sus preferencia estilística. Señores: para gustos creó Dios los colores y a nosotros para elegir cual preferimos. De entre las luces y las sombras o de entre los que componen el arco iris.

domingo, agosto 14, 2005

La música de una ‘diva’

Uno de los conciertos más esperados de la 54 Edición del Festival Internacional de Santander y, evidentemente, uno de los más interesantes de este verano era el que la soprano norteamericana Renée Fleming ofreció la noche del pasado sábado en el Palacio de Festivales. Arropada por la Orquesta Filarmónica 900 del Teatro Regio de Turín y la dirección de Daniel Beckwith cosechó el esperado éxito de audiencia, aplausos y calidad interpretativa.

La trayectoria de esta soprano y el apoyo mediático recibido en los últimos años han hecho de su carrera una sucesión de triunfos y asumir el difícil rol de “diva” de la escena. Una “carga” que a veces es un defecto pero que en otras, como en este caso, es una virtud que no enturbia en modo alguno el asunto que, en el fondo, siempre nos ocupa y nos preocupa: la música. “La Fleming” no necesitó cambios de vestuarios ni excesos en escena, ni mil entradas y salidas para ofrecernos un recital hermoso.

Y es que su registro es fascinante en las dinámicas medias y en los filatos más suaves, y a pesar de no tener una voz pequeña quedó sepultada en algunos momentos por la orquesta. El éxito de Renée Fleming, de la del directo, fue el poder de emoción en los pasajes más cercanos a la media voz. Como el caso del lied de Schubert orquestado por Max Reger,‘Nacht und Träume’, las airas de Manon o el ‘O mio bambino caro’ de Puccini. Allí encontramos lo mejor, que fue reiterado con los bises a petición popular concedidos: Gershwin y Richard Strauss. Juega con el timbre de su voz de modo que, en ocasiones, se revuelve en inesperados giros ora hermosos y afortunados ora en extraños quiebros. Con ‘Casta Diva’ el movimiento de su voz enturbió, en parte, una partitura deseada por el público. Pero es que, como les decía, en estos casos tenemos tales prejuicios discográficos que cuesta desenmascararse de ellos para enfrentarse a la verdad del directo.

La orquesta funcionó muy bien y si en un comentario anterior nos poníamos picajosos con la afinación de la ‘Meditación de Thais’ de Massenet, ofrecida entonces fuera del programa, ahora que estuvo dentro del mismo hemos de reconocer que sonó sin problema alguno. El empaste y la masa compacta de los de Turín permitió, cuando ellos fueron los protagonistas, ofrecernos obras rotundas y plenas en todos los sentidos.

sábado, agosto 13, 2005

“Estrictamente suya”

El monasterio de las Trinitarias de Suesa fue el escenario escogido por el Festival Internacional de Santander para ofrecernos el estreno absoluto de la obra de Eduardo Pérez Maseda ‘Strictly yours’, encargo del F.I.S. puesto en manos del Trío Luwigana. Un concierto contrastante con un programa que alternó la música contemporánea con el repertorio clásico y que tuvo en el buen hacer de sus intérpretes su baza más importante.

Dentro de la creación actual encontramos distintos niveles en las propuestas de los creadores comprometidos con su tiempo. Los hay que sencillamente siguen el camino marcado por sus predecesores y aplican técnicas e ideas sobre el papel para luego entregarlas a los ejecutantes. También los hay que investigan y rebuscan el cimiento de su música en la técnica interpretativa de cada instrumento haciendo música para ser “tocada” y para ser “rebuscada” tímbricamente por los propios músicos. Por último hay autores que, en un aristotélico término medio acuden a un tercer elemento: la idea, el instrumento y finalmente el oyente como receptor del sonido. En este último caso se espera la reacción del “respetable” y se piensa en él como motivo de su música.

Después de estas palabras, que únicamente pretendo utilizar como marco, he de señalar que el estreno de Pérez Maseda se quedó en el primer modelo de los señalados, poniéndoselo difícil a los miembros del trío y mucho más a un público al que no le queda más remedio que distanciarse del contenido musical que reciben –recibimos-. Música formalmente impecable, imaginamos pues para llegar a estas conclusiones es necesario más una análisis que una escucha, pero que no aporta nada nuevo a lo ya dicho por otros muchos y anteriormente. Sonidos que reclaman la atención en forma de grito para luego ser ellas mismas, encerradas en su propia esencia y manteniéndonos a distancia a pesar de los denodados esfuerzos de quien las ejecuta.

El trío de Brahms y el de Beethoven estuvieron más que correctos y gustaron a una audiencia que llenó el Monasterio de la Santísima Trinidad y aplaudió cada uno de los capítulos de la velada. De Ramov sonó ‘Luwigana 1144’ pieza majestuosa en su planteamiento pero que tampoco nos aportó mucho más, o al menos a quien les escribe que a pesar de esforzarse en buscar, entender y defender la creación actual muchas veces cae en la decepción de la evidencia. Y es que nos estamos alejando cada vez más del objetivo.

viernes, agosto 12, 2005

“Resultado de primera”

La Orquesta Filarmónica 900 del Teatro Regio de Turín, en un concierto de paso que enlaza su presencia junto a la Coral Salvé de Laredo y Scandiuzzi y la actuación de esta noche al lado de Renée Fleming, cosechó un notable éxito en una velada dirigida por el maestro inglés Jan Latham Koenig.

El programa tuvo una, corta, primera mitad dedicada a la música española en general y a Ernesto Halffter en el centenario de su nacimiento en particular. Conocimos los coloristas ‘Dos bocetos sinfónicos’ del creador honenajeado, haciendo justicia a la categoría creativa de este autor en una visión que atendía a las diferencias tímbricas de cada una de las secciones que articulan cada pieza, más yuxtapuestas que contrastantes. La ‘Suite nº2 de El Sombrero de Tres Picos’ completó este acercamiento de la formación italiana al repertorio neoclásico español, con igual dedicación y entrega. La batuta de Koenig marcó los tempos de una forma quasi metronómica, pero sin descuidar en ningún momento el manejo de las dinámicas como necesidad expresiva de la partitura.

En la segunda parte la Sinfonía en Re menor de Cesar Franck permitió volver a emplear la amplia paleta de colores a los de Turín, con alguna estridencia en las dinámicas más fuertes pero con un rotundo trabajo al servicio de Latham Koening, siguiendo sus indicaciones y no descuidando la intención de conjunto. Así lo que podía parecer un “concierto menor” dentro de las coordenadas de un Festival Internacional con ofertas, en principio, más interesantes se evidenció con un resultado “de primera”. El público medió la sala Argenta y obtuvo, como propina fuera del programa, una expresiva y desafinada versión –al menos en lo que respecta al violín solista- de la Meditación de Thais de Massenet.

lunes, agosto 08, 2005

“Enhorabuena, a público y ganadores”

Terminó el XV Concurso Internacional de Piano de Santander Paloma O’Shea, y lo hizo de la mejor de las formas: adjudicando un gran premio. Termino una edición que, si hemos de caracterizarla de algún modo, ha de ser por excelente nivel de todos los concursantes, lo que nos ha hecho dudar y apostar por muchos de ellos hasta conocer el fallo final del jurado. Tal vez los tres finalistas no coincidan con los favoritos de todos, tal vez se echara en falta a Nabiolune o a Takada o a cualquiera de los otros concursantes que quedaron en el camino, pero de lo que no hay ningún género de duda es que los tres que pasaron a la final y el ganador italiano son unos “pianistazos”. Y si no, tiempo al tiempo.

Del concurso me gustan muchas cosas, evidentemente está la oportunidad de escuchar multitud obras para piano o la de codearse con jóvenes pianistas y veteranos jurados que escriben el presente, el pasado y el futuro de este instrumento. Pero con lo que más disfruto es con la emoción, literal, de buscar y opinar sobre los participantes, la forma en la que abordan sus conciertos, el programa que los integran, sus criterios de elección, de presencia en el escenario, su sonido, su consistencia.. Es maravilloso poder enjuiciar y compartir, con muchos, opiniones sobre música. Aunque sean equivocadas, pues aquí, como en los toros, todos acabamos siendo expertos.

Tal vez el público, en ocasiones, haya dado con sus tonos y politonos la “nota discordante” de muchos de los conciertos. Pero también han puesto la ovación y el bravo en una entrega de auténticos “hinchas” de la música y el concurso. Les cuento una anécdota. En la final sinfónica me encontré con un viejo conocido de esos a los que saludas y con los que hablas en los descansos de muchos conciertos pero de los que conoces poco más. Él es aficionado, sin remisión, a la cultura en particular y a la música en general, y la dos últimas semanas las pasó en la Sala Pereda del Palacio de Festivales. “Ha habido jornadas de siete horas, pero he disfrutado cada minuto”, me decía entonces. “Ojalá gane Alberto Nosé”, también me contaba; durante el concurso había tenido la oportunidad de charlar con el italiano y se habían hecho “casi amigos”. Horas después, cuando conocimos el nombre del ganador, mi amigo permaneció en pié aplaudiendo al ganador y con una sonrisa de felicidad que no ocultaba la emoción que él también sentía. Y yo me alegré por Nosè y por mi amigo y por todo el público que había tenido un año más una oportunidad como este. Y me da lo mismo que los disfraces de gala y los collares de perlas aparecieran por la Argenta justo al final del concurso dejando, seguramente, fuera y sin entrada a algunos de los seguidores auténticos, los de cada día. Me da igual por que sé que, a pesar de todo, el concurso es de ellos y de los pianistas. Enhorabuena.

viernes, agosto 05, 2005

“Jie Chen, Alberto Nosè y Herbert Schuch finalistas”

Los pianistas Jie Chen, (China), Alberto Nosè, (Italia) y Herbert Schuchu (Alemania) son los tres escogidos por el jurado para pasar a la gran final del XV Concurso Internacional de Piano de Santander Paloma O’Shea. Un último concierto, de carácter sinfónico, que se realizará esta noche en la Sala Argenta del Palacio de Festivales y dentro del marco de la 54 Edición del Festival Internacional de Santander. La Orquesta Sinfónica de Madrid y Jesús López Cobos serán los encargados de acompañar los conciertos seleccionados por los concursantes, ya finalistas, para este ejercicio final. Dos veces sonará el Concierto nº 2 para piano y orquesta de Rachmaninov junto al que hace el número cinco de la producción concertística para piano de Beethoven.

El concierto estará presidido por la Infanta Doña Margarita de Borbón, y contará con la presencia de la ministra de Cultura, Carmen Calvo, el presidente de Cantabria, Miguel Angel Revilla, el alcalde de Santander, Gonzalo Piñeiro y la presidenta del certamen, Paloma O'Shea.

El director de la Sinfónica de Madrid se manifestó, en su presentación a los medios junto a los tres finalistas, “contento con participar por segunda vez en el Concurso”, tras su primera experiencia en este certamen en los años 80, cuando la final se celebró en la Plaza Porticada siendo ganador David Allen Werh, de Estado Unidos. “No había vuelto a Santander desde 1987”. El director de orquesta zamorano conoce la experiencia de dirigir una final de un concurso, con la Orquesta de Cámara de Lausana “celebrábamos cada dos años el concurso Clara Atkins y siempre me he encontrado a gusto haciendo concurso. Es fantástico ver como comienza la carrera de un joven artista. Espero que la mi colaboración sea la que merece la Historia de este Concurso”.

De la competición de Santander nos dijo que “todos conocemos los grandes nombre que han pasado por él”, valorando positivamente los concursos de este tipo pues “ayudan al comienzo de una carrera, a pesar de que no son una garantía. Hay gente que sabe ganar un concurso pero que no sabe construir de la misma forma su carrera. Este es un paso importante y la historia del concurso es fantástica, una ayuda importante para comenzar una carrera a nivel internacional”.

Tal y como les anunciábamos al comienzo, dos veces sonará esta noche el Concierto Nº 2 de Rachmaninov. “Esto es una desventaja para todos”, comentó López Cobos. “Empezando por mi mismo ya que no es cómodo acompañar a dos pianistas seguidos la misma obra. Pero forma parte de nuestro trabaja el ser flexibles y acomodarnos a cada intérprete. Para los dos concursantes se pondrá en evidencia la comparación entre ellos mismo, pero así es la vida; la elección del concierto se realiza al comenzar el concurso y nadie sabe que pasará en la final”.

Paloma O’Shea, presente en este encuentro con los medios, nos habló de los tres finalistas, calificándoles de “diferentes y fantásticos. Han hecho un programa muy difícil y tienen una gran preparación, madurez y buenos nervios. Si han llegado aquí es porque tienen muchos valores. Tendremos una gran final”. Por su parte Jesús López Cobos les recomendó controles sus nervios. “Cuando estas dentro del concurso, metido hasta el fondo, has tomado la inercia y llegas hasta el final. Lo más importante es mantener los nervios y no todo el mundo sabe o puede hacerlo. Ahí es donde se demuestra el valor desde el punto de vista humano de un intérprete que sabe adaptarse a las circunstancias y luchar por mantener la calma, algo que forma parte de nuestro trabajo”.

Por su parte los concursante, invitados de piedra hasta ese momento a la rueda de prensa, se acercaron finalmente a los micrófonos para manifestar que “en un concurso no puedes esperar nada. Para mí es un gran resultado estar en la final”, apuntó Alberto Nosè. Jie Chen, por su parte comentó que “también” estaba “muy feliz. He tenido una gran estancia en Santander y me alegro que al público le hayan gustado mis interpretaciones”. Finalmente Herbert Schuch manifestó su excitación por haber tenido la oportunidad de tocar música de cámara y el concierto de Mozart junto a “intérpretes de primera clase. Algo que no se encuentra en otros concursos”.

También nos dijeron no “saber que les supone ganar un premio como el de Santander”, pues aún ninguno de ellos lo han ganado. Por último nos confiaron que, tras su primera visita a España, esperan “repetir” y lograr que al público de nuestro país le guste su forma de hacer música.

La prueba de esta noche comenzará con el Concierto núm. 2 de Rachmaninov en la versión de Jie Chen, después Herbert Schuch ofrecerá el 5 en mi bemol mayor de Beethoven y finalmente Alberto Nosé nos ofrecerá nuevamente el segundo de Rachmaninov. El concierto íntegro será retransmitido por La 2 de Televisión Española a partir de las 24:00 horas y en Radio Clásica en directo.

miércoles, agosto 03, 2005

“Ya queda menos...”

Cada día queda menos para conocer la decisión de un jurado y, cada segundo, el interés es mayor en aprender la forma en la que los, de momento, seis elegidos para las seguir compitiendo por el Gran Premio de Santander abordan un repertorio escogido para ello. El pasado martes comenzó la tercera fase de este concurso, la Sinfonía Varsovia que dirige Peter Csaba subió junto a los tres primeros semifinalistas al escenario de la Sala Argenta. La luz y las cámaras de Televisión Española nos avisaron de que “todo ya iba muy en serio”, y el pianismo creciente de los concursantes hizo también lo propio. Lástima que las retrasmisiones de “nuestra tele” en esta fase sean solo para noctámbulos bien desvelados y queden aparcadas de madrugada.

Les digo, cuando lean estas líneas aún quedará una tarde de recitales de piano en la Sala Pereda y faltarán unas horas para conocer el nuevo corte, el que dará tres nombres y tres conciertos sinfónicos con una sola fecha determinada. El sábado seis de agosto, a las 21:00 horas, será la gran final, la que ya ha vendido todas sus localidades y la que siempre logra emocionar y alentar a un público que, cada vez más, se convierte en el alma y las alas del concurso. Sería de mala educación, seguramente, comentar quien de los tres semifinalistas obtuvo el martes más aplausos o en cual de ellos tiene depositado, quien les escribe, su confianza como “pianista ganador”. Todos tenemos el nuestro, alguno se nos quedó en la fase anterior y otros se mantienen en liza. Pero, ¿saben lo que les digo? Que la emoción sigue siendo la misma y, por lo visto y lo oído, el nivel musical que este año estamos obteniendo es realmente impresionante. Equilibrado por arriba, sin músicos de los que prescindir en primera instancia. ¿Algún Gran Premio? ¡Ojalá! Aunque por mucho que se empeñen los “doce hombre sin piedad” –perdón por el enunciado cinematográfico- eso, al final, dependerá del tiempo en el que se desarrolle su carrera, con o sin premio.

En fin, que tengo que dejarles, es unas horas comienza la segunda semifinal –cuando me lean esto ya habrá sucedido y quedará también poco para el último recital- y dentro de apenas nada tendremos nuevas noticias. Las que dirá el jurado y las que les contaremos. Seguro.

martes, agosto 02, 2005

“La Walkiria (y dos)”

Segundo exitoso capítulo, en lo musical, del Festival Internacional de Santander en su comienzo wagneriano. La primera jornada de la Tetralogía, segundo título de la misma, volvió a ofrecernos un magno producto con igual factura que en su propuesta precedente. Casi podríamos decir lo mismo que firmábamos ayer en estas página en lo que a equilibrios y desequilibrios se refiere. Gran música y extraña escena también para la Walkiria.

El concepto de continuidad en el producto que nos plantea la Orquesta del Tiroler Festpiele Erl y su director, escénico y musical, Gustav Kuhn, ahonda en la visión “humana” del universo mitológico en el que Wagner basó su obra más colosal. Un Walhall de andar por casa en el que, a diferencia de lo que decíamos ayer, sí que encontramos dos momentos escénicos muy afortunados y trascendentes para esta producción. Hablamos del anillo de fuego final y de algunos momentos desarrollados a diversos niveles de altura escénica muy interesantes. Por lo demás, una distancia deñl drama impuesta por elementos de atrezzo casi infantiles, coches y motos de papel pintado, bicicletas frente a caballos de cartón o una cocina tirolesa completamente kirch.

Lo mejor, como en El Oro... la gran orquesta sobre el escenario, la magna dirección, con la batuta, de Kuhm y muchas de las voces ofrecidas en un buen nivel general. Si ayer destacábamos dos de los personajes masculinos, hoy hemos de ser justos con dos de los femeninos. En primer lugar Gertrud Ottenthal, de apellido tan wagneriano como muchos de los momentos que su voz fue capaz de ofrecernos, dramáticos, abierto y, en ocasiones, hermosos por su delicadeza y sencillez. Igualmente Elena Comotti d’Adda que fue capaz de aguantar sobre escena un rol difícil en todos los sentidos y llevarlo hacia cotas interesantes. No podemos decir lo mismo, en lo que a aguante se refiere, de todos los implicados en esta Walkiria. Tal vez el gran reto que propone a los intérpretes estos títulos wagnerianos no sea el encontrar la voz dramática, potente y capaz de estar ante semejante orquestación sin perderse dentro, sino que tenga el aguante necesario para mantenerse así a lo largo de todo su desarrollo.

En la sala se escucharon algún oscuro abucheo a la hora de repartir aplausos, imagino que de algún sector del público de esos incondicionales de un solo tema y que busquen el Wagner que está en los libros y en las grabaciones de los años cincuenta. Pero para quien les escribe ha sido todo un placer poder escuchar en directo, y en dos jornadas consecutivas, la mitad de una de los complejos operísticos más importantes jamás escritos. Uno se queda con ganas de cerrar el ciclo y espera con impaciencia que este escenario lo acoja pronto. Es importante apreciar el directo y tener oportunidades para hacerlo, pero sobre todo es imprescindible que nuestros oídos se llenen de música para entender muchas cosas de la historia de la música, y de la cultura... y del hombre, en definitiva.

lunes, agosto 01, 2005

“El Oro del F.I.S.”

Reconozco que el título de este comentario crítico estaba en mi cabeza antes de sentarme en la Sala Argenta para presenciar la wagneriana inauguración de la 54 Edición del Festival Internacional de Santander, pero no puedo evitar –¡Cabrera Infante que estás en los cielos! - mi gusto por los juegos de palabras de este tipo.

La apuesta del Festival, nuevamente, ha sido fuerte y arriesgada considerando lo que supone programar la mitad primera de la Tetralogía del anillo en una versión –la única que puede acoger el escenario del Palacio de Festivales- con la orquesta sobre las tablas y la escena a medio gas. Pero en su comienzo el pasado domingo con El Oro del Rin, ya les hablaremos de su continuación, el aspecto musical nos ha sobrado y bastado para admirar esta producción y su escena nos ha dado más de un argumento para distanciarnos un poco.

Empezamos con la música, y con una sobrecogedora orquesta que sonó muy bien controlada y sin ningún desmán dinámico, bajo la batuta del también director escénico Gustav Kuhn. Habría sido muy fácil epatar a la audiencia con el torrente de sonido capaz de ser emitido por la que sea, tal vez, la orquesta más numerosa que ha pisado la Argenta. El control del volumen era, por otra parte, indispensable y mediatizado por la ubicación de los propios músicos, tras las voces solistas y ante nosotros. Como les digo, la cuestión del equilibrio fue salvada y hábilmente utilizada por Kuhm y un reparto igualmente equilibrado en la calidad y categoría vocal.

Dentro de ese lote de intérpretes que venía presentado como los solistas de la academia de Montegral recibimos, además del mencionado equilibrio de nivel, algunos registros de esos grandes y rotundos tan necesarios para la música de Wagner junto a otros que nos hablan de la dificultad existente a día de hoy para hallar “buenas voces wagnerianas”, o tal vez mejore decir “voces capaces de cumplir con sus exigencias”. Quedándonos con lo mejor es indispensable acudir a dos bajos, pilares de esta producción y que si tuviéramos medidores de aplausos en sala nos confirmarían que fueron los que más calor recibieron del público. Les hablamos de Thomas Gazheli, Alberich en esta ocasión y de Xiaoliang Li, uno de los dos gigantes constructores del Walhal. Desde su potencia y asentada presencia en escena –y no les hablamos de gritos- ambos supieron y pudieron dominar roles grandiosos y mitológicos por argumento y por historia de la propia ópera. Wotan y Fricka, Duccio dal Monte y Martina Tomcic quedaron un paso por detrás de lo esperado, con un punto más de discreción sonora que la manifestada por sus compañero. Elegancia y nuevas presencias en dos de las tres voces de las ondinas del Rín.

Si miramos a la escena es preciso asimilar que se trata de una suerte de ópera en concierto con el concepto escénico algo más desarrollado. No tanto por la actitud de los intérpretes, entregados al drama, sino por el desarrollo de la misma. He de manifestar cierto grado de confusión en el tratamiento de algunas escena y, sobre todo, en el concepto más general de esta visión “posibilista” –al menos para muchos escenarios- de la Tetralogía. “Se hace lo que se puede” para en un breve espacio de escena pueda desarrollarse un gran drama, por eso los personajes visten al estilo americano de las películas de Brooklyn y los elementos de atrezzo son mínimos e indispensables. De este punto se pasa a lo “simpático” que es entender a los “gigantes” constructores del Walhal como jugadores de baseball o jockey sobre hielo y al cercano ridículo de presentarnos a Donner, Dios de la Tormenta, como un chándal brillante y llamando al relámpago con un martillo... de los de las olimpiadas. Ciertamente el Walhal de esta propuesta ha acudido al deporte como elemento inspirador de dioses y divinidades. Tampoco fue muy afortunado, y distanció realmente al espectador del drama, el extraño -¿ridículo?- dibujo de la serpiente en la que se trasformó Alberich, el oro del Rín cuando esconde, que no cubre, a Freia o la jabalina que presidía, inerte en el cielo, las escenas de las alturas.

Pero todo esto se corrige si retomamos lo dicho en el párrafo anterior párrafo y emprendemos de nuevo nuestra percepción de esta ópera como una manifestación en concierto un poco más desarrollada. La visión está firmada por el director de la orquesta, ya citado Gustav Kuhn, uno de los pocos casos en los que, imaginamos no hay disputa entre escena y música. Y evidentemente aquí, en la eterna disputa entre música y escena, ganó la música. Afortunadamente para todos, en serio.