Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

domingo, agosto 31, 2003

“El sonido ‘americano’ de una orquesta danesa”

Broche de plata –por aquello de que se realizó en la sala Argenta y por no repetir la habitual expresión empleada en estos casos- para la 52 edición del Festival Internacional de Santander con un soberbio concierto de la Orquesta Nacional de Dinamarca con la dirección de Yuri Termikanov. No podemos imaginar mejor colofón para un festival que, este año, nos ha deparado sorpresas y sinsabores a partes iguales. Pero si es cierto que lo último es lo que más se recuerda, el concierto de despedida endulzó sobremanera nuestros oídos dejándonos un recuerdo muy grato en una velada francamente intensa.

Fue un concierto de esos en los que se disfruta “como chiquillos”, sobre un programa muy ameno y especialmente diseñado para sacar el máximo jugo posible a una formación sinfónica muy interesante. El sonido de la Nacional de Dinamarca es comparable con el de las grandes orquestas norteamericanas, repleto de brillo y dinámicas contundentes. Algo de lo que nos dimos cuenta en los primeros compases de la Obertura ‘Carnaval Romano’ de Berlioz, un tutti de la orquesta tajante y que contenía ya toda la esencia que los daneses desarrollaron en más de dos horas de gran música.

Tal vez la experiencia de Termikanov –extremadamente frágil en el escenario, a nivel físico me refiero si comparamos su gesto con el que tenemos del pasado en nuestra memoria- al frente de orquestas como la de Boston, Nueva York o Los Ángeles tenga algo que ver con la propuesta que nos ofrecieron el pasado sábado. Pero la falta de cuerpo que muchas veces se achaca a las agrupaciones norteamericanas aquí no apareció, estando perfectamente equilibrado en una conjunción de elementos que despertaron el aplauso y más de un bravo de un auditorio, nuevamente lleno.

Siempre es un placer escuchar un directo con la ‘Petrushka’ del gran Stravinsky, pero lo es aún más cuando el entendimiento de la partitura y el juego con los temas en un tumulto rítmico vital y constante permiten un acercamiento tan grato como el que encontramos en el concierto que nos ocupa. Ítem más en la segunda parte, con la grandiosa Sinfonía Nº 5 de Tchaikovsky, hecha desde una perspectiva que dejaba de lado el brillo señalado anteriormente para entregarse a una realización hermosa, dramática, sólida y que funcionó a la perfección.

Termikanov, en un evidente esfuerzo, dirigió con su particular modo de hacer las cosas: con gestos no convencionales pero muy expresivos, sin olvidar ninguna entrada y permitiendo un éxito que tuvo la piedra angular en su tarea y evidente papel protagonista.

En los bises más de lo mismo, saciando el hambre de orquesta por un tiempo y que ahora se convertirá en deseo hasta la llegada a nuestra ciudad de nuevas oportunidades sinfónicas.

viernes, agosto 29, 2003

“Pons y la ONE”

La Orquesta Nacional de España, con su flamante y recién estrenado director titular Josep Pons, visitó el Festival Internacional de Santander el pasado jueves para ofrecer un concierto en el que el mayor interés estaba en la oportunidad de escuchar en directo el Réquiem de Ligeti –una obra con más de tres décadas de vida y que hasta fechas recientes aún no había sonado en nuestro país-. El público no secundó como en otras ocasiones la propuesta sinfónica, tal vez por la prevención que aún existe por la música contemporánea o puede que saciados por la propuesta de la agrupación de Israel en días precedentes.

El trabajo de Pons al frente de la ONE no deja de ser un interesante reto para un músico que nos ha demostrado en estos últimos años su entrega a proyectos muy serios y comprometidos. Ahora le toca hacerse cargo de una formación muy estable y con un peso específico de su propia historia demasiado elevado. Una situación que se desvela en las formas de hacer sonido que, en no pocas ocasiones, se muestran un tanto faltas de entusiasmo.

La primera parte del concierto, con obras de Mozart y Haydn, fue desarrollada con profesionalidad y oficio por parte de la Nacional de España. Unos calificativos que corresponden con lo señalado anteriormente: eficacia pero necesidad de un toque distintivo que hagan de un concierto algo más que la lectura de la partitura. Un aliciente que, estamos seguros, surgirá con la nueva dirección musical recientemente estrenada.

El Réquiem de Ligeti también funcionó muy bien. Una obra compleja y que, a pesar de haber sido escrita hace años, aún pide ocupar el lugar que la corresponde en el oído del melómano. En esta obra participó el Coro Nacional de España y la Sociedad Coral de Bilbao, una espectacular masa vocal que soportó el papel más comprometido en esta obra. Articularon los efectos con mucha entrega –glissando, microtoanlidades, clusters...- y asimilaron la condición de esta partitura que arrancó muchos aplausos y bravos por parte del público de la Argenta. Al parecer una acogida mucho más entusiasta que la que recibida hace apenas unos días en la Quincena Musical De San Sebastián para con esta misma obra.

Las dos voces solitas, Anna Camelia Stefanescu y Margriet van Reisen, tampoco desmerecieron elogios y aceptación en sus complejas y extremas intervenciones vocales. El Réquiem de Ligeti es un lamento muy humano que a veces se articula en susurros y otra en gritos muy dramáticos que calan hondo en el estado de ánimo de los que tuvimos el placer de poder escucharlo, finalmente, en directo. Un enfrentamiento a la certeza de la muerte dicho en coordenadas de música.

jueves, agosto 28, 2003

“Con nombre propio”

La pianista portuguesa María João Pires ofreció el pasado miércoles un concierto con indudable sabor romántico dentro del ciclo de recitales del Festival Internacional de Santander. La afamada, y bien conocida por el público, intérprete incluyó en su propuesta obras de Chopin y una sonata de Mozart para una velada secundada rotundamente por una Sala Argenta sella hasta la bandera.

En la primera parte pudimos escuchar la ‘Fantasía en Fa Mayor Op.49’ del autor polaco en una visión muy intensa y repleta de matices dinámicos que hicieron de la misma un torrente de emoción y buen gusto musical. Tras este insuperable comienzo conocimos las intenciones expresivas de Maria João Pires para con la segunda obra de Chopin en el programa: la ‘Fantasia impromptu en Do sostenido menor Op. 66’ que se nos presentó dentro de una óptica más pausada y contenida frente a las interpretaciones habituales. Un sello personal muy característico de esta pianista que ha logrado, gracias a su forma de hablar el lenguaje de Chopin y al apoyo del mercado discográfico, situarse en el ‘olimpo’ de los músicos clásicos reconocidos por el gran público. Cerró esta primera sección la ‘Sonata en Si bemol mayor, KV 333’ de Mozart, realizada con mucho gusto, también dentro de las coordenadas interpretativas apuntadas para la obra anterior.

La segunda parte estuvo dedicada a la tercera sonata de Chopin, y fue aquí donde hayamos lo más grande de la noche –si es que se puede aplicar este calificativo tras una excelente primera parte-. Pires desglosó la partitura en un intenso diálogo emocional con la obra, interpelando con su música al oyente que no tuvo más remedio que rendir sus propios sentimientos ante el discurso que surgía del piano. Por cierto que para este concierto el instrumento empleado no fue el habitual Steinway del Palacio de Festivales sino un Yamaha traído especialmente para esta ocasión. Sobre gustos no hay nada escrito, y tal vez las características tímbricas de esta marca de pianos se adapten más a las intenciones musicales de Maria João Pires, pero en el cambio ganamos cierto punto de brillantez en el sonido emitido a costa de la personalidad y potencia del otro.

Las propinas, dos preludios chopinianos encadenados, fueron el exquisito colofón para un concierto con un nombre propio, el de su intérprete.

sábado, agosto 23, 2003

“Gades, José Antonio, Carmen Amaya...”

Emotivo homenaje a Antonio Gades y fabuloso espectáculo de la ‘Compañía Andaluza de Danza’ presentado en el Festival Internacional de Santander el pasado viernes. Una propuesta que cerró así el ciclo de danza del la 52 edición del F.I.S. y que logró colgar el cartel de ‘no hay localidades’ en sus dos funciones.

La primera parte estuvo dedicada al bailarín y coreógrafo Antonio Gades; para ello se recuperó su inmortal visión de ‘Bodas de Sangre’ en una versión que, nuevamente, conmovió a los asistentes de la Sala Argenta del Palacio de Festivales. El universal de Lorca, emparentado en sangre con el flamenco en sí mismo, es a manos de Gades fusión entre teatro bien narrado con el gesto y la esencia del flamenco condensada en los movimientos justos, los necesarios para trasmitir toda la emoción y el drama contenido en el texto de Lorca. Los encargados de bailar cada fragmento lo hicieron con sencillez, sin alardes innecesarios ni espectaculares desarrollos. Simplemente se encargaron de revivir una coreografía en la que todo está calculado y en la que hay momentos de una belleza plástica difícilmente superable. Es el caso de la lucha a cámara lenta o de los bailarines a caballo en busca de su fatal destino.

Tras esta coreografía el presidente del Gobierno de Cantabria y el Consejero de Cultura, Turismo y Deportes entregaron al creador alicantino una placa conmemorativa de este acto. Por su parte Antonio Estreve Ródenas –Gades- recordó sus comienzos en el mundo del baile, acontecidos precisamente en Santander.

La segunda parte estuvo dedicada a la coreografía que José Antonio escribió bajo el nombre de ‘La Leyenda’ y que habla de Carmen Amaya –como ven, una noche de grandes nombre del flamenco-. En una sucesión de palos se evoca la figura de la gran bailaora sobre un espacio escénico desnudo. Pero el fondo del escenario estaba articulado con paneles negros que, en su movimiento, ofrecieron sorpresas escénicas que encadenaban los números mostrando y enseñando a músicos del directo o a bailarines. De la gran Amaya se ofrecieron retazos de su arte, tal y como nos indicaba el programa de mano, “sin pretensiones biográficas”, pero sí con toda la intención de hacer grande el recuerdo de la bailaora nacida en el barrio barcelonés de Somorrostro y de la que ahora se conmemoran los cuarenta años desde su muerte. La dualidad de su arte, el enfrentamiento de su baile a medio camino entre el del hombre y el de la mujer, aparece reflejado en una Carmen desplegada en dos bailarinas, Ursula López y Elena Algado, unidad de lo diverso que se compone en una hermosa figura que enlaza a ambas artistas: blanco y rojo, la mujer y lo inmortal.

La ‘Compañía Andaluza de Danza’, que ya dejó un gran sabor de boca en su visita hace unos meses al escenario de Tantín, ha logrado en sus años de existencia cuajar una formación sólida que, a imitación de las ‘compañías nacionales’, produce espectáculos propios y recupera otros ya escritos pero siempre dentro de unas coordenadas de mucha coherencia en lo que a calidad se refiere. En un momento en el que “lo flamenco” es en no pocas ocasiones excusa para el lucimiento y el rendimiento de un puñado de nombres propios, en esta formación se trabaja de forma coral con la firma, eso sí, de José Antonio.

jueves, agosto 21, 2003

"The 'Sweet' Singers"

Multitadinara acogida de la agrupación vocal 'The Swingle Singers' dentro de las actividades programadas para este verano por el Festival Internacional de Santander. Sobre el escenario ocho voces bien timbradas y una imaginativa forma de reorganizar los sonidos concebidos para ser interpretados por instrumentos y que, finalmente, cobran vida en las gargantas de estos cantantes.

En el programa variedad de estilos y un resultado divertido, ameno y muy dulce. Tal vez algún momento les recordara a aquellas melodías omnipresentes en las bandas sonoras de ciertas películas españolas de los primeros años setenta -sadabada bada ba-, y es que en el resultado musical de los 'swingle' vive una historia que comenzó hace ya cuarenta años. Desde entonces hasta ahora siguie funcionando la curiosidad por conocer cómo suena Bach cuando en lugar de ser interpretado al órgano se realiza únicamente con la voz. Y suena bien, sin entrar en purismos ni otras categorías vecinas. De hecho el nacimiento de esta formación se produce en una época en la que Bach es recuperado -tal vez descubierto- por músicos de jazz como el pianista Jacques Loussier, que visitó el F.I.S. hace unos años, o The Modern Jazz Quartet. Se produjo un encuentro entre las músicas populares y la culta que llegó a calar hasta en The Beatles y que, en definitiva, es el argumento que nos explica mucho de la inmortalidad del la obra del músico alemán: contiene estructuras sonoras, armónicas y melódicas que en sí son eternas.

Pero regresando al concierto que nos ocupa, apuntar que el repertorio de la formación nacida en francia ha ido creciendo para prestar, en los últimos tiempos, una especial atención a composiciones procedentes del musical americano o el jazz. También han incorporado a sus espectáculos sonidos brasileños y, como sorpresa final en forma de 'bis', otras músicas más rítmicas y comerciales.

La puesta en escea tabién es imaginativa, sin excesos y con un gesto contenido pero dotado de un sentido del humor muy agradable. Incluso, mirando su actuación desde un punto de vista pedagógico, en algunos de los temas escuchados -y vistos- la colocación de los intépretes sobre el escenario era, simplemente, un delicioso análisis estructural de cada una de las piezas. Musicalmente el conjunto es una suma de excelentes solistas, cosa que demostraron sobradamente en intervenciones individuales de cada uno de ellos arropados por los acordes vocales del resto.
Decir, por último, que el concierto tuvo un doble financiación, pues además de la participación de la Cámara de Comercio también debió estar patrocinado por los propios integrantes de este grupo pues, a cada poco, se encargaron de insertar sus pequeñas cuñas publicitarias para convencer al auditorio de que, al salir del concierto, no olvidaran comprar alguno de sus discos. ¿Saben? Me recordaba a la parodia que Les Luthier hacían del telepredicador Warren Sánchez: "por suerte tenemos el libro “Warren tiene todas las respuestas” que ustedes pueden adquirir en el puesto instalado en el hall del teatro".

lunes, agosto 18, 2003

“Últimamente...”

Últimamente, cuando releo los comentarios que habitualmente les escribo en las páginas de este periódico, me empiezo a sospechar como el prototipo del crítico de tebeo, gruñón y malencarado al que, por sistema, nada de lo que ve le satisface. Nada más lejos de mi intención, se lo garantizo, que evitar el disfrute cada vez que acudo a un espectáculo con la única finalidad de pasarlo bien y disfrutar con la sorpresa o la emoción que la música –o el teatro, o la danza- puedan provocarme y después, en un ejercicio ciertamente vanidoso, escribir lo que aquello pudo parecerme.

Pero sucede que últimamente, en no pocas ocasiones, la frustración es el común denominador de propuestas que sobre el papel prometen ser fascinantes y más tarde, al levantarse el telón del directo, quedan diluidas en agua de borrajas. Les hablo en este caso del concierto ofrecido dentro de la 52 Edición del Festival Internacional de Santander el pasado domingo, en el que se interpretó la ‘Misa de Gloria’ de Mascagni y el se estrenó en nuestro país de la ‘Misa Tango’ de Bakalov. Dos obras hermosas y bien distintas pero que tuvieron en sus intérpretes una difícil barrera para llegar a nosotros.

No me refiero especialmente al no haber contado con una orquesta más completa y tener que conformarnos con las reducciones para piano que, en el caso de Mascagni, dificultaron el encuentro con las amplias líneas melódicas escritas por el autor de ‘Cavalleria Rusticana’. Tampoco, especialmente, a la mediocridad de los solistas vocales salvando honrosas intervenciones muy puntuales y escasas. Ni, tampoco especialmente, al poco empaste, gracia y efectividad de un coro –el del Festival de Emilia Romagna- que más parecía una agrupación parroquial que un conjunto de prestigio. Me refiero al conjunto de una propuesta que tendría que haber sonado para el espíritu –dentro de la interesante propuesta internacional que englobaba este concierto bajo el lema ‘Los Sonidos del Espíritu’- y que, para quien les escribe, sirvió como argumento para distraer su atención contando el número de cantantes –creo que eran cincuenta y cinco- y la cantidad de focos que alumbraban la Sala Argenta. Un aburrimiento injusto, pues la calidad de las obras no lo merecían y el público de la sala –que a pesar de todo aplaudieron un montón, incluso cuando no es habitual hacerlo- mucho menos.

Buscando lo mejor de la noche, más allá de la indudable categoría de las composiciones, me quedo con el bandoneón muy expresivo de Hector Ulises Pasarella, con el solo de violoncello del ‘Qui sedes’ –creo recordar que era en ese momento- de un joven y afinado Claudio Casadei. Y, sobre todo, me quedo y me reservo la ilusión de buscar emociones noche tras noche con las propuestas artísticas que el azar o los programadores pongan al paso.

domingo, agosto 17, 2003

“Las paredes mejor amuebladas para la escucha”

Dicen que no hay dos sin tres, pero también que a la tercera va la vencida. Y algo de ambas suposiciones sucedió en el concierto de la Orquesta Nacional de Lituania ofrecido por el Festival Internacional de Santander el pasado sábado en la Sala Argenta.

Tras el extraño sabor de boca –o de oídos- dejado en sus anteriores comparecencias, la formación letona logró momentos muy interesantes en su visión de la Sinfonía Nº 5 de Shostakovich. No en su primer movimiento, en el que volvimos a encontrarnos con momentos de extrema confusión de la masa sonora, pero sí en el desarrollo posterior de la misma. Tal vez la sensación más repetida para con la Nacional de Lituania es el de encontrarnos con planos sonoros que no terminaban de compatibilizar los unos con los otros, llevando caminos bien diferentes –insisto, en el primero movimiento de esta obra sobremanera- entre cuerda, maderas y metal. Pero con la evolución de la obra también se asentó la orquesta para terminar recibiendo un merecido aplauso que creció aun más con los bises elegidos. Terje Mikkelsen manejó a los suyos con atención y, en las postrimerías del concierto, con ameno y divertido gesto. Encontraron finalmente el sonido y funcionaron como debieran haber hecho todos estos días.

Pero tal vez el mayor reclamo de aquella velada –¡y miren que siempre es un reclamo importante escuchar a Shostakovich!- estaba en el reencuentro del público de Cantabria con el genial violoncellista Misha Maisky. No defraudó en absoluto las expectativas levantadas por uno de los instrumentistas más brillantes y espectaculares de los últimos tiempos. Realizó el concierto de Dvorák con entrega absoluta y un sonido extremadamente impactante. De su instrumento brota una voz clara que recita los pasajes de la obra con un amplio abanico de emociones. Desde el torrencial virtuosismo exigido en muchos momentos hasta el lamento –casi el llanto- de las cuerdas frotadas en otros tantos. Y como complemento una forma de interpretar igualmente cargada de eléctricos movimientos que arrastraron y arroparon a quienes escuchamos. Como propina una pieza de Bach que, lejos de los fuegos artificiales otras veces buscados para las obras fuera de programa, nos transportó a una intimista estancia en la que el matiz y la delicadeza decoraban las paredes mejor amuebladas para la escucha.

Maisky ha logrado, a fuerza de trabajo, conciertos y ediciones discográfica, trascender el ámbito de su instrumento para convertir su música en él mismo: nadie puede tocar el cello como él lo hace. Y no me refiero a calidad o técnica, sino simplemente a un lenguaje propio.

sábado, agosto 16, 2003

“Concierto des-conciertos”

El Concierto de Conciertos anunciado para el Festival Internacional de Santander tuvo lugar el pasado viernes en la Sala Argenta del Palacio de Festivales con un resultado un tanto irregular.
Comenzó la noche con el estreno en España del doble concierto de Franz Danzi, una obra sin excesivo compromiso y trascendencia y en la que los dos solistas tampoco derrocharon demasiada entrega e intenciones.
El estreno del segundo concierto para piano de González Acilu nos presentó una obra laberíntica en la que encontramos grandes momentos de inspirada orquestación e impacto junto con otros que más parecían una suerte de catálogo histórico de las formas de hacer música para gran orquesta a lo largo del siglo XX. Así con todo descubrimos una pieza rotunda y compleja, grande en concepción e igualmente ambiciosa en desarrollo, de esas que exigen más de una escucha para abarcar los complicados mecanismos creadores empleados y todo su mensaje para con el público.
Andrea Bacchetti, pianista encargado de realizar el estreno, solventó con eficacia la partitura, auque el sonido de su piano quedó en no pocas veces sepultado por una masa orquestal que no lo era tanto. De hecho, al comienzo de la segunda parte del concierto, con las Variaciones Sinfónicas de Cesar Frank, se hicieron más que evidentes estas carencias en cuanto a potencia ofreciéndonos una obra que pasó un tanto desapercibida para todos.
Por último el homenaje a Jesús de Monasterio en forma de su Concierto de Violín a cargo de Leticia Muñoz. La obra es realmente hermosa y la técnica y expresión de la joven violinista fue el perfecto instrumento para recuperarla para el escenario. Lo que no acabo de comprender es el motivo por el cual la intérprete ofreció un ‘bis’ que nada tenía que ver con el centenario del músico cántabro ni con el espíritu del propio concierto: ¿cuatro solistas y tan solo uno de ellos ofrece un bis? Además, ya saben, fue una de esas propinas preparadas de antemano y que sirvió a la intérprete para demostrar un lucimiento técnico –que arrancó los bravos y sí fue tal- que tal vez el concierto de Monasterio no contenía en grado sumo, o al menos para ella. Un cierto desconcierto, para quien les escribe.
De la Orquesta Nacional de Letonia me resisto a decir mucho. Tal vez porque me sentí defraudado cuando la escuché desde el foso en el ballet de Coppelia y tal vez porque en la noche del viernes tampoco alcanzó los niveles exigibles en cuanto a potencia, coherencia y dirección para una formación heredera de toda una tradición orquestal de gran sonido, presencia y coordinación. Pero, imagino, que esos eran otros tiempos.

jueves, agosto 14, 2003

“Concierto de conciertos en el Festival Internacional de Santander”

Bajo el lema ‘Concierto de Conciertos’ el Festival Internacional de Santander ofrecerá en la noche de hoy –en la Sala Argenta del Palacio de Festivales- un atractivo programa integrado por cuatro conciertos de bien diverso estilo y carácter: el ‘Concierto para flauta, clarinete y orquesta’ de Franz Danzi que sonará por primera vez en España, el estreno absoluto del ‘Concierto nº 2 para piano y orquesta’ de Agustín Gonzáles Azilu, las ‘Variaciones Sinfónicas’ de Cesar Frank y el ‘Concierto para violín y orquesta en Si menor’ de Jesús de Monasterio, que se interpretará en el año que conmemora el primer centenario desde su nacimiento. Los solistas responsables de estas obras serán Darko Brlek, clarinete, Massimo Mercelli, flauta, Andrea Baccheti, piano y la joven Leticia Muñoz con el violín todos ellos acompañados por la Orquesta Sinfónica Nacional de Letoniabajo la batuta de Terje Mikkelsenn.

Con este concierto se llega al ecuador de la 52 edición del F.I.S. “con un derroche de contenidos en una jornada de lujo”, tal y como apuntó el director del encuentro, José Luis Ocejo, en la presentación a los medios de los protagonistas de este día.

Darko Brlek, que además de solista es el director artístico del Festival Internacional de Ljubljana y vicepresidente de la Asociación Europea de Festivales recordó sus anteriores visitas a nuestra ciudad, resaltando la organización del festival santanderino al que calificó como “uno de los de más calidad de Europa” y el “orgullo de la Asociación de Festivales”, reservándose hablar sobre la música que interpretará esta noche e invitando a todos a participar de su escucha.

Massimo Mercelli, director artístico del Festival Emilia Romagna, visita por primera vez nuestra ciudad. Del mismo modo que su compañero, recalcó el papel que tiene Santander como “punto de referencia para los festivales de toda Europa”, resaltando la unión de los tres encuentros –Santander, Emilia Romagna y Ljubljana- en un proyecto conjunto auspiciado por la Unión Europa de entre un total de quince mil propuestas presentadas. Se trata de ‘Los sonidos del espíritu’, una propuesta en la que, diversos países, acogen propuesta musicales que abarcan desde la música sefardí hasta obras contemporáneas, como la ‘Misa Tango’ de Bakalov –que podremos escuchar el próximo sábado en Santander- o ‘El canto del Sol’ de Sofìa Gubaudulina. “Hemos buscado qué es lo que había en común entre los diversos países participantes y la respuesta estaba en ‘el espíritu’, la espiritualidad nos desde una perspectiva religiosa sino desde el punto de vista de la versatilidad que existe en todos tiempo y en todos los países”.

Sobre el concierto de Danzi, que Mercelli interpretará junto a Darko Brlek, resaltó el carácter de estreno en España –a pesar de tratarse de una obra contemporánea a Mozart- y de un autor que, a pesar de ser violoncellista, “escribió un gran número de obras para instrumentos de viento”.

El compositor Agustín González Azilu glosó el origen de la obra que hoy se estrena, un encargo del propio Festival Internacional de Santander que nació tras “una conversación sobre la producción pianística actual mantenida con José Luis Ocejo en el año 1999”. De ella dijo que es una respuesta “a modo de réplica” a su primer concierto para piano compuesto en los años 70. Una evolución que traduce el cambio sufrido por los compositores de su generación “que tras asimilar una cultura tonalista dentro de unos principios de radical serialismo” llegan al desarrollo de “una conciencia de signo estético marcadamente amemorística”, en la que la aplicación de la ciencia estadística en las labores compositivas surge como forma de alcanzar “el control de la no memoria”.

El pianista Andrea Bacchetti, encargado del estreno de la obra de Acilu, y que además interpretará las ‘Variaciones Sinfónicas’ de Cesar Franck, agradeció la oportunidad de presentarse en este Festival con un estreno absoluto “de un compositor que no conocía hasta ahora. Es una oportunidad educativa para un joven intérprete”. De la obra a estrenar valoró su carácter contemporáneo y su contrapunto con la pieza de Frank que precederá a la audición de la misma.

La joven violinista Leticia Muñoz, encargada de interpretar el ‘Concierto para violín” de Jesús de Monasterio, calificó de “un auténtico placer la posibilidad de promocionar” la música de este autor, extrañándose de que “este concierto no se haga en España habitualmente”. Ella misma ha realizado varias interpretaciones del mismo contemplando la posibilidad de realizar una grabación del mismo y una gira que sirva para difundir la obra del compositor cántabro. “Es un concierto de violín clásico a la altura de cualquier otro, como el de Mendelssohn o Beethoven”.

miércoles, agosto 13, 2003

“Intrascendente Coppelia”

El Ballet de Shanghai trajo al Festival Internacional de Santander una ‘Coppelia’ muy clásica pero que poco nos dijo de una compañía que, a tenor de lo anunciado y de la opinión de la crítica especializada, prometía muchísimo más.

Los presupuestos artísticos de la compañía sentaron sobre las tablas de la Sala Argenta una concepción del ballet dotada de un estilizado sentido de las formas no exento de cierta elegancia. Tanto los solistas como el cuerpo de baile gozaban de una excelente salud técnica, pero en el contexto del argumento del ballet romántico ofrecido faltaban muchos puñados de emoción y coherencia en una narración que, sobre el papel, exige a los bailarines una entrega dramática más eficaz y coherente. Excesiva seccionalidad en los enlaces entre movimiento y pantomima hicieron distanciarnos de la propuestas para, lamentablemente, quedarnos exclusivamente con las carencias de la compañía.

Tal vez sea poco elegante recordar el traspiés de la solista Fan Xiaofeng al final del último acto, pero lo que sí merece comentario aparte es el carácter de Su Shenyi en un ‘Franz’ que era incapaz de terminar sus piruetas clavado en el suelo; un protagonista que se diluyó en sus propia falta de emoción y entrega. Si tenemos que buscar los mejores momentos de esta propuesta hemos de hacerlo en algunos párrafos del segundo acto, considerando el tercero de ellos como prescindible por la falta de interés en lo artístico que recibimos en él.

Para los números corales el escenario de la Argenta se quedó pequeño, agobiando el espacio necesario para apreciar el lucimiento de un cuerpo de baile grande y que necesitaba respirar en muchos de los número en los que participaba al completo. Por su parte la orquesta –¡cielo santo!- no ayudó en los más mínimo con una interpretación de la partitura de Leo Delibes a la que la faltó empaste, afinación y tino.

Los decorados, recuperados del original de Daran, y el vestuario de esta ‘Coppelia’ correspondían con lo anunciado en el regreso a la escena del último de los grandes ballets románticos. Tal vez hubiera sido mucho más interesante conocer las propuestas de ballet asiático que tiene esta compañía –títulos como ‘Amantes mariposa’ o ‘La mujer de los cabellos blancos’-, en lugar de tener que conformarnos con una obra con poca sustancia que, siendo sinceros, nos dejó del mismo modo que entramos a la sala: sin aportación alguna.

Evidencia de esta situación la encontramos en un público habitualmente entregado en cuerpo, alma y aplausos al ballet clásico y que en la noche del martes dejó más de un saludo de los bailarines sin la recompensa en forma de palmas –en la danza de Coppelia/Swanilda muñeca, por ejemplo- y que tampoco ovacionó como suele hacer en otras ocasiones después del último telón. Qué lástima.

lunes, agosto 11, 2003

“El Arco Iris de Robert Willson”

Uno de los momentos más esperados de la 52 edición del Festival Internacional de Santander tuvo lugar la noche del pasado sábado en la Sala Argenta con la presentación de la ‘ópera gospel’ La Tentación de San Antonio. Una idea escénica de Robert Willson con la música original de Bearnice Johnson Reagon.

El espectáculo funcionó a la perfección, tal vez con la necesidad de haber contado con un sistema de traducción simultánea o de haber dedicado algo más de tiempo –por nuestra parte- a leer el libreto que desarrollaba la novela homónima de Flaubert. Un freno que nos impidió sumergirnos en las profundidades de una obra que, aparentemente ligera por la complicidad y ritmo de su música, esconde en su interior una reflexión amplia y profunda sobre el ser humano, la religión y la búsqueda de un ideal –sea el que sea-.

El espacio escénico se presenta desnudo pero con multitud de colores que, en forma de luz, visten y desvisten la escena una y otra vez, convirtiéndose este elemento en un indispensable para acercarse a la obra. Luces que, en ocasiones, son simbólicas en un perfecto complemento con el texto y que en otras caminan de la mano de la música. También tuvimos luces más confusas por su repetición y saturación, imagino que también con su parte de mensaje.

El carácter minimalista de las creaciones de Willson deja que sea el conjunto de la propuesta la que se integre en nuestro entendimiento, como si de un cuadro puntillista se tratara la acción, la música, los personajes y el color forman un todo que construye el espectáculo. Pero entre el conjunto se esconden pequeños detalles con los que sorprenderse y disfrutar en la presencia genial de Willson: la pose de unas manos, una marioneta que crece conforme se acerca a nosotros para convertirse en la Reina de Saba de carne y hueso, el anciano como encarnación futura del santo eremita...

La dirección de actores es, también, otro gran elemento de su trabajo. Estamos ante una producción en la que todo está cuidado al milímetro. Nos da la sensación de que cada uno de los dieciséis cantantes/actores que deambulan por la escena están en el lugar exacto que deben de estar en cada momento. Los continuos movimientos, apariciones y desapariciones de todos ellos se suceden con naturalidad y gusto, con la simplicidad de lo profundamente elaborado y estudiado. En los últimos minutos la escena se transforma en algo más opresivo, se nota el peso de su presencia constante y se nota el peso de la propia pasión de San Antonio. Angustia vital, búsqueda descarnada.... la presencia de parte de la verdad en la forma de Hilarión conduce al personaje hacia la duda en sus propia convicciones. Una interesante reflexión de Bernice Johnson Reagon que no se limita a recrear el texto de Flaubert sino que “recrea” su propio punto de vista en variaciones interesantes y muy intensas. ¿Por qué la tentación para un hombre ha de ser una mujer, y no otro hombre? ¿Dónde está Dios? ¿En el alma? ¿No puede estar también en el cuerpo?

La música es arrolladora y constante. Partiendo del espiritual coral aparecen desgranados cantos y ritmos procedentes de toda la tradición musical heredera del primitivo canto de los esclavos: soul, cierto sonido funky, rithm and blues, gospel... Las voces de todos los cantantes –que actúan y que bailan- son sorprendentemente perfectas, cada una de ellas digna de ser solista y que en la conjunción del grupo logran desarrollar una partitura muy cuidada.

Un espectáculo distinto y sorprendente. Una aventura que rejuvenece al Festival Internacional de Santander que cada vez que nos trae propuestas ‘distintas’ –con todo lo que esta palabra puede significar.- logra éxitos y coherencia para con el presente.

domingo, agosto 10, 2003

“Cosas de casa”

Se estrenó en el Palacio de Festivales la obra de teatro ‘Como en las mejores familias’, una comedia escrita por los actores Agnès Jaoui y Jean-Pierre Bacri logrando llenos absolutos en sus cuatro funciones santanderinas.

El indudable tirón mediático de sus personajes es una buena tarjeta de presentación para atraer al público a la sala. Pero una vez que se cierran las puertas y comienza la obra lo importante está no en los rostros más o menos conocidos de sus actores sino en el interés de un texto realmente fantástico y en el gran trabajo que desarrollan todos los protagonistas. No lo tienen fácil; me refiero a que sobre sus hombros descansa un carga de la que han de despojarse poco a poco. La de ser rostros conocidos y la de haber coincidido en una de las series televisivas más popular de los últimos años: ‘Siete Vidas’. De esta forma una cierta confusión sobrevuela en los primeros minutos sobre la sonrisa del respetable. ¿Esto es gracioso? ¿Ahora vendrá el ‘gag’ al que estoy acostumbrado? ¿Qué pasa? ¿Cuándo empieza la serie?

Y como no hay mal que cien años dure ni corazón que sea capaz de no conmoverse e implicarse en esta historia, al poco desnudamos de ‘prejuicios’ a los actores y les vestimos con sus nuevos ropajes, les caracterizamos como Philippe, Henri, Denis... Bueno, esta operación la hacen ellos mismos en una identificación que corresponde a su oficio: el de actores. Entonces vemos que el acento de Javier Cámara es un afrancesado invento, que el mal genio de Gonzalo de Castro pertenece a un colérico y repudiable personaje, que Blanca Portillo no necesita ningún histrionismo pues el guión no se lo exige. Y nos lo creemos, y dejamos de tener cargada nuestra carcajada a punto de su disparo como haríamos frente a la televisión para que sea la historia que se está contando la que nos haga reír o llorar o lo que sea. Y lo que es y acaba siendo tiene mucho de emoción.

Había dudas y temores por parte de quien les escribe. En no pocas ocasiones nos enfrentamos a propuestas teatrales en las que se quiere aprovechar el nombre televisivo de algunos de sus personajes para llevar al público a la sala y que allí vean lo que ya conocen de la ‘caja tonta’ –o lista, ya me entienden-. Pero en este caso, nada de eso ‘chatines’ –que diría el otro-, la compañía que se nos presentó tiene las cosas muy claras y su propuesta es muy seria. Fuera encasillamientos y falsas pretensiones para abrir las puertas a un teatro interesante, con algo que decir y sobre todo interesante de ver. Esta comedia es algo muy serio.

Como les comentaba más arriba, todos los actores de esta producción están magníficos, creando una propuesta coral en la que nadie destaca sobre nadie sino que se integran en un organismo articulado por un guión de lujo traducido al castellano con la participación de uno ellos –Pau Durá-. Supongo que eso les ayude a hacer el texto más suyo aunque indudablemente en modos y maneras no se ha querido dejar pasar un toque ‘francés’ en el ambiente y relaciones que acontecen en la escena.

La dirección de Manel Dueso es inteligente pero nada artificial. Mecanismo escénicos que están presentes pero que pretenden ofrecernos lo cotidiano bien narrado para que sea interesante. Se logra el objetivo con creces y para los que recordamos la película de Bacri se nos ofrece un ‘algo más’ que nos impide decir “me gustó más en el cine” o todo lo contrario.

Imaginamos que el éxito está asegurado, el cebo es –con perdón- de inmejorable calidad para lograrlo. Y una vez atrapado ese público la recompensa seguro que no les deja indiferentes. ¿Volveremos a preguntarnos ante un espejo sobre la muerte del teatro? En este caso, ni de broma.

viernes, agosto 08, 2003

“A golpe de los golpes”

El primero de los espectáculos que integrarán el ciclo de Ballet del 52 Festival Internacional de Santander llegó el pasado jueves al Palacio de Festivales de la mano de la Compañía de Danza Georges Momboye para presentar su creación ‘Adjaya’.

Se trata de una propuesta que combina los ritmos hipnóticos de la música popular africana –desde Costa de Marfil para ser más exactos pues África es muy grande y bien diversa- con el movimiento de ocho bailarines que generan diferentes conceptos de la danza. Sobre el escenario vemos frenéticos ritmos folclóricos –evito decir tribales por decantar un poco el lenguaje y ser justos con la globalización cultural que defendemos pero que, en ocasiones, olvidamos respetar- que se desarrollan al lado de elementos de la tradición del ballet más clásico, más contemporáneo e incluso del ‘break-dance’. En este último estilo uno de los integrantes de la compañía –de blanco inmaculado- parecía sugerirnos el presente del ‘como bailar africano’ en un contrapunto que tenía por fondo sus propios orígenes.

Un ‘perpetuum mobile’ sonoro se articula en ciclos, casi biorrítmicos, de subidas y bajas en intensidad y potencia. De la calma al movimiento, del detalle a la exposición más visceral y expresiva que parecía arrastrarnos a todos hacia el centro del escenario. Cautivadora forma de ir contando estos sueños –‘Adjaya’ significa sueños en la lengua originaria de Momboye- y de ir conquistando poco a poco a un auditorio entregado y que disfrutó con este espectáculo y terminó, como no, cantando y bailando al ritmo de sus propios aplausos.

Y si nos gustó la danza, mucho más nos cautivó el sonido. Tal vez el movimiento coreográfico pecaba de esquemas formales sencillos que evolucionaban de forma previsible. No así cada uno de los bailarines que sorprendieron en todo momento en modos y maneras de mucha potencia y desgaste, casi acrobáticos –sí del todo gimnásticos- y de forma especial el propio Momboye, articulando movimientos imposibles. Fascinante una de sus intervenciones en la que, con la parte superior del cuerpo detenida lograba separar la coordinación para con sus pies que se movían frenéticos en una imagen que difícilmente se perderá de nuestra memoria.

Pero les decía que el sonido se quedó muy dentro nuestro. Una sección de percusión asombrosa y las intervenciones vocales de Aíssata Kouyatelograron, a pesar de la pésima sonorización del directo, una comunicación inmensa con el público y los bailarines. Ni un instante para el silencio, ni un momento de vacío para marcar a golpe de los golpes el latido de todo un espectáculo.

Sobre el escenario un cesto de mimbre y un cuenco de barro. Tal vez dos metáforas de todo un continente: África como símbolo de algo hecho con las manos y secado por el sol. Con identidad suficiente para, a pesar de que otros hayan robado, comido, quitado su interior –el cuenco estaba vacío y nada supimos del interior del cesto- seguir firme y desafiante, defendiendo la cultura propia como bien indispensable, como esencia misma de todo un pueblo, de muchos pueblos. Disculpen este desbarre, pero a veces me gusta leer de Javier Reverte sus andanzas africanas.

Por comparar, ya saben que a la mente le gusta ir por caminos propios, el conjunto de la escena y algunos de los movimientos me recordaban a ciertos espectáculos flamencos en los que las siluetas de los músicos se recortan sobre el fondo y frente a ellos, casi de forma casual, los bailarines ponen movimiento a una música que parece improvisada. Y en el fondo sí es lo mismo, la cultura popular –tamizada por el filtro europeo que en parte homogeniza el resultado- en un flechazo directo al profundo más intimo de nosotros mismo: a esa memoria que perdemos a borbotones pero que nos recuerda, en momentos así, lo que somos. Ni más ni menos.

miércoles, agosto 06, 2003

“¡Con lo que me gusta el tango!”

¡Con lo que me gusta el tango! ¡Y además con cuentos de Borges! Una mezcla que sobre el papel era tan apetecible... Más –pero, sin embargo- los destinos del arte y la coincidencia de criterios nos jugaron una mala pasada. No era suficiente con amar el tango o disfrutar leyendo a Borges, había que ser incondicional de Hanna Schygulla para digerir y tolerar el espectáculo que nos presentó el pasado martes el Festival Internacional de Santander en una Sala Argenta a medio llenar.

“Malena canta el tango
como ninguna,
y encada verso pone
su corazón”

¿Porqué? Tal vez la causa de este lamento haya que buscarlo en el registro forzado, jadeante y poco variado con el que se dieron los textos. Puede que en el exceso de dramatismo, casi a la manera de una tragedia griega en plan esperpento, que envolvió toda la obra, o en las modulaciones constantes de la voz cantada que no parecía querer sosegarse ni por un segundo. Quizá –quizá, quizá- en el movimiento escénico más cómico que efectivo, casi torpe.

“acude a mi mente
recuerdos de otros tiempos,
de los bellos momentos
que antaño disfruté”

Claro que luego está la otra parte. La del respeto debido a “la Schygulla”, por ser quien fue y no entender estos momentos. Por eso rebusco en mi propio criterio el error en la apreciación, y quiero estar confundido de todo en lo sentido Y poca emoción fue la recibida. Hace unos años disfrutamos con la presencia de Hanna sobre el escenario de la Sala Perda, seducidos por su voz tan cercana, con una fuerza escénico de un repertorio –en lo vocal y en lo dramático- que la venía como anillo al dedo. En el cambio de Brecht por Borges salimos perdiendo los espectadores.

“al mundo le falta un tornillo,
que venga un mecánico
pa’ver si lo puede arreglar”.

En lo musical, la presencia de Peter Ludwig y Peter Wöpke, ofrecieron retazos de un concierto en el que las piezas ‘tangeras’ firmadas por Ludwig se nos desvelaron interesantes reconstrucciones que nos recuerdan a Piazzolla en su libertad armónica y el juego rítmico provocador y evocador de ‘buenos aires’ argentinos. El violoncello, congeniando con el piano en diverso grado respetó también la esencia melódica de estos cantos.

“... en el quinientos seis
y en el dos mil también;
que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos”

Un chasco, más que nada, para los aficionados que acudieron –y acudimos- a la cita con la ilusión de un reencuentro en la fusión que tendría que haber funcionado mucho más. Pero seguiremos escuchado a Gardel, a Maruzzi, a Carlos Montero, a Gidon Kremer, y sintiendo un reverencial respeto por Hanna Schygulla, aunque decepcionados.

“te llamaré en mi adiós,
para pedirte perdón...
y al apretarte en mis brazos
darte en pedazos,
mi corazón”

domingo, agosto 03, 2003

“Laredo y su zarzuela. Aires de fiesta.”

Multitudinaria jornada de zarzuela en la Iglesia de Santa María de la Asunción de Laredo. Y la ocasión no era para menos: una obra de Alfonso Ruiz con ambiente marinero, pejino y la Coral Salvé de Laredo entonando los coros bien sabidos por la gente del lugar. ¿Populismo? ¡Que va! Popular.

El templo se llenó hasta no caber ni un alma, y el público acudía a la cita –primera del 33 Festival de Música Coral y de Órgano, propuesta firmemente fusionada con el Festival Internacional de Santander- con ganas de escuchar “su” música y de pasarlo bien, simplemente. De aplaudir al final de cada número y de cantar en los bises la barcarola laredana.

En la iglesia la Orquesta Filarmónica de Cluj, que empezó sonando algo confusa pero que, poco a poco, cargó su energía con el apoyo del respetable y terminó entregándose de forma irremediable. Mariano Rodríguez Saturio dirigió con corrección y muchas ganas, y los solistas, repartiéndose los roles de la pieza, fueron zarzueleros en formas y estilo –sin menospreciar el término, simplemente usado como adjetivo- arrancando bravos y sosteniendo los finales, casi siempre en fortísimo, para cosechar su trofeo en forma de aplausos.

José Manuel Díaz estuvo firme y potente, Alberto Núñez, con algún despiste, también desplegó un estruendo para nada desdeñable. Itziar Fernández de Tunda –sustituyendo a la anunciada Charo Picazo - cumplió con su cometido con delicadeza y mucho encanto. Carmen Ribera se llevó los más de los aplausos con una fuerza expresiva ganada a fuerza de darlo todo. En todos los casos, no hay felicidad absoluta ya saben, faltó algo más de oficio, o preparación o gusto, en los textos recitados. Locuciones sosas y en un estilo que, mirado desde otra perspectiva, bien pudiera ser asimilado con aquellas compañías de zarzuela que decenas de títulos en su maleta, recorrían los pueblos de nuestra geografía. Recitados de colegio, vamos.

Se trata de una obra sencilla, sin pretensiones y llena de lugares comunes propios en su género. Coplas, jotas y demás bailables junto a romanzas más líricas y melosas. Una partitura que, tal vez en otras latitudes pasaría completamente desapercibidas. Pero aquí, y más en este escenario gustó y mucho. Como gustó la Salvé de Laredo, esperada y respetada... casi venerada por todo un pueblo.

Jornada, repito de mi comienzo, de zarzuela y sobre todo de pueblo. Y no viene nada más que, en un mundo repleto de convenciones, la música encuentre en el público un fiel destinatario alejado de abrigos de pieles y falsas pretensiones de ser cultura. No viene nada mal recuperar el espíritu que tuvo en su momento el género propio –el chico, el grande, el sainete o la zarzuela- con escuchas y aprendizajes que convertían las partituras escritas en memoria del pueblo y la memoria musical de siempre en notas sobre un pentagrama.

Varios micrófonos recogieron la música y, a buen seguro como sucedió con La Galerna, su futurible edición en disco compacto hará que Alfonso Ruiz vuelva ser actualidad; o empiece a serlo. Y si es que el pop, con sus esquemas simplones y poco elaborados, logra toda la atención del comercio y los medios los argumentos musicales de estos títulos –un pop de hace muchos años- tiene más que de sobra para lograr lo mismo. Aires de fiesta para Laredo y una de sus zarzuelas.

sábado, agosto 02, 2003

Trío de Robertos y un as de ‘Domas’

El Festival Internacional de Santander comenzó su edición número 52 con la representación de la ópera de Verdi ‘Simón Boccanegra’. Un título poco frecuente para este tipo de eventos pero que funcionó a las mil maravillas gracias a la cuidada elección de las voces participantes en la ópera.

Se trata de una producción con una vestimenta escénica de las ‘de siempre’ que permite, en parte, que el protagonismo lo tenga de forma casi absoluta la música escrita por el maestro de Roncole. Finalmente pudimos aplaudir sin ‘peros’ la siempre ambiciosa ópera inaugural del F.I.S. que respondió a las expectativas –otras veces no cumplidas- que relaciona a los grandes nombres de la lírica con grandes resultados sobre las tablas. Así se espera siempre y así sucedió en la noche del viernes.

Los cuatro protagonistas del denso drama redactado para la escena por Piave y luego revisado por Boito desgranaron sus magistrales registros en un entendimiento mutuo cargado de expresión dramática. Una relación escénica que funcionó y ayudó a sumergirse emocionalmente en la acción que, a pesar de desarrollarse en la Italia del XIV y en coordenadas políticas y sociales que nada tienen que ver con nuestro tiempo, se nos hizo muy cercana.

Cristina Gallardo Domas, bien conocida por el público del Festival Internacional de Santander gracias a sus recientes apariciones en la versión en concierto de Fausto y el Stabat Mater de Rossini, nos envolvió con su voz bien llena de matices y con unos más que hermosos giros dramáticos en el grave. Hizo una Amelia convincente y muy humana, pasional y viva para nosotros. Roberto Frontali, Boccanegra por primera vez en su currículo, supo apoderarse de la escena con intervenciones brillantes y que no cayeron en el pecado del exceso. Potencia y sentido, pero sobre todo diálogo en una perfecta integración con el resto de los elementos.

Roberto Aronica, el tenor de este drama, tuvo que medir su timbre con otras voces profundas y muy potentes. Ya saben que el registro del tenor, a pesar de tener asignado habitualmente el rol de galán y protagonista romántico en la lírica, raras veces encuentra correctas encarnaciones y que suelen deslucir cualquier producción. ¡No hay tenores!, que diría alguno, pero en este Boccanegra sí que encontramos uno, y muy bueno.

Pero el mayor aplauso del público e indudablemente el intérprete que se llevaba la escena a su terreno fue el bajo Roberto Scandiuzzi. La experiencia de su oficio le permite moverse en el rol de Fiesco a las mil maravillas, pero más allá de todo esto –la del viernes fue su representación 277 de Boccanegra, que ya son- cautiva con todos los elementos deseables en una velada como la que nos ocupa: afinación, potencia, expresión, drama, escena...

La orquesta estuvo correcta, con algún desatino nada relevante y con la eficacia esperada para una formación de foso. Cedió el protagonismo a la voz y la batuta de Antonello Allemandi así también lo quiso.

El coro, una suma del Lírico de Cantabria y el Filarmónico de Cluj, también funcionó con su magna presencia dentro y fuera del escenario. Una agrupación grande, imagino que casi con cien voces, que controló las dinámicas para impresionarnos con los registros más extremos cuando así fue necesario. Ya les digo, mucha emoción gracias a esta música.

La dirección escénica y el decorado Petrika Ioneko parecía que iba a ser más controvertido. Pero viendo el desarrollo de la ópera en su conjunto funcionó sin excesivas trabas. Tal vez sea cierto que los añadidos simbólicos en forma del espectro de María difunta o las cuatro figuras religiosas que navegan cerca de Fiesco no son más que una carga que, si bien sobre el papel o en los primeros momentos puede gustar, luego no funcionan sino como un estorbo que no es excesivamente molesto. Los últimos momentos del drama, con dos cuerpos que se precipitan a un mar que casi no aparece, provocan un distanciamiento no muy deseable.


En resumen, un póquer de ases que lograron, con una partitura que no engañó al público en el lucimiento, una jornada de ópera inolvidable y difícilmente igualable. ¡Que digo póquer! Si me permiten el juego de palabras, la jugada maestra fue un trío de Robertos y un as de ‘Domas’.