Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

domingo, octubre 30, 2005

"Nada sucede..." (Alerta 30-X-05)

‘El Zoo de Cristal’, de Tenessee Williams, fue la propuesta teatral que el Palacio de Festivales nos ofreció este fin de semana con la participación escénica de Critina Rota y María Boto, madre e hija en la vida real y en la ficticia de esta obra, de Luis Tosar y de Juan Carlos Vellido. Una obra autobiográfica que se ha convertido, con el paso del tiempo, en un clásico del teatro del siglo XX.

Dijo el crítico Brooks Atkinson que ‘en “El Zoo...” nada sucede, salvo que una madre hace un esfuerzo, sin éxito, con el propósito de encontrar un pretendiente para su hija’. Y más o menos esta fue la sensación experimentada por el que les escribe tras acudir, el pasado viernes, al estreno santanderino de la obra. Intrascendencia argumental que no lo es tanto, en una producción que tampoco va mucho más allá en la lectura que pretende de este texto. Ellos, los actores, están bien en el trabajo individual de sus personajes, pero echamos a faltar alguna conexión y cohesión entre ellos que hiciera de la escena un organismo y no una suma de voluntades. Puede, en cambio, que el objetivo de la dirección de Agustín Alezzo fuera justamente ese, el de ver la familia que retrata al propio Thomas Lamer Williams –T. Williams- como algo completamente desintegrado.

Cristina Rota elabora una Amanda dulce y entrañable, tal vez demasiado para poder entender la relación de su hijo Tom con ella. María Botto, en cambio, no logra la clave del personaje que en ocasiones parece histriónicamente cómico con su pastoso registro en falsete, en otras languidece sobre el escenario y que olvida su “afición” a los animales de cristal hasta que el texto del guión lo hace obvio para todos los espectadores. Luis Tosar, desde su personal registro, hace de un rudo poeta zapatero, navegando en busca de su personaje sin un rumbo determinado. ¿O si?
La producción en lo que a ambientación musical, escena y vestuario es clásica y articulada en torno a una iluminación que marca el camino de la vista y del propio argumento. Pasamos un rato entretenido; más aún el público que, nuevamente, quiso trasformar la escena en comedia de sábado noche y rió muchas de las gracias que no lo eran tanto: tragicomedia también fuera de las tablas.

viernes, octubre 28, 2005

“Tensión superficial”“ (Alerta 29-X-05)

El Ciclo Jóvenes Valores, que promociona la Fundación Marcelino Botín, nos trajo el pasado jueves al dúo integrado por Jeremías Sanz Ablanedo y Natanael García Ablanedo, violoncello y piano respectivamente, en un concierto integrado por obras de Boccherini, Brahms y Prokofiev.

El desarrollo de una pieza musical, de una idea melódica o de una progresión armónica está basado en diversos capítulos de tensión y tranquilidad que nos conducen hacia emociones igualmente asentadas por momentos más intensos frente a otros de reposo. En el concierto que ahora nos ocupa obtuvimos una abrumadora descarga de tensión en la que no hubo momento para el reposo: desde la primera nota del cello hasta el final de la velada, sobremanera en la primera mitad, los músicos quisieron “forzar la máquina” y manifestar emociones extremas que no hicieron sino cansar el oído del aficionado. O al menos de quien les comenta, pues he de reconocer que muchos fueron los bravos que subrayaron los aplausos y algunos los que acudieron, personalmente, a felicitar a los músicos.
Pero como para gustos están los colores, yo particularmente lamenté que la delicadeza y elegancia del Boccherini quedaran sepultadas por atronadores párrafos musicales, o que el delicado Minuetto –o quasi- de la Sonata en mi menor de Brahms perdiera su gracia en una visión ciertamente atronadora. Con Prokofiev las cosas fueron “un pelín mejor”, aunque la visión de los intérpretes fue confusa y sin una dirección evidente en sus intenciones para con la obra. No quiero cargar las tintas ni resultar desagradable para dos “jóvenes talentos” a los que ya avalan años de experiencia y un nutrido currículum. En el concierto que pude presenciar, olvidando pérdidas y equivocaciones, “sobre el papel” las cosas tendrían que haber ido mucho mejor.

domingo, octubre 23, 2005

“María de Buenos Aires o El Rosario de la Aurora” (Alerta 24-X-05)

Una ópera contemporánea en dos actos para orquesta, es el subtítulo que reza la composición de Astor Piazzolla sobre un libreto de poeta uruguayo Horacio Ferrer. Un suculento menú apetecible a simple vista pero que en la producción que pudimos ver el pasado sábado en el Palacio de Festivales resultó un bocado difícil de tragar.

Todo lo que podía fallar a nivel técnico falló: micrófonos que no sonaban, acoples sonoros estridentes e insoportables, la pantalla de proyección mostrando orgullosa a todos los espectadores el logotipo del DVD en el que venían las imágenes... menudo desbarajuste. Pero lo más desafortunado del asunto estuvo en que, precisamente estos males técnicos, no fueron lo peor de la noche. Lo que no pudimos entender es el concepto de un proyecto escénico caótico en su presentación y desarrollo, en la falta de oficio de los bailarines y de voz de los cantantes. En el cúmulo de desatinos puestos y propuestos para echar por tierra lo único bello que recibimos en las dos horas de función: la música de Piazzolla y los textos de Ferrer.

La música, interpretada en directo, amplificada y dirigida maquinalmente por Andrés Juncos, nos permitió aguantar el tirón del espectáculo y poder sobrellevarlo hasta su término. Sonó con más o menos acierto –disculpando los desafines del primer violín y de la flauta- y nos trajo lo único verdaderamente arrabalero de esta María de Buenos Aires. También hubo algo de tango en el acento y voz de Manuel Callau, actor sobreactuado que hizo de hilo argumental y sobre el que reposaba un tercio de la escena. En su contra Emilia Onrubia y Gustavo Gilbert, él con algo más de tino y ella con estridencias e imposturas que, como era de esperar, no fueron alagadas con el aplauso final del público que, en general, sonó de cortesía salvo en los destinados a los músicos.

De las coreografías poco puedo decir que no suene profundamente desagradable. Pero es que no entiendo que en un espectáculo con dos horas de música basadas en ritmos danzables, en tangos, milongas y contradanzas, no se haya contado con alguien que sepa, de verdad, bailar bien un tango. Pero ya nos avisaba el programa de mano, con pretendida arrogancia ensayando que María de Buenos Aires (¿MBA?) no era un espectáculo tanguero clásico... Ya les hubiera gustado haberse acercado a ello las coreografías de Rolan van Löor y sus bailarines y bailarinas de pantomima.

Incluso el vestuario de Francis Montesinos, ¡presente en la sala pare recibir “sus” aplausos!, parecía extraña y fuera de sitio, o de lugar... o vaya usted a saber de qué. Tal vez de espectáculo.

José Carlos Plaza pudo haber hecho cualquier cosa, pero ha firmado una ópera en la que pocas cosas son salvables, ni tan siquiera la intención. Buscando una tabla a la que agarrarme en lo escénico lo hice en el fragmento inicial de la escena del ‘Domingo’ o en el vestuario del duende de tres cabezas. De lo demás casi hubiera sido mejor no haber escrito nada.

martes, octubre 04, 2005

“Boccherini y sus quintetos para flauta” (Alerta 5-X-05)

La Fundación Marcelino Botín comenzó sus actividades musicales para este curso 2005/2006 con un concierto dedicado a Boccherini en el año que conmemora el bicentenario de su fallecimiento. Zarabanda, la bien conocida agrupación que lidera el flautista Álvaro Marías, fue la encargada de montar un programa con los Quintetos con flauta del genial compositor italiano de nacimiento y madrileño de adopción.

Seis quintetos bipartitos ofrecidos en dos tandas en los que aprendimos como eran esas piezas que, como tantas otras, estaban guardadas en un injusto olvido por parte de intérpretes, promotores y discográficas. La primera mitad decepcionó y aburrió un poco en base a un sonido inestable –bien pudiera ser por el calor y la humedad que tanto afecta a los instrumentos antiguos- y unos tempos lentos y poco expresivos. Faltó en esta primera tanda cierto diálogo y una visión de conjunto, y en conjunto, que sí que tuvimos en la segunda mitad. Los tres últimos quintetos hicieron justicia al autor a las obras y al repertorio con mucha verdad musical y, sobre todo, un sentido común por parte de los cinco músicos de hacer unas interpretaciones con sentido y profundidad.

Se desplegó entonces el Boccherini que andábamos buscando y entendimos el sentir rítmico de las obras en momentos aplaudidos y hasta jaleados por parte del público. ¡Qué bonito es esto!, decía en una perceptible media voz alguien de entre el respetable. Y tenía razón, tras el descanso todo fue bonito, elegante, vital y musical por todos los lados. Una pena que la primera mitad no acompañara una velada que pudo ser perfecta.