Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

sábado, abril 26, 2003

“Contra viento y marea”

El Palacio de Festivales celebró su duodécimo cumpleaños con el estreno absoluto del espectáculo de teatro de calle ‘Voluminaires’ de la compañía Ale Hop. Y el tiempo meteorológico quiso estar presente en esta celebración, primero con la amenaza de agua que obligó a posponer en casi una hora el comienzo del pasacalles y, más tarde, en forma de viento para soplar las doce velas de este aniversario. Y sopló de tal forma que nos quedamos con las ganas de ver los fuegos artificiales que ponían colofón a la propuesta desluciendo, también, algunos de los números acrobáticos de la misma.

Pero el buen juicio de la compañía supo evitar males mayores ofreciéndonos una propuesta adaptada al momento y en la que tuvieron que luchar contra las inclemencias para satisfacer a un buen número de público que, tras la espera, agradeció con aplausos el esfuerzo.

La magia de la compañía, que ya pudimos ver el pasado año en estas fechas con su ‘Lenda’, está asentada en la creación de seres estéticamente impactantes y que cobran vida con una cuidad caracterización y un gesto corporal del todo convincente. En Voluninaires el universo se recrea con seres que buscan su referencia en arácnidos personajes bailando al son del látigo de una curiosa madame, primero colorista luego de un blanco inmaculado, y que desarrollan parte de su dinámica en un arco central que sirve para mostrar evoluciones circenses sobre el trapecio. Sus rostros no tienen rasgos, pero si muchas formas desveladas debajo de la licra en muy sugerentes formas.

Referentes podemos encontrarlo en espectáculos como los del ‘Cirque du Soleil’, en los que también aparecen de la mano imaginativos vestuarios con propuestas circenses y música en directo. En el caso que nos ocupa la pista central –como en aquellos circos en miniatura con pulgas como protagonistas- los insectos eran los que asombraban al público.

La música, en directo, nos recordaba al rock sinfónico de los años 70, pero ahora con un toque de modernidad de la mano del ‘progresive’, en una efectiva combinación de luz, movimiento y sonido. Y así las cosas, contra viento y marea, Ale Hop gustó por todo lo que pudo hacer y, aún más allá, por lo que pudo haber sido. Y es que nuestra ciudad encierra un peligro para los espectáculo de calle en esa incertidumbre climática que puede dar al traste con las más ingeniosas propuestas.

miércoles, abril 23, 2003

“Una locura... bien cuerda”

La Filmoteca de Cantabria volvió a sustituir la habitual imagen proyectada sobre la pantalla blanca de su programación por la realidad interpretada en directo de un espectáculo escénico en su ciclo ‘Jó, que noche!. En esta ocasión con la presencia del tenor Enrique Viana y del pianista Manuel Burgueras y su ‘Locura de un tenor’ que se representó el pasado martes.

La propuesta, perfectamente asimilada por el escenario tan cercano e intimista de la sala de la calle Bonifaz, tenía mucho que ver con la ópera pero mucho más con el café teatro que se distinguía por la irónica forma de plantear sus argumentos. Una suerte de espectáculo sicalíptico que sustituyó los asuntos más atrevidos de esta forma de entender el género a comienzos del XX por el mundo de la música clásica y sus aledaños.

El inteligente guión escrito por el propio Viana es el artefacto literario que engrana las piezas de Bizet, Auber, Gounod, Rossini, Donizetti o Bellini. Engranaje cargado de intenciones y que atrapó al espectador por el camino de la risa –sonrisas y carcajada- en una elegante crítica muy ácida y que funciona a las mil maravillas. Sin tapujos ni medias tintas sino con toda la sinceridad posible que parece emanar de un Enrique Viana que ha volcado en esta propuestas un manantial de intenciones y de ‘espinas que sacarse’ para que otros no se pinchen con ellas. Así, de un plumazo –nunca mejor empelado el término- se pierde el respeto a las convenciones sociales en general y a la ópera en particular además de ofrecer, de una forma distinta, temas del repertorio que son digeridos por el respetable sin problema alguno. Esto hace más grande aún una idea que, de por sí ya lo es. Además de valiente y muy cuerdo.

Musicalmente, nada que objetar; muy al contrario la voz de Viana se fue desvelando en todo su esplendor a medida que las número se sucedieron. Fue actor cuando tenía que serlo y fue voz cuando la partitura hacía acto de presencia. Al piano Manuel Burgueras, que no sólo se limitó a acompañar con su música sino que actuó como contrapunto cómico en el guión dramático.

Si queremos buscar referentes podemos hacerlos en una especie de ‘Les ballets del Trocadero de Montecarlo’ en clave operística, aunque la única referencia a encontrar es el talento creativo de un tenor con ganas de escenario y muchas cosas que decir –y otras tantas que cantar-.

Divertido y diferente, muy entretenido y, también en parte, necesario para abrir nuevas puertas y caminos para llegar a la música clásica. Por un nuevo público –o por más número de él-.

lunes, abril 14, 2003

“Mancha de mora verde...”

Nuevo capítulo de la programación dominical del Aula de Música de la Universidad de Cantabria. En esta ocasión dedicado al repertorio de cámara con la participación del trío integrado por José Mª Murillo, Marina Kolesnikova y Elena Petrova.

Un programa ‘en torno a la B’ –con dos obras escritas en lo tonalidad de Si, mayor y menor respectivamente- y con el estreno del ‘In memorian’ que Antonio Noguera dedica a Julio Jaurena en recuerdo y homenaje.

Hace ahora unos meses que pudimos conocer a esta agrupación de cámara –entonces en formación de cuarteto- dentro del Ciclo de Composición en Cantabria. En aquel momento, desde estas páginas y bajo esta firma, glosamos un concierto poco afortunado que, para quien subscribe, costó cuestionar su imparcialidad al servicio de causas poco nobles.

Pero como las manchas de mora verde con mora verde parece ser que se quitan, justo es ahora reconocer que el trabajo realizado para esta ocasión ha cosechado mejores frutos que en la otra. No tanto en la primera parte, con un comienzo muy indeterminado en el Allegro del Trío de Brahms, pero sí con los dos últimos movimientos del mismo y, de forma especial, con el estreno de Antonio Noguera.

Y tal y como se nos señaló al comienzo de la velada, tenemos que sopesar que la actividad de los integrantes de este trío reparte su tiempo entre su labor educativa y la no poco encomiable tarea de poner en marcha un proyecto de música práctica. Una justificación que de poco vale cuando el resultado no cumple unos mínimos para con el público, pero que tiene su sentido pleno cuando las cosas empiezan a funcionar. Y poco a poco ya empezaron.

Sobre la pieza de Noguera, el compositor más prolífico de cuantos existen en nuestra comunidad, apuntar el carácter expresionista de la misma y el empleo de motivos procedentes de la tradición musical más clásica en ‘pentimentos’ que aparecen y desaparecen cubiertos por las oscuras sonoridades del drama. En esta ocasión el ritmo, no siempre empleado en los discursos personales de esta autor, acompaña a la audiencia haciendo más manejable la escucha de su ‘Ex his tenebris in lucen illam’.

sábado, abril 12, 2003

“La experiencia del gesto”

La danza llegó al Palacio de Festivales de la mano –y con la presencia en Santander- de uno de los coreógrafos más importantes de la segunda mitad del siglo XX: Jira Kylián.

Esta vez vino a traernos de nuevo a la tercera compañía de la Nederlands Dans Theather, sección que abre una puerta muy interesante para ofrecer a los bailarines que rebasan la frontera de los 40 años un espacio para seguir practicando la disciplina que les acompañó durante toda su vida. Una idea única en el mundo y, a tenor de los resultados presenciados la noche del pasado viernes en la Sala Pereda, muy interesante.

Tres fueron las propuestas escénicas que configuraron el programa y en las que no solo pudimos ver la destresza de los nombres en escena sino también el particular y siempre intenso universos escénico del coreográfo holandés.

En ‘A Way A Lone’ se nos propuso una suerte de concierto para tres solistas que, en sus tres partes –Adagio, Allegro jocoso y Lento... bien pudieran haber sido las dinámicas- manifestó un sentido del humor mutable hacia la seriedad formal o a la broma del detalle. El empleo del recurso de video en directo en la parte central de la obra supuso una magnífica forma de integrar tecnología y danza con un resultado sencillamente espectacular.

El Largo del concierto para violín y orquesta de Giya Kancheli puso sonido a la coreografía de Hans van Mamen, un dúo escénico de corte más clásico que seguía el planteamiento formal de la partitura en un encuentro-desencuentro de hombre/mujer, frente a frente con y sin máscara.

Por último ‘Brith-Day’, propuesta ambientada en las cortes clasicistas del finales del XVIII que, a ritmo Mozartiano, fusionaba la grabación videográfica con la constante –aunque en el fondo breve- presencia escénica de los bailarines. Una original propuesta que carga todo su peso en el trabajo previo –ahora simpático ahora dramático en un inconfundible estilo del siempre genial Kilyan- de producción cinematográfica que nos dejó en parte convencidos pero, también en parte, algo confusos. Más, ¿quién pone barreras a la creatividad? Propuesta más teatral que de baile, pero igualmente efectiva.

Y si es cierta aquella máxima que más sabe el diablo por viejo –con perdón- que por diablo, en el Netherlams Dans Theater III pudimos comprobar que la agilidad que se pueda perder con el paso de los años es de sobra compensada con la expresión que se gana fruto de la experiencia. Desde el interior de los cuerpos brota un manantial de vida y un torrente –ya ven que voy increecendo- dramático en el que el gesto no es sólo un recurso sino una verdadera fuente de inspiración.

lunes, abril 07, 2003

“¿Dónde se mete el público?”

La programación de música clásica del Palacio de Festivales comenzó este año con algo de retraso pero con una propuesta muy interesante. Es cierto que si miramos el programa anual de este escenario las propuestas exclusivamente dedicadas a la clásica –al margen del Ciclo Música a Escena, claro está- no son muy abundantes. Pero del mismo modo es justo reconocer que todas ellas son de una calidad más que encomiable.

Y para poner en marcha este ciclo se contó con la participación de la Orquesta de Cámara ‘I Virtuosi di Praga’ bajo la dirección de Peter Schreier que también hizo las veces de solita en dos de las obras. El programa estuvo dedicado a Bach, un clásico entre los clásicos pero que no deja de ser apasionadamente interesante entregarse una y otra vez a su escucha.

Tal vez por todo ello no acabe de entender el por qué de la media entrada –tal vez algo más- que acudió la noche del pasado sábado a la Sala Argenta. Y es que estoy seguro que esta misma orquesta con este mismo programa sería para colgar el letrero de ‘no hay billetes’. Y me planteo si acaso el aficionado a la música no quiere acudir a ver en directo lo que escucha en disco, o tal vez sea que no se entera o –Dios no lo quiera- la cultura hay que medirla con un metro social y acudir cualquier sábado al palacio no tiene el empaque de cuando se hace en fechas estivales. Y es una pena que siga lamentando desde estas página asientos vacíos que nos hablan de personas que se han perdido un buen espectáculo. Tal vez este no sea mi trabajo, pero ¡que demonios!, me fastidia: ¿dónde se mete el público cuando se le necesita?.

En el plano musical la Orquesta sonó a las mil maravillas. Mucha coherencia y empaste en versiones agradables y muy trabajadas de algunas de las piezas más conocidas de Bach –dicho sea de paso, este autor tiene muchas dentro de esta categoría-. La dirección de Meter Schreier se demostró atenta, aunque permítanme sacar algún pero -¿será este mi trabajo?-.

Cuando el maestro Schreirer decidió cantar y dirigir al mismo tiempo –infrecuente valentía-, sobre manera en la primera de sus dos intervenciones vocales, perdió el tino el acompañamiento instrumental y su registro vocal demostró no ser lo que era. El segundo pero se le adjudico al Concierto para dos violines que abrió la segunda parte, pues pareció no haber acuerdo en criterios de afinación entre ambos solistas. Dos ‘peros’ que deslucieron tan solo un poco este magnífico concierto, pues insito en mi opinión primera –si, creo que este es mi trabajo- en que el resultado fue francamente delicioso.