Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

lunes, marzo 20, 2006

“Zimerman aristotélico”

Krystian Zimerman pasó por el Palacio de Festivales el pasado sábado. Un concierto inolvidable y, simplemente, perfecto en las intenciones y resultados de uno de los “megapianistas” de los últimos tiempos.

Heredero de los nombres propios, con mayúsculas y apellidos, de la interpretación del piano Zimerman es capaz de trascender las partituras en alardes de belleza que tienen en el aristotélico concepto de la belleza la piedra angular de cada una de las obras que ejecuta. Les hablamos de mesura y, especialmente, del equilibrio que logra entre su técnica y su expresividad, entre él mismo y un instrumento, un Piano –con mayúsculas- que viaja junto al intérprete para ser la única voz posible de su música. Un sonido que puede recordarnos a las grabaciones de antaño cuando los instrumentos eras más suaves en el teclado y permitían mayor velocidad y dinámicas más reducidas. Pero Zimerman estuvo delicado y elegante cuando la partitura lo merecía y rotundo y dramático cuando así ere imprescindible.

Empezó con al Sonata en do menor KV.330 de Mozart, un título conocido por todos pero con el que nos ofertó una visión fresca, pura y agradable del genio de 250 años. Después le llegó el turno a Beethoven, otro clásico pianístico en su Patética que resultó conmovedora e hipnótica en el concepto de perfección y en los aciertos dinámicos que les anticipábamos. Tras la primera parte más clásica la segunda arrancó con un paréntesis chopiniano, solo cerrado en el extraordinario bis final, para seguir con los Valses Nobles y Sentimentales de Ravel. Nuevas lecciones de estilo y concisión sonora, de quietud y escándalo, de virtud. Como colofón un descubrimiento para todos, el torrente y la dificultad de la Sonata de Bacewicz, obra nada fácil pero que encandiló a la audiencia y a quien les escribe, particularmente, con el hermoso Largo Tranquilo situado en su ecuador.

jueves, marzo 16, 2006

“Sonido contundente”

El ciclo de Jóvenes Intérpretes que, regularmente, nos ofrece la Fundación Marcelino Botín, trajo el pasado martes al escenario de Pedrueca a la violinista cántabra Irene Benito, acompañada por Amaia Zipitria al piano.

El programa confeccionado por ambas intérpretes se nos planteó lleno de exigencias musicales y técnicas, permitiendo conocer la musicalidad y el punto de desarrollo de esta intérprete a la que he tenido la suerte de encontrar en los últimos años en diversos acontecimientos musicales. Su progresión es evidente en este tiempo, a pesar de que siempre ha demostrado un instinto musical de primer orden su técnica y el timbre que ha encontrado para su instrumento han cambiado y crecido. Tal vez para quien les escribe la sonoridad ofrecida con la pieza de Beethoven que abrió el concierto fue demasiado estridente y nasal, mucho más adecuada para los requiebros cíngaros de Ysaÿe o para la Habanera de Sanint-Saëns. Pero, como dice la tradición popular, “para gustos están los colores” y la paleta que despliega Irene Benito está plagada de matices y sonidos bien elaborados y contundentes.

Les decía que si bien Beethoven necesitó, a mi entender, de lirismo, con Grieg se desató el dramatismo preciso para dotar de sentido una obra profunda y madura. Así las cosas Irene Benito prosigue el camino creciente de formación, estudios y conciertos que van labrando el camino que ha de conducirla a poder desarrollar todas sus capacidades en el mundo de la música.

lunes, marzo 13, 2006

“Mano a mano”

Con motivo de la celebración, o mejor decir conmemoración, de Día Internacional de la Mujer, el Centro Cultural Caja Cantabria programó, el pasado viernes, un programa doble integrado por un cortometraje y una coreografía sobre el tema que ocupaba. Mujeres, y trabajadoras, contando de primera voz sus realidades en la proyección de Maria Luisa Ramos y mujeres bailando sus días en el espectáculo coreográfico ideado por Rosa Nuñez.

Hace muños años, cuando era bien niño, una profesora de las de “escuela” nos mandó dibujar a nuestra familia en una hoja en blanco. Yo, si me permiten contarles, garabateé a mi padre trabajando en casa, como así hacía entonces, y a mamá con una carpeta buscándose el pan fuera del “núcleo familiar”. La profesora en cuestión, al ver el dibujo, me corrigió amable: “es mamá la que trabaja en casa y papá el que lo hace fuera”. En mi estrenada infancia no fui capaz de reaccionar ni explicar a la reaccionaria que lo dibujado era, tal cual, un retrato de mi familia. Por el contrario, los que recibieron la bronca fueros mis padres más tarde, cuando les hice ver “que lo estaban haciendo mal”...

Parezco un abuelito, con mis historias, pero esta me vino a la memoria al presencia la proyección que les comentaba al principio. Un cortometraje, sin hombres por ningún lado, en el que se reclama atención sobre la realidad laborar de muchas mujeres. Todo ha cambiado desde hace unos decenios, pero aún quedan muchas cosas por lograr, seguro. Quien les escribe vivió realidades compartidas con otros tantos de la misma generación y, tal vez por esto, creamos nuevos hogares en los que intentamos encontrar la lógica igualdad de tareas y responsabilidades. Me sigue extrañando lo que pasa en muchos hogares y por eso trabajos como el de Maria Luisa Ramos sirvan para concienciar, al menos un poco, en la necesidad de educarnos todos. También los hombres invisibles.

Me gustó mucho más la coreografía de Rosa Nuñez. Un trabajo que levanta el vuelo desde sus primeros compases para situarse en los niveles artísticos de cualquier producción “de las gordas”. Créanme si les digo que las calidades estéticas de este montaje nos trasladan a unos parámetros de belleza que siguen la senda de nombres como el Cullberg Ballet o Robert Willson, por citar dos creadores que también emplean la elegancia en sus composiciones. Elegancia en el diseño del movimiento y en la visión de un escenario poblado por sugerencia, elementos con los que organizar el discurso y una iluminación que recorta siluetas y desgrana un porcentaje de la emoción destilada por las piezas del discurso musical. De la pantomima divertida del cliché de “ama de casa” hasta las más íntimas confesiones de una mujer traducidas al lenguajes del cuerpo en movimiento. Al final, y es todo un respiro, aparece algún hombre implicado en las tareas que también son suyas. No quiero decir “hombres ayudando”, sino simplemente haciendo.

sábado, marzo 04, 2006

“Bernarda”

La Casa de Bernarda Alba que ha dirigido Amelia Ochandiano comenzó su andadura en el Palacio de Festivales con su estreno el pasado viernes. La sala repleta de público y una propuesta que se sumerge una vez más, en el drama lorquiano inmortal e indispensable para entender qué es esto del teatro.

Se nos presentó una Bernarda, como no podía ser de otro modo, coral y bien dirigida en movimientos escénicos calculados y diseccionados desde la perspectiva a la geometría escénica de cada uno de sus personajes, convertidos en vértices de la acción y del sofocante espacio que va oprimiendo cada vez más. Coherencia interpretativa que escupían sus palabras y coherencia en una propuesta clásica en su concepto pero aliñada con músicas y sonidos que matizan el dramatismo multiplicando su efectividad para el espectador. Recuerdo la primera vez que presencié una producción de esta obra en directo, hace muchos años. Recuerdo la congoja, casi el miedo, sentido desde la butaca de patio al escuchar los gritos lastimosos de María Josefa encerrada. Gritos de mujeres, de todas, encerradas en su destino “español” que ahora recupero para volver a sentir todas esas emociones.

El elenco navega de forma impecable por la rotundidad de todas y cada una de sus frases dando forma a cada una de las mujeres de luto con voz y gesto que las hace ser únicas de entre el resto. Margarita Lozano rotunda, María Galiana entrañable, Concha Hidalgo frágil, Aurora Sánchez madura, Ruth Gabriel confusa, Palmira Ferrer difuminada, Nuria Gallardo y Adriana Ugarte soberbias en su interpretación, Monica Cano salvaje y Saturna Barrio igualmente afortunada. Pero en el encuentro de todas ellas donde surgen los largos aplausos que ovacionaron muchos minutos a todas ellas y, claro está, al organismo que surge de su encuentro: la Casa de Bernarda Alba.

Ahora que están tan de moda los programas de televisión de grandes hermanos encerrados en casas llenas de cámaras se me antoja comparar este título con una especie de Gran Hermano primigenio, encierro involuntario para “ser” y “no ser” observados por la sociedad española de “antes de la guerra” que destripa el alma de los otros en constante sigilo de sus vidas. Ahora, como antes, también se investigan relaciones, falsos amores, amantes, hijos legítimos y de los otros. Se sacan los ojos y la lengua y las vísceras de hombres y mujeres para su exposición pública, como en Bernarda. No está demás ir al teatro y repetir con muchos títulos de los de siempre, de esos que nos hablan desde el pasado de lo que seguimos siendo hoy en día.