Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

domingo, noviembre 19, 2006

“Los pequeños cantores”

Las entradas se vendieron todas y la sala Argenta presentó un rostro lleno de caras jóvenes deseosas de escuchar, en directo, a los afamados y cinematográficos Chicos del Coro:‘Les Choristes’ en francés original, y que realmente son ‘Les Petits Chanteurs de Saint-Marc’, coro de la Basílica de Fourvière de Lyon, y las voces de la película de Christophe Barratier. La cita tuvo lugar el viernes por la noche, entre las dos funciones de la ópera Eugene Onegin.

Dirigidos por su fundador, Nicolas Porte y acompañados por el piano de Dominic Faricier, nos ofrecieron un concierto que estuvo dedicado, en su primera parte, a algunos de los temas más hermosos de la liturgia escritos para voces blancas. Un repaso que no olvidó el sublime canto ‘Nigra sum’ de Pau Casals o el ‘Ave María’ de Caccini. Mozart, Rossini o Haydn también aparecieron en este inicio en el que pudimos comprobar la calidad evidente de estos jóvenes intérpretes, desde la austeridad escénica pero con un buen empaste vocal de todos ellos. Algo que nos hace confirmar que la gira que esta agrupación realiza tras el éxito de la película que les lanzó a la fama es acreedora del lanzamiento cinematográfico pero ampliamente justificada por su calidad musical.

Como no podía ser de otra forma, el final del primer tramo del concierto lo protagonizó uno de los temas de la película que el público acogió con murmullos, no de aprobación sino de reconocimiento: sabían cual era, vamos. Tal vez muchos esperaban un concierto integro dedicado a la banda sonora original, pero eso además de ser breve –los temas musicales de la misma son, como es de ley en cualquier música para el cine, recurrentes- nos hubiera quitado la oportunidad de disfrutar con casi dos horas de todo tipo de composiciones.

En la segunda parte, tras el descanso, propuestas más variadas. Desde composiciones muy amables y divertidas sobre temas orientales a otras firmadas por el director del coro o el pianista que les acompañaba dentro de la estética neoclásica, minimalista y muy fresca que estamos recibiendo de Francia como herencia del impresionismo, del minimalismo o de la ‘chanson’ parisina en un envoltorio más popular si cabe. Como colofón el esperado ‘medley’, los ‘higlights’... lo que en español llamaríamos ‘ensalada’ acudiendo a nuestro renacimiento musical, de Les Choristes. Aquí tuvimos anécdota con el desfallecimiento de una de las voces. Un susto más para el público que para los cantores y un colofón, el musical, muy aplaudido y disfrutado por todos.

viernes, noviembre 17, 2006

“ Onegin en blanco y negro”

El Palacio de Festivales estrenó el ‘Eugene Onegin’ de Tchaikovsky dentro de la programación de la XI Temporada Lírica. Una propuesta con cierto riesgo conducida por la mano de Gian-Carlo del Mónaco en lo escénico y con la batuta de Jorge Rubio desde el foso.

Del Mónaco, uno de los directores escénicos más reputados de los últimos años, sigue siendo un maestro en lo que a movimiento, o quietud, de los espacios se refiere. Analiza cada obra y la disecciona para luego volverla a montar con un evidente sentido musical pero, sobre todo, con un profundo conocimiento de lo que es la escena. Sabe lo que quiere y lo hace de forma clara y concisa. Apreciamos un profundo trabajo de todos los intérpretes en lo que actuación se refiere. Como no puede ser de otra forma, se convierten en figuras de ajedrez que van evolucionando en una partida sobre un tablero en blanco y negro. Blanco de nieve y negro de nieve negra. Las fichas, perdón: los personajes también son blancos y negros en vestuario y caracterización, salvo el protagonista masculino, Onegin, que de cuadros y color acaba perteneciendo a uno de los dos colores, el negro de la desilusión y el desamor.

El concepto dramático hace que las cinco primeras escenas de esta ópera se sucedan sin solución de continuidad en un mismo espacio tanto escénico como temporal. La intención es buena y funciona dramáticamente, no sin dejar notar en algún momento cierto peso para el público. El espacio, les decía, es un bosque desnudo que irá cubriéndose de negro para situar el último acto de este Onegin. El estatismo y dimensión vertical de la escena tiene su correspondencia en el tratamiento del coro y de los solistas cuando no intervienen directamente en la acción: movimiento congelado o movimiento recurrente en estos casos provocando un valor específico de las figuras humanas muy interesante desde el punto de vista expresivo.

Del Mónaco también nos sorprende y emociona en muchos breves detalles aplicados a la propuesta, les hablo por ejemplo de las cartas –las blancas y las negras- que se cuelgan sobre los árboles para proclamar el amor, o del simbólico gramófono en el que suena la primera intervención del coro y que también hace circular una vela encendida en una sugerente escena de Tatiana. Vela omnipresente y metafórica de la vida y del amor, del fuego de la pasión o de la luz que ilumina tan solo a unos pocos.

Disculpen si mis palabras abundan en lo visual y no en el sonido, pero en esta producción todo lo que sucede sobre el escenario tiene mucho que decir y la calidad de lo visto fue tan impactante que así lo quiero atestiguar. Pero hablemos de la música.

Los solistas conformaron un grupo compacto y muy regular en lo vocal, exceptuando la extraordinaria presencia y calidad del tenor Serjhei Homov en el papel de Lenski. Despuntó sobre sus compañeros con una voz rica y potente, pero especialmente dotada de presencia y mucho control. Estamos tan acostumbrados a escuchar tenores que descompensan los elementos que conforman un buen timbre que resulta casi un honor encontrarnos con un registro tan pleno y equilibrado. Markus Butter, por su parte, hizo un Onegin correcto pero menos brillante de lo esperado desde su carácter de barítono. Tatiana, Elena Prokina, gustó mucho, especialmente en la cercanía de las dinámicas más suaves y Dragana Jugovic –Olga en esta ópera- nos brindó una voz potente y dramática pero con algunas veladuras en su desarrollo. Todos ellos, en mayor o menor medida, pagaron en algún momento el peso de la escena, al tener que, por exigencias del guión, proyectar su voz hacia el fondo o los laterales. Pero el precio más alto fue abonado por el Coro Lírico de Cantabria, oculto al fondo del escenario o empleado como elemento escénico: quietos o balanceándose de forma regular pero constante. Una utilización que, en este caso, nos impidió escuchar bien sus primeras intervenciones. Hace unos años, cuando Del Mónaco nos ofrecía en esta misma sala su Lady Macbeth también el coro participaba de este modo en muchas de las escenas. Será una marca del autor. En cualquier caso, salvando la parte primera que, al parecer, tendría que haberse oído más, esta particular forma de organizar la escena funciona como les decía al comienzo y lo hace muy bien.

La orquesta, la Sinfónica de Navarra, estuvo dirigida por Jorge Rubio con discreción y algún tropezón en la sección de viento. Todo al servicio de la escena. Como ven una producción muy interesante a la que, desafortunadamente, en su estreno no acudió el público en la medida que siempre es deseable. Imagino que muchos de los “aficionados a la ópera” no entiendan como interesante un título tan hermoso como este. Y es que no solo de Verdi o Puccini vive el hombre.

“Chanson y cubismo”

La Fundación Marcelino Botín nos ofreció, el pasado miércoles, un hermoso recital que estuvo dedicado a las posible relaciones entre el cubismo pictórico y la música. Montserrat Obeso y Rosa Goitia fueron las encargadas de hilar el asunto en un puñado de canciones muy hermosas y que mantuvieron al público atento y entregado a lo largo de todo el programa.

Dos formas de entender el canto se conjugaron en el concierto, por una parte la “chanson” parisina, más que francesa, de Satie y Poulenc y del otro la musicalidad estridente del siempre rompedor Stravinsky en sus años parisinos. La elegancia interpretativa estuvo presente en las interpretaciones escuchadas sobre el repertorio cantado en francés. Una naturalidad, algunas veces como en ‘La diva de l’empire’ no exentas de picardía y que permitieron el disfrute con el timbre de Montserrat Obeso. Fue con este repertorio cuando la soprano lució su potencia y, especialmente, la pureza de voz de la que es poseedora en los agudos. Agilidad y buen gusto combinados para un repertorio que entiende y hace comprender a los que le escuchan. Con las canciones en ruso, las de Stravinsky, tal vez algo menos de fortuna en unos desarrollos a los que faltó un punto de contraste en versiones muy tajantes y en el límite. Pero ya saben que estos aspectos siempre van relacionados con el gusto de quien los escucha. Muchos de los que lo hicieron no compartirán este punto en concreto, y seguro que también tienen razón.

Tras el programa escrito, un par de propinas en forma de chanson, entre ellas y como colofón ‘Les chemins de l’amour’ de Poulenc, una de las melodías más bellas jamás escritas y que como tal fue tratada.

domingo, noviembre 12, 2006

“Al hilo de la música”

Hace ya cinco años que la ‘Compañía Nacional de Danza 2’, que dirige Nacho Duato junto a Tony Fabre, visitó por primera vez Santander. Esta semana que ahora concluye lo hizo de nuevo para reafirmar su peso específico como escuela de futuro y como reflejo del presente. Dos fueron las fechas en las que les pudimos ver en el Centro Cultural de Caja Cantabria en Santander con un programa integrado por tres coreografías distintas.

La apuesta que Nacho Duato hizo para la que se tiende a tratar como “la hermana menor de la Compañía Nacional de Danza” ha ido convirtiéndose en un sólido proyecto cultural que de “menor” tan solo tiene la edad de sus integrantes pues la categoría artística de esta agrupación es muy alta. Así lo demostraron en su paso por Santander y así también lo entendió un público que llenó el aforo del escenario de Tintín con su presencia y aplausos prolongados y entregados.

‘Remansos’ fue la primera coreografía que nos trajeron los de CND2: un trabajo coreográfico de Duato. Casi con eso podríamos definir toda la pieza pues el talento de este coreógrafo y bailarín ha logrado asentar un lenguaje personal que hunde sus inquietudes en el profundo conocimiento de la música que emplea para organizar el cuerpo. Ver sus coreografías es algo similar a analizar la música y hacer presentes los episodios musicales, temas, melodías, modulaciones y cualquier otro elemento propio de la partitura. Para ello es exigible, además de la técnica de los bailarines, una precisión y musicalidad que brotó de sus intérpretes sobre el piano de Granados. Buen gusto, reflexión e intimidad en estos ‘Remansos’ que dieron paso a un episodio algo más inquietante.

‘Instrucciones para dejarse caer al otro lado del vacío’, esta vez de Chevi Muraday, asienta el movimiento sobre la composición de César Camarero. El serialismo y expresionismo de la música crean una atmósfera más opresiva que tiene su reflejo en la recurrencia motívica de un coreografía muy interesante. Si en ‘Remansos’ hablábamos de análisis de la composición aquí hemos de hablar de la composición armónica del espacio, que se va desfragmentando y construyendo una y otra vez sobre dos ejes de fuerza en los extremos de una diagonal que llevaba a los protagonistas de la luz al viento. Un ventilador permitió cierto –que no mucho- juego con la sensación de movimiento, magnificada con la aparición escénica, al final, de una tela dorada que se llenó de aire y dinámicas. La presencia escénica sugería el tono y color de los ocres que utiliza la paleta de Miquel Barceló.

Tras este episodio un nuevo acercamiento al universo creador de Nacho Duato, con su trabajo ‘Coming Together’. Se trata de un crescendo sobre la música repetitiva de Frederic Rzewski que impulsa a los bailarines a entregar toda su energía en busca del final, de la calma tras la tempestad. El sentido de esta obra es bien diferente al experimentado con la que abría el programa. Si allí encontrábamos reflexión e intimidad aquí se vimos energía vital, potencia en los movimientos, altura y las puertas abiertas para todos los bailarines de manifestar todas sus habilidades.
Tres piezas distintas para una compañía capaz de marcar las diferencias en un buen trabajo. Al hilo de las músicas y al pié de la letra del alma de sus creadores.

sábado, noviembre 11, 2006

“La azotea de la memoria del gran Savary”

La Sala Pereda del Palacio de Festivales acogió, el pasado viernes, uno de esos espectáculos únicos y difíciles de encasillar más allá de la propia personalidad de su protagonista. Hablamos de Jèrôme Savary, el polifacético y trasgresor creador de la escena que nos ofreció, junto a su hija Nina, ‘La vida de artista’.

El actor multilingüe habló al público cara a cara y de tú acerca de su propia vida. Desde el sentido del humor más cercano se conjugaron diversas escenas en las que pasamos de la anécdota al musical, de la pantomima al cabaret con muchas dosis de ingenio, ternura y profundidad. Su personaje, que es él mismo, se nos presentó cercano, humano desde algo que parece nacer de la improvisación pero que mantiene un ritmo muy vital.

Sobre las tablas un buen número de baúles encerraban sorpresas en forma de maquetas, de humo o de luz. En la pantalla de proyección algunas imágenes de sus recuerdos. Con la voz de su hija Nina las canciones más afortunadas que son acompañadas por una banda en escena que se integró en el discurso sin ningún problema. Todo podía parecer confuso, pero no lo era. Tuvimos la sensación de colarnos en un puñado de recuerdos, de dejar que un viejo artista –que tampoco lo era tanto- nos confiara todo lo que fue para entender qué es lo que hace, conduciéndonos a otro tiempo, al suyo.

El público disfrutó mucho con el espectáculo, de la risa a la emoción y de la canción al poema. Los que no conocían la trayectoria de este “personaje” –con todo el sentido del término- tuvieron la mejor de las oportunidades de hacerlo. Los que ya sabían de él sintieron la cercanía de un mito de esos “para minorías”. El clown de cara blanca, el otro, el de la nariz roja, el bufón que dice lo que piensa o el Pierrot más poético se dieron cita en un único personaje acompañado de su Colombina particular.
El ‘Magic Circus’, como no podría ser de otra forma, también tuvo su presencia en esta “nueva comedia del Arte”, la vida de un artista relatada con mucho ingenio. Sin demasiadas pompas ni circunstancia pero con muchas, muchísimas sorpresas. Todas las que se pueden encontrar en los viejos baúles de un desván, en la azotea de la memoria del gran Savary.