Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

martes, diciembre 20, 2005

“Músicos y música de Cantabria”

La Fundación Marcelino Botín cerró el año con un concierto dedicado a la música en Cantabria, tanto a nivel compositivo como interpretativo. Media docena de obras en manos de un nutrido grupo de intérpretes, muchos de ellos bien jóvenes, nos hicieron reflexionar sobre lo que ha sido y es la música hecha desde aquí. Y las conclusiones fueron interesantes.

Por una parte hemos de resaltar el excelente estado de salud que gozan los músicos de nuestra comunidad. Escuchamos interpretaciones comprometidas por parte de talentos inquietos que, en muchos casos prosiguen actualmente su formación gracias al patrocinio de la entidad organizadora de este encuentro. Así Alberto Gorrochategui, por ejemplo, nos mostró un contundente sonido y una técnica soberbia en el único estreno de la noche: la Sonata para violochelo de Eduardo Rincón. Paula Mier, Irene Benito y Estíbaliz Ponce conformaron un trío igualmente efectivo que recordó la delicadeza expresiva de Juanjo Mier, como vehículo de lucimiento y como noble memoria musical. Miguel Trápaga, los hermanos Sáiz San Emeterio y Pablo López Callejo articularon, por su parte, el presente más asentado de la música práctica y demostraron ser músicos, como siempre han sido, de la cabeza a los pies.

Pero si nos sobran piropos para las artes musicales de los intérpretes hemos de confesar que añoramos otros tiempos en lo que a obras se refiere. Hace apenas un lustro eran más habituales conciertos como el que nos ocupa en los que los compositores eran protagonistas con estrenos de sus obras. El pretendido renacimiento musical, que encabezaran muchos de los autores que en la noche del lunes ofrecían sus obras, ha quedado como un momento en la historia reciente de nuestra cultura detenido en el pasado. Las ganas de las instituciones, festivales y encuentros se fueron diluyendo y a día de hoy es poco probable el estreno de obras en las programaciones habituales de nuestros teatros. En el concierto del que les hablamos pudimos disfrutar, nuevamente, del sabor contemporáneo en técnicas y estilos al que habíamos llegado a acostumbrarnos. La música actual necesita ser oída para, finalmente, ser asimilada y disfrutada. En la manera que sucedió el pasado lunes, por ejemplo.

viernes, diciembre 16, 2005

“Don Giovanni” (Alerta 17-XII-05)

La Temporada Lírica del Palacio de Festivales nos ha propuesto, para este fin de año, un título que enlaza fácilmente con el asunto temático que, el próximo 2006, ocupará a buen seguro nuestro tiempo de ocio musical: el 250 aniversario del nacimiento de Mozart. La producción de Don Giovanni que dirige en lo escénico Francisco López y en lo musical Marco Armiliato clausura un ciclo que, a pesar de no ser largo en cuanto al número de propuestas sí que es oportunamente intenso en cuanto a la calidad ofrecida. Pero, en este tipo de comentarios, mejor ir poco a poco y por partes.

Vocalmente nos hemos encontrado con un elenco que ha fascinado en los roles masculinos, descubriendo a Mariusz Kwiecien como joven realidad de la lírica que no solo encarna al inmortal Don Juan con rotunda presencia escénica sino que hace lo propio con su registro: asentado, versátil, personal y muy potente. Junto a él nos reencontramos con el Carlos Chausson que nos hizo disfrutar hace unos años en otro personaje mozartiano, el Papageno de la Flauta Mágica que dirigió, aquí mismo, Lyndsay Kemp. Chausson, a pesar de un momento incómodo de su garganta, nos gustó nuevamente por cómo canta lo que canta y como nos implica, a los espectadores, en lo que cuenta. La terna se completa con Nahuel di Pierro, Masetto en el drama y muy interesante voz en todos los sentidos. Antonio Gandía, por su parte, apareció encorsetado en su papel de don Ottavio y con una voz vibrante en exceso, tanto como para perder la facultad de hermosa. En la parte contraria, hablando de un drama de hombres y mujeres, ellas encabezaban el cartel con el retorno a la sala Argenta, tras su debut en España con un Traviata que vimos en el año 1999 , de Maureen O’Flynn. En aquel entonces calificamos su voz como “un bellísimo vehículo musical”. En este caso los colores de su registro de soprano mostraron un tono algo más pálido que brillante, no por falta de categoría y calidad sino por la evolución propia de su voz. Elisabete Matos llegó “de repente” a esta producción, sustituyendo a Ana Ibarra, indispuesta a última hora. La claridad y pureza de su voz fue la mejor herramienta que tuvo para forjar a doña Elvira, que gustó mucho al menos a quien les escribe. Beatriz Lanza recibió también el cariño de su público –como ven ésta ha sido una ópera con “muchos regresos”- a pesar de que su perfil vocal no se corresponda exactamente con las expectativas “más ligeras” esperadas para una Zerlina.

La Orquesta Filarmónica de Transilvania, desde el foso, acompañó con corrección la partitura. Sin una presencia excesiva y con algún desajuste temporal, siguió las indicaciones de Armiliato, que sabe bien su papel en lo musical para trascender un poco más allá. Elena Ramos, maestra repetidora habitual en el Palacio de Festivales, salió a escena para encargarse de acompañar los recitativos con el clave. Y lo hizo con mucho gusto y profesionalidad.

Llegando a la parte escénica hemos de alabar el trabajo de artesanía que nos ha ofrecido Paco López. Su doble función de director escénico e iluminador nos conducen por una narración en la que la luz guía a la escena y el espacio se convierte en un lugar mágico que va desvelándose poco a poco. Dramáticamente se nos sitúa la acción en un espacio anacrónico con el drama, pero que funciona en lo recargado y en la propia concepción de la escena. Las ruinas de una edificación renacentista, tal vez neoclásica, nos llevan hacia el romanticismo nacido de las cenizas de la razón en la continua disputa del arte. Este don Juan, además, matiza su desenfreno vital con el añadido de la adicción a las drogas, un recurso que ha despertado cierta polémica pero que no enturbia en absoluto el desarrollo de la acción. Y es que sería mucho destacar esta situación hablando de un personaje que ha seducido a miles de mujeres, matado a otros tantos hombres y que es capaz de renunciar a la salvación a pesar de tener varias oportunidades para hacerlo. No, desde luego que el personaje recreado por Da Ponte no es el “realmente enamorado” don Juan de Tirso, ¿no creen?.

Es necesario alabar, igualmente, el trabajo de la figuración en esta obra. La escena final, una Santa Cena llena de prostitutas y travestidos –tal vez la visión que de la iglesia tiene el personaje del burlador que busca en su versión más española el amor en los brazos de una novicia- se hace posible con rostros desfigurados, dramáticos y desgarrados que hacen de este final una verdadera catarsis.

El público se hace con la escena y, como sucede únicamente pocas veces, ríe con las bromas y se estremece con la música. Una implicación que debe muchísimo, casi todo, a la genialidad de Mozart, pero en este caso también a la de los involucrados en este montaje. Francisco López ha sabido leer el texto y traducirlo en imágenes, pocas cosas se dicen sobre las tablas que no estén bien sugeridas por la música y el libreto.

domingo, diciembre 11, 2005

“Una extraña, y quijotesca, pareja”

Decía Mark Twain que existía cinco tipos de actrices: “las buenas, las malas, las regulares, las grandes actrices y... Sarah Bernhardt”. El Palacio de Festivales nos trajo el pasado fin de semana la obra del estadounidense John Murrell ‘Las memorias de Sarah Bernhard’, una comedia de esas que solemos calificar como de “altas” y que sirvió para el lucimiento de dos de los más grandes actores “de los de siempre” de nuestra escena: Charo López y Emilio Gutiérrez Caba.

La obra es como un viaje en un tren de esos lujosos y míticos –el Orient Express, por ejemplo-, repleto de viejecitos encantadores que pasan su jubilación viajando, casi como el Talgo que va a Madrid la mañana de un día de diario en temporada baja. Afinando el oído se pueden escuchar historias de otro tiempo y anécdotas más o menos trascendentes en el resumen de una vida. Solo que en esta era la vida, revivida y recordada, de la que fuera considerada la mejor actriz del siglo XIX. Wild y Twain escribieron algunos de sus papeles para ella e incluso llego a interpretar Hamlet cuando tenía 70 años de edad.

Muriel convierte a los dos personajes en escena, la Bernhardt y a su criado Pitou, en una “extraña pareja” que son casi en el quijotesco trasunto de un Sancho Panza loco en él y un Quijote cuerdo, en ella, conversando para nosotros en la apacible terraza del final de una vida. El vehículo es el idóneo para que Gutiérrez Caba y Charo López –tanto monta, monta tanto- vayan llenando el espacio dentro y fuera de la escena ofreciéndonos un historia de esas que van hilvanándose a golpe de sonrisa, incluso de carcajada, pero en la que nos convencen de las dotes dramáticas de los últimos representantes del gran teatro, del que muchos aprendimos a ver en el Estudio 1 de Televisión Española.

La producción es sencilla, ellos dos y un decorado que únicamente evoluciona por efectos de la luz que simula el paso del tiempo. Todo lo demás no es necesario: tienen un buen texto y dos grandes actores. El público lo pasó bien.

domingo, diciembre 04, 2005

“Que van a dar a la mar... que es el morir” (Alerta 4-XII-05)

Uno de los éxitos teatrales del momento, Wit, protagonizado de modo absoluto por la irónica y siempre genial Rosa María Sardà, fue el asunto teatral de la Sala Pereda del Palacio de Festivales este fin de semana.

Calificar a esta obra como comedia es ser optimistas con la inevitable tragedia que lleva prendida la vida al ser inevitablemente seguida por la muerte. Los ojos de una persona enferma de cáncer repasan un pasado enfermo de soledad en un ambiente aséptico en el que, finalmente, encontrará su destino y la emoción de la ternura. Para los que alguna vez hemos sentido cerca el peso de una enfermedad de este tipo, tal vez para casi todos, el sentir trágico de este drama –de esta comedia- nos invade para recrear un espacio de dolor y añoranza tal vez único en cada espectador. Sin buscar la catarsis del llanto, Wit nos hace reír y también estar al borde de la emoción, incluso dentro de ella. Como su propio nombre indica, Wit es un texto inteligente y Rosa María Sardà lo es también con él.

La producción no es compleja, pero acertada en las intenciones de la luz y de las cortinas verdes y blancas que nos sitúan en hospitales fríos y homologados en todas las partes del mundo igualando, como los versos de Jorge Manrique, la muerte fría. El poeta la comparaba con un río que llega al mar (que es el morir) y nuestra sociedad la limpia y simplifica con cuidados médicos blancos y fríos... tal vez plácidos.

La iluminación de Lluis Pascual era también fría, adecuada al entorno que les comento. Su dirección un punto más pasional e inteligente en movimientos de actores sorprendentes que crean dos planos para el espectador: el de la doctora Vivian Bearing y el del resto de los personajes, de bata blanca. Algún desmán con la luz y alguno con el público enturbió ligeramente una escena que, también se vio constantemente matizada por toses y más toses de parte del respetable, tal vez siendo coherente con el ambiente hospitalario de este título.

Rosa María Sardà firma una interpretación de esas de “muchos premios”, para que me entienda. Un papel que marca, según parece, el final de su relación profesional con el teatro. Si así fuera realmente –no quisiéramos eso- este sería uno de los papeles por el que ser recordada siempre, indudablemente.

“Doble cita con los jóvenes intérpetes" (Alerta 4-XII-05)

La Fundación Marcelino Botín ha asumido, esta semana, el peso de la actividad musical de nuestra capital con dos propuestas dentro del ciclo de Jóvenes Intérpretes. Diferentes intenciones musicales pero con un mismo resultado que nos permitió disfrutar, en ambos casos, de un manantial de música.

El primero de ellos se produjo en la velada del martes, contando para ello con el trío ‘pulsata 3’ y un programa en el que se repasaban adaptaciones e interpretaciones de obras barrocas a cargo de guitarras, tiorba y archilaúd desde una perspectiva ciertamente interesante. Muchas veces este tipo de conciertos son abordados con un exceso de celo y delicadeza que subraya las melodías y bajos obstinatos que supusieron un cambio de época y mentalidad musical. Los chicos de ‘pulsata 3’, en cambio, apostaron por sacar fuera de la música todo el contenido rítmico de cada título y hacer evidente las intenciones casi bailables de muchos de ellos. La línea, delgada a veces e infranqueable otras tantas, entre la música popular y la culta, se diluía aquí con el virtuosismo, casi constante, de los tres intérpretes en escena.

Hemos de matizar la necesidad de cuidar la afinación en algún caso y de repasar las visiones y adaptaciones del repertorio de Vivaldi en su trasunto hacia la cuerda pulsada. Hay mucho que decir en otro tipo de obras tal y como demostraron los hermanos Zapico y Josep María Martí en hipnóticas interpretaciones de los Canarios de Gaspar Sanz, la Chacona de Visée o el fandango de Santiago Murcia.

La segunda de las citas de la semana tuvo un sabor mucho más cercano y una emoción, contenida y desbordada desde el público, acogiendo al músico santanderino Carlos Benito y a su acompañante Irini Gaitani. Él prosigue su formación en estos momentos en el Royal College de Música de Londres gracias a una beca concedida por la propia Fundación que promueve y protege estos conciertos. Su técnica e intención musical –la del joven violinista- es realmente intensa y, a veces, hasta sobrecogedora. Se atrevió con un programa complejo y ambicioso del que salió con la cabeza muy alta. Momentos muy virtuosos “a solo” junto con otros más profundos, como en la sonata de Brahms, fueron compaginando una velada que nos llevó hacia el corazón de la música y, sobre todo, hacia el futuro de la misma gracias a solistas del nivel de Carlos Benito. Irini Gaitani, por su parte, fue todo a lo que nos tiene acostumbrados: templanza, sabiduría musical y un sonido exquisito desde el piano.

Tal y como les prometía al principio de este comentario, dos conciertos con distinta factura pero que nos permitieron pasar una semana muy cercanos a la música.