Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

lunes, agosto 30, 2004

“Algo más que un Réquiem”

Pocos momentos más emocionantes existen para la experiencia de un oyente de sala de conciertos que esos segundos previos al arranque del ‘Dies irae’ del Réquiem verdiano. Los violines preparan sus arcos, el percusionista se sitúan frente al bombo sinfónico y con su mano tapa la membrana de cuero del instrumento para evitar que vibre antes de tiempo, la sección de viento metal acerca las embocaduras de los dorados tubos de metal a sus labios, el coro detiene su respiración y más de un centenar de ojos esperan el gesto tajante del directo para permitir la explosión de un tutti generoso y estruendoso.

Así sucedió una vez más en el Festival Internacional de Santander que volvió a programar el Réquiem de Verdi, en esta ocasión con el noble motivo de conmemorar a las víctimas del terrorismo. Tuvimos emoción y desgarro con la Orquesta y Coro del Teatro Comunale di Bologna dirigido por Daniele Gatti. Una horas antes habíamos presenciado a la misma formación interpretando el Réquiem alemán de Brahms, dos obras distintas pero abordadas desde un mismo prisma interpretativo. Como para gustos están los colores tal vez muchos esperaran claridad y brillantez en la presentación del Verdi, y tuvimos nuevamente un sonido denso y “sucio” –con perdón- que pare el que les escribe es la mejor herramienta con la que narrar esta partitura. Densidad pero con mucho empuje, fuerza e intensidad dramática. ¡Ahí es nada!

Los solistas despuntaron igualmente en emoción y eficacia desde sus cuerdas vocales. El joven bajo Andrea Papi articuló su primera intervención pronunciando el ténebre canto ‘Mors stupebit’ llegando hasta lo más profundo, no del registro sino de nuestro entendimiento. En el polo opuesto, tímbricamente hablando por supuesto, la soprano Florenza Cedolins nos emocionó al final de la partitura con un susurro en boca del ‘Libera me’ que, de no haber sido por el confuso final con aplausos que se cortaron y el emotivo y respetuoso silencio de director y orquesta, nos condujo directamente al cielo.

El director, remarcando los silencios y las pausas para respirar entre títulos, gustó mucho y volvió a ser personal ante sus músicos. El coro cosechó gran parte de los aplausos del respetable, que celebró prolongadamente la audición de esta obra, en sus intervenciones acertadas y con la potencia esperada.

No puedo imaginar mejor forma de rendir un homenaje que escuchando música, no existe mejor manera de rechazar la violencia, sea del género que sea y venga de donde venga, que mediante un concierto. Ojalá el mundo caiga en la cuenta de lo imprescindible que es la música y lo absurdo que es causar el mal a otras personas. Desde el recuerdo de las víctimas del terror en nuestro país, desde la triste certeza del sufrimiento que en estos segundos sufren en decenas de países del mundo a causa de la guerra, de la muerte servida en raciones diarias. Desde la congoja de sentirse afortunado por poder “combatir” con solidaridad lo que tendría que solucionarse con política y diplomacia y que raramente tiene solución, escuchamos el concierto del pasado domingo. Algo más que un simple acto social, algo más que un Réquiem.

domingo, agosto 29, 2004

“El Brahms antes del Verdi”

La Orquesta y Coro del Teatro Comunale de Bolonia presentaron sus credenciales musicales el pasado sábado en el Festival Internacional de Santander en la que fue la primera de sus dos particiones en este encuentro. Danielle Gatti estuvo encargado de la dirección del conjunto y el Réquiem alemán de Brahms supuso el primero de los dos ‘Réquiem’ interpretados por los de Bolonia. El segundo tuvo lugar ayer mismo en una jornada dedica en recuerdo y homenaje a las víctimas del terrorismo.

Se trata de una formación instrumental grande, sólida y bien asentada. La disciplina de sus músicos es fruto de un trabajo continuo y de un pasado histórico que les permite solventar con soltura papeletas musicales de envergadura y profundidad como las que les han traído a Santander. La pieza escrita por Brahms exige un grupo de estas características, que se empape de la necesidad de estruendo en los arranques emocionales de la obra y que sea también capaz de trasmitir la serenidad de un cielo abierto –en el sentido literal y en el figurado- cuando así es necesario.

Las intervenciones solísticas fueron encomendadas a Eva Mei y Luciano Gallo. De él decir que funcionó desde su registro de barítono aunque en un nivel estético inferior a la hermosa y bien construida voz de su compañera Eva Mei. Ella protagonizó unas intervenciones ágiles y comprometidas con el guión musical y el asunto de la obra: en recuerdo de la certeza de la muerte desde la ineludible realidad de “estar vivo”.

El coro, como corresponde a la formación instrumental a la que está geminado, fue igualmente intenso y expresivo. Oscuro en algunas de sus intervenciones pero de forma inevitable, podríamos apostillar. Danielle Gatti, regidor de todos los elementos, se desveló en su presentación en Santander como un director eficaz y capaz de abordar con sentido y de forma personal obras como ésta. Sin partitura frente a él dirigió “de memoria” y muy pendiente de sus músicos, bien para tutelarles o bien para dejarles seguir su propio pulso.

Se suma este recital a los que componen un ciclo sinfónico intenso y, como estamos comprobando, afortunado que nos conduce hacia la recta final del F.I.S. de este verano que se producirá con la presencia de la Filarmónica de Dresde y Frühbeck de Burgos.

miércoles, agosto 25, 2004

“Más aplausos y más bravos”

El tenor peruano Juan Diego Flórez visitó el Festival Internacional de Santander para ofrecer un concierto muy esperado por la audiencia y con el que cosechó un importante triunfo. La ocasión no era para menos y el repertorio propuesto le permitió lucir se espléndida voz e ir, poco a poco, creciendo hasta llegar al ‘A mes amis’ de ‘La fille du Regiment’ final como verdadera apoteosis de su canto.

El recital comenzó con lieder de Beethoven y Schubert con los que el tenor fue desempaquetando su registro en un primer encuentro frío con el público y con la música. Una simple apariencia pues con la llegada de las arias belcantísticas de Bellini y Rossini, el que ha sido llamado como “sucesor de Pavarotti”, despegó del suelo de la Argenta para no aterrizar ya más en el terreno de lo anodino. Su voz es potente y, sobre manera, ágil en los registros agudos. Un timbre agradable y muy personal completa las cualidades técnicas del tenor nacido en Lima y que, además, se embolsó a su público con una cercanía expresiva que quedó completada en la segunda mitad del concierto. De hecho, para terminar esta primera parte decidió “sobre la marcha” –al menos eso pareció sugerirnos- un cambio del programa para trasformar un Rossini en otro, de ‘Semiramide’ a “El barbero de Sevilla’. Muy de agradecer.

Tras el descanso una sección del repertorio dedicado a dos compositoras peruanas: Rosa Mercedes Ayarza y Chabuca Granda, hermosas canciones con sabor a pueblo y la posibilidad del tenor de trasmitir más allá de lo que se pueda lograr jamás con melodías prestadas. Tras el embeleso un puñado de piezas de Gluck con las que regresar de nuevo a la agilidad ya manifestada y pasar, minutos después, al apoteósico final mencionado con la pieza de Donizetti.

En los bises, de los más solicitados por el respetable en la presente edición del F.I.S. y que terminó sus prolongadas ovaciones con un saludo al artista en el que no quedó nadie sentado en su butaca, un guiño a su mentor con ‘La Donna é mobile’ verdiana, una canción napolitana de Tosti y el regreso a su bandera, ‘A mes amis’. Más aplausos y más bravos. Los merecidos.

Por su parte el piano de Vicenzo Scalera acompañó al ritmo solicitado por Flórez, él no era el protagonista y así supo estar sin “ser visto”.

lunes, agosto 23, 2004

“El ‘flaco’ ya tiene heredero”

Cuando en el año 1988 Julio Bocca debutaba en el Festival Internacional de Santander lo hacía en sustitución de Baryshnikov y con un programa en el que se incluía, entre otras obras, el celebérrimo paso a dos del Corsario de Petipa. Ahora, cuando el ‘flaco de rostro triste’ barrunta su retirada de los escenarios –según sus palabras tan solo le restan tres para hacerlo-, regresa al F.I.S. y nos presenta un programa en el que de nuevo se escenifica el paso a dos que tanto gustó hace dos décadas. Pero en esta ocasión es Hernán Piquín el que lo baila. Parece como si Bocca nombrara ante su público un príncipe sucesor para ocupar el trono que quedará bacante en el “Ballet Argentino sin Julio Bocca”.

La velada de la primera de dos comparecencias de esta compañía de ballet en la sala Argenta se abrió con ‘Septiembre’, un ejercicio neoclásico a modo de aperitivo, desarrollado desde líneas muy abiertas y con la primera oportunidad de la noche de conocer a Piquín que estuvo acompañado por el emblema femenino de la compañía de Bocca: Cecilia Figaredo. Tras el dulce comienzo un plato más recio y consistente. Macbeth y Bocca en un ballet argumental sobre la obra de Shakespeare. Con un lenguaje corporal más agresivo y un gesto dramático sublime por parte del bailarín argentino conocimos el desarrollo dramático ideado por Ana María Stakelman y que apoya toda su eficacia en la sabiduría escénica de Bocca. Él es él y ella al mismo tiempo, una dualidad que funciona más sobre el papel que en la escena y crece gracias a la profunda música de Ligeti más que por la síntesis argumental escogida. Entendemos la historia del mismo modo que si leyéramos un breve resumen.

El ‘pas de deux’ del Corsario nos trajo de nuevo a Piquín, diciendo con su cuerpo cuanto de potencia tiene su baile y lo muy capaz que es de afrontar una pieza tan rotunda como ésta. Voló por el escenario de la Argenta con la obra que ha consagrado a muchos de los grandes bailarines que en la historia han sido y lo hizo para demostrarnos que él quiere ser uno de ellos. Un giro inesperado en el conjunto del programa y que certificó su papel de ‘tarjeta de visita’ de Hernán Piquín en nuestra escena.

Después ‘The River’, coreografía típica y tópica del ballet americano con todos los puntos comunes habituales en este tipo de trabajos. Elasticidad, luz y tonos pastel sobre bailes deliciosamente bellos y equilibrados hasta decir basta. Alvin Ailey firma esta pieza que fue presentada en el año 1970 por el American Ballet Theatre sobre música de Duke Ellington. Un largo recorrido en el que vimos de nuevo destacar a Piquín, esta vez en su vertiente más cómica y expresiva.

La segunda parte, que se hizo esperar con una primera mitad más densa que lo deseado, estuvo integrada exclusivamente por Night Chase de Chet Walker. Movimientos coreográficos de conjunto al gusto de West Side Story en una dignificación escénica de la estética retro y del ‘revival’ de los años de la ‘disco’. Una coreografía divertida y diversa, con una escena cuidada y un diseño de luces interesante que terminó, con el último movimiento, en un apoteósico efecto escénico que trasformó a los bailarines en sombras y a las sombras en cuerpos de nuevo.

Resumiendo... que Bocca ya tiene heredero y el Ballet Argentino mucho más que decirnos.

domingo, agosto 22, 2004

“Al mismo nivel que Dalí o Lorca”

Espectacular recuerdo a Dalí, en el centenario de su nacimiento, el tributado por los Festivales Internacionales de Granada, Perelada, Santander y San Sebastián en una coproducción afortunada y que trasciende más allá de lo esperable para situarse en el nivel de, permítanme el ripio, lo inolvidable.

Empleando como excusa los telones pintados por el genio ampurdanés a mediados del siglo XX, se ofrecieron dos propuestas escénicas de corte bien distinto pero igualmente afortunadas. Primero la coreografía de José Antonio sobre ‘El sombrero de tres picos’ de Falla, una recreación escénica del clásico de Pedro Antonio de Alarcón en el que disfrutamos a manos llenas tanto con el colorido escénico como con la jugosa coreografía. De lo primero se encargó el telón de fondo daliniano empleado como trampantojo y animado por bailarines y actores, en ocasiones dentro de él. También con la recreación del vestuario propuesto por Dalí y realizado por Ivonne Blake y la excepcional iluminación lograron el milagro del color. La coreografía de José Antonio es pantomima y es cuento. Se empapa del universo daliniano y, de rebote, del sarcasmo y los personajes de los títeres de cachiporra lorquianos. A todo esto hemos de añadirle la fuerza y el torrente vital al que nos tiene acostumbrados este coreógrafo. Dramatismo a golpe de tacón y de conjunto.

Tras el descanso otro tono para el baile. En esta ocasión en un lenguaje escénico más moderno, pero con mucho sentido. La tecnología y la videoproyección es empleada en ‘El Café de Chinitas’ para ser surrealista y sumergirse en el complejo universo de Dalí; y en el de Lorca. La música acude a las fuentes más modernas de la fusión entre flamenco, jazz y melodías populares. Todos recordamos la voz chillona de la Argentinita cantando las Melodías Populares recopiladas por Federico García y acompañadas por el propio poeta al piano. Ahora también las recordaremos en la vibrante y profunda voz de Esperanza Fernández de la mano de los arreglos realizados por Chano Domínguez.
La perspectiva desde la que se realiza todo lo que acontece es de profunda admiración y conocimiento de los mundos de Dalí y Lorca enfrentados y aunados desde su encuentro en la residencia de estudiantes. De la misma manera en que Falla se permite citar a Beethoven en su ‘Sombrero de tres...’, todos los artífices de esta producción son capaces de tributar un recuerdo a Dalí y/o a Lorca poniéndose al mismo nivel artístico que los personajes a los que recuerdan. Y no es fácil si tenemos en cuenta la trascendencia tanto de unos como de otros.

El cuerpo de baile y los solistas fueron grandes como el espectáculo en el que se integraban. Pero en esta ocasión no quisiera emplear nombre para alabar las virtudes de unos frente a otros, sino quedarme con el sabor de todo un conjunto que nos hizo vibrar de emoción en muchas ocasiones. ¡Qué grande es el arte cuando es tan grande!

jueves, agosto 19, 2004

“¿Todo vale? ¿Todo Valent?”

El compositor y pianista debió de decir un día a sus músicos. -¡Tocamos en el Festival Internacional de Santander! ¡Otro estreno que me patrocinan!- Entonces debió decidir hacer la primera parte de su concierto con canciones de autores sudamericanos pero, para obtener más beneficio, arreglándolas él mismo para sexteto de cuerda en lugar de emplear el piano sobre el que estaban escritas. Y se le ocurrió dejar que las cantara Teresa Barrientos. - ¿Pero no tiene poca voz para ese repertorio? – Debió preguntar uno de sus músicos. – ¡No te preocupes hombre! – seguro que contestó el pianista y compositor, - amplificamos su voz y todos los instrumentos y ya está. – Pero eso es una chapuza -, tal vez le indicó otro de los músicos. – ¿Y qué más da si vamos a cobrar lo mismo? Es más, si logro que se trasmita en directo para toda España, será aún mejor.

Y así fue, o así debió haber sido. De lo que no cabe la menor duda es de que el concierto de Joan Valent & Ars Ensemble en la 53 Edición del F.I.S. supuso una soberbia tomadura de pelo para el público y, lo que es peor o igual de malo, para la memoria de la música. Con pretensiones e ínfulas de quien se sabe en la cresta de la ola, Valent ofreció una primera parte de guateque en la que profanó –de profanar- la belleza sublime de un puñado de temas inmortales de Piazzola, Lecuona, Ginastera o Guastavino para realizar sobre ellos unos arreglos sosos, impersonales y distanciados. La voz de la que tendría que haber sido una soprano sonó como un remedo de quien pretende ser Ana Belén, o Nina Hagen, o las dos cosas a un tiempo. Como diría un buen amigo mío, acostumbrada a trabajar en la BBC: bodas, bautizos y comuniones. Amplificado su registro del mismo modo que el resto de los instrumentos –menos el piano- todo fue triste y confuso. Los instrumentistas, para no desmerecer ni un punto, desafinaron lo propio y a manos llenas.

Increíble que tras haber escuchazo a Sokolov o visto la ópera de Pekín, el mismo escenario se tiñera de pachanga sobre obras tan hermosas como las propuestas. Para la segunda parte un programa integrado con piezas de Valent y dos estrenos. Pero he de confesarles que esta segunda mitad la escuché desde la radio de mi coche, brindando por el “talento” de Valent que había sacado rasca, una vez más, de nuestro F.I.S. Como hace unos años cuando escribió la partitura de ‘Troya Siglo XXI’, en aquel momento comenté de su obra que era “una aburrida asimilación de la estética minimalista que acude a puntos comunes para no lograr transmitir la pasión que se esperaba”. Creo que no cambio una coma para esta ocasión.

En otras fechas, cuando el aforo de la Argenta queda tan vacío como sucedió el pasado miércoles, suelo llorarles la pena de que tanta gente se quede sin acudir a espectáculos interesantes. Hoy nada les voy a decir sobre ello, al contrario. Mis vecinos de butaca comentaban en voz lo suficientemente alta como para que les pudiera escuchar, que “no estaba aplaudiendo”. Sinceramente le digo: no tenía muchas ganas de batir palmas, ni por educación ni por vergüenza torera. Y es que... ¿todo vale? ¿todo Valent?

martes, agosto 17, 2004

“No sólo una gala”

Exitosa Gala Flamenca la vivida el pasado lunes en el escenario de la Sala Argenta y dentro de la programación del Festival Internacional de Santander. Pero que nadie se llame a engaños y sobreentienda que bajo esta calificación “gala” se escondía un pretexto para articular diversas actuaciones sin más intención de conjunto. La gala que nos ocupa fue un espectáculo en toda la extensión del término y nos ofreció un magnífico trabajo global y espectaculares intervenciones particulares.

Los cuatro elementos fueron la excusa elegida por el productor Miguel Marín para entregar cada uno de ellos a cuatro personalidades bien distintas dentro del mundo del flamenco. Cuatro realidades diversas pero un único objetivo común: crear un universo flamenco unido por la música de Gerardo Núñez con la impagable presencia y participación de Perico Sambeat.

Alejandro Granados fue la tierra, el elemento primitivo y primigenio sobre el que mecer las olas del mar y sostener el techo del aire. Su danza fue la más visceral y auténtica de todas, entregado y pasional arrancó el espectáculo y fue templando al público, poco a poco, que acabó entregado por completo. Después una de las jóvenes realidades del baile. Rocío Molina quiso ser agua y olas, y su danza se llenó de coraje y furia en una propuesta en la que la cola de su vestido participó igualmente del movimiento sugerido por sus manos y el poder de trasmisión de su rostro. Hubo quien, desde la platea, comparaba su estilo con el de las más grandes: tiempo tendremos de comprobarlo.

Carlos Rodríguez fue aire fresco, sabor mediterráneo desde una perspectiva de movimiento abierta a nuevas vientos. Transculturación del arte flamenco y elementos ajenos que se tiñen de los propios en un desarrollo hermoso. Y, por último, el fuego en la voz más experimentada de todo el elenco. Carmen Cortés desgranó su coreografía en el camino de los matices dinámicos que transcurren desde el movimiento mas sereno y delicado al zapateado más potente y agresivo. Fue rescoldo y llama.

La música escrita para este espectáculo se apoyó sobre palos bien definidos del arte flamenco pero deslizando entre ellos giros y elementos de otros muchos. Un continuo sonoro con gran efectividad en lo instrumental y menos tino en lo vocal, tal vez por motivo de la sonorización de sala. Muy importante el trabajo realizado por la percusión imaginativa de Nacho Armany y el gusto y profundidad de Sambeat.

Detalles y motivos sencillos coordinaron todos los elementos –los de aire y los de tierra- en uno solo, que tomó forma y nombre de flamenco. Los colores del vestuario, la enea de la silla del fuego o la aparición del viento del saxofón con la llegada del aire, la unión entre ellos en forma de olas que lamen la tierra o de aire que levante las olas. Una caracola en una playa o la danza final: los cuatro juntos. Un gran espectáculo, no sólo una gala.

domingo, agosto 15, 2004

“Mostrar, demostrar, contar y convencer”

Confieso que, la experiencia de ser público habitual, me ha hecho reacio a ese tipo de espectáculos en el que se fusionan diversas artes en busca de un resultado común. Más aún cuando el propósito no cuenta con ningún hilo argumental que unifique los diversos elementos y mucho menos existe de antemano relación entre ellos. Con esos presupuestos acudí a presenciar el recital de danza, piano y voz, creo que podemos llamarlo así, que nos presentó el Festival Internacional de Santander y en el que no quedaron defraudadas mis sospechas.

Sobre el papel lo más interesante era poder ver, por fin, al gran bailarín Ángel Corella y a su hermana Carmen en el escenario de la Argenta. Por otro lado el regreso a Ainhoa Arteta a Santander tras la cancelación de su participación en la Temporada Lírica del Palacio era también muy esperado. Como si de una sucesión de estampas se tratara cada uno de los números –ahora danza, ahora lírica y al final de cada parte las dos cosas juntas- apareció por yuxtaposición con su precedente. La soprano con su pianista y los bailarines con el propio entraban y salían en un tanto cargante ritual de aplausos y saludos.

En el aspecto artístico Ainhoa Arteta hizo lo que pudo con una voz herida de sufrimiento y cada vez más espesa. Desequilibrios en la afinación y cierta inseguridad hicieron que la diva guipuzcoana luchara en cada intervención y nos dejara con el corazón en un puño. Tuvo sus momentos más brillantes en algunas inflexiones del repertorio verista en la segunda parte y en la cálida acogida y respeto profesado hacia su persona por parte del público de sala. Los vestidos, el primero espectacularmente prerrafaelistas y el segundo muy elegante, también gustaron a la concurrencia.

Los hermanos Corella nos dejaron su presencia en coreografías sencillas en los formal pero espectaculares en los desarrollos que de ellos exigía. Ángel convenció por encima de todas las cosas. Es un bailarín potente, flexible y con una eterna sonrisa de adolescente que hace sugerirnos que lo más complicado es para él un juego de niños. Muy hermosa la coreografía sobre la Gnossienne número cuatro de Satie y el bis ofrecido junto a la Arteta con la obra de Mompou. En no pocas ocasiones las coreografías se disociaron bastante de la música que las acogía, aunque el objetivo de las mismas, como el de todo el espectáculo, era más un “mostrar de demostrar” que un “contar y convencer”.

Faltó coherencia, como les anticipaba, entre los elementos de esta gala. Pero, lejos de otros ejemplos similares, todo se nos presentó sin pretensiones excesivas ni ínfulas de arrogancia. Un cordial sentido de la sencillez hizo que, a pesar de lo que mis desvaríos hayan podido escribir en estas líneas, resultara una velada entretenida.

sábado, agosto 14, 2004

“Con hambre de Barroco”

El Festival Internacional de Santander programó, para el pasado viernes, un encuentro con la música barroca y, en especial, con la magnífica voz del contratenor Carlos Mena. Eso fue exactamente lo que recibimos y lo que estábamos esperando.

El repertorio barroco es, desafortunadamente, un género que a pesar de ser bien conocido y de contar con multitud de formaciones dedicadas a él, raramente trasciende a las primeras páginas de las programaciones de directo y, cuando lo hace, suele ser en estilo camerístico y casi de forma anecdótica. Cuando finalmente se produce el encuentro entre público e intérpretes la chispa salta y, como resultado, podemos ver entregas incondicionales como la vivida en el concierto que nos ocupa.

Las obras seleccionadas no pretendían descubrir ni rescatar repertorio sino, simple y llanamente, desplegar las características del estilo con piezas encuadradas en los parámetros estéticos de su tiempo. La Orquesta Barroca de Sevilla, sin demasiados excesos, nos explicó el sonido con una efectividad no exenta de matices y algún ‘pero’. Siempre es delicado adjetivar a formaciones de este estilo, pues las características de los instrumentos que emplean dificultan parámetros de afinación, empaste e intensidad. Mas el conjunto gustó y, sobre todo, acompañó a Carlos Mena en sus intervenciones afortunadas y muy emotivas.

La carrera de este intérprete está en continuo crecimiento y en el recital de la 53 edición del F.I.S. demostró sobradamente los motivos por los cuales visita frecuentemente los mejores escenarios de música barroca del mundo. Su timbre es bello y su tesitura amplia y muy bien asentada en todos los registros. Realizó interpretaciones sublimes pero sobre todo con mucha musicalidad y una participación con el sonido entregada y jugosa. La delicadeza pudo ser una de las características del concierto, pero también la calidad como seña de distinción, al menos en el papel desempeñado por Mena.

El hambre de sonoridades barrocas de la primera mitad del siglo XVIII quedó parcialmente saciada, y los aficionados que acudieron a la Sala Argenta pidieron más y lo obtuvieron en forma de bises extraídos de la grabación realizada por la formación sevillana sobre el oratorio de Scarlatti 'Colpa, Pentimento e Grazia'. Desafortunadamente la desinformación, o la Olimpiadas, o vaya usted a saber qué motivos, hizo que la Argenta se quedar a medio llenar dando la razón a los que no gustan de apostar por conciertos barrocos de formaciones orquestales. ¡Qué pena!

jueves, agosto 12, 2004

“¿Me encanta y no lo puedo soportar?”

Del amor al odio dicen que hay un paso, y de lo sublime a lo detestable una distancia igualmente corta. Desde la perspectiva occidental y desde el punto de vista y de oído de quien les escribe el encuentro con el Teatro Nacional de la Ópera de Pekín en su presencia en la 53 edición del Festival Internacional de Pekín tuvo mucho de esos polos opuestos que, dicen, se atraen.

La aldea global en la que estamos habitando en los últimos años emite, mediáticamente, cientos de mensajes interculturales que nos permiten conocer, de forma muy parcial, qué es lo que sucede en sociedades alejadas a la propia. Pero, a pesar de ello, para entender algo tan distante y diverso como es la cultura oriental es necesario dedicar algo más que unos minutos. La Ópera de Pekín nos presentó, por primera vez fuera de China, ‘La Diosa del río Luo’ del compositor Xie Zhenquiang. Una forma de sumergirse en conceptos tradicionales asiáticos relativos a la música, la poesía, la estética, el sentido de la belleza, el drama... Pudimos escuchar instrumentos alejados de nuestros referentes más inmediatos y profundizar en el desarrollo de un drama musical distinto a “nuestras” óperas pero al que tratamos, en lo formal, como si fuera una de ellas; tampoco lo sabíamos hacer de otra manera. El Festival, para la ocasión, vistió con elegantes quimonos orientales a sus acomodadoras.

La música, a pesar de estar escrita hace apenas un par de años, se sitúa dentro de las coordenadas de estilo muy tradicionales, no exenta de ciertos elementos occidentalizadores en algunos momentos del discurso. Frente a ellos, otras características propias mucho más complejas de digerir y que supusieron el principal escollo para el disfrute pleno. Pero es normal, ni sabemos ni debemos categorizar estas diferencias sino empezar a conocerlas para decidir después si nos gustan o no. Ciertamente las percusiones que acompañaban las escenas de tránsito y el timbre agudo y nasal de algunos de los personajes supone una condición de belleza a la que no estamos acostumbrados. Y, como les anticipaba al comienzo de este escrito, frente a la exquisitez más sublime a nuestros ojos también tuvimos las disonancias y estridencias más ingratas y desagradables para nuestros oídos.

La coordinación de todos los elementos que integran el discurso de esta propuesta es una apasionante experiencia para los sentidos. Lujosos trajes y movimientos calculados se compaginan para desarrollar un estilo narrativo sencillo y efectivo. La belleza de lo delicado y la naturaleza de las cosas sencillas envueltas en un vistoso y colorista atuendo. La sensación, al terminar el espectáculo, fue de aturdimiento. Nos había gustado mucho y, al mismo tiempo, nos había sacado de nuestros cabales. Como del encuentro del frío con el calor... surgió un remolino.

miércoles, agosto 11, 2004

“Espectacular por naturaleza”

El Festival Internacional de Santander presentó, el pasado martes, uno de los conciertos más intensos de piano de cuantos hemos podido ver en la Sala Argenta en los últimos años. Se trataba de un recital de Grigorij Sokolov con un programa denso y complejo pero con el que pudimos adentrarnos en las profundidades más puras de la música: en su pensamiento.

Sokolov es espectacular de la misma manera en que lo son unas cataratas que se precipitan al vacío desde la altura, como el cañón por el que transcurre un río o las olas que rompen con furia contra un acantilado: es espectacular por naturaleza. No hay un intención clara de sorprender con artificios técnicos sino una demostración rotunda por su parte de las cualidades con las que es capaz de hacer que sobre el escenario únicamente exista el elemento más puro de la música, el sonido. Sokolov ofreció lecturas apasionantes de Bach y Beethoven, celebradas con la presencia de su instrumento claro, potente, definiendo cada aspecto de la partitura y adentrándose en las profundidades más complejas de las obras. Un ejemplo, el último movimiento de la Op. 111 beethoveniana supuso una hipnótica experiencia frente a la perfección; los trinos articulados por el compositor alemán se interpretaron con la maquinal presencia de un mantra, conmoviendo al oyente e implicándole de una forma sensorial con el contenido de la obra. Tras la última nota de esta pieza se produjeron unos segundos de silencio, un instante de reflexión profunda en el que recobrar el aliento entregado al maestro Sokolov. Quien les escribe tenía la sensación de haber esta corriendo una maratón al lado del sonido de este piano, una sensación física que trascendía a la netamente musical.

Desde la distancia del genio, que se nos antoja encerrado en su mundo, el pianista nos brindó una tercera parte tras las dos de rigor sobre el programa. Hasta seis nuevas obras interpretó como propinas a un público que ovacionó y solicitó más y más música. En estos bises nos encontramos con Chopin y Scarlatti a partes iguales, pero lo que hayamos fue nuevamente genialidad y pureza en interpretaciones únicamente repetibles por el propio Sokolov. La presencia escénica de este maestro se distancia del público, elemento indispensable para realizar un concierto pero prescindible, al menos en apariencia, para este pianista. Interpretó el programa del tirón, sin parar para recoger los aplausos que señalaban el fin de una obras y el comienzo de la otras. Con los antológicos bises, más de lo mismo, distancia y una única cosa importante: la música.

lunes, agosto 09, 2004

“¿Lo bueno si breve...?”

Angela Gheorghiu ofreció, el pasado domingo, un concierto dentro de la programación de la Sala Argenta del Festival Internacional de Santander. Un recital de ‘gala’ en el que pudimos disfrutar con la exquisita voz de una de las intérpretes más veneradas y apreciadas dentro de la nueva generación de “divas” operísticas.

El programa estuvo configurado como propone la tradición de este tipo de eventos: oberturas operísticas alternadas con arias a solo con las que se nos fue ofreciendo lo mejor del registro de la cantante rumana. Obras desde el ‘bel canto’ al ‘verismo’ con las que sacar el máximo partido y arrancar bravos y aplausos a un público entregado desde un principio.

De esta forma pudimos encontrarnos, cara a cara, con la cantante que ha sorprendido y creado admiradores por doquier dentro del mundo de la lírica. Y no es para menos, pues su voz, a pesar de no ser grande en exceso, posee las cualidades necesarias para emocionar y llegar a lo más hondo. Una voz de esas personales que siempre nos recuerdan a las más grandes. Mucho empaque, perfecta afinación, profundidad y variedad de registro, dramatismo y sentido, gesto escénico que acompaña al canto.... ¿Qué más podemos pedir? Tal vez que el concierto hubiera durado algo más, pues si nos supo a poco por lo bien que lo pasamos también tuvimos esta sensación por lo corto que realmente fue. ¿Lo bueno si breve dos veces bueno?

La orquesta, la del Helikon Opera Theatre, cumplió con su función de arropar a la “diva”, en algunos momentos con demasiada vehemencia. La dirección musical de Vladimir Ponkin nuevamente detallista y demostrándonos, como sucedió en el ‘Caso Makropoulos’, que es un gran director.

De postre tres bises, sin lugar a dudas lo peor de la noche. Los dos primeros en los parámetros pop de la canción ligera y el último de ellos, el granada de Agustín Lara, un desafortunado tributo al canto que agradó a la concurrencia por su osadía pero que a quien les escribe dejó un mal sabor de boca. Y es que hay otras melodías que nos hubiera entusiasmado escuchar en la voz de la Gheorghiu, ahora que teníamos esa oportunidad, en lugar de un remedo improvisado de música española. ¡Con lo bien que íbamos!

domingo, agosto 08, 2004

“Pedro el Grande... de Babel”

El pasado sábado concluyó la presencia del Helikon Opera Theatre en su tercera visita al Festival Internacional de Santander. Tras su participación en el estreno de ‘Norma’ y la afortunada presentación del ‘Caso Makropoulos’ le llegó el turno al ‘Pedro el Grande’ del compositor francés André-Modeste Grétry.

Ya hemos comentado desde esta páginas, este mismo año y en ediciones precedentes, la clara intención de la compañía de ópera rusa de conquistar al público ofreciendo producciones alejadas de los títulos convencionales del repertorio. En el caso que ahora nos ocupa esta propuesta se convierte en ‘máxima’ al ofrecernos no únicamente una obra poco conocida para nosotros sino descubriéndonos, prácticamente en un sentido literal, al compositor responsable de la misma. Bien es cierto que el periodo de la Historia de la Música en el que le tocó vivir, compartiendo fechas con genios como Haydn, Mozart o Beethoven, dificulta que sus obras trasciendan más de lo que lo han hecho. Pero el caso es que pudimos situarnos ante una partitura amable, agradable y dentro de las normas del estilo y la forma correspondientes a su época.

Bertman idea un montaje muy divertido y ágil, cediendo protagonismo al conjunto de coro y solistas en un ‘perpetuum mobile’ que engarza la escenas en un creciente sentido cómico. Imaginamos que el montaje original contaba con las explicaciones en ruso por parte de los actores de las intervenciones francesas del libreto de la obra. El Helikon pretendió realizar un esfuerzo al incorporal el castellano a esos dos idiomas sobre el escenario, con un desafortunado resultado que trasformó en babel muchas escenas. Aún con todo nos resultó entretenido e interesante.

Constantes guiños al público, complicidad con el respetable, hermosas situaciones como en la que el director de la orquesta –Sergei Stadler- interpreta a petición de los cantantes “algo de Gretry”, la aparición sobre el escenario de los programas de mano de la propia ópera para así poder contar “lo que pasaba”, la niña directora de coro... fueron recursos fresco y divertidos, sin más trascendencia que el buen humor pero con mucho sentido.

La escenografía es original y con ciertas posibilidades dinámicas a pesar de ser muy estática. El vestuario, por su parte, un genial logro al reconstruir trajes de época empleando el tejido vaquero de forma muy ocurrente.

En el apartado vocal, como no podía ser menos, nuevamente un alto nivel general de solistas y figuración en un producto coral y equilibrado. Tal vez la voz del solista que encarnó a Pedro el Grande resultó algo más pequeña que lo que nos indicaba su título. En todos ellos, sin excepción, ese magistral sentido dramático que permite hacernos llegar música y texto en perfecta simbiosis.

Después del drama de Norma y el conflicto de Makropoulos no pudo terminar mejor este ciclo Bertman en la 53 edición del F.I.S.: con una sonrisa en los labios.

sábado, agosto 07, 2004

“Síntesis de ‘Fura’: 25 años después, llegó Naumon”

La Fura del Baus ‘llegó’ a Santander, ‘atracó’ en el muelle de Maliaño y ‘venció’ por goleada con su presencia, dentro de las actividades de la 53 edición Festival Internacional de Santander. Jornada multitudinaria en cuando a asistencia de público y afortunada en el aspecto meteorológico que permitió, finalmente, que la Fura triunfara en nuestra ciudad con un espectáculo “de los suyos”. Ya les pudimos ver en Santander, pero siempre con obras escénicas –como la dedicada a Lorca- y nunca con el teatro más trasgresor y personal que les identifica; para esos montajes tuvimos que ir a Torrelavega o Astillero, preguntándonos siempre por qué nunca apostarían por la capital... o mejor dicho, por qué nunca se apostaría por ellos desde la capital.

El Naumon, un barco escenario itinerante, desplegó sus velas en forma de pantallas de proyección y diseminó en el muelle la primera de las obras que componen el ciclo ‘anfibio’ del grupo catalán. Una impecable producción en la que se destilan procedimientos de los primeros veinticinco años de vida de esta formación. Pudimos ver a la Fura de todos los tiempos y a todas las furas en uno: el lenguaje furero de toda la vida con las carreras entre el público de demonios mancos y artificios mecánicos que aprendimos a sentir –y a temer con esa agridulce sensación de querer tener algo de miedo- en ‘Accions’, ‘Tier Mon’ o, más recientemente, ‘OBS’. Vimos el despliegue tecnológico que esta compañía empezó a desarrollar en ‘MTM’ así como los engaños de la imagen y la videoproyección en directo y/o en diferido. Vimos elementos constructivos al ritmo de cuerpos que son máquinas y crean espacios, como sucedía en el gallinero de ‘Manes’. Tuvimos la grandilocuencia del fuego proyectado de sus óperas y nacimientos amnióticos como el que ocurría en ‘Fausto 3.0’. Personajes que trepan y crecen en una pantalla de video como en ‘XXX’, y video arte integrado en todo ello, el nacido hace años en las instalaciones ‘MUGRA’, ‘Foc Forn’, ‘B.O.M’... Acciones con el concepto acción diseñado ya para el espectáculo: todo un barco que navega para llevar teatro es una gran acción ¿no creen?, una intervención naval en suelo urbano. También estuvo representada la ‘fura’ de los espectáculos escénicos en el diseño frontal de esta obra, y la poética que es capaz de emocionar justo unos segundos antes de comenzar a ser provocación. El Naumon nos transportó a la compañía ecléctica, con mensajes evidentes y otros cerrados a la libre interpretación. Incluso los que por significar, no significaban nada y aquello otros que encerraban en su contenido alguna verdad eterna.

Como ven muchas ‘furas’ en una sola, la multiplicidad de veinticinco años experimentando y la seguridad de haber alcanzado un punto de vista que les permite hacer casi todo lo que se les ocurra. Entonces llegó Naumon, un invento genial, la actualización del teatro de la Barraca lorquiano que trasforma el carromato en nave marina y a los títeres de Cachiporra en gigantescas estructuras que pasean a nuestro lado.

Es necesario elogiar la actividad de los voluntarios que, por una noche, formaron parte de un universo teatral arriesgandose a decenas de metros de altura, sobre nuestras cabezas, para convertirse en código genético o en un botafumeiro sacralizando el infierno. También hubo otros extras en forma de fotografía proyectada: Bush, Aznar, Saddam Hussein, Hitler... recibidos con aplausos por parte del respetable que ratificaba así la implicación, en parte, con un mensaje social. Antes y después del teatro publicidad proyectada pero de signo distinto: mensajes con contenido e incitación a ser solidarios.

La música, nuevamente, indispensable para entender lo que sucede. Efectos sonoros y discurso tecnológico con vocación de afectar al organismo. Bajas frecuencias, ritmos que aluden al estado de ánimo y un torrencial sentido de continuidad que no nos deja descansar ni un segundo.

Vimos a todas las furas y vimos a la única. Han pasado 25 años y alguien les puede achacar ahora ser comerciales. Lo que es seguro es que siguen siendo auténticos a fuerza de repetirse y reinventarse continuamente. Tras unos últimos montajes menos intensos, esta experiencia marítima les pone de nuevo en cabeza. Donde siempre han estado.

viernes, agosto 06, 2004

“La ópera como dramaturgia”

Segunda cita operística del Festival Internacional de Santander la que se produjo el pasado jueves en el Palacio de Festivales. Tras el estreno de la ‘Norma’ de Bellini la compañía Helikon Theatre que dirige Bertman nos propuso ‘El caso Makropoulos’ de Janacek cuando se cumplen 150 años del nacimiento del compositor checo.

Muchas son las diferencias entre ambas producciones, a pesar de que el director escénico de las mismas es Dmitry Bertman en los dos casos. En la que inauguró la 53 edición del F.I.S. se nos presentó un reparto de lujo para escenificar un título de los más conocidos del repertorio y en el que, a pesar de los esfuerzos y la genialidad evidente, el director de escena ruso no pudo dominar todos los elementos dramáticos, ni mucho menos a sus actores. Podríamos escribir y opinar acerca de la dicotomía música y escena y del peso absoluto o relativo de ambos factores en una producción al uso, pero no es el momento.

En la propuesta que ahora nos ocupa, a diferencia de la ‘Norma’, nos situamos ante un título menos conocido –al menos ciertamente menos escuchado- pero con unas características estéticas expresionistas mucho más cercanas al ideario desarrollado por Bertman en anteriores producciones y en el que es capaz de sorprendernos y convencernos una y otra vez: un director escénico al que conocimos con la ‘Lady Macbeth en el distrito de Mensk’ de Shostakovich y al que admiramos con la ‘Lulú’ de Berg. Ahora, tras la breve duda surgida hace unos días, recuperamos al autor que nos conmueve, al dramaturgo de la ópera que, no nos despistemos, ofrece en sus producciones la misma categoría sobre el escenario que desde la partitura. La orquesta del Helikon y los solistas de esta compañía son unos músicos de primera. Estos últimos, además, actores de categoría en gesto, expresión, intención y escena. La unión entre música y drama es posible, pero visto lo visto, indispensable para su consecución el trabajo constante y habitual entre todos los elementos de una ópera. Los mismo que es factible que un director sea capaz de conducir –usando el anglicismo- una orquesta cuanto más tiempo comparte con ella. Pero tampoco es ahora el momento de hablar de los directores de orquesta invitados... ¿cuántos temas sobre los que no discutir verdad?.

Bertman concibe un espacio dramático cerrado sobre sí mismo, una plaza pública –o de toros, o un circo romano, o un teatro...- por el que deambulan los personajes que son y han sido vistos desde hace mucho tiempo. En él dos niveles, el presente y el recuerdo de lo vivido –la memoria- en forma de fantasmas blanquecinos que son también espectadores, como nosotros, de la angustia de un personaje de verdad complejo y lleno de matices: Elina Makropoulos. El vestuario es también una eficaz herramienta para contar la historia, así los personajes aparecen vestidos, desnudos o con manchas de trajes isabelinos cubriendo los elegantes frac, aludiendo de nuevo a la memoria y al peso del pasado sobre nuestros –sus- hombros.

En lo musical, ya les digo, una orquesta espléndida con una partitura compleja pero hermosa; la dirección de Vladimir Ponkin fue todo un lujo. En el terreno vocal un generoso nivel destacando, como no podía ser de otra forma, a Natalia Zagorinskaya en el comprometido papel principal sin descuidar tampoco al rotundo Sergei Yakovlev como Jaroslav Prus. Voces potentes casi todas ellas, con personalidad pero, sobre todo, con un compromiso con su trabajo inmenso desde cualquier punto de vista.

Una noche de ópera de esas que te dejan con la sonrisa puesta gracias al trabajo realizado por todo un equipo, al espectáculo visto, al torrente de ideas sugeridas desde la escena, a la coherencia.... y sobre todo a la música, no se confundan.

“Curiosidad por lo contemporáneo”

Como no tenemos únicamente Festival Internacional de Santander en las noches musicales de nuestra capital, es conveniente recordar otros ciclos y encuentros intensos e interesantes que se dan cita estos días. Caso de los Lunes Contemporáneos que se organizan desde la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo y que congregan, en un horario “golfo” –con perdón- a intérpretes y aficionados a la composición actual en el escenario del Paraninfo de la Magdalena.

El pasado lunes arrancó la propuesta con la presencia del Trío Kandinsky, formación camerística que nos ofreció obras de Montsalvatge, José Luis Turina, Guinjoan y Gerhard. Un interesante repaso a la música española del XX sobre el que reflexionar y ahondar acerca de los caminos emprendidos por la creación y su unión y/o confrontación con el respetable. Los integrantes del Kandisky presentaron su trabajo con corrección y mayor compromiso en la piezas que así lo exigían, caso de la magnífica pieza de Guinjoan. Distancia e implicación exigible y tolerable desde una audiencia realmente distinta: jóvenes estudiantes, aficionados a este género... un púlblico impensable y necesario en propuestas similares de nuestro entorno en otras fechas del año.

El Trío Dhamar el próximo lunes o el pianista Alberto Rosado el 23 de agosto completarán un ciclo al que es aconsejable acercarse por muchos motivos, pero tal vez la curiosidad sea el más importante de ellos.

lunes, agosto 02, 2004

“La Norma del F.I.S.”

Jornada inaugural de la 53 edición del Festival Internacional con la nueva producción de la Norma de Bellini. Lleno absoluto en la sala Argenta y ambiente festivo y de gala como es habitual y, por otra parte, lógico en un acto de este tipo.

Sobre el escenario una apuesta lírica que tenía en Dmitry Bertman su baza más fuerte. Un director de escena ruso que ha ligado en los últimos años su nombre y prestigio al Festival santanderino y que en esta ocasión, además de traernos espectáculos de su compañía como los que veremos próximamente en el Palacio de Festivales, ha comandado la escena en una nueva producción realizada desde el FIS.

La Norma que presenciamos el pasado domingo funcionó muy bien en el terreno musical. Grandes voces cimentaron un sonido rotundo y deshojaron la partitura belcantística para ofrecer un resultado en el que tienen cabida pocas matizaciones. María Guleghina encarnó el personaje principal con un registro asentado pero no exento de peligros en algunos efectos que buscaban el dramatismo. Desplegó potencia y acertó en los pasajes comprometidos y, lo que es más complicado, en los conocidos por el público. Pero a pesar de eso la sorpresa nos la llevamos con la Adalgisa interpretada por Luciana D´Intino. En ella encontramos lo mejor de la velada gracias a una voz rica en matices, perfectamente coherente con la partitura y con un poder de transmisión y evocación difícilmente equiparable a ningún otro. Esta cantante tiene una ámbito vocal para dar y tomar, siendo mezzosoprano todo el tiempo pero con la ligereza de una soprano cuando esto es necesario. Ambas encontraron en sus escenas a dúo la complicidad vocal y el entendimiento necesario para ofrecernos deliciosos momentos y el pilar más sólido de este estreno. Por su parte el tenor Richard Margison, a la sazón Pollione, encontró en el primer acto de los dos que componen la obra de Bellini los momentos más interesantes para su voz, grande y con los recursos necesarios para ser un tenor con todas las letras y no un cúmulo de esfuerzos inútiles como suele ser habitual en estos papeles. El resto del elenco mantuvo el nivel exigible pero, como sucede en el libreto escrito por Romani, sin necesidad ni espacio para destacar sobre los tres roles principales.

Pero el “pero” más grande –ya saben que siempre suele haber uno- hemos de colocarlo en la escasa o nula participación dramática en el desarrollo de la escena de los personajes principales de esta ópera. Mucha distancia y poca dedicación a hacer creíble un desarrollo argumental perfectamente cimentado en la parte técnica que les correspondía. Una lástima al tratarse de una producción de autor –escénico- que no pudo manejar los elementos protagonistas como hubiera sido deseable.

La orquesta dirigida por el maestro Antonello Allemandi, la del Helikón Opera Theatre, resultó eficaz con algún desmande puntual en los vientos. La dirección de Allemandi se desveló atenta y aglutinó los diversos planos sonoros en un producto de buena factura. El coro del Helikón también convenció, y mucho, gracias a su potente registro, muy rico en graves y con una preparación musical al más alto nivel. Su papel, además del vocal en sentido estricto, funcionó como elemento integrador del discurso dramático ideado por Bertman en coreografías y ejercicios escénicos constantes que solventaron y, casi podemos decir, nos tributaron.

En el terreno escénico Bertman quiso ofrecernos una producción moderna, siempre teniendo en cuenta lo que este término implica desde la perspectiva del “genio que surgió del frío”, como se le ha definido en algunas ocasiones. Muchas son las ideas que dejó sobre un escenario presidido por un elemento central omnipresente y que molestaba un poco en la primera mitad del acto primero. Poco a poco, la evolución sufrida por los elementos que se desgajaban de este mecanismo y su empleo dramático en conjunción con el argumento hicieron del mismo algo más llevadero e interesante para el objetivo final. Sobre el panel del fondo una luna simulada que, en realidad, se convirtió desde las primeras proyecciones en el oráculo que tornaba de color para sugerirnos estados de ánimo y emociones. Bertman nos sorprende con efectos escénicos arrolladores como el uso de espadas de luz dentro de una estética futurista. Un elemento que decora como atrezzo pero que viste también la escena en un cierto aire cinematográfico, sin querer referirme a La Guerra de las Galaxias sino a aquella película de motos de luz y luchadores cibernéticos estrenada en el año 1982: ‘Tron’.

El diseño de vestuario corresponde con estos modelos de diseño señalados, una síntesis de lo funcional, lo estéticamente con pretensiones de modernidad y el resultado escénico de conjunto agradable y, como no, también coreografiado. La iluminación, igualmente cuidada, viste la escena con tonos de neón y diversos colores en un empleo discursivo de los mismos.

La carrera de Bertman prosigue con su buena salud en nuestro país y en pocas semanas estrenará una nueva producción, esta vez en el Teatro Clásico de Mérida sobre ‘La Clemenza di Tito’ de Mozart. En Santander nos ha dejado una Norma de la que nos quedará buen recuerdo, sobre todo de sus voces.