Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

domingo, marzo 04, 2007

“Negro sobre blanco”.

En los últimos días el Palacio de Festivales nos ha ofrecido dos obras de teatro de signo bien distinto pero con un común denominador: la literatura vista desde la escena. La primera de ellas, hace un par de semanas, nos trajo el intimismo de Brian Friel con ‘Afterplay’; Blanca Portillo y Helio Pedregal sobre las tablas. El pasado viernes se presentó ‘El Chico de la última fila’, escrita por Juan Mayorga y dirigida por Helena Pimienta. Siempre se han dicho que las comparaciones son odiosas, pero en ocasiones, como es el caso, su cercanía en el tiempo y la constante presencia de los grandes autores rusos las hace inevitables.

La producción de ‘El Chico…” no es redonda en su factura, pero sí que tiene mucho acierto en la dimensión dramática, en su contenido y en el trabajo desarrollado por sus dos intérpretes principales. Los flecos que la impiden ser más perfecta están en el torpe empleo de la música y en una iluminación caótica en muchos casos, barroca en su concepto pero difícilmente llevada a cabo. En la otra mitad está el asunto de la obra, un complejo entramado dramático que va tejiendo el argumento y creciendo hasta llegar a su final, abrupto. Creímos que íbamos a ver una obra con asuntos relacionados con la educación, pero el elemento crucial de la pieza no está en la relación profesor-alumno sino en la dimensión literaria de la creación. En el hecho de escribir frente al de vivir. Muy interesante en todo caso.

Ramón Barea y Carlos Jiménez-Alfaro presentan unos caracteres creíbles y bien manejados en lo escénico por Helena Pimienta. El tono de la obra es actual con un lenguaje claro y directo. Algunos elementos quedan desarticulados –más allá del dúo protagonistas- y sin fuerza, tal vez por cierta apatía expresiva en la interpretacón. Nada grave en un entorno que inspira la confianza suficiente como para adentrarse en él.

Sobre la otra obra, ‘Afterplay’, los parámetros son completamente distintos. La puesta en escena se cuida mucho más –iluminación, espacio escénico…- en una proposición mucho más intimista y clásica. La actuación de Blanca Portillo y Helio Pedregal es eficiente en todos los aspectos. Pero para quien les escribe, el argumento de ‘Afterplay’ se sitúa en una situación argumental tan exclusiva que puede caer en lo aburrido. Se organiza el discurso en el encuentro de dos personajes de Chejov en un encuentro casual, dentro de una situación espacio-temporal ajena al mundo. Imagino que, para adentrarse en esta obra y disfrutar más su contenido, sea necesario tener muy cercanos y vividos ambos títulos. El drama, el conflicto, no aparece en este escenario sino en los otros y el paseo por la obra no es más que eso: un paseo.

Dos obras bien distintas, dos producciones conceptualmente alejadas pero un universo literario que las une. Negro sobre blanco.