Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

sábado, abril 30, 2005

“De tacón” y muchísimo más

Rafael Amargo no es el mejor bailarín de flamenco de su tiempo. Pero, probablemente, sus espectáculos son lo mejor que podamos encontrar en este género gracias al talento, en todo los sentidos, de Amargo y a su capacidad de reunir un equipo artístico impresionante. Estos días ha visitado el Palacio de Festivales para mostrarnos ‘Enramblao’, su particular homenaje a la multiculturalidad de las grandes ciudades –con Barcelona como ejemplo y que da nombre al espectáculo- y de paso para divertir y entretener a una audiencia que vibra en las casi dos horas y media que dura “la fiesta” en escena.

La fusión entre técnicas, estilos y formas de entender el arte se fusionan de la misma manera en que ya lo hicieran en ‘Poeta en Nueva York’, que pudimos ver en este mismo escenario hace unos meses. Amargo, y su equipo, son capaces de emplear los nuevos recursos tecnológicos como un elemento más de trabajo. Es de nuevo Juan Esterlich el responsable de la imagen que viste la escena, funcionando como elemento narrativo y, además, emocionando con hermosos recursos estéticos de color, luz y movimiento.

Y sobre el escenario, “enramblaos” de carne y hueso un plantel de toque, cante y baile inmejorable por encima de cualquier calificación. Como el caso de Maria Teresa, una voz tremenda y sobrecogedora como nos demostró en sus intervenciones flamencas y en las otras, en las que se acercaron a la copla más abierta o a la ‘chanson’ francesa emocionante y emocional. Otro prodigio: el violinista David Moreira, con una técnica difícil de encontrar en muchos intérpretes de este instrumento en el mundo del clásico y una energía y entrega desbordante en todos los sentidos. Cuatro bailarines ajenos al flamenco pero que encandilaron al respetable: Fran Fernández, Alberto Pardo, Sira Cuenca y Ludovico Hombravella. Ellos aportaron “break dance” y “tap dance” para su comparación con el taconeo flamenco. Hace unos años el bailaor Antonio Márquez en unas clases magistrales impartidas en el sur de Francia comparaba el claqué con el flamenco. De aquel decía que era como saltar hacia el cielo en tanto que el flamenco le ataba irremediablemente al suelo. Amargo, en este espectáculo y con esta comparación, nos mostró un buen ejemplo de esa teoría.

Y Rafael Amargo. Que entra en el escenario cargado de energía y “reventando” en taconeo manteniendo ese nivel a lo largo de toda la noche. Elegante en el vestuario hasta “más y no poder”, ingenioso en las coreografías más alejadas del flamenco y entregado en las de su arte. Sabe la forma precisa de ganarse al público y entregarse en cuerpo y alma a ellos. Acercándose a ellos –a nosotros-, lanzando un pañuelo blanco o arrancando constantes explosiones de movimiento. Pero lo mejor de él tal vez no sea eso. Lo mejor de Amargo está en su concepto de la escena, en su forma de contar y contar mucho. A Enramblado puede que le sobre parte de flamenco para poder disfrutar, aún más, de todo lo demás. Lo que nos da “con el tacón” no es mucho más de lo que ofrecen otros. El resto de su espectáculo es lo verdaderamente interesante, y emocionante.

sábado, abril 23, 2005

“Valses de amor”

El Ciclo de ‘Educativos’ de la fundación Marcelino Botín presentó, la noche del miércoles, el capítulo titulado ‘La canción amorosa’ dentro del programa general dedicado este año a la Poética Musical. El Cuarteto Cavatina y el piano a cuatro manos de Aurelio Viribay y Duncan Gifford amenizaron una velada agradable en lo musical.

Obras de Schubert, Schumann y Brahms fueron la excusa propuesta por estos intérpretes que tuvo en la segunda parte, con los ‘Valses de amor’ basados en los textos de Daumer, su oferta más atractiva en lo que a repertorio se refiere. Una magna obra que cumple a la perfección con el adjetivo de “poético” que promete este ciclo y que resuelve, en las dieciocho piezas que desgranan el discurso, hermosas creaciones melódicas en románticos planteamientos musicales.

La implicación de seis músicos en escena fue grata, pero no intensa. El desequilibrio evidente en las voces –dos más presentes e interesantes, en los registros extremos, frente a otras dos con menos brillo y potencia- y la maquinal presencia del piano restaron ese factor de “exaltación emotiva” que bien hubiera cautivado a quien les escribe y, seguramente, a muchos otros. Pero se trató de un concierto de esos en los que la música es un oficio. No siempre la musa está presente y, siendo justos, lo que recibimos bastó para conocer y entender las obras presentadas a un público, todo sea dicho, más ruidoso e inquieto que nunca.

“Con el murmullo del público...”

‘La Retirada de Moscú’, vista este fin de semana en la Sala Pereda del Palacio de Festivales, es una de esas obras de teatro que cuentan con la “aprobación” tácita y explícita del público en su murmullo que acompaña las diversas escenas de la misma. Murmullos que, en muchas ocasiones, se desatan en sonrisas que luego son risas. Murmullos que, a veces, son comentarios en los que la implicación va más allá de lo habitual. “¡Que paciencia tiene ese hombre!”, “¡Está loca!”, decían a media voz algunos de mis compañeros de butaca. Como ellos, otros muchos, siguieron con emoción y devoción –murmullos y aprobación- el texto de William Nicholson que aborda un universal de la condición humana: el fracaso de una relación personal entre dos personas.

Gerado Malla, Toni Cantó y Kivi Mánver configuran un elenco que, a pesar del horroroso decorado, logra llegar a un público “de teatro”. A ese público que lo fue también del televisivo Estudio 1 y que se aficionó a acudir a las temporadas estivales para poder verlos “en directo”. Un teatro sin excesivas pretensiones de renovación de la escena, con el sabor de la tradición y heredero de toda la historia del teatro. Clásico a pesar de ser moderno en su contenido y con una dirección, la de Luis Olmos, igualmente conservadora. Un modo de presentar la escena que tiene en sus protagonistas, y en los roles que asumen muchos de nuestros actores de ser siempre “ellos mismos”, todo el peso de enlazar con el público y lograr su parcela de éxito.

La producción, como pueden imaginar, sin excesos: un iluminación “argumental”, un decorado que, a pesar de ser horroroso, sirve para sugerir diversos espacios y pinceladas de música a ritmo de un corazón que se mezcla con un contrabajo caminando con pasos de jazz... sin venir mucho a cuento con el tono que luego se desarrolla en escena. Se opta por la comedia de lo cotidiano, con un clímax muy emotivo en la primera mitad de la obra y luego un descenso de nuevo hacia lo cómico. El final poético, pero de nuevo extraño.

sábado, abril 16, 2005

“Educación, penurias... y acordeón”

La última producción de la compañía cántabra de teatro ‘La Machina’ vio la luz el pasado viernes en el Palacio de Festivales. Una magnífica acogida –y entrega- por parte del público acompañó á la tragicomedia, o “aci-comedia” si me permiten el neologismo, escrita por Isaac Cuende y que desde un guiño inocente como punto de partida ironiza y polemiza acerca de un universal del teatro de altura: nuestra sociedad.

No se trata de mirarse el ombligo y reírse de la pronunciada curva que observamos desde arriba sino que se nos muestra un catálogo de miserias con la mayor dignidad del mundo: la del capataz de la pobreza, la del mendigo “profesionalizado” o la del artista en ciernes. Tres personajes nacidos con la vocación de ser “entrañables” y de los que se desprenden diálogos ingeniosos, juegos de palabras y música de acordeón. Hijos de nuestro tiempo o, más bien, frutos inevitables de él.

Fernando Madrazo, Luis Oyarbide y Alberto Sebastián conforman la “terna” –siguiendo el símil taurino planteado en ocasiones en la obra- responsable de una faena acreedora de “vuelta al ruedo y ovación”. Con un intenso ejercicio dramático trasforman voz y gesto, además de incluir destrezas musicales indispensables en esta pieza. Voces que surgen de la calle, con “tilín” Santanderino en la entonación y calamidades varias. Gestos que nos resultan familiares, de nuestra cotidianidad viviendo y conviviendo cerca de la pobreza. De la “real” y de la otra, la “real organizada”.

La producción es sencilla pero original gracias al despliegue escénico de unos colchones que van modificando el espacio, logrando que siempre sea distinto. La iluminación, por su parte, actúa como signo de puntuación evidente del discurso escénico y dramático. En ocasiones sutilmente y en otras con una evidencia tal vez demasiado tajante. La parte musical, como les indicábamos más arriba, cuenta con los propios actores como intérpretes en de temas arreglados y/o escritos por Yuyo Hornazábal.

Un relato que es, en sí, un retazo de una sociedad que se empeña en evolucionar por los caminos equivocados. Miserias que se venden a tanto por ciento detrás de un acordeón o en ocasiones en programas de televisión nocturnos. A tanto por ciento para el patrón, ya saben a lo que me refiero.

jueves, abril 14, 2005

“Música y alguna desaparición”

El Trío Mozart de Deloitte, integrado por jóvenes músicos procedentes del “vivero” –con perdón- de la música de cámara que es la Escuela Superior de Música Reina Sofía, llenó el aforo de la Fundación Marcelino Botín con un concierto que tuvo como bandera una interpretación enérgica y muy pasional.

Luces y sombras sobrevolaron un concierto configurado sobre un programa de campeonato. Profundidad y mucha música en las obras escogidas y momentos grandilocuentes en las manos y sonidos de estos tres jóvenes talentos. Comenzó la velada con un Mozart exhibido desde la visión más expresiva imaginable y con un indudable toque romántico. Se entregaron de forma completa al trío de Smetana, una de esas piezas que hacen sentirse vivo al que las escucha, del que lograron episodios tan arrebatadores como la propia música. En la segunda mitad el op.100 de Schubert, un largo episodio musical que gustó y permitió, nuevamente, disfrutar con la musicalidad de este trío.

El pianista, Luis del Valle, es un prodigio técnico y expresivo. Heredero de la escuela a la que pertenece es capaz de “darlas todas” y además transmitir energía y música a sus compañeras en el escenario. Pero necesita prestar algo más de oído al fenómeno de conjunto para entender que la potencia de su instrumento en ocasiones tapaba –y tapó- el sonido de violoncello y violín. Tal vez la disposición sobre el escenario de estos dos instrumentos, enfrentados entre sí y arropados por el piano, no contribuyera demasiado a potenciar su registro y sí a esconderlo, sobremanera en el cello, oculto una y otra vez bajo los graves del piano. La violinista Santa Mónica Mihalache descuidó en algún momento la afinación de su instrumento, aunque la carga emocional y, sobre todo, de intención de todo el discurso no se vio afectada por los desatinos.

Un buen concierto en lo que a carga emotiva y musicalidad se refiere pero un aviso para navegantes y una petición en voz alta: es necesario escuchar el sonido del conjunto para equilibrar las descompensaciones y eventuales desapariciones de partes del discurso. De la misma forma que conviene cuidar el equilibrio entre lo estudiado y lo leído a primera –o segunda- vista. Por el bien de la música, de la que estos tres muchachos saben mucho.

miércoles, abril 06, 2005

“La música del Quijote en la Fundación Botín”

De la música en tiempos de, y sobre textos de, Cervantes y de las transcripciones realizadas por Miguel Querol, procedentes de cancioneros “palaciegos”, “colombinos” y otros con diversos “nombres y apellidos” fue el concierto celebrado el pasado martes en la Fundación Marcelino Botín. Para este encuentro, encasillado dentro del Ciclo de Conciertos Educativos que este año discurre bajo el epígrafe de ‘Poética Musical’, se contó con la participación de ‘La Capilla Antiqua’ bajo la dirección del polifacético Carlos José Martínez Fernández.

La formación aglutina músicos de diversa procedencia y criterio interpretativo en un ideal conjunto que, a falta de la rutina del trabajo continuo, tiene buenas intenciones. Así se demostró con algunas de las piezas, sobremanera en la segunda mitad, que gustaron y calaron en el oído del auditorio. La primera parte del encuentro desatinó más en lo que a afinación se refiere –ya se lo que me van a decir: “eran instrumentos antiguos”- y especialmente en la intención común de seguir la misma senda tanto en lo vocal como en lo instrumental.

La técnica vocal de la sección coral a veces recurría a artificios técnicos demasiado modernos –y estruendosos- mientras que en otros momentos la afinidad con la interpretación histórica fue mucho más elevada. En lo instrumental los mencionados despistes de los instrumentos de viento, algunos entendibles y otros no, y la extraordinaria, elegante y matizada, percusión de David Mayoral.

Se cumple así un nuevo capítulo de este ciclo y un nuevo jalón en las celebraciones del año Cervantes –o del año Quijote, como prefieran- en el que la investigación musical tiene más sentido que nunca. Ojalá sea así y no cuestión de oportunidad y/o casualidad.

sábado, abril 02, 2005

“Elizabert I de Kemp”

Lindsay Kemp estrenó el pasado viernes su última ocurrencia escénica, dedicada esta vez a Isabel I de Inglaterra. Un regreso a la escena “frente al público” tras haber dedicado su tiempo, los últimos años, a dirigir producciones de ópera. El Palacio de Festivales, presente en el estreno de algunas de estas producciones, ha sido de nuevo el lugar donde comenzó la andadura de un montaje que no nos dejó indiferentes.

Es difícil asegurar la naturaleza de esta “Elizabeth”: danza, teatro, ópera, musical, poema, mimo, reflexión histórica, histérica, esotérica... Pero basta con adjetivar el producto con el sello de su autor para entender, o no, el carácter de la misma. Kemp por los cuatro costados en un ejercicio histriónico del genial creador inglés que, rodeado de los síntomas habituales de sus trabajos anteriores, realiza una huida hacia delante –tal y como él mimo señala en las notas al programa- en la que todo lo que fue su pasado sale con él sobre las tablas.

Permítanme que les cuente, a modo de cotilleo, que quien les escribe se sintió irremediablemente atraído hacia el mundo del teatro tras presenciar en la Plaza Porticada el espectáculo de Lindsay “Flowers”, un recuerdo que aún conservo como el de alguien que abre por primera vez una caja misteriosa. Años después, esa vez en el Palacio de Festivales y encomendado a la tarea de crítico, tuve que salir literalmente “corriendo” del estreno de la Madame Butterfly de Kemp –justo con la caída del telón- para llegar al hospital donde mi hija estaba naciendo. Por estas, y otras casualidades, el nombre de Linsay Kemp –como para otros muchos de mi generación- es sinónimo de algo más que teatro. Y tal vez por eso sentí cierta frustración, en la jornada que ahora nos ocupa, al sentirme en no pocos momentos realmente “fuera” del montaje de esta obra.

Frustración incomprensible pues todas las partes de este puzzle encajaban a la perfección en un reparto, escénico y técnico, de primera categoría. La música, por ejemplo, encomendada a Carlos Miranda, nos ofrece material interesante –salvo algunas elucubraciones sesenteras, casi lisérgicas, encargadas al sintetizador- que tiene la categoría, como ya les anticipábamos, más allá de la música incidental. El guión, de David Haufhton, condensa la historia de la Historia en una ensoñación que nos remite al conocimiento histórico de la época que ambienta y participa de “Elizabeth” para entender y disfrutar mejor de esta obra.

El espacio escénico cuida el detalle al máximo y al mínimo, desde los arcos forrados de terciopelo negro hasta la iluminación de Cerdeiriña y el propio Kemp: una magistral lección de color, efectos y narrativa gracias al mágico poder de la luz. El vestuario, ya saben ustedes, impecable con la firma de toda una estrella de los oscars más recientes: Sandy Powell. Y en el escenario un reparto europeo compuesto por nombres y apellidos con un currículo impresionante. Bailaban y cantaban, ejercitaban el mimo para trasmitir instantáneas que ya están, les prometo, en la memoria de muchos como recuerdos imborrables de una escena: les hablo, por ejemplo, de la magistral Nuria Moreno arrastrada, a cámara lenta, y contándonos con su gesto todo el drama de una vida.

Lindsay Kemp está presente prácticamente siempre sobre el escenario. Travestido de Reina Elizabeth se viste y desnuda para nosotros imitándose a sí mismo y descargando sobre el gesto de sus ojos el crucial papel de esta pantomima. Ha querido reinventar el personaje histórico para dotarlo de la categoría escénica de cualquier personaje clásico de Shakespeare, por ejemplo, aludiendo a su vez a alguien de carne y hueso. ¿Les abrumo? ¿Les aburro?

¿Entienden pues mi sensación cuando les comentaba esos momentos “fuera” del espectáculo? ¿Cuándo me preguntaba a mí mismo el porqué no me gustaba algo que sabía iba a gustarme? Tal vez por eso, por esperar una nueva sorpresa y no disfrutar, cómodamente, de todo lo que Lindsay Kemp puede ofrecernos sin necesidad de ir más adelante. Volvimos a tener lo de hace años, lo que nos pareció trasgresor y mágico en aquel entonces y que ahora, a pesar de conmovernos, nos sabe a poco. Pero fue mucho, de verdad.