“Educación, penurias... y acordeón”
La última producción de la compañía cántabra de teatro ‘La Machina’ vio la luz el pasado viernes en el Palacio de Festivales. Una magnífica acogida –y entrega- por parte del público acompañó á la tragicomedia, o “aci-comedia” si me permiten el neologismo, escrita por Isaac Cuende y que desde un guiño inocente como punto de partida ironiza y polemiza acerca de un universal del teatro de altura: nuestra sociedad.
No se trata de mirarse el ombligo y reírse de la pronunciada curva que observamos desde arriba sino que se nos muestra un catálogo de miserias con la mayor dignidad del mundo: la del capataz de la pobreza, la del mendigo “profesionalizado” o la del artista en ciernes. Tres personajes nacidos con la vocación de ser “entrañables” y de los que se desprenden diálogos ingeniosos, juegos de palabras y música de acordeón. Hijos de nuestro tiempo o, más bien, frutos inevitables de él.
Fernando Madrazo, Luis Oyarbide y Alberto Sebastián conforman la “terna” –siguiendo el símil taurino planteado en ocasiones en la obra- responsable de una faena acreedora de “vuelta al ruedo y ovación”. Con un intenso ejercicio dramático trasforman voz y gesto, además de incluir destrezas musicales indispensables en esta pieza. Voces que surgen de la calle, con “tilín” Santanderino en la entonación y calamidades varias. Gestos que nos resultan familiares, de nuestra cotidianidad viviendo y conviviendo cerca de la pobreza. De la “real” y de la otra, la “real organizada”.
La producción es sencilla pero original gracias al despliegue escénico de unos colchones que van modificando el espacio, logrando que siempre sea distinto. La iluminación, por su parte, actúa como signo de puntuación evidente del discurso escénico y dramático. En ocasiones sutilmente y en otras con una evidencia tal vez demasiado tajante. La parte musical, como les indicábamos más arriba, cuenta con los propios actores como intérpretes en de temas arreglados y/o escritos por Yuyo Hornazábal.
Un relato que es, en sí, un retazo de una sociedad que se empeña en evolucionar por los caminos equivocados. Miserias que se venden a tanto por ciento detrás de un acordeón o en ocasiones en programas de televisión nocturnos. A tanto por ciento para el patrón, ya saben a lo que me refiero.
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