“Elizabert I de Kemp”
Lindsay Kemp estrenó el pasado viernes su última ocurrencia escénica, dedicada esta vez a Isabel I de Inglaterra. Un regreso a la escena “frente al público” tras haber dedicado su tiempo, los últimos años, a dirigir producciones de ópera. El Palacio de Festivales, presente en el estreno de algunas de estas producciones, ha sido de nuevo el lugar donde comenzó la andadura de un montaje que no nos dejó indiferentes.
Es difícil asegurar la naturaleza de esta “Elizabeth”: danza, teatro, ópera, musical, poema, mimo, reflexión histórica, histérica, esotérica... Pero basta con adjetivar el producto con el sello de su autor para entender, o no, el carácter de la misma. Kemp por los cuatro costados en un ejercicio histriónico del genial creador inglés que, rodeado de los síntomas habituales de sus trabajos anteriores, realiza una huida hacia delante –tal y como él mimo señala en las notas al programa- en la que todo lo que fue su pasado sale con él sobre las tablas.
Permítanme que les cuente, a modo de cotilleo, que quien les escribe se sintió irremediablemente atraído hacia el mundo del teatro tras presenciar en la Plaza Porticada el espectáculo de Lindsay “Flowers”, un recuerdo que aún conservo como el de alguien que abre por primera vez una caja misteriosa. Años después, esa vez en el Palacio de Festivales y encomendado a la tarea de crítico, tuve que salir literalmente “corriendo” del estreno de la Madame Butterfly de Kemp –justo con la caída del telón- para llegar al hospital donde mi hija estaba naciendo. Por estas, y otras casualidades, el nombre de Linsay Kemp –como para otros muchos de mi generación- es sinónimo de algo más que teatro. Y tal vez por eso sentí cierta frustración, en la jornada que ahora nos ocupa, al sentirme en no pocos momentos realmente “fuera” del montaje de esta obra.
Frustración incomprensible pues todas las partes de este puzzle encajaban a la perfección en un reparto, escénico y técnico, de primera categoría. La música, por ejemplo, encomendada a Carlos Miranda, nos ofrece material interesante –salvo algunas elucubraciones sesenteras, casi lisérgicas, encargadas al sintetizador- que tiene la categoría, como ya les anticipábamos, más allá de la música incidental. El guión, de David Haufhton, condensa la historia de la Historia en una ensoñación que nos remite al conocimiento histórico de la época que ambienta y participa de “Elizabeth” para entender y disfrutar mejor de esta obra.
El espacio escénico cuida el detalle al máximo y al mínimo, desde los arcos forrados de terciopelo negro hasta la iluminación de Cerdeiriña y el propio Kemp: una magistral lección de color, efectos y narrativa gracias al mágico poder de la luz. El vestuario, ya saben ustedes, impecable con la firma de toda una estrella de los oscars más recientes: Sandy Powell. Y en el escenario un reparto europeo compuesto por nombres y apellidos con un currículo impresionante. Bailaban y cantaban, ejercitaban el mimo para trasmitir instantáneas que ya están, les prometo, en la memoria de muchos como recuerdos imborrables de una escena: les hablo, por ejemplo, de la magistral Nuria Moreno arrastrada, a cámara lenta, y contándonos con su gesto todo el drama de una vida.
Lindsay Kemp está presente prácticamente siempre sobre el escenario. Travestido de Reina Elizabeth se viste y desnuda para nosotros imitándose a sí mismo y descargando sobre el gesto de sus ojos el crucial papel de esta pantomima. Ha querido reinventar el personaje histórico para dotarlo de la categoría escénica de cualquier personaje clásico de Shakespeare, por ejemplo, aludiendo a su vez a alguien de carne y hueso. ¿Les abrumo? ¿Les aburro?
¿Entienden pues mi sensación cuando les comentaba esos momentos “fuera” del espectáculo? ¿Cuándo me preguntaba a mí mismo el porqué no me gustaba algo que sabía iba a gustarme? Tal vez por eso, por esperar una nueva sorpresa y no disfrutar, cómodamente, de todo lo que Lindsay Kemp puede ofrecernos sin necesidad de ir más adelante. Volvimos a tener lo de hace años, lo que nos pareció trasgresor y mágico en aquel entonces y que ahora, a pesar de conmovernos, nos sabe a poco. Pero fue mucho, de verdad.
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