Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

sábado, enero 29, 2005

“Buena escena y poca voz”

La Zarzuela regresó al Palacio de Festivales con una nueva producción de la Marina de Arrieta. Una apuesta fuerte por lo escénico pero que falló en lo vocal de forma más que evidente. Y es que, a pesar de los esfuerzos por ser justos, seguimos encontrándonos con interpretaciones “menores” de este género en un agravio comparativo con la ópera por parte de sus propios protagonistas.

Decíamos que la apuesta era fuerte y los logros resultaron altos en muchos aspectos, de un lado la fascinante estenografía de Giuliano Spinelli, que ya nos encandiló con su trabajo para la Butterfly de hace tres temporadas. Del otro el giro inesperado que cobra la escena con el concepto dramático ideado por Gustavo Tambascio, que descontextualiza la situación original para volver a construirla en los años de la guerra civil española. Con este nuevo espacio temporal se produce un sustancial aumento en dramatismo y aparece una historia más interesante que la originaria. Sin desmerecer el argumento de Campodrón y Ramos Carrión, la nueva apuesta nos nutre del fascinante ejercicio de “repensar el texto” y abre puertas que, hasta el momento, habían permanecido cerradas. Bien es cierto que el enfado de parte del público se vio justificado al no encontrar lo que buscaban: la Marina de siempre. En su lugar apareció un personaje doblado: la “imaginada” encarnada por la voz de una soprano y la “real”, una mujer lorquiana, reseca y doliente, que es interpretada por una actriz.

Desde esta premisa se abren dos mundos que juegan a confundirse, y a confundirnos. Pero que, en el resumen que hacemos al terminar el espectáculo, dan para mucho más que una visón unidireccional. Lamentablemente la falta de vocalización de gran parte de los cantantes perjudicó la asimilación de esta nueva escena, pues si no entendíamos lo que se cantaba y, en algún particular, no recordábamos el texto de determinado aria, costaba buscar la reformulación de lo que tan farragosamente se estaba exponiendo.

Decimos de Rocío Ignacio, especialmente escasa en el despliegue de sus habilidades y que, esto dentro de lo anecdótico, patinó con más estruendo en sus desarrollos finales. Su nombre está cada vez más presente en todo tipo de escenarios pero necesita más dedicación a cada papel para justificar ante su público la protección de los nombre que “mandan” en estos negocios. Alejandro Roy fue el único que supo despertar aplausos algo más potentes de un respetable que se mantuvo excesivamente frío en todo momento. Ismael Pons, en el papel de Roque, mantuvo el tirón y nos dio parte de lo mejor de la noche en lo que a voz se refiere. Pero esta Marina fue, y me repito en esto, más de escena musical. Marta Juaniz, la actriz de dar vida al personaje desde una perspectiva muda y atinada. Su gesto nos guió por el drama y nos conmovió como lo hicieron los rostros inertes que eran proyectados en los interludios instrumentales. Una aldabonazo a la memoria colectiva y un recordatorio de “lo que se sufrió” y “aún se sufre” por la injusticia de una guerra.

La Orquesta Bilbao Philarmonia supo defender la partitura desde el foso, sin alardes en cuanto a presencia pero con un trabajo muy bien hecho. La dirección de Miquel Ortega atenta y adaptada a la escena, como era de esperar. EL Coro Lírico, completando unas jornadas de trabajo intento que se inauguraron hace un par de meses con su participación en el Werther, siguió siendo el mismo del que solo podemos decir parabienes, con algún desliz como el del comienzo del segundo acto –cada uno por su lada- y con la integración de algunas de sus voces, esta vez menos afortunadas, en breves roles con su momento de protagonismo.

Como pueden ver una producción compleja en todos los elementos que la integran, unos mejores y otros no tanto. Sería necesario haber recibido más voz para igualar su categoría con lo que tuvimos en escena, que fue mucho.

miércoles, enero 19, 2005

“Poética musical, primer capítulo”

La Fundación Marcelino Botín comenzó su nuevo ciclo anual de Conciertos Educativos con un multitudinario encuentro –de esos que dejan la sala llena y con público en pié presenciando las evoluciones de los músicos- el pasado lunes protagonizado por el violinista Rainer Schmidt y el piano de Saiko Sasaki.

El tema que presidirá las citas de este semestre se engloba bajo el lema ‘Música y poesía’, argumento lo suficientemente amplio y lo suficientemente hermoso como para augurar interesantes encuentros con el sonido como el que puso en marcha “esta rueda”; un primera capítulo de la particular Poética Musical de la Fundación Marcelino Botín.

A Riner Schmidt le conoce bien el público de Cantabria por su presencia habitual en los Encuentros de Música y Academia que tienen lugar cada verano en nuestra comunidad. Profesor de música de cámara en estas jornadas y también en la Escuela Superior de Música Reina Sofía es, indudablemente, uno de los “grandes maestros” de su especialidad y así lo demostró en el concierto que nos ocupa. Sasaki, por su parte, dejó clara su presencia rotunda en el piano con un sonido potente y una agilidad cargada de inteligencia gracias a la cual pudo, y supo, dialogar con el instrumento al que acompañaba.
El programa nos acompañó a lo largo de distintos momentos de la historia de la música y por diversos planteamientos estéticos, una suerte de viaje iniciático que tenía como meta la compleja sonata de Bartók. Pero precisamente gracias a este recorrido, que comenzó en Schuman y pasó por Brahms y Debussy el objetivo “poético” del concierto se cumplió con creces y la complejidad, tanto para intérprete como para el público, de la obra final resultó más asequible e interesante. La musicalizad de Schmidt y el extraordinario timbre que arranca a su instrumento permitieron que el tránsito fuera plácido y el disfrute máximo. Estamos hablando de un intérprete sobrio y mecánico en un primer acercamiento pero que gusta de desarrollar leves matices que hacen de sus interpretaciones verdaderos discursos con giros casi verbales. Nos habla desde su violín y, en ocasiones, también no susurra como confiándonos algún secreto. Tal vez los finales, excesivamente rotundos y tajantes, como el despertar de un sueño plácido, desmerecieran una milésima el sentido del conjunto.

lunes, enero 17, 2005

“Investigación y éxito”

El año 2005 comenzó, para el Aula de Música de la Universidad de Cantabria, con un magnífico concierto celebrado en la Iglesia de los Jesuitas de Santander y protagonizado por la agrupación de música medieval ‘Ars Combinatoria’.

Nos mantuvimos en respetuoso silencio con una actuación anterior de este ciclo, perpetrada por ‘Los comediantes del arte’ y a la que no quisimos calificar en su momento por no caer en un ejercicio exclusivamente de descrédito y maltrato verbal. Ahora, recuperado el aliento, podemos volver a confiar en las intenciones historicistas y el “redescubrimiento” musical de tiempos pretéritos con eficacia y rigor, tal y como nos demostraron los chicos y chicas dirigidos por Canco López.

La propuesta fue diversa en el repertorio seleccionado –nuevamente con el Camino de Santiago como disculpa- y la forma de interpretarlo gustó de detenerse en los detalles: tanto musicales como escénicos. Los integrantes del grupo parecían recién salidos del Códice Rico que contiene las Cantigas de Alfonso X el Sabio. Vestidos con ropajes medievales –con más gusto y/o acierto ellas que ellos- también su investigación había encontrado los instrumentos originales con los que tañer y acompañar al canto y nuevas –o viejas- disposiciones de colocarse en el espacio para hacer de la experiencia auditiva algo distinto a lo habitual.

De las tres partes que componían el programa, la última, íntegramente dedicada a las composiciones del rey Sabio, fue la que más desmereció pues la acústica de la nave en la que se desarrolló el concierto hizo que los sonidos de instrumentos y, especialmente percusión, emborronaran un trabajo impecable pero que tendría que haber atendido al fenómeno acústico. En los dos tercios anteriores, al contrario: la espectacular reverberación de los techos de la iglesia jesuita alzaron los cantos polifónicos y contribuyeron a una mixtura y empaste perfecto.

Como ven, una forma original y muy útil de acercar la música, de investigar en el sonido y de traer un repertorio que nunca suena igual. Hay mucho de cada investigador en el producto que se nos ofrece y el campo de la música medieval sigue siendo de experimentación y, en algunos caso como el que nos ocupa, también éxito.

sábado, enero 15, 2005

“Vamos a lo que vamos”

Se inició la temporada 2005 del Palacio de Festivales, y lo hizo el pasado viernes con teatro en forma de la propuesta dirigida por Juan José Alfonso y protagonizada por José Sacristán y Carlos Santos. Sobre un texto de David Desola –joven realidad de la narrativa dramática del panorama actual-, Almacenados es un inteligente ejercicio para dos actores con una historia “cotidiana” y un trasfondo casi existencialista.

La propuesta no tiene nada más, y nada menos, que todo su peso confiado en el trabajo de los actores –dos actores, dos- en un quijotesco ejercicio de intercambio de sueños y realidad. Cuesta mucho escribir nada sobre la interpretación de José Sacristán, más que un actor un símbolo de esta profesión y que convence como siempre lo ha hecho desde su verbo dubitativo y su timbre grave y rotundo. Pero quien nos sorprendió, de verdad, fue el joven Carlos Santos, contrapunto de Sacristán y excelente intérprete que supo sacar partido de la naturalidad exigida por un papel hecho a su mediada.

De esta forma los dos, el maestro y el alumno, el joven y el maduro, el presente con su peso del pasado y futuro con el poder del presente, convencieron a un público que agradeció el tono de comedia y drama contenido –o de comedia contenida en un drama o como quieran definir el texto de Desola- que nos propuso José Alfonso. La dirección supo trabajar con los elementos a su disposición, una mano invisible dentro de las coordenadas clásicas de la escena y con una iluminación más simple que sobria. “Vamos a lo que vamos”, decía el señor Lino y esta pareció la consigna de esta propuesta. Un Arthur Miller a la española podríamos decir, y no nos equivocaríamos mucho.

miércoles, enero 12, 2005

“Con peligro y riesgo”

El pianista Isidro Barrio fue el encargado de poner en marcha las actividades musicales de la Asociación de Amigos del Festival Internacional de Santander en el año que suma 37 desde la fundación de la misma. El programa elegido por el intérprete fue, nada más y nada menos, que las Variaciones Goldberg de Bach, una apuesta peligrosa y arriesgada para cualquier intérprete y que pudimos escuchar de esta forma: con peligro y riesgo.

De lo divino y de lo humano se vistió la versión traducida por Barrio, con momentos sublimes y otros llenos de confusión que nos sobresaltaron y apaciguaron a partes iguales. Pero, claro está, la visión del conjunto de esta monumental obra, salió perjudicada en el computo general de tinos y desatinos. Especialmente las partes más comprometidas en velocidad fueron las que supusieron más conflicto en la explicación de lo que aparece en la partitura, confusión que tradujo en expresionismo, y casi dodecafonismo, las evoluciones contrapuntísticas de algunas de las variaciones. Por otro lado, ya les decíamos al principio, también recibimos algunos momentos realmente interesantes e intensos, con profunda musicalizad y acierto.

De esta forma hemos de recuperar el “dichoso” diablo de Bach del que ya hemos hablado en numerosas ocasiones. Se puede fallar en muchas cosas al piano y que el espectador no se de cuenta, pero con Bach cualquier indicio de confusión es casi un pecado que desmerece toda la obra.

Las actividades de los Amigos del F.I.S. tendrán un nuevo capítulo en marzo con la presencia del Trío Parnasus.