Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

sábado, mayo 31, 2003

“Los cisnes calvos de Mats Ek”

El Cullberg Ballet visitó el escenario de la Sala Argenta del Palacio de Festivales para oficiar por última vez –al menos de momento- la coreografía ideada por el genial Mats Ek sobre ‘El Lago de los cisnes’ de Tchaikovsky. Una pieza con más quince años desde su creación pero que aún sigue sorprendiendo y manteniéndose actual a pesar de su ‘caida del programa’ con la nueva dirección del Cullberg.

Imagino que muchos de los asistentes se sorprendieran de lo que acontecía en escena, sobre todo aquellos que fueron buscando puntas y tutús de gasa con el propósito de comparar la versión con el clásico romántico que todos tenemos en la cabeza. Pero a pesar de las sorpresas este ‘Lago’, dentro de ser contemporáneo, conserva la esencia y el espíritu de la danza clásica con poses y evoluciones que emanan directamente de ella.

Las coreografías del Cullberg de Mats Ek –no es la primera que nos visita y esperemos que tampoco la última- imponen al espectador una atención y un juego que nos va desvelando, cuadro a cuadro, nuevas historias partiendo de presupuestos de sobra conocidos. De esta forma no hay tregua al entendimiento en un continuo juego de sugerencias articuladas en propuestas muy coherentes y que siempre logran la sorpresa. Nada es convencional pero todo es tremendamente humano. El príncipe deja de ser la esencia de la sosería abocado al sufrimiento para cobrar dimensiones más cercanas en gestos entendibles y, lo que es mejor, muy comprensibles.

Tampoco faltan las dosis de buen humor, comicidad del gesto y complicidad en el guión. Guiños que se suceden envueltos en una estética tremendamente impactante. Tal vez en este ‘Lago’ no haya excesos de decorado, pero la luz sustituye a aquel recreando fascinantes espacios para la danza. También bajos los ropajes hay sitio para el buen gusto y, sobre todo, el impacto escénico. Las calvas que coronan la cabeza de los cisnes o el negro de los ancianos del final del acto tercero son referentes que quedarán firmemente relacionados con el espectáculos que vimos el viernes y sábado pasados.

El lenguaje coreográfico y la expresividad del cuerpo también son claramente identificables con el autor de este ballet. Frases gestuales repetidas en sus creaciones que son sello personal y resultado de una larga trayectoria. Conociéndolas y reconociéndolas se aprende a ver danza y a amar aún más las propuestas actuales.

En el plano técnico nada que objetar. Precisión y experiencia de una de las compañías más importantes de Europa. Tal vez muchos encontraran fallos en la comparación con otras coreografías procedentes del mundo clásico, también un objetivo de Esk y del Cullberg que siempre incluye en sus propuestas cierta crítica –implícita en sus propias planteamientos- al legado del que procede la danza.

sábado, mayo 24, 2003

“Antológico recital de Pogorelich”

El Palacio de Festivales ofreció, el pasado viernes, un concierto de los que pasarán a la historia de la vida musical santanderina de todos los tiempos. Hablamos del recital de piano de uno de los más grandes talentos de este instrumento: Ivo Pogrorelich.

Como era de esperar en un genio, todo lo que escuchamos en esta velada estuvo cargado de autenticidad en visiones muy personales de cada una de las obras. Empezando por las dos sonatas de Beethoven, la Op. 24 en una espectacular lectura que reconstruyó los temas en dinámicas y fraseo ofreciendo una inaudita versión de la pieza. Con la Op. 111 más de lo mismo, esta vez en hipnótico recorrido y prolongando los tiempos lento de forma más que evidente; el tiempo pareció detenerse unos instantes en el trino del último movimiento. Un rotundo silencio, de esos casi místicos, rodeaba el momento.

La segunda parte sufrió un cambio de programa, tal vez motivado por un leve inconveniente en uno de los pedales del piano, tal vez premeditado con antelación. Fuera como fuese, Liszt fue sustituido por Rachmaninov y Balakirev y la cosa no importó demasiado. No importó porque tuvimos más de lo mismo: genialidad y perfección. Quedaron patentes las dosis de virtuosismo con ‘Islamey’ de Balakirev, plena de potencia y rebosante de furia dramática. Con las piezas de Rachmaninov y Scriabin delicadeza y sentido en versiones nuevamente irrepetibles y contundentes. A pesar de todo ello el público pareció confuso con el programa confundiendo los aplausos y, a tenor de la salida de muchos de ellos antes de la última obra, también con las obras escuchadas.
Lo que es una pena –van a empezar a llamarme pesado y no sin razón- fue la escasa asistencia de interesados por la música en la sala que no pudo superar algo más de la media entrada. Leía en el currículum de Pogorelich que es uno de los pocos pianistas que logra llenos absolutos en todos los escenarios del mundo. Ahora tendrá que colocar una excepción con el caso santanderino. ¡Menudo caso! Tener lo mejor de lo mejor y dejarlo pasar, por que no me digan que no hay público suficiente en una ciudad con dos conservatorios y la asignatura de música en todos los centros de E.S.O. como para llenar el aforo con una propuesta tan especial como ésta. Y no había fútbol, ni eurovisión ni nada por el estilo. ¡Ah si...! Que era el fin de la campaña electoral.

miércoles, mayo 21, 2003

“Bruno Martínez en el Conservatorio”

El Conservatorio de Música Jesús de Monasterio puso fin el pasado martes a su ciclo de conciertos “+ Que Clásica” con un recital en el que intervino el pianista Pablo López Callejo y los clarinetistas Javier Defez Requena –profesor del centro organizador- y el solista de la ópera de París, Bruno Martínez.

En la jornada precedente se había organizado una Clase Magistral con el clarinetista francés que se no pudo verse mejor completada que con el concierto que pudimos presenciar en el salón de actos del propio conservatorio. El programa elegido ofertó a la audiencia variedad de estilos en las piezas escogidas, pudiendo escuchar desde romanzas de Schumann hasta las infrecuentes ‘Domaines’ de Pierre Boulez –jamás escuchadas en los últimos tiempos en nuestros escenarios-.

Bruno Martínez es un gran intérprete y lo demostró en todas las obras, tanto con el clarinete como con el poco habitual ‘corno di bassetto’, entablando perfecto diálogo en las piezas a dúo con Javier Defez. La agilidad exigida a este instrumento de viento permitió, en manos expertas, un discurso fluido en el que los pasajes virtuosos se compaginaron con los más expresivos sin menoscabo de la calidad en ninguno de ellos. En la obra de Boluez, además, pudimos escuchar –en una puesta en escena en constante tránsito- variedad de tímbricas y efectos sonoros de compleja ejecución pero espectacular resultado.

Por su parte Pablo López Callejo demostró eficacia en su trabajo de acompañante, permitiendo el lucimiento de los solistas sin olvidar la coherencia en su instrumento.

Tal vez quedaron algo deslucidas las obras de Piazzolla y Guastavino, perfectamente interpretadas pero un punto vacías de la emoción y gracia siempre exigible en obras procedentes de danzas populares o en la espléndida partitura de Piazzolla –indudablemente una de las melodías más bellas y emotivas jamás escritas-.

El público disfrutó con el concierto y, lo que es más interesante, estuvo compuesto por estudiantes del Conservatorio que, de esta forma, comienzan a ser el público del futuro o, lo que sería más deseable, ya del presente.

domingo, mayo 18, 2003

“Teatro dentro del teatro”

Los premios Max avalaban la propuesta, y el público cántabro respaldó las dos representaciones de ‘París 1940’ con su presencia y aplauso este último fin de semana.

Ya sabemos que por estos escenarios son poco frecuentes las ovaciones prolongadas de parte un público que, bien por discreción bien por severidad de juicio, no se suele entregar a fondo con los artistas del escenario. Pero en el caso que nos ocupa –hablando de la función del sábado- largos fueron los minutos en los que las palmas alabaron el trabajo sobre el texto de Louis Jouvet ofrecido por la compañía de Josep María Flotats.

Y la cosa no fue para menos. La obra es realmente interesante, desvelándonos parte de esa magia que se esconde en los entresijos de la creación escénica. Asistir, furtivamente, al nacimiento de un personaje durante diversas clases sobre un fragmento del don Juan de Moliere. Pero para lograr interés y trascender hasta los asientos de platea es preciso que los intérpretes de esta interpretación –redundancia que me permito para hablar de teatro dentro del teatro- sean capaces de imitarse a sí mismos, ser capaces de actuar dentro de su propia actuación, casi de desnudar un poco de sus vidas.

Josep María Flotats logra esa magia y convertirse en un profesor que también enseña a la concurrencia lecciones que, parafraseando a él mismo, además de teatro lo son de vida. Mercè Pons hace un papel más difícil todavía, creciendo en escena para convencernos de lo sublime de su aprendizaje.
La producción es todo un tributo a Louis Jouvet. Incluso las notas al programa olvidan intencionalmente hablar de los actores que en ella participan para ceder su espacio al creador francés. Y tal y como aprendimos muchos en esta obra, la profundidad de su discurso bien lo merece.

“El duende y el amor brujo”

Los capítulos de ‘Música a escena’, uno a uno, van desgranando propuestas cada vez más coherentes e interesantes. Parece como si, el futuro de la música clásica en las salas de conciertos pasase por una nueva práctica en la que aunar el sonido con la escena a fin de lograr nuevo público. Desconozco si el resultado realmente atrae a nuevos aficionados, pero de lo que si es seguro es que cada nueva propuesta despierta interés, además de permitirnos escuchar piezas de repertorio que normalmente no tenemos en nuestras programaciones.

El pasado sábado el Palacio de Festivales acogió un espectáculo dedicado a la obra de Manuel de Falla en la que, en lugar de actores como venía siendo habitual en anteriores propuestas, se contó con la bailaora Aída Gómez y la cantaora Esperanza Fernández. El corregidor y la molinera, La vida breve y El amor brujo fueron las tres obras interpretadas en este espectáculo que incluía en su título al duende. Duende flamenco, claro está.

Quien les escribe no pudo presenciar en esta ciudad la obra mencionada, pero sí lo hizo veinticuatro horas antes en el Teatro Bretón de los Herreros de Logroño, por lo que la ética profesional en estos casos me impide valorar el nivel interpretativo de los implicados en la función. Pero no quiero dejar de aprovechar la oportunidad para ceder algunas letras sobre el espectáculo.

La idea, ya se lo anticipaba al comienzo, es realmente fascinante. El baile de Aída Gómez se convierte en un instrumento más para las intenciones de Falla, y la voz de Esperanza Gómez -¡ay que maravilla!- es el discurso verbal más profundo imaginado para el Amor Brujo. Desde el interior de su garganta y desde el fondo de sus ojos.

Dos historias y un intermedio. La primera de corte más simpático cuenta con dos enormes títeres de cartón, un punto inexpresivos pero eficaces mezclándose con el fondo de video como si de un cuento infantil se tratase. Jovial y entretenido, y sobre todo adecuado a la partitura.

El intermedio es un paisaje de la Alhambra, delicioso.

Y al final el plato fuere. Casi hubiera preferido que el espectáculo se titulase El duende y el Amor Brujo, pues esta parte se nos antoja lo mejor de la propuesta con un baile profundamente humano, una voz decididamente expresiva y fondos de acuarela que se acercan a lo sublime. En la representación vista cante y baile lograron conmover de forma precisa, directamente al corazón. Sospecho que en Santander habrá sucedido lo mismo.

sábado, mayo 17, 2003

“Nada es verdad ni es mentira...”

El estreno el pasado jueves de ‘Segismundo’, la última creación de Tomás Marco, levantó expectación y congregó a un buen número de público en el escenario de la calle Tantín. Una producción que retomaba el inmortal calderoniano para, despojándolo de elementos considerados por el ‘recreador’ madrileño como accesorios, centrarse en el drama humano de Segismundo desde una perspectiva escénicamente atrevida y musicalmente sorprendente.

Calificada por su autor como ‘ópera de bolsillo’ y cerrando un ciclo de Teatro Clásico, Segismundo se nos antojó como una alucinación dramática en la que la distorsión y exageración de los personajes articularon una escena que evolucionaba al compás de un producto musical extraño y muy inquietante. Ya me hubiera gustado poder escribir ahora acerca de lo acertado de la partitura en cuando a inquietud se refiere, más la sensación de desazón frente a un errante trabajo se apoderó de quien escribe al comprobar el efecto de la obra propuesta.

David Azurza se entrega al protagonismo musical en el rol de Segismundo. El efecto de la voz de este contratenor relaciona con la estética musical barroca las arias propuestas por Marco y acompañadas por un peculiar cuarteto –cuyos miembros iban ataviados cual payasos decadentes-, en un constante recitativo que desaprovecha las posibilidades musicales del material empleado. Tal vez los mejores momentos de la partitura sean aquellos escritos como colchón sonoro en las partes recitadas –no cantadas- de este particular Segismundo y ciertos pasajes en los que la voz del propio compositor aparecía en un interesante trabajo electroacústico. En las más de las veces la confusión –tal vez, tal y como advierte Tomás Marco en las explicativas notas del programa de mano, mi valoración o yo mismo me vea lastrado por pesados prejuicios antiguos o contemporáneos- encuentra referentes en el rock sinfónico de los años setenta o en una suerte de expresionismo seccionado y vagabundo.

La escena, a cargo de Gustavo Tambascio, tiene momentos contundentes y muy acertados, desde una perspectiva decadente, casi de music-hall y con una tenue utilización de la luz. Sobre ella, además de los músicos, el director –y siempre osado y comprometido José Luis Temes-, y Azurza, contó con tres actores que completaron los roles indispensables para esta obra que encuentra en la comparación entre su contenido y el mito platónico de la caverna un interesante filón sobre el que meditar y con el que sacar nuevos juicios a lo escrito por Calderón.

Otros vendrán –muchos y más autorizados- que rechazarán este escrito poniendo las cosas en su sitio. Pero opiniones, como los colores del “cristal con que se mira”, hay de todo tipo... y nada es verdad ni es mentira.

martes, mayo 13, 2003

“Un trío de Ases”

El aula de música de la Universidad de Cantabria programó el pasado domingo un concierto de la Camerata Iberia bajo el lema de 'Danzas y variaciones. La música instrumental del Medioevo al Barroco’.

Un espacio musical genuino y que no olvida nunca a los aficionados a la música antigua con propuestas tan apasionantes e interesantes como la que pudimos presenciar el pasado fin de semana. Los tres talentos que trabajan en este conjunto son, por si solos, razón suficiente para disfrutar con su música; un verdadero trío de ases. Pero en grupo la conjunción lograda nos presentan una elaboración muy personal del repertorio que representan. No conviene olvidar que, en este tipo de música, son los intérpretes los que recrean en cada caso las partituras, decidiendo la forma adoptada, la instrumentación o el ritmo más adecuado para cada una de las piezas, puesto que las partituras de las que parten no dejan de ser simples guías melódicas sin más indicaciones.

La Camerata Iberia crea una sonoridad bien definida y majestuosa. Sus propuestas suenan elegantes y muy elaboradas, con un ligero matiz de ensoñación que mucho tiene que ver con las influencias de la música árabe en los desarrollos rítmicos.

Ernesto Schmied, responsable de los distintos tipos de flautas de pico, volvió a demostrar el virtuosismo y habilidad que es capaz de desarrollar con su instrumento. Por su parte las percusiones de David Mayoral hicieron las delicias de los asistentes con creativos ritmos realizados con un contenido gesto y asombroso resultado. Por último la guitarra barroca –y un poco la vihuela- de Juan Carlos de Muldher fue precisa y clara, una costumbre no muy habitual en el directo de instrumentos como éste.

Buen resultado y calurosa aceptación por parte de un nutrido grupo de espectadores.

sábado, mayo 10, 2003

“Les Luthiers en esencia”

El fenómeno de Les Luthiers es un caso extraordinario, uno de esos casos aparte digno de ser estudiado por sociólogos a tenor de la rareza que en sí supone en un mundo como el nuestro y en una sociedad como esta. ¿A qué me refiero? Pues a la capacidad que tiene esta agrupación de llenar, siempre que vienen a Santander, tres sesiones en días consecutivos la Sala Argenta del Palacio de Festivales sin estar apoyados por ningún tipo de respaldo televisivo, ni salir en ninguna película de moda, ni ser el último lanzamiento de una multinacional, ni jugar al fútbol en primera división... Simplemente por ser ellos mismos. ¡Caramba que atrevimiento!

Lo que vimos este fin de semana –aún queda esta misma noche la última de las oportunidades- fue sencillamente eso: Les Luthiers en estado puro. En esencia, Les Luthiers en ‘esencia’. Propuestas escénica que reiteran la forma de hacer reír de un invento que lleva funcionando casi tres décadas y que tiene en la palabra su herramienta de trabajo. Así, con ellas, cincelan dobles sentidos, juegos, bromas que se van cocinando y en las que, giro a giro, preparan finales siempre sorprendentes. Palabra con gestos y palabra con música. La música de siempre, con el inmortal Mastropiero en las artes compositivas y el ingenio de los cinco ‘luthiers’ en la interpretación.

‘Todo por que rías’ no tiene nada nuevo –bueno, tal vez sí: el rap con el que se cierra el programa en una arrebatada interpretación de López Pucio y Jorge Maronna-, pero funciona a la perfección. Humor blanco con el que reírse de la política, el sexo, de la televisión, del amor o de la religión. Parece imposible, ¿verdad? Algo que únicamente consiguen estos cinco personajes que siguen viendo probable que, a día de hoy, alguien quiera enamorar cantando una serenata. Y que atraen a todas las generaciones que comparten el siglo XXI, desde los más pequeños a los que les conocen desde siempre.

Siempre viene bien una cura de risa como la que nos proponen Les Luthiers, terapia colectiva que, estos días, se ha vivido en el Palacio de Festivales.

sábado, mayo 03, 2003

“ ‘Las Luces’ de UR Teatro”

La compañía dirigida por Helena Pimienta, UR Teatro, ofreció, el pasado viernes, una nueva versión del texto de Valle-Inclán Luces de Bohemia.

UR Teatro encierra a los personajes de la farsa en un corral de maderas mal encajadas, casi un recinto de lucha de gallos en el que presenciar las miserias que fueron y las miserias que son del ser humano señas de identidad. Un cajón de madera por el que circulan el más de medio centenar de personajes articulados por Valle-Inclán como reflejo social y real de su época. Aunque hay asuntos, como el fracaso de los idealismos, que no entienden de tiempo. Tal vez por eso la obra, vuelta a presenciar, no haya perdido ni un ápice de interés en textos que se nos antojan ya como verdaderos clásicos atemporales.

La compañía nos ofrece un trabajo bien hecho, aunque siéndoles sincero me quedé con las ganas de ver al anunciado Ramón Barea como Max Estrella, un caracterización que se me antojaba como anillo al dedo entre actor y personaje. Mas el trabajo de José Tomé no desmereció en absoluto a las necesidades expresivas de un rol tan comprometido como este. A su lado, el contrapunto ‘Sancho’ del ‘Quijote’ ‘Mala Estrella’, Cesáreo Estébanez dando vida al castizo Don Latino de Híspalis. El resto de los personajes del elenco juegan a ser ubicuos y se reparten medio centenar de caracteres entre apenas una docena de nombres.

Las soluciones escénicas, apoyadas en el artilugio de madera ya mencionado, permite transiciones a buen ritmo haciendo agradable descubrir cada nuevo espacio a fuerza de luz y breves elementos de atrezo. Algunas pinceladas de música dan aire cinematográfico a ciertas escenas y en otras se han encontrado soluciones con una estética cuidada y muy impactante, como en el cuadro del camposanto.