“El duende y el amor brujo”
Los capítulos de ‘Música a escena’, uno a uno, van desgranando propuestas cada vez más coherentes e interesantes. Parece como si, el futuro de la música clásica en las salas de conciertos pasase por una nueva práctica en la que aunar el sonido con la escena a fin de lograr nuevo público. Desconozco si el resultado realmente atrae a nuevos aficionados, pero de lo que si es seguro es que cada nueva propuesta despierta interés, además de permitirnos escuchar piezas de repertorio que normalmente no tenemos en nuestras programaciones.
El pasado sábado el Palacio de Festivales acogió un espectáculo dedicado a la obra de Manuel de Falla en la que, en lugar de actores como venía siendo habitual en anteriores propuestas, se contó con la bailaora Aída Gómez y la cantaora Esperanza Fernández. El corregidor y la molinera, La vida breve y El amor brujo fueron las tres obras interpretadas en este espectáculo que incluía en su título al duende. Duende flamenco, claro está.
Quien les escribe no pudo presenciar en esta ciudad la obra mencionada, pero sí lo hizo veinticuatro horas antes en el Teatro Bretón de los Herreros de Logroño, por lo que la ética profesional en estos casos me impide valorar el nivel interpretativo de los implicados en la función. Pero no quiero dejar de aprovechar la oportunidad para ceder algunas letras sobre el espectáculo.
La idea, ya se lo anticipaba al comienzo, es realmente fascinante. El baile de Aída Gómez se convierte en un instrumento más para las intenciones de Falla, y la voz de Esperanza Gómez -¡ay que maravilla!- es el discurso verbal más profundo imaginado para el Amor Brujo. Desde el interior de su garganta y desde el fondo de sus ojos.
Dos historias y un intermedio. La primera de corte más simpático cuenta con dos enormes títeres de cartón, un punto inexpresivos pero eficaces mezclándose con el fondo de video como si de un cuento infantil se tratase. Jovial y entretenido, y sobre todo adecuado a la partitura.
El intermedio es un paisaje de la Alhambra, delicioso.
Y al final el plato fuere. Casi hubiera preferido que el espectáculo se titulase El duende y el Amor Brujo, pues esta parte se nos antoja lo mejor de la propuesta con un baile profundamente humano, una voz decididamente expresiva y fondos de acuarela que se acercan a lo sublime. En la representación vista cante y baile lograron conmover de forma precisa, directamente al corazón. Sospecho que en Santander habrá sucedido lo mismo.
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