“Nada es verdad ni es mentira...”
El estreno el pasado jueves de ‘Segismundo’, la última creación de Tomás Marco, levantó expectación y congregó a un buen número de público en el escenario de la calle Tantín. Una producción que retomaba el inmortal calderoniano para, despojándolo de elementos considerados por el ‘recreador’ madrileño como accesorios, centrarse en el drama humano de Segismundo desde una perspectiva escénicamente atrevida y musicalmente sorprendente.
Calificada por su autor como ‘ópera de bolsillo’ y cerrando un ciclo de Teatro Clásico, Segismundo se nos antojó como una alucinación dramática en la que la distorsión y exageración de los personajes articularon una escena que evolucionaba al compás de un producto musical extraño y muy inquietante. Ya me hubiera gustado poder escribir ahora acerca de lo acertado de la partitura en cuando a inquietud se refiere, más la sensación de desazón frente a un errante trabajo se apoderó de quien escribe al comprobar el efecto de la obra propuesta.
David Azurza se entrega al protagonismo musical en el rol de Segismundo. El efecto de la voz de este contratenor relaciona con la estética musical barroca las arias propuestas por Marco y acompañadas por un peculiar cuarteto –cuyos miembros iban ataviados cual payasos decadentes-, en un constante recitativo que desaprovecha las posibilidades musicales del material empleado. Tal vez los mejores momentos de la partitura sean aquellos escritos como colchón sonoro en las partes recitadas –no cantadas- de este particular Segismundo y ciertos pasajes en los que la voz del propio compositor aparecía en un interesante trabajo electroacústico. En las más de las veces la confusión –tal vez, tal y como advierte Tomás Marco en las explicativas notas del programa de mano, mi valoración o yo mismo me vea lastrado por pesados prejuicios antiguos o contemporáneos- encuentra referentes en el rock sinfónico de los años setenta o en una suerte de expresionismo seccionado y vagabundo.
La escena, a cargo de Gustavo Tambascio, tiene momentos contundentes y muy acertados, desde una perspectiva decadente, casi de music-hall y con una tenue utilización de la luz. Sobre ella, además de los músicos, el director –y siempre osado y comprometido José Luis Temes-, y Azurza, contó con tres actores que completaron los roles indispensables para esta obra que encuentra en la comparación entre su contenido y el mito platónico de la caverna un interesante filón sobre el que meditar y con el que sacar nuevos juicios a lo escrito por Calderón.
Otros vendrán –muchos y más autorizados- que rechazarán este escrito poniendo las cosas en su sitio. Pero opiniones, como los colores del “cristal con que se mira”, hay de todo tipo... y nada es verdad ni es mentira.
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