Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

sábado, mayo 29, 2004

“Una Carmen más”

Una Carmen más, y van... ni se sabe. Es curioso observar en que modo ha calado en nuestra cultura el mito universal de los español visto por los ojos de un francés, o mejor dicho, de dos: Mérimée y Bizet. Constantes actualizaciones, visiones, revisiones, fusiones, transfusiones y un largo etcétera de modos de volver y revolver sobre la genial música de la ópera que lleva el nombre de Carmen. Una lección de transculturalización, casi un cante de “ida y vuelta” el que vivimos con relativa frecuencia sobre las melodías escritas por Bizet. O tal vez una recurrente necesidad de volver a esas fuentes, vaya usté a saber por qué teniendo otras tantas como tenemos. Pareciera como si se quisiera reconquistar para “nos” esa fama de toreros, tragedias de navajas y sangre que habla de lo nuestro por ahí fuera. Y es por ello, imaginamos, por lo culmina con los versos de Lorca, “que vengo muy malherido...”

El caso es que tuvimos una Carmen más, esta también Carmela, en el estreno de la última producción de Antonio Canales, en colaboración estrecha y teatral con Miguel Narros el pasado viernes en el Palacio de Festivales. Se trata de una trabajo bien hecho, que abre el telón con un tono valiente, cinematográfico y desgarrado para, poco a poco, volverse más convencional de lo que parecía iba a ser en un principio.

Una coreografía para tres cuerpos, guitarra y cante. El uno, el de Canales, experimentado y noble como el tronco leñoso de un árbol, el de Diego Llori con mucha fuerza estilizada en un baile aséptico, que se convierte en lo más grande en su intervención final, caballista sin equino pero con el mismo porte y gracia. El tercero el más interesante de todos ellos, el baile personal –e intransferible, único y genial...- de Lola Greco, la hija de José Greco. Es en ella, como sucede con Carmen, donde se encierran los momentos más intensos e interesantes de este drama. Sus movimientos son convulsiones repletas de emoción, misterios de brujería que se destilan en cada paso. Esencia flamenca y elasticidad clásica en un encuentro emotivo y emocionante. Hace una Carmen entregada, aunque estridente en su entrega emocional, tal vez en demasía para una mujer víctima de los amores ajenos y que, en este caso, se convierte en un verdugo suicida –¿y cobarde?- de si misma. Tal vez también se nos hable de maltratos en esta historia en la que el don José es policía secreta y Escamillo un rejoneador con portes de conde Lequio. Tal vez.

La escenografía nos ofrece un espacio rojo, estático y que funciona como si del interior de un corazón se tratara, con caminos de entrada y salida y un motor, musical, que ponen en marcha toda la obra. Las paredes, trasparente como la membrana del músculo vital, traslucen a los personajes y sonido que presentan los cuatro actos de esta ópera, o las cuatro escenas de esta obra.

El público aceptó con una larga ovación este estreno, una acogida que emocionó –y mucho- a los artífices de la misma que agradecieron con lágrimas en escena el torrente de aplausos y bravos recibidos.

martes, mayo 25, 2004

“Bendito atrevimiento”

La Orquesta y Coro de Cámara de Bilbao, bajo la dirección de José Ramón Rementería, ofrecieron el pasado sábado un concierto en la Iglesia Parroquial de Santa María de Laredo que se englobó dentro de las actividades de las IX Primaveras Musicales Pejinas.

El programa presentado para tal ocasión estuvo integrado por el re-estreno de la Misa de Réquiem escrita por Valentín María de Zubiaurre hace un siglo, con motivo de los funerales de Su Alteza Real la Princesa de Asturias Doña Mercedes. Una única audición, la producida en octubre de 1904, y con la que terminó la breve historia de esta obra rescatada ahora por José Ramón Rementería para todos nosotros. En su audición descubrimos una obra muy interesante en la que el compositor nacido en Garai –y del que también se conmemora esta año el noventa aniversario desde su fallecimiento- demuestra un espectacular dominio de la escritura para coro.

El Coro de Cámara de Bilbao, reforzado para la ocasión con miembros de la coral Bartolomé Ertzilla, el Orfeón Kantaize y el Coro del Colegio de Abogados de Bizkaia, se adentraron en la partitura con una rotunda visión musical, muy presente, muy potente y llena de contenido. Fueron ellos los que condujeron la música y gracias a sus voces pudimos adentrarnos en una de esas obras que, tras ser redescubiertas, suele lamentarse el haberse tardado tanto tiempo en hacerlo. La parte orquestal más discreta, tanto en la realización como en lo escrito por Zubiaurre. La dirección de Rementería fue atenta.

Mención especial merece el “bendito atrevimiento” de Jesús Manuel Piedra como cabeza visible de la organización de este ciclo que se acerca a su primer decenio de vida. Atrevimiento muy de agradecer al proponernos un concierto distinto sobre un programa poco común. Pero ahí está la única opción de alternativa y conocimiento de nuevas músicas, que los programadores y los agentes culturales pierdan parte de ese mido a “quedarse sin público” para fomentar novedades para el oído.

Los próximos conciertos de las IX Primaveras Musicales Pejinas contarán con la presencia de la Coral Algazara de Alcobendas, la Coral Canta Laredo y el Coro Lírico de Cantabria.

sábado, mayo 22, 2004

“La “Boda” en el Palacio (de Festivales)”

El Palacio de Festivales celebró la Boda del Príncipe de Asturias con un concierto extraordinario a cargo de la agrupación ‘Los Mvsicos de sv alteza’ y que fue ofrecido el pasado viernes. En el programa la obra ‘Amor aumenta el valor’ escrita por José de Nebra y que fuera interpretada en los “desposorios del Príncipe de Asturias, Don Fernando, con la Infanta de Portugal, Doña María Bárbara” en el siglo XVIII.

El interés de este concierto tuvo su mayor valor artístico no en la pieza escogida sino en la interpretación celebrada por una agrupación muy interesante en lo musical. La obra de Nebra cumple con los requisitos formales y técnicos de la época a la que pertenece, con un desarrollo habitual y excesivamente repetido. Tal vez destacar la frescura del Fandango o el lirismo de algunos de los Arias lentos que destacaron del resto de la pieza.

La agrupación dirigida por Luis Antonio González se nos presentó dentro de unas premisas interpretativas realmente serias y rigurosas que podemos relacionar con cualquiera de las grandes formaciones dedicadas a la música antigua. Nada tuvo que envidiar el sonido de estos músicos con el de aquellos a los que nos referimos, logrando un estilo incisivo en los ritmos y dinámicas y jugoso en el detalle. Pero si nos gustó el capítulo instrumental, más lo hizo el vocal, pudiendo apreciar el hermoso timbre del tenor José Pizarro y, de forma especial, la encantadora voz de Raquel Andueza.

En ambos casos nos encontramos con músicos que dominan la técnica y forma de modular el sonido en un repertorio poco frecuente sobre los escenarios del directo. Tal vez por eso sea, también, poco frecuente poder encontrarnos cara a cara con registros tan interesantes como estos, claros en la dicción, con unos criterios de afinación impecables y un profundo control del sonido en todo momento.

sábado, mayo 15, 2004

“Un Daliniano Rey moribundo”

El Palacio de Festivales cerró su ciclo dramático en este primer segmento de la programación anual con un texto imprescindible del teatro contemporáneo: ‘El Rey se muere’ de Eugène Ionesco. La versión del Teatro de la Abadía, dirigida por José Luis Gómez e interpretada magistralmente por Francesc Orella en el papel protagonista nos acercó una visión daliniana del inmortal escritor rumano.

El decorado se convierte en un espacio alucinado y onírico en una trasformación que, a base de luz, difumina lo real para situarse, tras los primeros minutos del drama, en un lugar a medio camino entre ninguna parte y el sueño. De esta forma García Sánchez nos introduce en un texto complejo y absurdo –fruto del género al que pertenece- pero que hilvana pensamientos y acude a los más profundo de la condición humana.

Escenografía y vestuario, luz y movimiento que, como les anticipaba al comienzo, se nos antoja emparentado con el universo de Dalí, precisamente en este año en el que se celebra el centenario del nacimiento de este pintor. Así la escena del absurdo se compara con la estética surrealista en una hermanamiento que, como no podía ser de otra forma, funciona perfectamente. La lámpara del techo, símbolo del universo egocéntrico en el que todo gira alrededor del Rey, bien podía ser el despiece atómico de la Leda de Dalí. Y el salacot que sirve de corona y el bastón que es utilizado como cetro son indumentarias con las que aparece en más de una instantánea el propio Salvador –Dalí- en nuestra memoria.

El artificio del sonido, en forma de profundas exposiciones de motivos electroacústicos en bajas frecuencias, ayudan a angustiarse más aún ante el drama de la muerte. Hace años el director de cine William Friedkin empleó este mismo recurso en su cinta ‘El Exorcista”, sólo que en aquel caso empleó grabaciones de un enjambre de abejas para crear esa sensación por medio del sonido.

El trabajo de los actores es impecable, destacando de forma especial un Francesc Orellana que evoluciona en escena en una encarnizada lucha con su propio destino. Va desnudando el alma del personaje del mismo modo que hace con su cuerpo, buscando el punto dramático exacto en el que quedar sin ningún artificio delante del espectador, siendo puro en una suerte de catarsis escénica. A su lada Elisabet Gelebert, guía del último viaje, realizando también una actuación digna de elogio.

‘Parece como si nadie se hubiera muerto nunca antes’, dice el texto de Ionesco en un momento de la obra, y tal y como responden a esta sentencia, ‘así es, todo el mundo se muere por primera vez’. Esta fue la sensación percibida ante este ejercicio escénico, ser testigos de una primera vez., o mejor dicho, de algo único.

jueves, mayo 13, 2004

“El Coro Lírico en el Baluarte”

Tal vez recuerden la producción de ópera que el Palacio de Festivales nos presentó hace dos temporadas de la obra de Puccini ‘Madame Butterfly’. En aquel momento no pude escribirles ninguna crítica sobre su estreno pues la hermosa casualidad hizo que con la caída del telón final el día de su presentación comenzara la vida de mi hija María.

Ahora, unos meses después, la pequeña María corretea por toda la casa y dice muchas palabras, cena “como los mayores” y se ríe a cada segundo. También estos días el Auditorio de Navarra ‘Baluarte’ ha recuperado la producción que les comentábamos representándola tal y como la vimos en Santander, y por ello el Coro Lírico de Cantabria, como ya hiciera en la gira posterior a su estreno, se ha desplazado fuera de su escenario habitual. Una ocasión fantástica para poder volver a ver esa ópera, para conocer el nuevo Auditorio y Palacio de Congresos de Pamplona y, cómo no, admirar una vez más el sonido de un coro, el nuestro, que asienta su trascendencia e interés más allá de lo exigible para una formación de este tipo.

No resultaría lógico plantear ahora una reseña crítica sobre la representación del pasado fin de semana en Navarra, pero permítanme algún apunte al respecto ya que no lo hice “en su momento”. La Butterfly de Lindsay Kemp supone un ejercicio de poesía y belleza que se identifica profundamente con la partitura estrenada hace ya un siglo. El escenógrafo y bailarín británico logró firmar en aquel entonces un trabajo magistral y delicado en el que emplea todos los elementos a su alcance para ofrecernos un trabajo hermoso en la dimensión más amplia del término, contando para su objetivo con voces de primera fila y un equipo técnico que ha sido capaz de hacer material algo que parecería solo asequible en un sueño. Es emocionante como lo es la música de Puccini, y traduce esa expresividad en escenas que afectan a nuestra sensibilidad con el gusto del detalle, la hermosa luz que nos conmueve, o con la delicadeza de un pétalo que cae sobre el escenario.

Del Coro Lírico de Cantabria únicamente podemos escribir palabras que alaben su trabajo. Desde las butacas del Baluarte pudimos sentir esa extraña sensación de “orgullo ajeno” al disfrutar con sus evoluciones en escena. Como si quisiéramos decir al resto del respetable... ¡que es el coro de nuestro Palacio! ¡y que bien lo hacen!. Lastima que aún no tengamos una orquesta que también lleve el apellido de nuestras instituciones a otros escenarios y con la que poder sentir el mismo orgullo. De momento, nos conformamos –y mucho- con la agrupación dirigida por Sanz Vélez.

miércoles, mayo 05, 2004

“Músicos que entienden la música”

El Cuarteto Arccus ofreció, el pasado lunes, un magnífico concierto en la Fundación Marcelino Botín, dentro del ciclo de Jóvenes Valores.

Esta agrupación, integrada por Larraitz Oiazabal, Marta Hernando, Eneko Nuño y Amat Santacana, nos depararó una agradable sorpresa en su presentación en Santander. Su sonido, a pesar de lo que pudiera parecer al tratarse de un conjunto tan joven, es un maduro esfuerzo musical que tiene como resultado una presencia seria y una profundidad poco usual. El sonido de cada uno de los timbres que empastan en el Arccus, es fácilmente identificable en la suma de individualidades muy interesantes. Nadie es más que el otro, pero todos son muy buenos, y eso funciona con un diálogo constante entre sus miembros que embellece y dota de sentido a la música.

‘La oración del torero’ de Turina fue la mejor forma de empezar la noche, conociendo las cualidades ante las que nos encontrábamos y emocionándonos, siempre, con esta pieza tan hermosa. La primera parte se completó con un estreno, el Cuarteto de cuerda nº 6 de Eduardo Rincón, un ejercicio compositivo serio y riguroso en la técnica empleada pero sin un hilo argumental más allá de los propios recursos. Más interesante el primer movimiento y muchas ideas yuxtapuestas, junto a otras más triviales, en el resto.

La segunda mitad estuvo dedicada íntegramente al Cuarteto Rosamunda de Schubert. En esta ocasión, una vez comprendida la eficacia musical del conjunto sobre el escenario, únicamente nos quedó disfrutar del detalle y del conjunto en una obra que siempre precisa de lo que la noche del lunes tuvo: músicos que quieran entenderla y público para apreciarla.

“Como en la vida”

Eva la Yerbabuena regresó al escenario de la Obra Social de Caja Cantabria, y lo hizo, como no podía ser menos, para revalidar el éxito cosechado hace unos meses con su espectáculo ‘5 Mujeres 5’.

La Yerbabuena es la intérprete de flamenco más interesante de todas cuantas habitan los escenarios hoy en día. Y lo es por sí misma y por comparación con el resto, pues con el tiempo ha logrado fraguar una forma muy personal de tratar el baile con un lenguaje propio que lleva bien adentro. Tal vez ese sea el gran logro de la artista, ofrecer algo realmente legítimo en un panorama que, en no pocas ocasiones, se plaga de espectáculos efectistas pero con poco trasfondo.

‘A Cal y Canto’ es una Suite Flamenca –entendiendo por suite una sucesión de danzas de diverso tipo- en la que la bailarina y coreógrafa recoge algunos palos del flamenco –bulerías, seguidillas, soleáres o tangos- para reformularlos pensando en el movimiento que suscitan. Cada elemento, cada gesto mínimo de su baile y del de los de su compañía, responde a un sonido, a un “gesto” de la música en una conexión compleja y, en muchas ocasiones, total. Todos los intérpretes del grupo están a un nivel alto, pero no cabe duda de que es la de Granada, la Yerbabuena, la que posee esa magia y ese “duende” –que le dicen- verdaderamente especial. Sus movimientos, y sobremanera todos los que se generan en sus hombros, son hermosas transcripciones del pulso flamenco. Es capaz de detener el tiempo, a cámara lenta, en la vorágine de un zapateado o volar sobre sus tacones en la discreción de un único gesto.
Como creadora ha confeccionado un espectáculo muy elegante, sin caer en colorismos inútiles pero atendiendo al buen gusto y la clase de todos su elementos. Desde el vestuario –fascinante- hasta la iluminación suave y quieta cuando había de serlo. Los músicos de escenario, igualmente, entregados a lo auténtico, acudiendo a las “fusiones” tan sólo lo imprescindible. En las coreografías atiende al lenguaje propio del estilo pero no olvida elementos narrativos, coherente que hacen que las cosas no únicamente sucedan, sino que también empiecen y terminen. Como en la vida.