Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

viernes, noviembre 25, 2005

"Etnografía teatral" (Alerta, 28-XI-05)

La compañía Titzina Teatro nos sorprendió hace unos años con la presentación de su primer espectáculo, Folie a Deux "Sueños de Psiquiátrico", en la sala de la Facultad de Medicina de Santander. Nos sorprendió, les decía, por la particular forma en la que dos jóvenes eran capaces de escenificar fragmentos de la realidad trasplantados, directamente, de la calle a la escena. Después, articulaban un discurso coherente y dramático que trasformaba la experiencia antropológica de los actores/creadores del espectáculo en escena pura “y dura”.

Ahora regresan con una nueva propuesta, ‘Entrañas’, que se estrenó el pasado jueves en la Muestra de Teatro Contemporáneo de Caja Cantabria, una continuación de la labor etnográfica aplicada al teatro con sentido pleno e intención de rebuscar en mecanismos relacionados con la memoria y la intención social, que no es poco.

La producción es sencilla, sin alardes escenográficos ni de iluminación. Todo el peso de esta propuesta recae en los tres actores –los dos que ya conocíamos más la incorporación de Laia Martí- que van sugiriendo espacios y tiempo en una narración en clave de búsqueda. Los referentes que uno tiene en su memoria le llevan al ‘Daaaalí’ de El Joglars o a los Soladados de Salamina de Javier Cercas. Pero no cabe duda de que el referente más cercano está en ellos mismos desde su experiencia investigadora, que han logrado general una forma dramática basada en sus habilidades y en la intención de contar “lo que han vivido” para ser experimentado por el público en la butaca.

También hay la intención de hacer comedia, casi clown, desde las caricaturizaciones de personajes resaltadas en algunos casos por el acento “más local” –y por tanto más cercano- de Pako Merino. Laia Martí aguanta su papel único frente al histrionismo y constante cambio de registro de sus dos compañero en escena. Igualmente recibimos, en estas Entrañas, momentos poéticos para el sosiego, aunque no acabó de cuajar, para quien les comenta, el final “de postal solidaria” que culmina una obra muy digna, intensa e interesante. La presencia escénica de los tres integrantes de Titzina puede parecer insegura a más de uno, pero no lo es. Nos muestran su “cuaderno de campo dramático” en una verdadera investigación antropológica con asunto bien cercano.

sábado, noviembre 19, 2005

“Boheme naturalista... y hermosa” (Alerta 19-XI-05)

La Temporada Lírica del Palacio de Festivales llegó a su edición número X con la primera “reposición” de su historia, en lo que a título se refiere: una ‘Boheme’ puciniana que gustó y que contó con la presencia escénica de grandes protagonistas en la reciente historia lírica de nuestra ciudad y del panorama actual de la música: Aquiles Machado, María José Moreno, David Rubiera, Giuliano Spinelli...

Siempre es difícil afrontar un montaje escénico de las característica del que hoy nos ocupa. Y lo es por los riesgos que entraña el ofrecer al público algo de lo que, en principio, se supone que saben de antemano y de lo que espera cosa muy concretas: el aria de Mimí, su muerte, la multitudinaria escena del café de Momus... La dificultad también llega con la esencia misma de la obra y el alto nivel que impone una partitura tan hermosa como esta. Siempre es un problema competir, o complementar, la belleza y ha de serlo trabajar con más de un centener de cantantes, solistas, actores, magos y acróbatas en escena.

Pero vayamos por partes para organizar un discurso en el que hay muchos elementos que merecen atención. Empezando por las voces, compuestas por un elenco de primera categoría y envidiable en cualquier teatro de ópera, encabezado por un Aquiles Machado que cada vez convence más en la escena y que sigue demostrando su indudable personalidad también en lo vocal. Su escena final pone los pelos de punta y hace llorar al más pintado en una entrega emocional que supera, con mucho, a lo que estamos acostumbrados en esta suerte de situaciones. Frente a él Andrea Dankova, nueva en este escenario y que, a pesar de algún “pero”, abordó sus intervenciones con la dulzura necesaria pero sin el dramatismo escénico deseable. No se puede pedir todo. La pareja protagonizada por Juan Tomás Martínez y María José Moreno lograron un clamoroso éxito, casi más rotundo que el del dúo protagonista, gustando al público y cimentando un Marcello y una Musetta que quedarán en nuestro recuerdo. David Rubiera, desde su tierra, nos hace preguntarnos el motivo por el cual esta voz no está ya protagonizando títulos y quedando siempre como secundario, créanme, de lujo: su timbre y su escena siguen en progresión creciente. Francisco Santiago y Miguel Sola, por su parte, también lograron situarse a una altura escénica y vocal que permitió que dijéramos eso de “bien equilibrado y de alto nivel”.

La orquesta de Córdoba, desde el foso y dirigida por Macello Panni, acompañó la escena con una efectividad no exenta de momentos de exceso en las dinámicas más grandes. El Coro Lírico de Cantabria, entregando de nuevo más de lo exigible a una producción de ópera, gustó y personalizó las escenas multitudinarias con asombrosa entrega. Esta vez, las necesidades escénicas y de la partitura, precisaron del refuerzo juvenil de la Escolanía de Astillero sumándose a las características de acierto señaladas para el resto de la compañía. Raúl Alegría se apoderó del segundo acto con sorprendentes efectos de magia, y Alicia Trueba y Maxime Perrotín hicieron lo propio con acrobacias escénicas igualmente extraordinarias.

Entrando en la escena, entendemos la propuesta de José Luis Castro como un ejercicio no comprometido con la vanguardia sino con el Teatro en su sentido más estricto. Maneja a los actores y las masas con la intención de crear un espacio vivido y realista dentro de las coordenadas de Emile Zola o de los cuadros de Corot. Un gusto que coincide con el propio origen histórico del libreto de este drama, casi galdosiano. En ese mismo sentido la iluminación acompaña a la escenografía de Spinelli con luz y ambiente que progresa con calma y sin ofrecer apoyos al entendimiento del espectador. Se trata de una luz real pero fingida, a medio camino entre el sueño y la estampa naturalista. Muy efectiva en todos los actos menos en el segundo, que pide la participación activa del oyente editando el discurso dramático a su antojo: hemos de buscar lo que sucede entre un cúmulo de personas organizadas orgánicamente pero no hacia fuera. Somos nosotros quienes lo hacemos.

Spinelli ha ideado un espacio para esta ópera realmente mágico –a pesar de lo que apuntamos de real-. El valor de los grandes planos, de los espacios abiertos y de las texturas desnudas, se tiñe y carga de sentido con la música y la escena.

Al final del primer acto, en la jornada del estreno, una voz gritó desde la platea un sonoro y grotesco “orrori”. No entiendo nada acerca de la pretensión y las ínfulas de determinados espectadores “sólo de ópera” que someten a la voluntad de sus criterios –a veces también con sonoros bravos- la plácida circunstancia de un respetable que únicamente disfrutaba con un oscuro en la escena. Tenemos cauces, como este que emplea un servidor, para alagar o denostar una escena, pero cuando uno entre mil quinientos hace lo que tan sólo él quiere, le podemos dar un nombre: el de dictador. Dos días antes casi medio millar de estudiantes acudieron al ensayo general de esta ópera... y ninguno gritó ni lo más mínimo. Afortunadamente la cosa quedó ahí y pudimos opinar con aplausos o silencio al final de la jornada. Haciendo balance.. ganaron los aplausos.

domingo, noviembre 06, 2005

“Una fiesta, de la música” (Alerta 7-XI-05)

Cuando vas conociendo a músicos de distintas especialidades, poco a poco, vas escribiendo mentalmente un mapa antropológico en el que coinciden personalidades y talantes muy similares en disciplinas musicales comunes. Quiero decir, que parece como si algún elemento genético empujara a determinadas personas a dedicarse a determinados instrumentos o, dando una vuelta completa a esta apreciación, como si la práctica de un determinado instrumento unificara la conducta de sus instrumentistas.

Sea como fuere la experiencia me ha hecho contrastar que muchos de los músicos de viento metal comparten un talante festivo muy simpático, y eso es lo que se sintió en el concierto de la agrupación inglesa ‘The Golden Section’ el pasado viernes en la Sala Pereda del Palacio de Festivales: una fiesta… de la música. El programa compatibilizaba las dos “posibilidades” que, en principio, puede ofrecer un grupo de “brasses”. La solemnidad de la trompetería, casi con carácter áulico y los episodios de big band, bordeando o atacando el jazz más clásico de la primera mitad del siglo XX. De lo uno y de lo otro tuvimos, sin olvidar las obras de Britten siempre intensas e interesantes en su audición en directo.

La participación del percusionista Kevin Hathway y el buen ambiente creado por esta “sección dorada” entusiasmó al público con un recital de esos que debieran ser imprescindibles para iniciarse con los clásicos y recomendables para cualquier aficionado ya a ella. Disfrutamos y nos reímos, nada mejor que lograr emociones de cualquier tipo gracias a la música. El concierto no fue extenso, pero si intenso y significativo del repertorio posible para diez metales y un percusionista. Virtuoso en el citado Hathaway y espectacular con la trompeta de Michael Lovatt, que lució en el ‘Tributo a Louis Armstrong’ las posibilidades tímbricas de su instrumento en un homenaje e imitación al gran maestro.

Muy poco más que decir. Cuando las cosas funcionan tan bien es sencillo escribir este tipo de comentarios. Tan fácil como fue el escuchar el concierto que nos ocupa.