Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

jueves, junio 30, 2005

“Fuegos antes de los fuegos”

Los actos de celebración del 250 Aniversario de la Ciudad de Santander incluyeron, en la noche de Fuegos Artificiales del pasado miércoles, un concierto no menos espectacular y luminoso. Se trató de la puesta de largo de la obra ganadora del concurso convocado el pasado año con motivo de la conmemoración que ahora celebramos. El ganador, el compositor madrileño Manuel Martínez Burgos, nos ofreció su ‘Sidón Ibera, para coro mixto y orquesta’ a cargo de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León y de las voces del Coro Lírico Cantabria.

La primer parte de este encuentro se abrió con el ‘Poema concertante para violín y orquesta’ de Xavier Montsalvatge, una obra romántica en su concepto y virtuosa en un desarrollo técnico encomendado a Ara Malikián, intérprete libanés que superó sin problemas las dificultades impuestas por la obra. Pero el momento esperado de la noche llegó después del virtuosismos con la obra de estreno. Se trata de una pieza “de concurso”, que amortiza los recursos de la gran orquesta, y del gran coro, en pasajes que se ensamblan aludiendo, en su técnica y contenido, a los grandes orquestadotes del pasado siglo: Orf, Stravinsky, Prokofiev... aparecieron en espíritu en un engranaje que trasformaba los nombre que Santander ha tenido en momento que lograron ser muy emocionantes.

El mayor cúmulo emotivo de la noche nos lo dio el Coro Lírico de Cantabria, que firmó intervenciones plenas de sonido, potentes a pesar de “enfrentar” su aliento al de casi un centenar de músicos y musicalmente impeclabes. Al servicio de la partitura ideada por Martínez Burgos, el Coro supo asentarse en escena con la firmeza de cualquier formación profesional, con empuje y personalidad propia y, sobre todo, con sonido, mucho sonido. Es todo un placer y, cada vez más frecuente, un elemento de calidad, la presencia de esta agrupación en una propuesta musical. Una pena que, como decimos siempre y no nos cansaremos de repetir, sin “poder” ser profesionales y sin tener una orquesta, también de Cantabria, que los secunde.

La segunda mitad estuvo integrada por la Sinfonía Nº 8 de Dvorák, hermoso ejercicio orquestal con momentos de gran lirismo. Los de Castilla y León tuvieron aquí su espacio para el lucimiento y lo hicieron, a pesar de algún solista, con momentos de gran empasta y un control de la masa sonora –que era grande- absoluto por parte de Alejandro Posada.

Después, noche de fuegos, que siguió a la traca más potente de la noche. El atrevimiento –que no osadía- del Coro Lírico y de su director, Esteban Sanz, para hacer lo que se les ponga delante. Como se comentaba a la salida del concierto: menudos...

miércoles, junio 15, 2005

“Kennedy prodigioso”

La prodigiosa técnica y el carácter trasgresor, extramusicalmente hablando, del violinista Nigel Kennedy cerró la actividad musical del Palacio de Festivales en este curso 2004/2005. Los comentarios del público, entre pasillos y a la salida del concierto, ya calificaban este recital como “el mejor del año” o “uno de los mejores jamás escuchados en este escenario”, y ciertamente lo que pudimos presenciar fue algo más que un encuentro con la música de Vivaldi, al menos fue muy distinto a lo que, hoy en día, se puede esperar a priori en esta suerte de propuestas.

Es bueno sentir el aire fresco de un musicazo de la categoría de Kennedy. Es bueno al mismo tiempo que necesario, actualizar los modos y las maneras de entender la celebración de la música en directo cuando se trata de clásica. No es exagerado decir que el público de la clásica cada vez es menor, o al menos que se trata de un público con poca gente joven entre sus filas. Tampoco exagero si les escribo que pocos son los alumnos –y aún peor- profesores de los conservatorio y escuelas de música de nuestro entorno que acuden regularmente a conciertos de música clásica. Pero el pasado sábado hubo de todo: profesores, alumnos y muchos jóvenes que, animados por la fama del singular violinista británico, acudieron a la cita de la Sala Argenta.

Y lo que allí obtuvieron fue, ni más ni menos, que un torrente vital de energía y buena música. Virtuosismo, velocidad y buen humor por parte del solista e, indudablemente, el apoyo y la entrega –siempre al borde del abismo- de la Polish Chamber Orchestra, que no sólo mantuvo un nivel instrumental de excepción en todo momento, sino que accedió al jugo transgresor de su director y solista. Un riesgo que pocas formaciones suelen correr y que, en este caso, es imprescindible para dar el marco idóneo a las dotes interpretativas de Kennedy.

El espectáculo fue fabuloso, el sonido impecable casi en todo momento, pero no conviene confundir los fuegos de artificio con la categoría musical. Vimos un gran concierto y lo pasamos realmente bien, una noche inolvidable ciertamente. Pero no “lo mejor jamás escuchado”. Necesitamos este tipo de propuesta para acercarnos –acercar al gran público- a estas y otras muchas que son también fabulosas, como la Pasión que nos visitó hace unos meses, como mucha música de cámara, como el sonido de la orquesta que aún no tenemos...