Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

sábado, enero 31, 2004

Alberto en el país de las ‘Maravillaría’

El último trabajo de compañía teatral La Machina, esta vez en coproducción con Producciones Gaupasa, llegó al Palacio de Festivales el pasado viernes. Una montaje dirigido y escrito por Alberto Iglesias, con el que el autor cántabro logró el III Premio de Teatro Serantes Kultur Aretoa del Ayuntamiento de Santurce, y que toma el título del trabalenguas de Lola Flores: ‘Me la maravillaría yo’.

Se trata de un texto completo y complejo que navega por diversos registros –del mismo modo que lo hacen los actores- desde el teatro del absurdo a la comedia pasando por el trascendental contenido de muchas de sus frases. Un tono en el que ir sumergiéndose para identificar situaciones cotidianas en una marea de locura o, simplemente, distintas coordenadas. Un personaje más real que los demás, o al menos en apariencia pues lleva puestos sus zapatos, sirve de cicerone y desencadenante de este argumento. Pablo (¿o era Pedro?) con nombre de apóstol siendo un Mesías es el héroe de esta épica, que también hay. Y por haber, hasta ciertos momentos de denuncia social –o todos ellos, depende de cómo lo queramos mirar-.

Iglesias nos ofrece motivos para reír y otros para permanecer en silencio, digiriéndolos y meditando. Tras su monumental drama ‘Bebé’ ahora nos propone algo más cercano a una comedia, que sin serlo hace que el público responda y se implique a cada paso. Hay respuesta por el contenido y también en un montaje que utiliza técnicas y movimientos dotados también de sentido. Una obra escrita y pensada para ser hecha como se hizo, al texto hay que añadirle la puesta en escena –precisamente ésta- para poder abarcarle en toda su extensión y profundidad.

Tres actores de la Machina y otros tantos de Gaupasa conforman el elenco que dan vida a los seres reambulantes en una escena con puertas reducidas a un cuarto de su ancho y niveles que recuerdan a un edificio en construcción. Personajes que juegan a ser distintos en el tono de sus palabras y a identificarse con un patrón personal y/o intransferible. Y a pesar de ser una obra coral, realmente tiene dos personajes: Pablo y el resto de ellos, el héroe y la adversidad, nosotros y esa “extraña familia”, realidad y ficción. El uno individual, el otro descalzo y coral, en muchas ocasiones coreografiado y coordinado con visión de suma de elementos. Como un sistema que funciona por relación de pertenencia, como un complejo social al que permanecer atado; tal vez el país de las Maravillaría. Entre las escenas cantos de Réquiem, advertencia y previsión del final de la obra, que sucede con la música.

La interpretación, de todos ellos, es entregada y comprometida, apostando por el texto y creyendo en un espectáculo que tiene vocación de trascender más allá de una anécdota y que merece ser visto y admirado –comprendido, criticado, aceptado, rechazado, sentido, investigado, leído, exportado a, trasmitido- en muchos más escenarios. Diferencias en la forma de interpretar, como les adelantaba en un principio, que pueden chocar pero que también da contenido si queremos buscarlo. De la dirección añadir que es heredera del propio texto, coherente con él mismo y con el autor que firma ambos elementos, como otro sistema, al que pertenecer atado...

viernes, enero 30, 2004

“Nuevo éxito de la Orquesta de Cadaqués”

La Orquesta de Cadaqués regresó al Palacio de Festivales, el pasado jueves, con la intención de demostrar nuevamente el gran talento interpretativo que han logrado asentar en un proyecto musical creciente, intenso y muy interesante. Además, la siempre trascendental, presencia de Sir Neville Marriner en la dirección del grupo, añadió interés y fuerza a un concierto en el que nuevamente nos encontramos con uno de nuestros intérpretes más internacionales y relevantes del momento: Jaime Martín.

La selección de las obras, como ya les anticipábamos ayer, tenían como objeto demostrar la categoría del grupo de Cadaqués: Rossini para dejar hablar a la sección de vientos, Mozart para el virtuosismo a solo y Beethoven como compendio orquestal y puerta ya abierta a las grandes obras del repertorio romántico. Sí que es cierto que en Rossini nos encontramos con grandes intérpretes de viento dentro del grupo, aunque tal vez demasiado presentes en intensidad frente a la cuerda en algunos momentos. En el concierto de Mozart, Jaime Martín nos condujo por las sendas de la expresividad más profundas y, sin menospreciar al gran arpista Burn Lewis –compañero en el K.299 de Mozart- se apoderó del escenario con un sonido dulce y agresivo al mismo tiempo. En los tiempos más movidos la flauta parecía gritar contándonos la historia de la música, en el encantador ‘Andantino’ el mismo instrumento, y el mismo intérprete, susurraron a media voz los líricos pasajes de la citada partitura.

En la segunda parte una sinfonía Nº 3 de Beethovem rotunda, con algunas aportaciones en el desarrollo de los ‘tempi’ que la dotaron de personalidad propio. Verdadera lección de empaste y trabajo en equipo a cargo de la formación dirigida por Marriner. Éste, por su parte, se ocupó de los músicos con sencillez en el gesto pero acompañando continuamente las evoluciones de la música.

Las casualidades y las onomásticas a veces nos deparan pequeñas sorpresas. Déjenme que comparta una con todos ustedes. Hace exactamente cinco años, el 29 de enero de 1999, la Orquesta de Cadaqués visitó el Palacio de Festivales, también con Jaime Martín como solista. Cinco años después, y en la misma fecha, la circunstancia se repite, pero en aquel entonces el que ahora les escribe firmaba su primera crítica musical en estas páginas. Ahora que ya somos viejos conocidos, le invito a seguir escuchando música y a permitirme seguir opinando sobre ella.

miércoles, enero 28, 2004

“Un concierto discreto”

En estas primeras semanas del año, como suele suceder cada mes de enero, asistimos al arranque de los diversos ciclos de conciertos que, poco a poco, se incorporan a su actividad para acompañarnos a lo largo de todo el 2004. En esta ocasión, el pasado martes, la Asociación de Amigos del Festival Internacional de Santander arrancó su programación en el que será el año 36 desde su fundación. Y lo hizo con un concierto de cámara celebrado en la Sala Argenta del Palacio de Festivales a cargo de la formación rusa Harmonie Oktek.

El programa estuvo integrado por dos sextetos de viento (firmados por Mozart y Betthoven) y dos octetos (de Salieri y nuevamente Beethoven), piezas sin ninguna trascendencia especial para la historia de la música y que fueron ejecutadas con discreción y no excesiva entrega. Como resultado obtuvimos un concierto correcto pero ligeramente aburrido. Una circunstancia confirmada al no encontrar grandes virtuosos entre los miembros del conjunto sino una suma de intenciones, interesante sin duda, pero carente de fuerza y contenido. Para otra vez será.
Este año, los Amigos del F.I.S., tienen prevista la presencia en su programación de los pianistas Artur Papazian, Patrín García Barredo, Soyeon Lee, del barítono Christian Guerrear o de agrupaciones como el Cuarteto Janack.

martes, enero 27, 2004

“Justo prestigio”

El ciclo de Conciertos Educativos de la Fundación Marcelino Botín dio comienzo en este 2004 con la presencia del clavecinista Bob van Asperen en un extraordinario recital bajo el título ‘El clave bien atemperado’ y que tuvo lugar el pasado lunes.

Regresó este gran intérprete holandés al escenario de Pedrueca para revalidar su categoría musical y magistral oficio al teclado, permitiéndonos disfrutar con todas y cada una de las piezas escogidas en un recorrido sonoro que, ineludiblemente, se veía abocado a terminar en la genialidad de Bach. De esta forma interpretó obras de Frescobaldi, Correa de Arauxo, Couperin o el propio Bach con un personal estilo en el que, bajo una aparente sencillez del gesto, se escondía la perfección técnica y la sabiduría de los grandes músicos.

En la primera parte descubrimos obras no interpretadas frecuentemente en nuestros escenarios, todas ellas dotadas de un exquisito buen gusto sobre el papel y que se hizo evidente en las manos de Asperen. De ellas brotaron los motivos con una fluidez pasmosa, así nuestra única preocupación fue la de disfrutar con la música sin trompicones ni sobresaltos extraños. Y si así sucedió en la primera mitad más de lo mismo para una comprometida segunda parte, con la Suite francesa número 1 del genial compositor alemán y la magna Tocata en Re Mayor, con la que sublimó la música de una forma magistral.

Poco más queda decir, nadie salió defraudado de un concierto en el que, uno de los más grandes hizo justicia a su prestigio.

sábado, enero 24, 2004

“Un catálogo baile español”

La variedad como elemento de unidad de un conjunto fue el argumento empleado por el Ballet Nacional de España para su regreso al palacio de Festivales tras cuatro años sin contar con su presencia. Lo hizo, el pasado viernes y sábado, con la dirección de Elvira Andrés y una propuesta en la que los estrenos y sus últimas creaciones se enlazaron en una velada interesante y diversa.

Suponemos que es tarea de una agrupación que lleva el calificativo de Nacional de España la de ofrecer un panorama de lo que ‘es’ y significa la danza en nuestro país, y partiendo de este presupuesto el programa presentado en Santander nos permite hacernos una buena idea de lo que sucede a nivel creativo en este campo. Es más, casi nos encontramos ante un catálogo de baile español muy interesante, pues casi en una gama de colores pudimos ver ‘un poco de todo’ en una gradación desde los elementos más clásicos de la historia del género hasta las propuestas de corte más actual.

Se abrió el telón con la única de las coreografías de la noche que no suponía un estreno de ningún tipo y que venía firmada por Teresa Nieto y por el cántabro Florencio Campos. El lenguaje utilizado para ‘Mareas’ se nutría de elementos de raigambre flamenca con otros personales y muy atractivos, de esta forma pudimos ver un producto de gran factura y que nos habla del trabajo de dos creadores que han logrado ofrecer un producto bien identificable, singular y que no se pierde en corrientes ni concesiones. Siempre han sabido y saben ser ellos en sus creaciones, tanto si bailan como si únicamente dirigen Una coreografía con contenido y mucha poesía desde presupuestos estéticos también llamativos. Tal vez y tan solo algunos momentos del comienzo de las escenas de la ‘ensoñación marina’, nos encontramos momentos un poco más ‘vacíos’.

La directora del Ballet Nacional de España, Elvira Andrés, estrenó de forma absoluta su pieza ‘Colores’. Una propuesta que sumerge el movimiento de la compañía en la partitura escrita por Luis Bedmar Encinas a la manera de hacer música de comienzos del siglo pasado. Una tradición sinfónica tal vez anacrónica para los tiempos que corren pero lícita igualmente, parta gustos están los colores y ese es el nombre de esta obra. Del mismo modo Elvira Andrés nos invita a presenciar un espectáculo bello, armónico y que entronca con una tradición escénica de movimientos corales de todo el conjunto, de equilibro y estética. Un espectáculo preciosista y colorista como bien corresponde a su título, hábilmente articulado como bien orquestada esta la música. El movimiento al servicio de las notas, complementándose y pareciendo uno. La primera parte, casi como sucedía en el baile de los colores opuestos, encontramos pasado y futuro agrupados bajo un mismo signo, el del BNE.

Antonio Canales, el único coreógrafo no presente en Santander para su estreno –esta vez a nivel nacional, puesta esta pieza ya se pudo ver en Tokio el pasado año- firmó ‘Taranto’. Si en la primera parte vimos dos forma de entender el baile español, Canales nos aporto una más. Aquella del flamenco con músicos en escena, arranques de energía y espectáculo de salas llenas con nombres propios –y sus respectivas compañías- que se han apoderado, en la última década, de los teatro para llevar flamenco. Otra alternativa, viva y muy actual.

Y por último la coreografía firmada por Joaquín Grilo. Hace casi diez años vi por primera bailar a este coreógrafo. Fue en un concierto de Paco de Lucia, en el Teatro Campoamor de Oviedo. En tan solo un segundo, sin esperarlo, Grilo saltaba literalmente al centro de la escena para explotar todo el movimiento que había quedado contenido y recreado con la música del gran guitarrista. Esa misma sensación, de fuerza y presencia, la tuvimos al conocer su obra ‘Tiempo’. Una creación a medio camino entre la propuesta que abría la escena y la que inauguró la segunda parte del programa. Movimientos de toda la compañía bien trabajados, emoción expresiva en el taconeo rotundo sobre las tablas, implicación del público y, sobre todo ello, mucho buen gusto. Al final, con los saludos, una hermosa forma de despedirse, sin decir aquí se acaba, jugando de forma más evidente con el tiempo.

lunes, enero 19, 2004

“Música para clave... ¡y qué clave!”

La programación musical de la Universidad de Cantabria comenzó esta año 2004 con un concierto dedicado a la música escrita para clave a cargo de Loreto Imaz y que tuvo lugar en el habitual escenario santanderino de Marina Civil el pasado domingo. Una propuesta en la que sonaron obras de Jean-Henry D'Anglebert, Francois Couperin, Antoine Forqueray J.S. Bach.

El programa resultó atractivo por lo extraordinario que resulta escuchar muchas de las piezas que allí sonaron, de forma especial las que integraron la primera parte, pero descubrimos un sonido realmente fascinante no sólo gracias a la técnica de la intérprete, sino también al oir el clavecín construido por Reinhard Von Nagel a partir de un modelo de Blanchet de 1730. Así las cosas el concierto trascendió más allá de las propias obras para otorgar un especial al instrumento sonoro que las posibilitaba.

‘Cien años de oro en el clave’ fue el lema sugerido para este encuentro, momentos musicales que nos hablaron de una forma distinta de concebir la interpretación y, claro está, una disposición distinta por parte del oyente para con ella. Disfrutar con este tipo de partituras exige aprender a respirar con el intérprete y descansar, como lo hacen sus manos, en breves pausas que son como impulsos para las frases posteriores. He de confesar que, si se me permite el comentario, nunca he disfrutado en exceso con la tímbrica compleja y, en parte, limitada, de este tipo de instrumentos. Pero al conocer la forma de hacer música de Loreto Imaz y las posibilidades que nos ofreció su instrumento, encontré una puerta abierta hacia un sonido rico y lleno de matices.

En la segunda mitad, tras una primera parte mucho más personal e intimista, descubrimos una ejecución de Bach alejada de los presupuestos habituales que nos solemos encontrar respecto a este autor y el teclado. Siendo sincero, me quedo con la personalidad ofrecida con las obras de los autores franceses en este concierto, Bach sigue siendo un escollo difícil de superar y, como otra muchas cosas, realizable desde diversos puntos de vista y cada uno ha de encontrar el que más le convenga. A mí me gustan más otros.

sábado, enero 17, 2004

“Real... como la vida misma o como un cuadro de Hopper”

Regreso de la programación teatral del Palacio de Festivales con una producción de categoría en todos los sentidos. ‘El Precio’ de Arthur Miller abrió la temporada 2004 en la Sala Pereda en un rotundo ejercicio escénico sobre un texto teatral de primer orden dirigido por Jorge Eines y encarnado por Juan Echanove, Ana Marzoa, Juan José Otegui y Helio Pedregal.

La obra es densa en contenido pero, como corresponde a un autor de la categoría de Arthur Miller, está escrita con una genialidad que conduce al espectador por las entrañas del ser humano en un camino sencillo del que no es posible salir ni despistar ningún paso. Conocer a fondo toda una familia y su historia es posible gracias a un retrato que se cubre de pinceladas cargadas de color que van bosquejando el resultado final: un fresco real y tremendamente humano; un resultado a fin de cuentas que trasciende lo anecdótico para convertirse en universal y reclamar de nosotros mismo la participación en el asunto.

Pero nada es posible si, para hacer creíble lo escrito sobre el papel, no se contara con un grupo de actores capaces de ser también ‘reales’ sobre la escena. Y esa fue la función del cuarteto protagonista de este título en una identificación plena que nos presentó a cuatro seres ‘vivos’ que no jugaban a ser ellos mismos, sino que ‘lo eran’ para nosotros. Este montaje no es una producción de efectos escénicos ni de artilugios fuera del propio acto dramático. Todo el peso de las casi dos horas de función recae en la palabra y en el gesto, en la historia narrada en tiempo real de un conflicto que revive presente, pasado y futuro.

Los cuatro nombres propios fueron, en igualdad de condiciones, dueños de la escena y lograron olvidar lo reconocible de su persona para entregarlas a los personajes. Juan José Otegui dio vida a un viejo judío en un fabuloso juego de caracterización vocal y escénica. Tanto en su presencia ante el público como escondido tras una tela traslúcida, casi recordándonos las estampas de desolación y espera del americano Edward Hopper. Por su parte Helio Pedregal fue comedido en un papel que bien podría haberle permitido histrionismo o sobre actuación, pero por el bien del conjunto la opción ‘naturalista’ –casi hiper realista si seguimos con nuestra comparación con Hopper- hizo más grande y cercana la propuesta. Lo mismo sucedió con Ana Marzoa, nueva contención y nuevo acierto. Por su parte Juan Echanove demostró algo que ya conocíamos de su trabajo, la verdadera metamorfosis gestual que adquiere para modelar su personaje. Actuó –y actúa- con todo el cuerpo, con la inclinación de sus cabeza o con el gesto de unos hombros pegados al cuerpo, con una voz cargada de emociones y que evoluciona, sin perder ningún detalle del texto, al tiempo que lo hace su personaje. Fue su primera actuación en Santander –recordarán que nos quedamos sin ver su papel en El Cerdo-, y cosechó los aplausos y el reconocimiento de un público entregado a él y a sus compañeros.

Real como la vida misma, pero teatro a fin de cuentas que logró dialogar con el público, incluso momentos de respetuoso silencio muy a pesar de que, en el último segundo, un teléfono móvil completamente desbocado nos despertó del sueño.

martes, enero 13, 2004

“Nuevos jóvenes valores para el 2004”

Comenzó la actividad musical de la Fundación Marcelino Botín para este 2004 con el primero de los conciertos englobados bajo el ciclo de Jóvenes Valores. En esta ocasión para presentarnos la progresión musical de la joven flautista Lara Manzano que, acompañada al piano por Marino Bernardo, glosó con su instrumento un programa elegante y muy apto para el lucimiento.

La flautista demostró ser poseedora de una buena preparación técnica, sobre manera en dos de las piezas de la primera mitad de la noche: el ‘Syrinx’ de Debussy y ‘El Mirlo Negro’ de Messiaen. Corrección y cierta distancia en el resto de las obras, tal vez con menor carga expresiva que en las señaladas, pero logrando apoyo del público y un conjunto coherente y bien presentado. Un concierto agradable y con el que esta joven promesa afianza su camino por los escenario y divulga su preparación para con el que será, y es ya, su público.
Como pianista acompañante Mario Bernardo se empeñó en cubrir los espacios en los que la solista no intervenía con arranques de energía sobre el teclado que ofrecieron un contraste dinámico expresivo extremo y fácilmente prescindible.