Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

sábado, enero 17, 2004

“Real... como la vida misma o como un cuadro de Hopper”

Regreso de la programación teatral del Palacio de Festivales con una producción de categoría en todos los sentidos. ‘El Precio’ de Arthur Miller abrió la temporada 2004 en la Sala Pereda en un rotundo ejercicio escénico sobre un texto teatral de primer orden dirigido por Jorge Eines y encarnado por Juan Echanove, Ana Marzoa, Juan José Otegui y Helio Pedregal.

La obra es densa en contenido pero, como corresponde a un autor de la categoría de Arthur Miller, está escrita con una genialidad que conduce al espectador por las entrañas del ser humano en un camino sencillo del que no es posible salir ni despistar ningún paso. Conocer a fondo toda una familia y su historia es posible gracias a un retrato que se cubre de pinceladas cargadas de color que van bosquejando el resultado final: un fresco real y tremendamente humano; un resultado a fin de cuentas que trasciende lo anecdótico para convertirse en universal y reclamar de nosotros mismo la participación en el asunto.

Pero nada es posible si, para hacer creíble lo escrito sobre el papel, no se contara con un grupo de actores capaces de ser también ‘reales’ sobre la escena. Y esa fue la función del cuarteto protagonista de este título en una identificación plena que nos presentó a cuatro seres ‘vivos’ que no jugaban a ser ellos mismos, sino que ‘lo eran’ para nosotros. Este montaje no es una producción de efectos escénicos ni de artilugios fuera del propio acto dramático. Todo el peso de las casi dos horas de función recae en la palabra y en el gesto, en la historia narrada en tiempo real de un conflicto que revive presente, pasado y futuro.

Los cuatro nombres propios fueron, en igualdad de condiciones, dueños de la escena y lograron olvidar lo reconocible de su persona para entregarlas a los personajes. Juan José Otegui dio vida a un viejo judío en un fabuloso juego de caracterización vocal y escénica. Tanto en su presencia ante el público como escondido tras una tela traslúcida, casi recordándonos las estampas de desolación y espera del americano Edward Hopper. Por su parte Helio Pedregal fue comedido en un papel que bien podría haberle permitido histrionismo o sobre actuación, pero por el bien del conjunto la opción ‘naturalista’ –casi hiper realista si seguimos con nuestra comparación con Hopper- hizo más grande y cercana la propuesta. Lo mismo sucedió con Ana Marzoa, nueva contención y nuevo acierto. Por su parte Juan Echanove demostró algo que ya conocíamos de su trabajo, la verdadera metamorfosis gestual que adquiere para modelar su personaje. Actuó –y actúa- con todo el cuerpo, con la inclinación de sus cabeza o con el gesto de unos hombros pegados al cuerpo, con una voz cargada de emociones y que evoluciona, sin perder ningún detalle del texto, al tiempo que lo hace su personaje. Fue su primera actuación en Santander –recordarán que nos quedamos sin ver su papel en El Cerdo-, y cosechó los aplausos y el reconocimiento de un público entregado a él y a sus compañeros.

Real como la vida misma, pero teatro a fin de cuentas que logró dialogar con el público, incluso momentos de respetuoso silencio muy a pesar de que, en el último segundo, un teléfono móvil completamente desbocado nos despertó del sueño.