“Inmenso Carlos Álvarez”
La VIII Temporada Lírica del Palacio de Festivales llegó a su fin con la puesta en escena de una nueva producción del ‘Rigoletto’ de Verdi que tuvo en Carlos Álvarez a su máximo protagonista.
La producción, dirigida en lo escénico por José Antonio Gutiérrez y en lo musical por Miguel Ortega, situaba la acción del drama en un punto intermedio del espacio/tiempo entre la época original de la Mantua renacentista y un futurista escenario “a lo Blade Runner” con un oscuro concepto de la acción. Una fusión interesante que ofreció como resultado un producto sólido y muy dramático en el que, a pesar de lo vanguardista que nos pueda sonar sobre el papel este concepto, funcionó con normalidad a fin de cuentas.
El escenario, sombrío y escasamente iluminado para sugerir con negruras el alma de las escenas, se articuló sobre una enorme estructura giratoria que, en sus evoluciones, alteraban los espacios para la acción pero también ofrecía dinamismo y paso del tiempo en el devenir dramático. Así, a pesar de estar viendo en diversos momentos las diversas caras del decorado, nunca asemejaban ser la misma. La concepción dramática de los personajes ideada por Gutiérrez nos aleja emocional y físicamente a los personajes de Gilda y Rigoletto que, finalmente, acaban encontrándose entre sí al final de la tercera escena. Esta distancia, que puede sorprendernos en un primero momento, resulta imprescindible para comprender y hacer real la relación que entre ellos existe antes de comenzar el drama. Se destilan procedimientos escénico para acercar al público y a la condición humana la esencia y existencia de estos personajes.
Musicalmente hay que descubrirse ante la inmensa voz y presencia escénica de Carlos Álvarez en un momento de su carrera realmente fantástico. No solo cantó con potencia, afinación, personalidad y sentido –que ya es decir- sino que además lo hizo todo situando a su personaje en una magistral categoría en lo escénico difícilmente superable e imposible de olvidar. De su gesto y de su voz nació para nosotros Rigoletto, creíble y humano, cercano y vivo en la escena para ser música y para ser hombre. Las ovaciones por él recibidas, y en especial la prolongada al final del ‘Piangi, piangi, fanciulla’ fueron el tributo de un público entregado y emocionado ante tal regalo lírico. Ahora puede sonar pedante o pretencioso, pero creo no exagerar si apunto que las representaciones de estos días quedarán como hito en la historia de la lírica en Santander: “cuando Carlos Álvarez hizo aquel Rigoletto en Santander”, y si no tiempo al tiempo.
Junto al de Málaga, otro hermoso encuentro con la voz de la joven Rocío Ignacio, sin tanta presencia dramática pero con un registro hermoso, bien colocado y que también logro emocionar con sus ascensos hacia el agudo y con la calidez de su canto. Es el momento de adjetivar a esta soprano como de “futura promesa” o algo similar, pero en esencia vimos a una intérprete con voz suficiente para ser lo que fue en la noche del estreno: una firme realidad.
Entre el elenco, nacional por los cuatro costados y suficiente para ofrecer un montaje de calidad, nos encontramos también con un Pedro Farrés muy rotundo pero un poco escaso de potencia, a Marina Pardo de nuevo en “su casa” manifestando las delicias de su registro rico en matices, a David Rubiera –también en casa- que nos sorprendió no por su magnífica voz, que de esto ya sabíamos, sino por el descaro escénico que le permitió hacerse con el papel más allá de los límites habituales y sobresalir con entidad propia para colocarse al lado de los más grandes o a Miguel Ángel Zapater, sobrio pero firme en su papel de Sparafucile. De José Antonio Sempere, al margen del pequeño inconveniente que le veló la voz por unos segundos al comienzo del aria más conocido de este título, apuntar que no pudo controlar como era deseable –en el resto de la ópera- una voz a la altura del conjunto, situándose siempre en el complejo filo que delimita el límite.
La Orquesta, sin excesivas estridencias, funcionó desde el foso con la batuta de Miguel Ortega atento en cada instante a todos los factores que dependían de su mano. El coro lírico, celebrando con este título la primera ópera repetida en los siete años que ya han pasado desde su fundación, se manejó con soltura y mucha presencia vocal en todas sus participaciones, dentro y fuera de escena.
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