Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

domingo, octubre 12, 2003

“Gran ‘Pettite Bande’”

Comenzó el pasado sábado la Octava Temporada Lírica del Palacio de Festivales con una versión en concierto de la ópera de W. A. Mozart ‘La Flauta Mágica’ a cargo de la prestigiosa y reconocida agrupación instrumental ‘La Petite Bande’ y bajo la dirección de Sigiswald Kuijken.

Un lleno casi absoluto de la Sala Argenta y una calurosa acogida del público fueron marco para esta nueva versión –¡que bueno es cuando podemos comparar con otras en el mismo escenario, eso tal vez quiera decir que ya vamos teniendo ‘tradición’!- que nos sorprendió y agradó a partes iguales. Es cierto que el reparto vocal tuvo elementos desiguales, pero siempre partiendo desde un homogéneo punto de partida de nivel más que aceptable.

Christoph Genz, el tenor y Tamino de esta producción, resultó suficiente y con algún desajuste. Una voz timbrada y agradable pero sin excesos en ninguno de los extremos. Por su parte la Pamina caracterizada por Suzie LeBlanc encandiló con un timbre hermoso y ágil, deslizando sutiles matices desde su garganta sobre una partitura igualmente bella. Pero como suele suceder en este título el papel más lucido y agradecido por la concurrencia –y en este caso también por el que les escribe- fue el Papageno de Stephan Genz. Simpático y tierno personaje que fue extraordinariamente concebido para la ocasión por un barítono lleno de matices, profundidad en la emisión y una potencia bien controlada y ajustada a cada una de sus intervenciones. No sucedió lo mismo con la Reina de la Noche encargada a Heidi Wolf, mediocre en el tono medio y denodada en esfuerzos técnicos para lograr los agudos más virtuosos que, a pesar de estar todos correctamente ‘colocados’ no gozaron del gusto dramático y coherente que sería deseable esperar. Gritos que, en definitiva, arrancaron los aplausos de un público que suele premiar efusivamente los registros extremos.... los gritos vamos.

Philip Defrancq nos ofreció un curioso Monostatos, amanerado en las formas y también en el contenido con modulaciones constantes y, a mi entender, un punto de confusión en su cometido. Las damas, sacerdotes, esclavos y, ¡como no!, los niños demostraron profesionalizad y eficacia. Encandilaron estos últimos al respetable con intervenciones de absoluta perfección y madurez musical pasmosa. Prácticamente no miraban al director conociendo perfectamente la partitura y su cometido en la obra dejándose llevar por la música.

La orquesta fue uno de los mejores regalos de la noche. Un sonido rotundo y, dentro de la perspectiva historicista, agradable con ese punto de ‘suciedad’ que más es una pátina del tiempo que un estorbo para el oído. No en vano la tarea de Kuijen, y el evidente influjo de Harnoncourt, ha permitido hacer de esta formación una de las más interesantes y destacables de todas las existentes en el panorama musical de los últimos decenios para este tipo de repertorio. Además, escuchando su sonido, nos damos perfecta cuenta del grado de dificultad que encierra abordar obras tan extensas con instrumentos y criterios de afinación e interpretación que tiene más de tres siglos. Algo que, en ocasiones ha servido de disculpa para agrupaciones similares en momentos de confusión sonora, nos demostró en esta ocasión que es posible sacar el máximo rendimiento sin exceso de pecados en la afinación a esta suerte de intereses interpretativos.

La puesta en escena, lejos de ser la formal y aburrida habitual en otras propuestas de lírica en concierto, resultó divertida y amena gracias al interés dramático de todos los intérpretes que no solo cantaron su papel sino que también actuaron para nosotros. A pesar de la pérdida de la traducción simultánea en el segundo acto, el bien conocido argumento de este título permitió seguir sin pérdida la trayectoria dramática de toda la ópera.