“El sonido ‘americano’ de una orquesta danesa”
Broche de plata –por aquello de que se realizó en la sala Argenta y por no repetir la habitual expresión empleada en estos casos- para la 52 edición del Festival Internacional de Santander con un soberbio concierto de la Orquesta Nacional de Dinamarca con la dirección de Yuri Termikanov. No podemos imaginar mejor colofón para un festival que, este año, nos ha deparado sorpresas y sinsabores a partes iguales. Pero si es cierto que lo último es lo que más se recuerda, el concierto de despedida endulzó sobremanera nuestros oídos dejándonos un recuerdo muy grato en una velada francamente intensa.
Fue un concierto de esos en los que se disfruta “como chiquillos”, sobre un programa muy ameno y especialmente diseñado para sacar el máximo jugo posible a una formación sinfónica muy interesante. El sonido de la Nacional de Dinamarca es comparable con el de las grandes orquestas norteamericanas, repleto de brillo y dinámicas contundentes. Algo de lo que nos dimos cuenta en los primeros compases de la Obertura ‘Carnaval Romano’ de Berlioz, un tutti de la orquesta tajante y que contenía ya toda la esencia que los daneses desarrollaron en más de dos horas de gran música.
Tal vez la experiencia de Termikanov –extremadamente frágil en el escenario, a nivel físico me refiero si comparamos su gesto con el que tenemos del pasado en nuestra memoria- al frente de orquestas como la de Boston, Nueva York o Los Ángeles tenga algo que ver con la propuesta que nos ofrecieron el pasado sábado. Pero la falta de cuerpo que muchas veces se achaca a las agrupaciones norteamericanas aquí no apareció, estando perfectamente equilibrado en una conjunción de elementos que despertaron el aplauso y más de un bravo de un auditorio, nuevamente lleno.
Siempre es un placer escuchar un directo con la ‘Petrushka’ del gran Stravinsky, pero lo es aún más cuando el entendimiento de la partitura y el juego con los temas en un tumulto rítmico vital y constante permiten un acercamiento tan grato como el que encontramos en el concierto que nos ocupa. Ítem más en la segunda parte, con la grandiosa Sinfonía Nº 5 de Tchaikovsky, hecha desde una perspectiva que dejaba de lado el brillo señalado anteriormente para entregarse a una realización hermosa, dramática, sólida y que funcionó a la perfección.
Termikanov, en un evidente esfuerzo, dirigió con su particular modo de hacer las cosas: con gestos no convencionales pero muy expresivos, sin olvidar ninguna entrada y permitiendo un éxito que tuvo la piedra angular en su tarea y evidente papel protagonista.
En los bises más de lo mismo, saciando el hambre de orquesta por un tiempo y que ahora se convertirá en deseo hasta la llegada a nuestra ciudad de nuevas oportunidades sinfónicas.
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