“Concierto des-conciertos”
El Concierto de Conciertos anunciado para el Festival Internacional de Santander tuvo lugar el pasado viernes en la Sala Argenta del Palacio de Festivales con un resultado un tanto irregular.
Comenzó la noche con el estreno en España del doble concierto de Franz Danzi, una obra sin excesivo compromiso y trascendencia y en la que los dos solistas tampoco derrocharon demasiada entrega e intenciones.
El estreno del segundo concierto para piano de González Acilu nos presentó una obra laberíntica en la que encontramos grandes momentos de inspirada orquestación e impacto junto con otros que más parecían una suerte de catálogo histórico de las formas de hacer música para gran orquesta a lo largo del siglo XX. Así con todo descubrimos una pieza rotunda y compleja, grande en concepción e igualmente ambiciosa en desarrollo, de esas que exigen más de una escucha para abarcar los complicados mecanismos creadores empleados y todo su mensaje para con el público.
Andrea Bacchetti, pianista encargado de realizar el estreno, solventó con eficacia la partitura, auque el sonido de su piano quedó en no pocas veces sepultado por una masa orquestal que no lo era tanto. De hecho, al comienzo de la segunda parte del concierto, con las Variaciones Sinfónicas de Cesar Frank, se hicieron más que evidentes estas carencias en cuanto a potencia ofreciéndonos una obra que pasó un tanto desapercibida para todos.
Por último el homenaje a Jesús de Monasterio en forma de su Concierto de Violín a cargo de Leticia Muñoz. La obra es realmente hermosa y la técnica y expresión de la joven violinista fue el perfecto instrumento para recuperarla para el escenario. Lo que no acabo de comprender es el motivo por el cual la intérprete ofreció un ‘bis’ que nada tenía que ver con el centenario del músico cántabro ni con el espíritu del propio concierto: ¿cuatro solistas y tan solo uno de ellos ofrece un bis? Además, ya saben, fue una de esas propinas preparadas de antemano y que sirvió a la intérprete para demostrar un lucimiento técnico –que arrancó los bravos y sí fue tal- que tal vez el concierto de Monasterio no contenía en grado sumo, o al menos para ella. Un cierto desconcierto, para quien les escribe.
De la Orquesta Nacional de Letonia me resisto a decir mucho. Tal vez porque me sentí defraudado cuando la escuché desde el foso en el ballet de Coppelia y tal vez porque en la noche del viernes tampoco alcanzó los niveles exigibles en cuanto a potencia, coherencia y dirección para una formación heredera de toda una tradición orquestal de gran sonido, presencia y coordinación. Pero, imagino, que esos eran otros tiempos.
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