Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

miércoles, agosto 06, 2003

“¡Con lo que me gusta el tango!”

¡Con lo que me gusta el tango! ¡Y además con cuentos de Borges! Una mezcla que sobre el papel era tan apetecible... Más –pero, sin embargo- los destinos del arte y la coincidencia de criterios nos jugaron una mala pasada. No era suficiente con amar el tango o disfrutar leyendo a Borges, había que ser incondicional de Hanna Schygulla para digerir y tolerar el espectáculo que nos presentó el pasado martes el Festival Internacional de Santander en una Sala Argenta a medio llenar.

“Malena canta el tango
como ninguna,
y encada verso pone
su corazón”

¿Porqué? Tal vez la causa de este lamento haya que buscarlo en el registro forzado, jadeante y poco variado con el que se dieron los textos. Puede que en el exceso de dramatismo, casi a la manera de una tragedia griega en plan esperpento, que envolvió toda la obra, o en las modulaciones constantes de la voz cantada que no parecía querer sosegarse ni por un segundo. Quizá –quizá, quizá- en el movimiento escénico más cómico que efectivo, casi torpe.

“acude a mi mente
recuerdos de otros tiempos,
de los bellos momentos
que antaño disfruté”

Claro que luego está la otra parte. La del respeto debido a “la Schygulla”, por ser quien fue y no entender estos momentos. Por eso rebusco en mi propio criterio el error en la apreciación, y quiero estar confundido de todo en lo sentido Y poca emoción fue la recibida. Hace unos años disfrutamos con la presencia de Hanna sobre el escenario de la Sala Perda, seducidos por su voz tan cercana, con una fuerza escénico de un repertorio –en lo vocal y en lo dramático- que la venía como anillo al dedo. En el cambio de Brecht por Borges salimos perdiendo los espectadores.

“al mundo le falta un tornillo,
que venga un mecánico
pa’ver si lo puede arreglar”.

En lo musical, la presencia de Peter Ludwig y Peter Wöpke, ofrecieron retazos de un concierto en el que las piezas ‘tangeras’ firmadas por Ludwig se nos desvelaron interesantes reconstrucciones que nos recuerdan a Piazzolla en su libertad armónica y el juego rítmico provocador y evocador de ‘buenos aires’ argentinos. El violoncello, congeniando con el piano en diverso grado respetó también la esencia melódica de estos cantos.

“... en el quinientos seis
y en el dos mil también;
que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos”

Un chasco, más que nada, para los aficionados que acudieron –y acudimos- a la cita con la ilusión de un reencuentro en la fusión que tendría que haber funcionado mucho más. Pero seguiremos escuchado a Gardel, a Maruzzi, a Carlos Montero, a Gidon Kremer, y sintiendo un reverencial respeto por Hanna Schygulla, aunque decepcionados.

“te llamaré en mi adiós,
para pedirte perdón...
y al apretarte en mis brazos
darte en pedazos,
mi corazón”