Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

sábado, agosto 02, 2003

Trío de Robertos y un as de ‘Domas’

El Festival Internacional de Santander comenzó su edición número 52 con la representación de la ópera de Verdi ‘Simón Boccanegra’. Un título poco frecuente para este tipo de eventos pero que funcionó a las mil maravillas gracias a la cuidada elección de las voces participantes en la ópera.

Se trata de una producción con una vestimenta escénica de las ‘de siempre’ que permite, en parte, que el protagonismo lo tenga de forma casi absoluta la música escrita por el maestro de Roncole. Finalmente pudimos aplaudir sin ‘peros’ la siempre ambiciosa ópera inaugural del F.I.S. que respondió a las expectativas –otras veces no cumplidas- que relaciona a los grandes nombres de la lírica con grandes resultados sobre las tablas. Así se espera siempre y así sucedió en la noche del viernes.

Los cuatro protagonistas del denso drama redactado para la escena por Piave y luego revisado por Boito desgranaron sus magistrales registros en un entendimiento mutuo cargado de expresión dramática. Una relación escénica que funcionó y ayudó a sumergirse emocionalmente en la acción que, a pesar de desarrollarse en la Italia del XIV y en coordenadas políticas y sociales que nada tienen que ver con nuestro tiempo, se nos hizo muy cercana.

Cristina Gallardo Domas, bien conocida por el público del Festival Internacional de Santander gracias a sus recientes apariciones en la versión en concierto de Fausto y el Stabat Mater de Rossini, nos envolvió con su voz bien llena de matices y con unos más que hermosos giros dramáticos en el grave. Hizo una Amelia convincente y muy humana, pasional y viva para nosotros. Roberto Frontali, Boccanegra por primera vez en su currículo, supo apoderarse de la escena con intervenciones brillantes y que no cayeron en el pecado del exceso. Potencia y sentido, pero sobre todo diálogo en una perfecta integración con el resto de los elementos.

Roberto Aronica, el tenor de este drama, tuvo que medir su timbre con otras voces profundas y muy potentes. Ya saben que el registro del tenor, a pesar de tener asignado habitualmente el rol de galán y protagonista romántico en la lírica, raras veces encuentra correctas encarnaciones y que suelen deslucir cualquier producción. ¡No hay tenores!, que diría alguno, pero en este Boccanegra sí que encontramos uno, y muy bueno.

Pero el mayor aplauso del público e indudablemente el intérprete que se llevaba la escena a su terreno fue el bajo Roberto Scandiuzzi. La experiencia de su oficio le permite moverse en el rol de Fiesco a las mil maravillas, pero más allá de todo esto –la del viernes fue su representación 277 de Boccanegra, que ya son- cautiva con todos los elementos deseables en una velada como la que nos ocupa: afinación, potencia, expresión, drama, escena...

La orquesta estuvo correcta, con algún desatino nada relevante y con la eficacia esperada para una formación de foso. Cedió el protagonismo a la voz y la batuta de Antonello Allemandi así también lo quiso.

El coro, una suma del Lírico de Cantabria y el Filarmónico de Cluj, también funcionó con su magna presencia dentro y fuera del escenario. Una agrupación grande, imagino que casi con cien voces, que controló las dinámicas para impresionarnos con los registros más extremos cuando así fue necesario. Ya les digo, mucha emoción gracias a esta música.

La dirección escénica y el decorado Petrika Ioneko parecía que iba a ser más controvertido. Pero viendo el desarrollo de la ópera en su conjunto funcionó sin excesivas trabas. Tal vez sea cierto que los añadidos simbólicos en forma del espectro de María difunta o las cuatro figuras religiosas que navegan cerca de Fiesco no son más que una carga que, si bien sobre el papel o en los primeros momentos puede gustar, luego no funcionan sino como un estorbo que no es excesivamente molesto. Los últimos momentos del drama, con dos cuerpos que se precipitan a un mar que casi no aparece, provocan un distanciamiento no muy deseable.


En resumen, un póquer de ases que lograron, con una partitura que no engañó al público en el lucimiento, una jornada de ópera inolvidable y difícilmente igualable. ¡Que digo póquer! Si me permiten el juego de palabras, la jugada maestra fue un trío de Robertos y un as de ‘Domas’.