“Sopresa en Suesa... por amor al arte”
Cuando menos te lo esperas, surge la sorpresa. Tal y como se lo cuento sucedió el pasado sábado en el Monasterio de las Trinitarias de Suesa, dentro de las actividades musicales de las VI Jornadas Culturales de la Fiesta de la Santísima Trinidad. Dentro de este marco se celebró un concierto de la Orquesta y Coro Europa Concentus Musicus, dirigidos por Mariano Rodríguez Saturio y en el que, también, se estrenaba una composición de Tomás Villanos, dedicada precisamente al Monasterio de Suesa.
Sobre el estreno poco que escribir. Una pieza de compromiso; obra errante en busca de estética y de coherencia discursiva que no logra cuajar ni en lo uno ni en lo otro. Fue presentada en una primera parte del concierto acompañada por obras de Bach, Albinoni o Mascagni, y en todas ellas la orquesta se esforzó por lograr un buen sonido ofreciendo en cambio excesos en patinazos y falta de empaste -¡ay las cuerdas!-.
Así las cosas, ya pueden imaginar la decepción de quien les escribe, se abordó la segunda parte del concierto tras un intermedio en el que Mons. Montes Toyos impartió una breve charla sobre el patrimonio cultural de la fe cristiana en los monasterios. Y fue entonces cuando apareció la sorpresa que les anticipaba, encarnada –más bien hecha sonido- en una Misa de Schubert que magistralmente ofreció la orquesta y coro mencionados. Y no exagero ni un punto en esta aseveración ni el uso del adjetivo ‘magistral’, puesto que todas y cada una de las partes calaron hondo en el público y brotaron con energía torrencial y encomiable templanza en las voces de solistas, músicos y coro. Al frente Rodríguez Saturio arrebatado y eficaz, tanto que al final, y tras los más que merecidos bises, dirigió unas emocionantes palabras al auditorio reclamando un espacio para la música hecha en Cantabria. ¡Claro que sí! Sobre todo cuando suena de la forma y modo en que el sucedió en la segunda mitad del concierto que nos ocupa.
Y es que los círculos viciosos que se alimentan de si mismos tienen, muchas veces, difícil solución, entendiendo que una iniciativa musical como es la de mantener una orquesta sin excesivos apoyos, sin incentivos profesionales y con compleja salida es todo un milagro cuando suena bien y suena mucho. Lógico es suponer que, así las cosas, siempre sucediera lo que pasó en la primera mitad del concierto del sábado, pero entender el interés y la entrega necesario para lograr cuajar un Schubert como el que nos sorprendió –y conmovió, por qué no ser sincero- apenas unos minutos después únicamente se explica por “el amor al arte”. Vaya que sí.
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