“Cosa de magos”
¿Recuerda a aquellos que magos que, vestidos de rigurosa etiqueta, sacaban de su sombrero de copa un conejo o un ramo de flores? El truco era inquietante; de donde no había nada sacaban algo muy vivo, sin apenas alterar el gesto y con unos pases ‘mágicos’ que nos encandilaban. En la jornada inaugural del III Encuentro de Música y Academia sucedió algo muy parecido. ¡Cosa de magos!
De donde nada había hace apenas una semana, un señor de rigurosa etiqueta logró mostrarnos algo muy vivo. Pero esta vez no era un conejo, ni una paloma, ni tan siquiera un cinta de colores lo que hizo aparecer ante nuestros ojos. De una chistera trasformada en escena apareció –¡ale hop!- una orquesta sinfónica que hace poco menos de cinco días no existía: impresionante. Y como por arte de magia, pudimos escuchar una sección de cuerda perfectamente empastada, vientos que entraban donde indicaba la partitura y articulaba el director y un sonido rotundo y grandioso. El mago fue Péter Csaba; de esmoquin como los magos y en lugar de barita un batuta de director. Aunque he de decirles que se le vio parte del truco, pues la orquesta que nació de la nada estaba integrada por jóvenes virtuosos que demostraron colaboración, ganas de hacer música y un reverencial respeto y amor por su oficio.
La velada comenzó con la Sinfonía Nº 1 de Prokófiev –recordando el cincuenta aniversario de su fallecimiento-, que tras un dubitativo primer movimiento asentó firmes sus reales en una poderosa ejecución con la que, además del sonido, pudimos disfrutar viendo las miradas de los intérpretes cómplices y felices en su tarea, entregados y sinceramente apasionados. Después la partitura de Mahler, el Adagietto de su Sinfonía Número 5 interpretado con pulcritud, gusto y delicadeza. Al terminar la obra y escuchando los primeros aplausos del respetable se me ocurrió pensar que, tras un bocado tan delicioso, mejor sería no haber roto el silencio tan bello con el sonido de nuestras palmas para haber meditado unos instantes. Que tontería, ¿verdad?
La segunda parte del concierto nos trajo el Harlod en Italia de Berlio en el segundo centenario de su nacimiento. Allí apareció –imagino que también por arte de magia- Gérard Caussé en la tarea de solista. Impresionó por su entrega y trasformación en símbolo romántico al hilo de la música que salía de su viola. Un sonido personal, individual, por supuesto mágico que conmovió sobremanera. La orquesta, nuevamente, entregada y cautivadora.
Asistimos, con el teatro lleno a rebosar y el cambio de personalidades en el palco, a una jornada de esas históricas que bien merece el aplauso y reconocimiento de todos. Y esto fue simplemente el comienzo. Hermoso truco de magia.. hermosa lección de música.
¡Uy! Se me olvidaba un “pero”. Que lástima que en este verano de conmemoración de centenarios –y sobremanera en este concierto con dos de ellos- la presencia de Jesús de Monasterio en este Encuentro –cien años después de su muerte- no deje de ser simplemente anecdótica.
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