Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

viernes, agosto 08, 2003

“A golpe de los golpes”

El primero de los espectáculos que integrarán el ciclo de Ballet del 52 Festival Internacional de Santander llegó el pasado jueves al Palacio de Festivales de la mano de la Compañía de Danza Georges Momboye para presentar su creación ‘Adjaya’.

Se trata de una propuesta que combina los ritmos hipnóticos de la música popular africana –desde Costa de Marfil para ser más exactos pues África es muy grande y bien diversa- con el movimiento de ocho bailarines que generan diferentes conceptos de la danza. Sobre el escenario vemos frenéticos ritmos folclóricos –evito decir tribales por decantar un poco el lenguaje y ser justos con la globalización cultural que defendemos pero que, en ocasiones, olvidamos respetar- que se desarrollan al lado de elementos de la tradición del ballet más clásico, más contemporáneo e incluso del ‘break-dance’. En este último estilo uno de los integrantes de la compañía –de blanco inmaculado- parecía sugerirnos el presente del ‘como bailar africano’ en un contrapunto que tenía por fondo sus propios orígenes.

Un ‘perpetuum mobile’ sonoro se articula en ciclos, casi biorrítmicos, de subidas y bajas en intensidad y potencia. De la calma al movimiento, del detalle a la exposición más visceral y expresiva que parecía arrastrarnos a todos hacia el centro del escenario. Cautivadora forma de ir contando estos sueños –‘Adjaya’ significa sueños en la lengua originaria de Momboye- y de ir conquistando poco a poco a un auditorio entregado y que disfrutó con este espectáculo y terminó, como no, cantando y bailando al ritmo de sus propios aplausos.

Y si nos gustó la danza, mucho más nos cautivó el sonido. Tal vez el movimiento coreográfico pecaba de esquemas formales sencillos que evolucionaban de forma previsible. No así cada uno de los bailarines que sorprendieron en todo momento en modos y maneras de mucha potencia y desgaste, casi acrobáticos –sí del todo gimnásticos- y de forma especial el propio Momboye, articulando movimientos imposibles. Fascinante una de sus intervenciones en la que, con la parte superior del cuerpo detenida lograba separar la coordinación para con sus pies que se movían frenéticos en una imagen que difícilmente se perderá de nuestra memoria.

Pero les decía que el sonido se quedó muy dentro nuestro. Una sección de percusión asombrosa y las intervenciones vocales de Aíssata Kouyatelograron, a pesar de la pésima sonorización del directo, una comunicación inmensa con el público y los bailarines. Ni un instante para el silencio, ni un momento de vacío para marcar a golpe de los golpes el latido de todo un espectáculo.

Sobre el escenario un cesto de mimbre y un cuenco de barro. Tal vez dos metáforas de todo un continente: África como símbolo de algo hecho con las manos y secado por el sol. Con identidad suficiente para, a pesar de que otros hayan robado, comido, quitado su interior –el cuenco estaba vacío y nada supimos del interior del cesto- seguir firme y desafiante, defendiendo la cultura propia como bien indispensable, como esencia misma de todo un pueblo, de muchos pueblos. Disculpen este desbarre, pero a veces me gusta leer de Javier Reverte sus andanzas africanas.

Por comparar, ya saben que a la mente le gusta ir por caminos propios, el conjunto de la escena y algunos de los movimientos me recordaban a ciertos espectáculos flamencos en los que las siluetas de los músicos se recortan sobre el fondo y frente a ellos, casi de forma casual, los bailarines ponen movimiento a una música que parece improvisada. Y en el fondo sí es lo mismo, la cultura popular –tamizada por el filtro europeo que en parte homogeniza el resultado- en un flechazo directo al profundo más intimo de nosotros mismo: a esa memoria que perdemos a borbotones pero que nos recuerda, en momentos así, lo que somos. Ni más ni menos.