Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

lunes, agosto 18, 2003

“Últimamente...”

Últimamente, cuando releo los comentarios que habitualmente les escribo en las páginas de este periódico, me empiezo a sospechar como el prototipo del crítico de tebeo, gruñón y malencarado al que, por sistema, nada de lo que ve le satisface. Nada más lejos de mi intención, se lo garantizo, que evitar el disfrute cada vez que acudo a un espectáculo con la única finalidad de pasarlo bien y disfrutar con la sorpresa o la emoción que la música –o el teatro, o la danza- puedan provocarme y después, en un ejercicio ciertamente vanidoso, escribir lo que aquello pudo parecerme.

Pero sucede que últimamente, en no pocas ocasiones, la frustración es el común denominador de propuestas que sobre el papel prometen ser fascinantes y más tarde, al levantarse el telón del directo, quedan diluidas en agua de borrajas. Les hablo en este caso del concierto ofrecido dentro de la 52 Edición del Festival Internacional de Santander el pasado domingo, en el que se interpretó la ‘Misa de Gloria’ de Mascagni y el se estrenó en nuestro país de la ‘Misa Tango’ de Bakalov. Dos obras hermosas y bien distintas pero que tuvieron en sus intérpretes una difícil barrera para llegar a nosotros.

No me refiero especialmente al no haber contado con una orquesta más completa y tener que conformarnos con las reducciones para piano que, en el caso de Mascagni, dificultaron el encuentro con las amplias líneas melódicas escritas por el autor de ‘Cavalleria Rusticana’. Tampoco, especialmente, a la mediocridad de los solistas vocales salvando honrosas intervenciones muy puntuales y escasas. Ni, tampoco especialmente, al poco empaste, gracia y efectividad de un coro –el del Festival de Emilia Romagna- que más parecía una agrupación parroquial que un conjunto de prestigio. Me refiero al conjunto de una propuesta que tendría que haber sonado para el espíritu –dentro de la interesante propuesta internacional que englobaba este concierto bajo el lema ‘Los Sonidos del Espíritu’- y que, para quien les escribe, sirvió como argumento para distraer su atención contando el número de cantantes –creo que eran cincuenta y cinco- y la cantidad de focos que alumbraban la Sala Argenta. Un aburrimiento injusto, pues la calidad de las obras no lo merecían y el público de la sala –que a pesar de todo aplaudieron un montón, incluso cuando no es habitual hacerlo- mucho menos.

Buscando lo mejor de la noche, más allá de la indudable categoría de las composiciones, me quedo con el bandoneón muy expresivo de Hector Ulises Pasarella, con el solo de violoncello del ‘Qui sedes’ –creo recordar que era en ese momento- de un joven y afinado Claudio Casadei. Y, sobre todo, me quedo y me reservo la ilusión de buscar emociones noche tras noche con las propuestas artísticas que el azar o los programadores pongan al paso.