“Dentro de una caja de música”
‘Las tribulaciones de Virginia’ de los Hermanos Oligaor fue el montaje elegido para inaugurar la XIV Muestra de Teatro Contemporáneo que se celebrará hasta el próximo mes de diciembre en el Teatro del Centro Cultural de Caja Cantabria en Santander.
Se trata de una propuesta bien diferente a cualquier otra en la que, con un inusual sentido de la ternura, se invita a un reducido grupo de espectadores –no más de medio centenar- a inmiscuirse en el mundo privado del taller de artilugios y emociones de esta compañía navarra. Allí alguien nos cuenta a media voz una historia de amor cotidiana, triste y humana, ayudado por la profundidad de su mirada, sinceridad y cercanía de su gesto y de decenas de máquinas que reviven para nosotros las peripecias amorosas de este Él y de esta ELLA. Tras la incertidumbre de no saber muy bien que es lo que íbamos a presenciar, la cálida acogida de esta propuesta va poco a poco relajando nuestras iniciales prevenciones para finalmente sentirnos identificados y, por qué no decirlo, emocionados con este mundo en miniatura.
Se ha querido definir a ‘Las tribulaciones...’ como una fusión entre artes plásticas y teatro, como una instalación inusual que recorrer bajo la tutela del maestro de ceremonias dentro de la misma. Ahora, con la perspectiva de haber sido uno de los afortunados en “estar dentro”, más bien lo recuerdo como una caja de música que se abre levemente para hacernos meditar sobre el amor, sobre la vida.
Todo el espacio está ocupado por mecanismos, cuerdas e ingenios que tiene la facultad de sorprendernos. Y la mejor manera de lograr el efecto es acercanos a él con la inocencia de un niño y cierta madurez de adulto. Casi es un truco de magia y ante él caben dos posibilidades: o nos dejamos cautivas o buscamos el truco que nos ha sorprendido. La segunda parece irresistible al buscar y rebuscar con la mirada los mecanismos del engranaje de esta obra, pero con la primera recuperamos la emoción, tal y como decía en un momento el texto de la propuesta, de cuando aún éramos niños, justo antes de que, súbitamente, comenzáramos a ser mayores.
La escena, todo el espacio, tiene un aire maquinal de la creación personal más artesana. Imaginen, por ejemplo, que lejos de sorprendentes y caros fuegos de artificio en iluminación o efectos especiales, son sustituidos por el ingenio y la búsqueda de soluciones asequibles y, de verdad, extraordinarios. La luz, tenue, no provoca miedos sino comodidad y cercanía. La música, exquisitamente seleccionada desde los tangos hasta el reencuentro para muchos con Barricada o Modern Talking, tiene un sonido sucio y es proyectada con un radio cassette manipulado por el único actor en escena. Él nos invita a escuchar esta música y parece decirnos que estas son sus cintas, las de toda la vida, y quiere compartirlas con nosotros.
En definitiva, hermosa y cautivadora visita a este taller firmado por los Hermanos Oligor.
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