Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

jueves, septiembre 11, 2003

“Mi querido subversivo”

Hay teatro y teatro. Diferentes modalidades y distintos géneros para la escena que encierran múltiples mensajes y alicientes para el espectador que acude a verlo en directo. En los últimos tiempos, tras una larga época en la que se quería hablar de una pretendida ‘muerte del teatro’, hemos asistido a un interesante renacer de la escena apoyada por la incursiones –a veces intromisiones, otras afortunados descubrimiento o en casos simples intervenciones- de rostros populares y/o televisivos en giras y espectáculos que, no exentos de cancelaciones y cambios de protagonista, han revitalizado uno de los géneros artísticos más universales.

Si tomamos como ejemplo Santander, cada año circulan por nuestra ciudad decenas de compañías permitiendo a nuestro público, a pesar de ‘ser de provincias’, estar al día de la cartelera dramática nacional en muchas de sus parcelas, pero no en todas. Es bien cierto que no tenemos por aquí un núcleo dedicado a las vanguardias, a lo no tan comercial o a propuestas experimentales más allá del ciclo de ‘Teatro Contemporáneo’ que cada otoño nos ofrece la Universidad y la Caja. Por eso, oportunidades como la que nos brindó la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo el pasado miércoles son auténticos privilegios para el espectador inquieto y necesitado de apuestas interesantes.

Les hablo de la representación que Tentación Producciones, Zitzaina Teatre y Teatre de Caláis, ofreció del texto de Darío Fo ‘Muerte accidental de un anarquista’. Obra de un autor del que, a pesar de haber logrado el premio Nóbel de literatura, difícilmente tenemos la oportunidad de encontrar sus textos sobre un escenario –al menos en el entorno que nos toca-. Y no es raro si atendemos a sus contenido ‘políticamente incorrectos’ o a su magnífica receta de hacer reír poniendo el dedo en la llaga de nuestra sociedad y en muchos de sus males.

En la función del miércoles, con la sala llena y mucha expectación que seguro dejó a muchos interesados sin poder entrar al auditorio de Tintín, reímos y meditamos sorprendiéndonos nuevamente con un texto que tiene ya más de treinta años pero que conserva intacto su espíritu trasgresor sin necesidad de acudir a experimentos vanguardistas. La esencia de su obra –de toda su producción- está en emplear parámetros dramáticos de un teatro puramente clásico con un lenguaje, además, claro y bien entendible.

La producción protagonizada por Aitor Mazo actualiza en parte el texto y nos ofrece una producción muy dinámica y con guiños originales y, a la altura de la circunstancia, divertidísimos. Mazo encarna un personaje entrañable y la dirección de Pere Planella es ágil y efectiva sobre un espacio escénico reducido –desafortunadamente el circuito de este tipo de obras no suele incluir grandes escenarios-. Los aplausos y las risas no se hicieron esperar, tal vez los mensajes se asimilaran más tarde, pues fueron muchos.