“Las bicicletas estuvieron en la Argenta.”
La Sala Argenta del Palacio de Festivales fue el escenario, en las noches del viernes y sábado pasados, de la propuesta dramática ofrecida por la compañía ‘Teatro de la Danza’ sobre el texto de Fernando Fernán Gómez ‘Las Bicicletas son para el verano’. Se cierra con esta obra el ciclo de teatro este año en el Palacio a expensas de conocer la programación para el 2004.
La producción, como otras tantas que hemos podido disfrutar de esta compañía, se realiza con mimo y detalle para trasmitir al público una historia que se comparta y sea vivida por todos. En este caso, además, el contenido del argumento hizo que la memoria de algunos descubriera y recordara momentos de su propia infancia en la cotidianindad de un conflicto, la Guerra Civil Española, desde una perspectiva tierna y desgarrada al mismo tiempo.
Hablando del texto de Fernán Gómez y de su resultado, frente al público, en ocasiones paladeábamos el sabor agridulce de una comedia dramática, recordándonos incluso a aquello monólogos de Gila con los que reíamos de las desgracias de un hombre que se burlaba de su propia sombra. Así muchas de las carcajadas del respetable era un contrapunto tremendo a lo que sucedía en escena, más aún ahora que nos desayunamos con noticias de guerra y muerte, esta más lejos pero aún así cerca, cada mañana.
Más allá de estas reflexiones que en momentos se me escapan, señalar que la labor realizada por los actores fue impecable en una tarea coral en la que destacaban, por motivos de guión, un inmejorable Gerardo Malla y el televisivo Julián González, rostro popular que, ahora por primera vez sobre las tablas, sigue trabajando una carrera que cuenta con el apoyo de los también crecieron con él viéndole en televisión.
Las pinceladas musicales que adornan el discurso dramático son retazos de la propia historia de España y del momento del que se habla. Pequeños garabatos hechos con sonido que articulan las transiciones escénicas y aproximan, a golpes estruendosos de bombas cada vez más cercanas, la realidad de una guerra.
La escenografía sostiene dos espacios a ambos lados de la escena con un elemento móvil que intercambia ambos lugares, elemento que impide ver de forma directa lo que sucede en algún momento desde las butacas más laterales de la Argenta, perdiéndose presencia cuando los actores desarrollan sus intervenciones en los lados más extremos de las tablas. Tal vez el tamaño de la Argenta sea demasiado para este montaje, echándose en falta la intimidad que, en estos casos, nos ofrece la Pereda. No únicamente para el ojo, sino también para el oído que agradece escuchar la voz desnuda de los actores, sin amplificaciones de ningún tipo.
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