Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

sábado, mayo 15, 2004

“Un Daliniano Rey moribundo”

El Palacio de Festivales cerró su ciclo dramático en este primer segmento de la programación anual con un texto imprescindible del teatro contemporáneo: ‘El Rey se muere’ de Eugène Ionesco. La versión del Teatro de la Abadía, dirigida por José Luis Gómez e interpretada magistralmente por Francesc Orella en el papel protagonista nos acercó una visión daliniana del inmortal escritor rumano.

El decorado se convierte en un espacio alucinado y onírico en una trasformación que, a base de luz, difumina lo real para situarse, tras los primeros minutos del drama, en un lugar a medio camino entre ninguna parte y el sueño. De esta forma García Sánchez nos introduce en un texto complejo y absurdo –fruto del género al que pertenece- pero que hilvana pensamientos y acude a los más profundo de la condición humana.

Escenografía y vestuario, luz y movimiento que, como les anticipaba al comienzo, se nos antoja emparentado con el universo de Dalí, precisamente en este año en el que se celebra el centenario del nacimiento de este pintor. Así la escena del absurdo se compara con la estética surrealista en una hermanamiento que, como no podía ser de otra forma, funciona perfectamente. La lámpara del techo, símbolo del universo egocéntrico en el que todo gira alrededor del Rey, bien podía ser el despiece atómico de la Leda de Dalí. Y el salacot que sirve de corona y el bastón que es utilizado como cetro son indumentarias con las que aparece en más de una instantánea el propio Salvador –Dalí- en nuestra memoria.

El artificio del sonido, en forma de profundas exposiciones de motivos electroacústicos en bajas frecuencias, ayudan a angustiarse más aún ante el drama de la muerte. Hace años el director de cine William Friedkin empleó este mismo recurso en su cinta ‘El Exorcista”, sólo que en aquel caso empleó grabaciones de un enjambre de abejas para crear esa sensación por medio del sonido.

El trabajo de los actores es impecable, destacando de forma especial un Francesc Orellana que evoluciona en escena en una encarnizada lucha con su propio destino. Va desnudando el alma del personaje del mismo modo que hace con su cuerpo, buscando el punto dramático exacto en el que quedar sin ningún artificio delante del espectador, siendo puro en una suerte de catarsis escénica. A su lada Elisabet Gelebert, guía del último viaje, realizando también una actuación digna de elogio.

‘Parece como si nadie se hubiera muerto nunca antes’, dice el texto de Ionesco en un momento de la obra, y tal y como responden a esta sentencia, ‘así es, todo el mundo se muere por primera vez’. Esta fue la sensación percibida ante este ejercicio escénico, ser testigos de una primera vez., o mejor dicho, de algo único.