“La simetría de la cruz de Cristo...”
... rota por la imagen doliente de Magdalena llorando a sus pies. Este bien puede ser el argumento estético de las “Imágenes andaluzas...” que Távora presentó en el Palacio de Festivales el pasado fin de semana. Una producción que acude a Carmina Burana de Carl Orf para demostrar que el flamenco guarda muchas sorpresas y admite todo tipo de aportaciones y combinaciones, de tal modo que hasta nos pareció que el O’Fortuna había sido escrito sobre el ritmo de uno de los palos de este arte.
Simetría dada por el madero y por la posición de toda la escena, simetría para romperla a cada segundo y para perderse en ella, por la que navegan los seres que en ella transitan, dos (simétricos) enanos barrocos, toros mecánicos, cuerdas y molinos que giran para llevar ángeles o bacantes.
El momento social en el que vivimos, triste y dramático, confuso y desgarrado, dotó de una especial emoción a la apuesta reivindicativa de La Cuadra de Sevilla. Una reflexión que, con el valor añadido de las imágenes trágicas de nuestra memoria, encontró un prolongado aplauso en un público que también alzó las manos –blancas- en símbolo mudo de protesta. Pero distanciándonos, casi quirúrgicamente, del espectáculo, encontramos sus más y sus menos en una obra de “las de siempre” de este grupo andaluz, ventaja e inconveniente al mismo tiempo.
Távora demuestra su maestría en un cuidado estudio de la escena para la articulación lógica de todos los elementos que la integran. Maquinas y personas en una danza constante en la que el argumento, plagado de referencias y símbolo, sea contado y entendido. Tal vez este afán de evidenciar el asunto nos lleve, en más de una ocasión, hacia estampas simplificadas y casi pueriles frente a otras realmente sorprendentes. En el discurso de despliegan todo tipo de referencias hacia los típicos –o tópicas- de la Andalucía taurina, la de las procesiones de Semana Santa o la de los “aceituneros altivos”, la que aparece en los cuadros de la escuela andaluza barroca de Ribera o la flamenca y religiosa.
El trabajo de actores, músicos y bailarines es entregado, pero sin ser del todo creíble –si es que hubiera de serlo...- en el exceso de pantomima en busca, nuevamente, de la explicación del hecho. Como colofón un grito con el ondular de la bandera blanca y verde, esta vez enlutada con un crespón en su centro. Un capítulo que se fuga de nuestros días hacia épocas de transición en la alianza del pueblo campesino que contempla lo cíclico de la historia. Un retazo de otros tiempo... o tal vez aún de estos.
Aún así, la unidad estética de la obra se rompe con esta adenda para recuperarse de nuevo con el final, que el principio. Una descarga de energía, canto y tacón.
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