“La ópera como dramaturgia”
Segunda cita operística del Festival Internacional de Santander la que se produjo el pasado jueves en el Palacio de Festivales. Tras el estreno de la ‘Norma’ de Bellini la compañía Helikon Theatre que dirige Bertman nos propuso ‘El caso Makropoulos’ de Janacek cuando se cumplen 150 años del nacimiento del compositor checo.
Muchas son las diferencias entre ambas producciones, a pesar de que el director escénico de las mismas es Dmitry Bertman en los dos casos. En la que inauguró la 53 edición del F.I.S. se nos presentó un reparto de lujo para escenificar un título de los más conocidos del repertorio y en el que, a pesar de los esfuerzos y la genialidad evidente, el director de escena ruso no pudo dominar todos los elementos dramáticos, ni mucho menos a sus actores. Podríamos escribir y opinar acerca de la dicotomía música y escena y del peso absoluto o relativo de ambos factores en una producción al uso, pero no es el momento.
En la propuesta que ahora nos ocupa, a diferencia de la ‘Norma’, nos situamos ante un título menos conocido –al menos ciertamente menos escuchado- pero con unas características estéticas expresionistas mucho más cercanas al ideario desarrollado por Bertman en anteriores producciones y en el que es capaz de sorprendernos y convencernos una y otra vez: un director escénico al que conocimos con la ‘Lady Macbeth en el distrito de Mensk’ de Shostakovich y al que admiramos con la ‘Lulú’ de Berg. Ahora, tras la breve duda surgida hace unos días, recuperamos al autor que nos conmueve, al dramaturgo de la ópera que, no nos despistemos, ofrece en sus producciones la misma categoría sobre el escenario que desde la partitura. La orquesta del Helikon y los solistas de esta compañía son unos músicos de primera. Estos últimos, además, actores de categoría en gesto, expresión, intención y escena. La unión entre música y drama es posible, pero visto lo visto, indispensable para su consecución el trabajo constante y habitual entre todos los elementos de una ópera. Los mismo que es factible que un director sea capaz de conducir –usando el anglicismo- una orquesta cuanto más tiempo comparte con ella. Pero tampoco es ahora el momento de hablar de los directores de orquesta invitados... ¿cuántos temas sobre los que no discutir verdad?.
Bertman concibe un espacio dramático cerrado sobre sí mismo, una plaza pública –o de toros, o un circo romano, o un teatro...- por el que deambulan los personajes que son y han sido vistos desde hace mucho tiempo. En él dos niveles, el presente y el recuerdo de lo vivido –la memoria- en forma de fantasmas blanquecinos que son también espectadores, como nosotros, de la angustia de un personaje de verdad complejo y lleno de matices: Elina Makropoulos. El vestuario es también una eficaz herramienta para contar la historia, así los personajes aparecen vestidos, desnudos o con manchas de trajes isabelinos cubriendo los elegantes frac, aludiendo de nuevo a la memoria y al peso del pasado sobre nuestros –sus- hombros.
En lo musical, ya les digo, una orquesta espléndida con una partitura compleja pero hermosa; la dirección de Vladimir Ponkin fue todo un lujo. En el terreno vocal un generoso nivel destacando, como no podía ser de otra forma, a Natalia Zagorinskaya en el comprometido papel principal sin descuidar tampoco al rotundo Sergei Yakovlev como Jaroslav Prus. Voces potentes casi todas ellas, con personalidad pero, sobre todo, con un compromiso con su trabajo inmenso desde cualquier punto de vista.
Una noche de ópera de esas que te dejan con la sonrisa puesta gracias al trabajo realizado por todo un equipo, al espectáculo visto, al torrente de ideas sugeridas desde la escena, a la coherencia.... y sobre todo a la música, no se confundan.
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