Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

jueves, agosto 12, 2004

“¿Me encanta y no lo puedo soportar?”

Del amor al odio dicen que hay un paso, y de lo sublime a lo detestable una distancia igualmente corta. Desde la perspectiva occidental y desde el punto de vista y de oído de quien les escribe el encuentro con el Teatro Nacional de la Ópera de Pekín en su presencia en la 53 edición del Festival Internacional de Pekín tuvo mucho de esos polos opuestos que, dicen, se atraen.

La aldea global en la que estamos habitando en los últimos años emite, mediáticamente, cientos de mensajes interculturales que nos permiten conocer, de forma muy parcial, qué es lo que sucede en sociedades alejadas a la propia. Pero, a pesar de ello, para entender algo tan distante y diverso como es la cultura oriental es necesario dedicar algo más que unos minutos. La Ópera de Pekín nos presentó, por primera vez fuera de China, ‘La Diosa del río Luo’ del compositor Xie Zhenquiang. Una forma de sumergirse en conceptos tradicionales asiáticos relativos a la música, la poesía, la estética, el sentido de la belleza, el drama... Pudimos escuchar instrumentos alejados de nuestros referentes más inmediatos y profundizar en el desarrollo de un drama musical distinto a “nuestras” óperas pero al que tratamos, en lo formal, como si fuera una de ellas; tampoco lo sabíamos hacer de otra manera. El Festival, para la ocasión, vistió con elegantes quimonos orientales a sus acomodadoras.

La música, a pesar de estar escrita hace apenas un par de años, se sitúa dentro de las coordenadas de estilo muy tradicionales, no exenta de ciertos elementos occidentalizadores en algunos momentos del discurso. Frente a ellos, otras características propias mucho más complejas de digerir y que supusieron el principal escollo para el disfrute pleno. Pero es normal, ni sabemos ni debemos categorizar estas diferencias sino empezar a conocerlas para decidir después si nos gustan o no. Ciertamente las percusiones que acompañaban las escenas de tránsito y el timbre agudo y nasal de algunos de los personajes supone una condición de belleza a la que no estamos acostumbrados. Y, como les anticipaba al comienzo de este escrito, frente a la exquisitez más sublime a nuestros ojos también tuvimos las disonancias y estridencias más ingratas y desagradables para nuestros oídos.

La coordinación de todos los elementos que integran el discurso de esta propuesta es una apasionante experiencia para los sentidos. Lujosos trajes y movimientos calculados se compaginan para desarrollar un estilo narrativo sencillo y efectivo. La belleza de lo delicado y la naturaleza de las cosas sencillas envueltas en un vistoso y colorista atuendo. La sensación, al terminar el espectáculo, fue de aturdimiento. Nos había gustado mucho y, al mismo tiempo, nos había sacado de nuestros cabales. Como del encuentro del frío con el calor... surgió un remolino.