Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

sábado, marzo 04, 2006

“Bernarda”

La Casa de Bernarda Alba que ha dirigido Amelia Ochandiano comenzó su andadura en el Palacio de Festivales con su estreno el pasado viernes. La sala repleta de público y una propuesta que se sumerge una vez más, en el drama lorquiano inmortal e indispensable para entender qué es esto del teatro.

Se nos presentó una Bernarda, como no podía ser de otro modo, coral y bien dirigida en movimientos escénicos calculados y diseccionados desde la perspectiva a la geometría escénica de cada uno de sus personajes, convertidos en vértices de la acción y del sofocante espacio que va oprimiendo cada vez más. Coherencia interpretativa que escupían sus palabras y coherencia en una propuesta clásica en su concepto pero aliñada con músicas y sonidos que matizan el dramatismo multiplicando su efectividad para el espectador. Recuerdo la primera vez que presencié una producción de esta obra en directo, hace muchos años. Recuerdo la congoja, casi el miedo, sentido desde la butaca de patio al escuchar los gritos lastimosos de María Josefa encerrada. Gritos de mujeres, de todas, encerradas en su destino “español” que ahora recupero para volver a sentir todas esas emociones.

El elenco navega de forma impecable por la rotundidad de todas y cada una de sus frases dando forma a cada una de las mujeres de luto con voz y gesto que las hace ser únicas de entre el resto. Margarita Lozano rotunda, María Galiana entrañable, Concha Hidalgo frágil, Aurora Sánchez madura, Ruth Gabriel confusa, Palmira Ferrer difuminada, Nuria Gallardo y Adriana Ugarte soberbias en su interpretación, Monica Cano salvaje y Saturna Barrio igualmente afortunada. Pero en el encuentro de todas ellas donde surgen los largos aplausos que ovacionaron muchos minutos a todas ellas y, claro está, al organismo que surge de su encuentro: la Casa de Bernarda Alba.

Ahora que están tan de moda los programas de televisión de grandes hermanos encerrados en casas llenas de cámaras se me antoja comparar este título con una especie de Gran Hermano primigenio, encierro involuntario para “ser” y “no ser” observados por la sociedad española de “antes de la guerra” que destripa el alma de los otros en constante sigilo de sus vidas. Ahora, como antes, también se investigan relaciones, falsos amores, amantes, hijos legítimos y de los otros. Se sacan los ojos y la lengua y las vísceras de hombres y mujeres para su exposición pública, como en Bernarda. No está demás ir al teatro y repetir con muchos títulos de los de siempre, de esos que nos hablan desde el pasado de lo que seguimos siendo hoy en día.