“Zimerman aristotélico”
Krystian Zimerman pasó por el Palacio de Festivales el pasado sábado. Un concierto inolvidable y, simplemente, perfecto en las intenciones y resultados de uno de los “megapianistas” de los últimos tiempos.
Heredero de los nombres propios, con mayúsculas y apellidos, de la interpretación del piano Zimerman es capaz de trascender las partituras en alardes de belleza que tienen en el aristotélico concepto de la belleza la piedra angular de cada una de las obras que ejecuta. Les hablamos de mesura y, especialmente, del equilibrio que logra entre su técnica y su expresividad, entre él mismo y un instrumento, un Piano –con mayúsculas- que viaja junto al intérprete para ser la única voz posible de su música. Un sonido que puede recordarnos a las grabaciones de antaño cuando los instrumentos eras más suaves en el teclado y permitían mayor velocidad y dinámicas más reducidas. Pero Zimerman estuvo delicado y elegante cuando la partitura lo merecía y rotundo y dramático cuando así ere imprescindible.
Empezó con al Sonata en do menor KV.330 de Mozart, un título conocido por todos pero con el que nos ofertó una visión fresca, pura y agradable del genio de 250 años. Después le llegó el turno a Beethoven, otro clásico pianístico en su Patética que resultó conmovedora e hipnótica en el concepto de perfección y en los aciertos dinámicos que les anticipábamos. Tras la primera parte más clásica la segunda arrancó con un paréntesis chopiniano, solo cerrado en el extraordinario bis final, para seguir con los Valses Nobles y Sentimentales de Ravel. Nuevas lecciones de estilo y concisión sonora, de quietud y escándalo, de virtud. Como colofón un descubrimiento para todos, el torrente y la dificultad de la Sonata de Bacewicz, obra nada fácil pero que encandiló a la audiencia y a quien les escribe, particularmente, con el hermoso Largo Tranquilo situado en su ecuador.
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