“María de Buenos Aires o El Rosario de la Aurora” (Alerta 24-X-05)
Una ópera contemporánea en dos actos para orquesta, es el subtítulo que reza la composición de Astor Piazzolla sobre un libreto de poeta uruguayo Horacio Ferrer. Un suculento menú apetecible a simple vista pero que en la producción que pudimos ver el pasado sábado en el Palacio de Festivales resultó un bocado difícil de tragar.
Todo lo que podía fallar a nivel técnico falló: micrófonos que no sonaban, acoples sonoros estridentes e insoportables, la pantalla de proyección mostrando orgullosa a todos los espectadores el logotipo del DVD en el que venían las imágenes... menudo desbarajuste. Pero lo más desafortunado del asunto estuvo en que, precisamente estos males técnicos, no fueron lo peor de la noche. Lo que no pudimos entender es el concepto de un proyecto escénico caótico en su presentación y desarrollo, en la falta de oficio de los bailarines y de voz de los cantantes. En el cúmulo de desatinos puestos y propuestos para echar por tierra lo único bello que recibimos en las dos horas de función: la música de Piazzolla y los textos de Ferrer.
La música, interpretada en directo, amplificada y dirigida maquinalmente por Andrés Juncos, nos permitió aguantar el tirón del espectáculo y poder sobrellevarlo hasta su término. Sonó con más o menos acierto –disculpando los desafines del primer violín y de la flauta- y nos trajo lo único verdaderamente arrabalero de esta María de Buenos Aires. También hubo algo de tango en el acento y voz de Manuel Callau, actor sobreactuado que hizo de hilo argumental y sobre el que reposaba un tercio de la escena. En su contra Emilia Onrubia y Gustavo Gilbert, él con algo más de tino y ella con estridencias e imposturas que, como era de esperar, no fueron alagadas con el aplauso final del público que, en general, sonó de cortesía salvo en los destinados a los músicos.
De las coreografías poco puedo decir que no suene profundamente desagradable. Pero es que no entiendo que en un espectáculo con dos horas de música basadas en ritmos danzables, en tangos, milongas y contradanzas, no se haya contado con alguien que sepa, de verdad, bailar bien un tango. Pero ya nos avisaba el programa de mano, con pretendida arrogancia ensayando que María de Buenos Aires (¿MBA?) no era un espectáculo tanguero clásico... Ya les hubiera gustado haberse acercado a ello las coreografías de Rolan van Löor y sus bailarines y bailarinas de pantomima.
Incluso el vestuario de Francis Montesinos, ¡presente en la sala pare recibir “sus” aplausos!, parecía extraña y fuera de sitio, o de lugar... o vaya usted a saber de qué. Tal vez de espectáculo.
José Carlos Plaza pudo haber hecho cualquier cosa, pero ha firmado una ópera en la que pocas cosas son salvables, ni tan siquiera la intención. Buscando una tabla a la que agarrarme en lo escénico lo hice en el fragmento inicial de la escena del ‘Domingo’ o en el vestuario del duende de tres cabezas. De lo demás casi hubiera sido mejor no haber escrito nada.
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