Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

viernes, agosto 26, 2005

“La segunda, también fabulosa”

El Eifman Ballet de San Petersburgo volvió a cosechar un rotundo éxito en la segunda de sus intervenciones dentro de la 53 Edición del Festival Internacional de Santander. En la jornada precedente nos había sorprendido con su Ana Karenina y, en esta ocasión, lo hizo con un ‘Don Juan’ bajo el prisma, la presencia escénica y los caminos entrecruzados de Jean-Baptiste Poquelin, Moliere.

Ayer les escribí hablándoles de Karenina y, en los mismos términos y de igual modo he de comentarles las “emociones” vividas con este Don Juan que vino a clausurar, el pasado jueves, el ciclo de Danza de la última edición del F.I.S. Con un argumento más elaborado y, si me permiten, complejo, Eifman nos trae a escena los personajes y sueños de Moliere en un constate juego en el que se mezcla la realidad con la ficción dramática y con el sueño. Tres planos entreverados que van tejiendo un asunto dramático que permite mucho juego; en todos los sentidos del término.

El tono de comedia, a pesar de encerrar tragedias, es evidente en muchas de las escenas, empezando por el principio con la danza de las monjas y el burlador disfrazado. Pero como sucede en este Don Juan, en el de Zorrilla o en el mozartiano, el drama que encierra la historia del conquistador impenitente se enciende y se apaga para dar con el drama, más humano, del creador en busca de su obra, de un personaje... de su sueño.

La compañía de San Petersburgo nos dio mucho más de lo mismo en lo que a técnica y desarrollo se refiere. Todos sus progresos fueron impecables y el sentido estético de su baile es fiel al servicio escénico al que son encomendados. Tal vez la calidad de los solistas no fuese, en este caso, tan excelente como en sus compañeros de la jornada anterior, pero el excelente nivel de las misma hace que este comentario sea, en parte, pretencioso más aún si entendemos este ‘Don Juan’ como “una obra de coral” en lo que a solistas se refiere.

La escena nos presente un escenario –el teatro visto desde el teatro- repleto de sorpresas y modificaciones constantes en las que, gracias a una iluminación fabulosa, situar cada capítulo de la narración. Como sucedió en Karenina –y en el Hamlet Ruso o en el Pinocho de hace unos años- el ritmo de la narración busca un climax tan rotundo que únicamente puede sorprendernos y emocionarnos. Tal vez en el estreno del miércoles esta “sorpresa” fuera más rotunda que en el que nos ocupa, o tal vez nos pillara más de sorpresa y en este último no hiciéramos más que buscarle. Es lo mismo, pues la segunda presencia del Eifman fue, otra vez, fabulosa.