Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

viernes, agosto 19, 2005

“Turandot desde Hong Kong”

El Ciclo de Danza del Festival Internacional de Santander dio comienzo, el pasado jueves, con la presentación del Ballet de Hong Kong en la primera de sus dos propuestas ante el público santanderino, cada una de ellas con dos actuaciones. Turandot fue el argumento y el asunto musical que inspiró a la coreógrafa Natalie Weir para realizar este producto estrenado en el año 2003 y que ya ha logrado el Premio a la mejor producción de Asia en ese mismo año.

Parece fácil y parece difícil imaginar un ballet sobre la partitura de Puccini, Turandot. Fácil pues la eterna belleza de la música acompaña cualquier idea plástica que se nos ocurra imaginar aportándola la magia y emoción que contiene sus melodías. Difícil precisamente por ser tan alta la categoría estética de la música que pasa, directamente, a competir con lo que vemos y es complejo superar, en perfección, la música del compositor italiano. Más si la grabación empleada cuenta con las voces de la Caballé, Mirilla Freni y José Carreras.

Los de Hong Kong han optado por montar un ballet que sigue, fielmente, las indicaciones vocales de la música para traducir a lenguaje corporal el asunto dramático de la obra. De esta forma, en ocasiones, nos encontramos ante una pantomima de la música con la que aprender el lenguaje del movimiento y que cede la belleza de un desarrollo libre por la funcionalidad de un asunto que contar. El ballet funciona a la perfección en este campo y la coreografía de Weir nos cuenta Turandot de modo muy fiel al original lírico y muy agradable para aprender a ver ballet o para seguir disfrutando de él. Se recompuso la partitura con algún recorte y ciertos remedos para ir a lo esencial del argumento. Bravo por ello.

La compañía ofrece momentos de gran plasticidad global, muy entregados a desarrollos abiertos y escenas de conjunto “de libro”, con un empleo recurrente del canon escénico como forma de mover al cuerpo de baile. En el plano individual no encontramos virtuosismos destacables, arropados todos los solistas en el alto nivel medio de la compañía. Tal vez convenga destacar a Cristal Costa en el papel de Liu, que arrancó más bravos que sus compañeros de la entregada audiencia y que gustó por su flexibilidad y elegancia coreográfica. Liang Jing, en cambio, pareció falto de potencia en los saltos y tuvo que abordar algunos planteamientos escénicos no excesivamente bellos en su concepto; por ejemplo en la primera de las dos veces que sonó el ‘Nessun Dorma’.

La escena tiene momentos realmente impresionantes, gracias a una constante y muy hábil utilización de la luz y al empleo de recursos escénicos que sorprenden en su grandeza. Hablamos, por ejemplo, de la arrebatadora primera aparición en escena de Turandot, de la decapitación del primer príncipe o de la danza de las letras que cierra el segundo acto. A medida que se aproxima el final de la obra la escena se tiñe de un cierto toque “disco” procedente de los años 80 que, tal vez, manche de pastel la elegancia respirada hasta el momento o puede que, también tal vez, sea un guiño irónico al glamour “ochentero” y a la corte imperial. Sea como fuere los aplausos fueron unánimes y el espectáculo, en su conjunto, muy agradable.