“La Walkiria (y dos)”
Segundo exitoso capítulo, en lo musical, del Festival Internacional de Santander en su comienzo wagneriano. La primera jornada de la Tetralogía, segundo título de la misma, volvió a ofrecernos un magno producto con igual factura que en su propuesta precedente. Casi podríamos decir lo mismo que firmábamos ayer en estas página en lo que a equilibrios y desequilibrios se refiere. Gran música y extraña escena también para la Walkiria.
El concepto de continuidad en el producto que nos plantea la Orquesta del Tiroler Festpiele Erl y su director, escénico y musical, Gustav Kuhn, ahonda en la visión “humana” del universo mitológico en el que Wagner basó su obra más colosal. Un Walhall de andar por casa en el que, a diferencia de lo que decíamos ayer, sí que encontramos dos momentos escénicos muy afortunados y trascendentes para esta producción. Hablamos del anillo de fuego final y de algunos momentos desarrollados a diversos niveles de altura escénica muy interesantes. Por lo demás, una distancia deñl drama impuesta por elementos de atrezzo casi infantiles, coches y motos de papel pintado, bicicletas frente a caballos de cartón o una cocina tirolesa completamente kirch.
Lo mejor, como en El Oro... la gran orquesta sobre el escenario, la magna dirección, con la batuta, de Kuhm y muchas de las voces ofrecidas en un buen nivel general. Si ayer destacábamos dos de los personajes masculinos, hoy hemos de ser justos con dos de los femeninos. En primer lugar Gertrud Ottenthal, de apellido tan wagneriano como muchos de los momentos que su voz fue capaz de ofrecernos, dramáticos, abierto y, en ocasiones, hermosos por su delicadeza y sencillez. Igualmente Elena Comotti d’Adda que fue capaz de aguantar sobre escena un rol difícil en todos los sentidos y llevarlo hacia cotas interesantes. No podemos decir lo mismo, en lo que a aguante se refiere, de todos los implicados en esta Walkiria. Tal vez el gran reto que propone a los intérpretes estos títulos wagnerianos no sea el encontrar la voz dramática, potente y capaz de estar ante semejante orquestación sin perderse dentro, sino que tenga el aguante necesario para mantenerse así a lo largo de todo su desarrollo.
En la sala se escucharon algún oscuro abucheo a la hora de repartir aplausos, imagino que de algún sector del público de esos incondicionales de un solo tema y que busquen el Wagner que está en los libros y en las grabaciones de los años cincuenta. Pero para quien les escribe ha sido todo un placer poder escuchar en directo, y en dos jornadas consecutivas, la mitad de una de los complejos operísticos más importantes jamás escritos. Uno se queda con ganas de cerrar el ciclo y espera con impaciencia que este escenario lo acoja pronto. Es importante apreciar el directo y tener oportunidades para hacerlo, pero sobre todo es imprescindible que nuestros oídos se llenen de música para entender muchas cosas de la historia de la música, y de la cultura... y del hombre, en definitiva.
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