Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

jueves, agosto 25, 2005

“La Karenina del Eifman, arrolladora, como “su” tren”

El Eifman Ballet de San Petersburgo regresó al escenario de la Sala Argenta del Palacio de Festivales para revalidar la excelente acogida experimentada en anteriores comparecencias. El Festival Internacional de Santander volvió a amparar a la compañía dirigida por Boris Eifman que, en la primera de sus dos representaciones, estrenó en nuestro país un ballet sobre Ana Karenina.

Pero no se trató de una Karenina literaria, sino de un análisis y propuesta visceral del personaje desde un acercamiento muy humano. Karenina es mujer por los cuatro costados y el trío protagonista de la trama navega en escena buceando en todo tipo de emociones. Vividas y ejercitadas por el movimiento, explicadas con claridad y, a pesar de los recursos escénicos, sin necesitar mucho más aparte del cuerpo.

La coreografía de Eifman es “irremediablemente” clásica en su concepto, pero empleando el lenguaje contemporáneo con soltura y decisión. Se aprecian las influencias y presencias de todo el pasado de los grandes ballets románticos pero también el expresionismo de las coreografías europeas del siglo XX: Pina Bausch, Esk, Duato. El encuentro de estilos nace como un recurso más en la escena, cediendo al ballet más clásico las expresiones relacionadas con situaciones características, a la felicidad de un momento o al amor entre Ana y Wronsky y los desarrollos más vanguardistas a aquellos sentimientos que parten de zonas más profundas y viscerales: la pasión, el deseo, los celos, la locura... la muerte.

Sobre músicas de Tchaikovsky, “con el que ya trabajó” Eifman en otras producciones y del que es buen conocedor, se organiza un discurso que, como les decíamos, desprecia la anécdota para centrarse en el sentimiento. Más aún si comparamos –ya sé que es algo siempre odioso esto de comparar- con los ballets de Hong Kong que tuvimos hace unos días en el F.I.S. Aquellos, desde una estética llena de belleza, cedían a la historia el protagonismo que tendría que haber tenido la danza. Ahora hemos obtenido ballet con creces y del bueno.

Los tres solistas de esta primera producción nos devolvieron, también, la estética y las proporciones del ballet clásico al que estamos acostumbrados. Potencia en las piernas para lograr grandes saltos, flexibilidad y dominio del cuerpo guiaron a solitas y cuerpo de baile en esta Karenina que fue creciendo en intensidad hasta conducirnos a un final hipnótico y apabullante. Pero antes de llegar “a ese tren” decir que Maria Abashova nos conmovió a todos con un cuerpo elástico hasta ser sorprendente y que Smakalov firmó unas intervenciones “de altura” gracias a su potencia y fiabilidad de sus evoluciones. El lenguaje de Albert Galichanin, desde la experiencia, también fue eficaz y altamente expresivo. Los integrantes del cuerpo de baile y el derroche de imaginación empleado por Eifman para con ellos los sitúan en la categoría de un ente orgánico que actúa como un cuarto protagonista. Acometen intervenciones geniales y fascinantes que culminan con el paroxismo que se inicia con la escena de la locura de Karenina. El cambio del lenguaje, y de la música, hacia lo contemporáneo acomete un final dramático y emocionante que tiene en el tren, arrollador y mortal, una explosión de energía acumulada desde el comienzo del drama. Sencillamente espectacular.

La producción se incluye dentro de un original engranaje escénico que evoluciona a partir de elementos arquitectónicos neoclásicos y barrocos –nueva dualidad de lo clásico y lo moderno, del corazón y la razón- para construir “los mundos” que necesita este espectáculo.