El Festival Internacional de Música y Danza de Granada y el Festival Internacional de Santander, los dos veteranos de los encuentros musicales veraniegos de nuestro país, encargaron al compositor granadino José García Román la composición de un ‘Requiem’. Hace unas semanas, tras cuatro años de trabajo, se estrenó en Granada. El martes tuvimos la oportunidad de conocerlo en Santander. Una experiencia inolvidable.
La composición hoy en día, los contemporáneos, muchas veces se olvidan del público y se encierran en obras interesantes en sí mismas como hecho compositivo, pero ajenas a quien las recibe. García Román ha creado, ni más ni menos, que un ‘Requiem’ que se ha situado, tras su estreno, a la altura de los más grandes de la historia del género en la música occidental. Una obra extensa y profunda que desgrana en sus doce números inquietudes musicales y vitales, perspectivas metafísicas y otras más cercanas. Una obra completa y arrolladora en su orquestación y puesta en marcha. El sonido, manejado y escudriñado por García Román, nos fue hipnotizando y llevando por la senda espiritual de su argumento. Al final tres campanas anunciaron que la obra había terminado, yo les confieso que en esos instantes una emoción muy hermosa recorrió mi cuerpo y salió al exterior en forma de lágrimas. Atrás quedaban dos horas y media muy intensas, para todos.
La obra que nos ocupa es ambiciosa en su concepto. Dos centenares de músicos, entre orquesta, coro y solistas, se repartieron por todo el espacio de la sala Argenta. En el escenario, ampliado hasta el foso para poder contener a todos, secciones de percusión en los pasillos, trompetería, corros espaciados como los de los Gabrielli y la hermosa voz de Inés Ballesteros, niño soprano, dentro de la platea. Sobre el papel la significación de varios mundos en forma de estos conjuntos disgregados del tutti del escenario. Las notas al programa de Yvan Nommick, estudioso de García Román, fueron una guía excelente para ir desgranando y entendiendo cada uno de los números. Todo lo demás; dejarse llevar.
Entre los doce capítulos encontramos torrenciales manifestaciones de energía, conjuntos dramáticos en su exposición compleja y estruendosa. Llenos de referencias y, sobre todo, de las intenciones expresivas de su autor que logran calar muy hondo. En su complejidad también hay momentos para el sosiego, algunos más clásicos y románticos, otros con referencias a Orff o a Mozart o a Tomás Luis de Victoria. A la Historia de la Música y a la de este género tan solemne. ¿Es atrevido firmar una obra de estas características hoy en día? Lo atrevido es no hacerlo olvidando la trayectoria musical, la herencia, de la que los compositores son acreedores. Es fascinante descubrir una obra como el ‘Requiem’ de G. Román, puro siglo XXI y acreedora del pasado que la precede.
La Orquesta Nacional de España fue el vehículo para su escucha, y lo hicieron muy bien con la batuta de Arturo Tamayo casi siempre al frente. Permítanme la broma, pues digo “casi siempre” ya que mediada la primera parte ésta, la batuta, salió despedida en el arranque del ‘Dies irae’, “desbatutando” al maestro y añadiendo más fuerza, aún, al número. El Coro de la ONE también funcionó con presencia, aunque tal vez hubiera sido necesario tener dos o tres agrupaciones corales más, capaces de competir con el orquestón, grande y ampliado, que llevaba la partitura. ¿Pero donde meter a más cantantes?
Las partes vocales a solo las protagonizaron Pilar Jurado, Marina Pardo, Carlos Silva y Robert Hölzer además de la ya mencionada joven Inés Ballesteros Bejarano que, a pesar de su corta edad, sostuvo el peso más importante de los solos vocales. Los cuatro solistas forman parte, como uno más, del instrumental de la obra y sus intervenciones matizan más que acaparan, el sonido. Nos gustó la voz de Carlos Silva, tenor de potencia y presencia y el ‘Ego sum lux mundi’ de Robert Hölzer. Marina Pardo tuvo que afrontar una partitura que profundiza en los graves de su registro y Pilar Jurado desplegó los encantos y ligereza de su registro.
Mención aparte merecen las secciones de percusión de la Orquesta, afanadas constantemente en las miles de entradas y multitud de instrumentos dispuestos para ofrecer un discurso rítmico y de matices integrado en el orquestal.
Sería una injusticia que esta obra no trascienda. Tras el concierto salí con la necesidad de volver a escuchar este ‘Requiem’, con más pausa, con la intención de profundizar en ella pues su contenido, además de universal, es toda una lección de música. Y un gran logro.