Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

jueves, diciembre 31, 2009

Nota biográfica



Director del proyecto EducArte desde el que se editan materiales didácticos y produce propuestas escénicas para acercar todo tipo de música a niños, jóvenes y mayores (Cómo ir a la ópera... y no morir en el intento, Vivaldi on the Rocks, Mimorias de una orquesta, Los Viajes de Corchea, Cuento Contigo, Rasca y soplo…). Ha estrenado música para diversos medios: ballet, teatro y televisión (Carta de ajuste, Banners, Fuego amigo, Mínimo cuaderno mínimo, Spacio's, Banners). También ha realizado espectáculos audiovisuales y performances en España, Italia, Noruega,  Estonia, Bulgaria, Alemania o Eslovaquia (Beethoven en abierto, Noche de luna y molienda, The End?, En Red, Volando, Welcome to the latest in modern pianos, Too god to be true, That was not the way…) Ha ilustrado libros infantiles y cómics. En el campo de la video creación ha dirigido videoclips musicales,  creado video-instalaciones, producido audiovisuales en vivo para teatro, zarzuela, ópera o conciertos y ediciones en DVD sobre temas de divulgación musical. Colabora como ayudante de dirección en el teatro Campoamor de Oviedo en producciones ópera y zarzuela. Ha sido profesor de música, historia y teatro en E.S.O., miembro del grupo de trabajo internacional Consumer Citizenship Network, en Noruega, y del 'Groupe Express euro-èducation' de la Comisión Europea. Miembro del grupo de música contemporánea Enclaves, ha coordinado el festival de Música Contemporánea y Danza ‘Experimenta XXI’, la revista Encalves y comisariado las actividades y exposición del “Año Jesús de Monasterio”.  También ha sido, durante más de diez años, crítico de música culta, danza y teatro en diversos medios locales y nacionales de prensa escrita.

martes, marzo 13, 2007

“Barroco, ma non troppo”

La Orquesta de Cámara “Vox Auriae de Brescia”, dirigida por Giancarlo de Lorenzo, protagonizó el lunes doce de marzo un concierto dedicado al barroco dentro de la programación de la Fundación Marcelino Botín. El público acudió en masa a la propuesta con un resultado, musicalmente hablando, desigual en las dos partes que compusieron el recital.

La primera mitad estuvo integrada por tres piezas en las que, sorprendentemente, nos quedamos con una sensación de debilidad musical en lo que a las intenciones del conjunto se refiere. Tanto fue así que, en la Sinfonía de Durante que abrió comino al resto de las piezas, la afinación y el empaste de las cuerdas destacó por su falta de criterio. El grupo de bajo continuo tampoco era capaz de dar interés a la vertiente rítmica de este repertorio a pesar de ser constante –el teclado no se escuchaba y tampoco había sido utilizado para afinar el ensemble- y el carácter global de al obra parecía indicar una especie de “sálvese quien pueda”. La Sonata de Scarlatti, algo más correcta a partir de su tercer movimiento, pero sin diálogo ni intención entre solista y acompañantes.

La sensación de desolación, al menos para quien les escribe, fue finalmente corregida con la aparición de las obras de Corelli y Vivaldi, especialmente con la llegada de la segunda mitad. No es que ahora todo diera un giro de ciento ochenta grado, pero al menos la entidad orgánica del grupo caminó con una misma intención, compacta y coherente. Mejor afinación, más empaste, una visión de las piezas global que permitía seccionarlas y apreciarlas en sus contrastes... No obtuvimos nada nuevo en lo que al repertorio se refiere, pero sí que apreciamos un mejor resultado comunicativo. La dirección de Giancarlo de Lorenzo la imaginamos eficaz como regente habitual del conjunto aunque sobre las tablas la voz cantante fue llevada, a nuestros ojos y oídos, por el concertino.

Una pena no haber recibido un concierto completo, pues es cada vez más infrecuente encontrarse con programas dedicados íntegramente al barroco, de forma especial a este tipo de piezas tan luminosas y que, a la vista de la asistencia del público, tan atractivas para todos. De todas las formas el aplauso masivo y la sensación de haber presenciado “algo muy hermoso” quedó en las palmas de muchos de los asistentes. Lamento no haber sentido lo mismo, ni por asomo en la primera mitad.

domingo, marzo 11, 2007

“El tenor y la bailaora”

Sara Baras y José Carreras llenaron la Sala Argenta del Palacio de Festivales y lograron levantar de sus asientos a un público entregado y que ovacionó largamente el encuentro entre ambos artistas. Todo sucedió el pasado sábado en un espectáculo que fundamentaba su argumento en la figura de cuatro nombres propios del primer tercio del siglo XX y su relación con el flamenco; los compositores Albéniz, Granados y Falla, –ahí es nada- y García Lorca. Por el camino otras presencias como Guastavino, Carlos Gardel, Joseph Ribas o, en el territorio de los “bises” Joaquín Rodrigo y Agustín Lara.

La alquimia del espectáculo hace que, la busca de la quimera y el taquillaje, mezcle elementos dispares por ver qué sucede. Fusiones, ensaladas y mixturas que hacen que territorios en otro tiempo acotados, rompan sus fronteras –o al menos abran un huequito- para manejarse en tierras más extrañas. Pero está claro que hay un ingrediente que tiene mayor facilidad y permeabilidad para ser mezclado, seguramente por tener la capacidad de ser maleable y abierto para ello: el flamenco. En el último cuarto del XX y en lo que llevamos de este XXI hemos visto cómo este arte se acercaba al jazz, al rock, al pop, al rap, a la música tradicional de la India, de África. Pero en el caso del pasado sábado más que un paso hacia delante se vivió una mirada atrás en busca de la esencia del género en las composiciones de música culta. La compañía de Sara Baras, cuerpo de baile y músicos, esbozaron en sus intervenciones a solo diferentes cuadros que recogían temas universales de la música clásica que, en sus orígenes, hundían sus raíces en lo popular. Por su parte José Carreras interpretó canciones del repertorio señalado con mucha musicalidad y sabiduría. La misma música que derrochó el cuerpo de Sara Baras en las conjunciones con el tenor y en sus arranques de energía cuando hizo de la escena su territorio.

Los achaques de este espectáculo, al que confieso que tenía “más miedo que a un nublao” –prejuicios de haber presenciado más de un desastre en fusiones similares- quedan en simples anécdotas: la ineludible necesidad de amplificar la voz de Carreras, su estatismo escénico o la yuxtaposición de las escenas pesan un poco en la valoración del conjunto. Sí que tuvimos problemas, y graves en algún momento, con los criterios de afinación entre piano, guitarras y violín, cada uno por su lado. Pero la energía desbordada por el baile y toda la música sentida y manifestada mereció la pena. La voz del gran tenor, a pesar de no ser lo que fue, mantiene mucho de su esencia. No podemos valorar su estado en condiciones normales pues la microfonía y el volumen en la sala nos lo impiden. Más que de una gala lírica hemos de hablar de un espectáculo de otra índole. Así no nos pillamos los dedos.

martes, marzo 06, 2007

“Anandamanía”

Y no lo digo yo: este es el título de la pieza de Antonio Lanchares con la que Ananda Sukarlan cerró el concierto ofrecido en el Ateneo de Santander el pasado sábado. En otra situación, tal vez con otro pianista, tendríamos que hablar del privilegio que debe suponer dar título a una pieza musical especialmente escrita para alguien. Pero tengo la sensación de que el honor es para el compositor que tiene la suerte de ser “tocado” por este intérprete, asegurando así la vida y la difusión de su obra.

Hablamos de un pianista que pasa de puntillas cuando se anuncian sus conciertos en Santander, sin excesivas alharacas mediáticas pero asegurando siempre la calidad de sus propuestas y la fiabilidad del resultado musical en las mismas. Y lo mismo en multitud de escenarios, pues este músico sí que es de los que puede presumir de currículum y de haber tocado mucho por todo el mundo. Y eso de la profesión y la experiencia, créanme, que se nota.
En el concierto de sábado, un programa muy asequible con piezas aptas para todos los oídos. Haydn, Prokofiev y Ravel dentro de los clásicos y David del Puerto y Santiago Lanchares en los contemporáneos nacionales. En todos los casos un común denominador, además de las manos de su intérprete, en el sentimientos compositivo de las obras. Armonías amables, incluso en el lenguaje actual y un lirismo abierto dentro de una evidencia influencia, o presencia, del impresionismo. Se estrenó, de forma conjunta por primera vez, el ‘Cuaderno para los niños’ de David del Puerto. En su conjunto la obra es, igual que lo son sus partes, posible y cercana. Con Anandamanía nos situamos, en cambio, con un ‘perpetuum mobile’ a modo de tema y variaciones que pone a prueba las capacidades atléticas de los dedos del ejecutante. Emocionalmente nos transmite una tensión creciente que únicamente encuentra solución en su final. Ananda hizo bien todas las obras, especialmente bien las más cercanas a nosotros en el tiempo. El piano de este auditorio es grande y su sonido potente y duro lo que impidió demasiados matices. Pero en las obras más expresivas fue el vehículo perfecto.

domingo, marzo 04, 2007

“Negro sobre blanco”.

En los últimos días el Palacio de Festivales nos ha ofrecido dos obras de teatro de signo bien distinto pero con un común denominador: la literatura vista desde la escena. La primera de ellas, hace un par de semanas, nos trajo el intimismo de Brian Friel con ‘Afterplay’; Blanca Portillo y Helio Pedregal sobre las tablas. El pasado viernes se presentó ‘El Chico de la última fila’, escrita por Juan Mayorga y dirigida por Helena Pimienta. Siempre se han dicho que las comparaciones son odiosas, pero en ocasiones, como es el caso, su cercanía en el tiempo y la constante presencia de los grandes autores rusos las hace inevitables.

La producción de ‘El Chico…” no es redonda en su factura, pero sí que tiene mucho acierto en la dimensión dramática, en su contenido y en el trabajo desarrollado por sus dos intérpretes principales. Los flecos que la impiden ser más perfecta están en el torpe empleo de la música y en una iluminación caótica en muchos casos, barroca en su concepto pero difícilmente llevada a cabo. En la otra mitad está el asunto de la obra, un complejo entramado dramático que va tejiendo el argumento y creciendo hasta llegar a su final, abrupto. Creímos que íbamos a ver una obra con asuntos relacionados con la educación, pero el elemento crucial de la pieza no está en la relación profesor-alumno sino en la dimensión literaria de la creación. En el hecho de escribir frente al de vivir. Muy interesante en todo caso.

Ramón Barea y Carlos Jiménez-Alfaro presentan unos caracteres creíbles y bien manejados en lo escénico por Helena Pimienta. El tono de la obra es actual con un lenguaje claro y directo. Algunos elementos quedan desarticulados –más allá del dúo protagonistas- y sin fuerza, tal vez por cierta apatía expresiva en la interpretacón. Nada grave en un entorno que inspira la confianza suficiente como para adentrarse en él.

Sobre la otra obra, ‘Afterplay’, los parámetros son completamente distintos. La puesta en escena se cuida mucho más –iluminación, espacio escénico…- en una proposición mucho más intimista y clásica. La actuación de Blanca Portillo y Helio Pedregal es eficiente en todos los aspectos. Pero para quien les escribe, el argumento de ‘Afterplay’ se sitúa en una situación argumental tan exclusiva que puede caer en lo aburrido. Se organiza el discurso en el encuentro de dos personajes de Chejov en un encuentro casual, dentro de una situación espacio-temporal ajena al mundo. Imagino que, para adentrarse en esta obra y disfrutar más su contenido, sea necesario tener muy cercanos y vividos ambos títulos. El drama, el conflicto, no aparece en este escenario sino en los otros y el paseo por la obra no es más que eso: un paseo.

Dos obras bien distintas, dos producciones conceptualmente alejadas pero un universo literario que las une. Negro sobre blanco.

miércoles, febrero 28, 2007

“Cuatro puntos de un cuarteto”

Las ciudades de Praga, Varsovia y Budapest fueron la excusa programática que, la Fundación Marcelino Botín, aprovechó para ofrecernos un muy interesante concierto, encargado al cuarteto Talich, dentro de su actual proyecto de Conciertos Didácticos.

Cuatro son los puntos de los que es imprescindible hablar tras haber asistido a este encuentro. El primero: la enorme categoría musical de cada uno de los miembros de la agrupación, músicos de la cabeza a los piés que se entregan de forma absoluta a una partitura que entienden y traducen con la sencillez que implica toda su sabiduría. En segundo lugar es necesaria una especial mención al sonido de los instrumentos con los que nos visitaron los cuatro músicos. En el programa de mano no figuraba la edad de los músicos sino el año de construcción de cada uno de los instrumentos de cuerda, y no es para menos pues ellos, los dos violines, la viola y el violonchelo, llevan haciendo música desde antes que naciera Mozart. Han sido protagonistas del final del barroco, del clasicismo, del romanticismo, del nacionalismo, de todo el siglo XX... haciendo sonar cada pieza en el tiempo en la que fue compuesta. Ahí es nada.

Un tercer aspecto es, indudablemente, el criterio en la selección del programa propuesto. Tres obra mas una propina. En la primera mitad el aperitivo para limpiar oídos y preparar al público para el resto de la escucha con los ‘Dos Valses’ Op.54 de Dvorák, que fueron seguido por el ‘Cuarteto’ de Lutoslawsky, una pieza interesante por su forma compositiva que articular la creación de texturas en base a unas normas escritas. Una pieza dura y que comprometió al público a las sonoridades experimentales de la segunda mitad del XX. El guante fue recogido del suelo y la audiencia entendió la apuesta atendiéndola con un caluroso aplauso. En la segunda parte, además del ‘bis’ en forma de Tchaikovsky, uno de los cuartetos de Bela Bartók, el Op. 7, nuevamente explicado con magistral conocimiento de la pieza y una factura impecable.

Por último, y en cuarto lugar, el público que acudió a este concierto, llenando hasta la bandera el aforo del escenario de Pedrueca, incluso quedando muchos de ellos en pié durante toda la velada. Cuatro puntos de un cuarteto que mereció, sin dudarlo, un diez.

lunes, febrero 26, 2007

“Lleno para la Arteta”

El Palacio de Festivales registró un lleno absoluto el pasado sábado con motivo de la presencia, en su escenario de la Sala Argenta, de la soprano Ainhoa Arteta. A su lado la Orquesta Sinfónica de Bilbao bajo la dirección de Enrique Patrón de Rueda con un programa que contemplaba obras de Mozart, Rossini, Bellini, Gounod, Verdi, Puccini, Mascagni y Catalani.

La voz de la soprano de Tolosa sufrió una interesante evolución a lo largo de la noche; no sabemos si a causa del concepto marcado por el programa o de carácter simplemente físico. En sus primeras tres intervenciones tuvimos cierta sensación de oscuridad y falta de claridad en la vocalización en los motivos de “Le Nozze...” e “I Capuletti...”. Un afectación que, sumada al equilibrio vacío de emoción de la Sinfónica, nos dejaron una primera mitad sin pena ni gloria, calificable incluso de aburrida. Después del descanso la cosa cambió, tanto para los instrumentistas como para la cantante; bien es cierto que las obras elegidas eran más reconocibles por el público, más significativas y con muchos capítulos de emoción a lo que hemos de sumar que el registro de la Arteta apareció mucho más claro y expresivamente abierto. Entre unas cosas y otras encontramos mayor interés en la segunda mitad que se prolongó con un par de bises, entre los que estaba el ‘O mio babbino’ caro de Gianni Schicchi y la “excusatio non petita...” que la soprano pidió por el aplazamiento de este encuentro con el público Santanderino.

La dirección de Patrón de Rueda estuvo muy atenta para acompañar a la solista. Cuando sus músicos eras los protagonistas, -cosa que sucedió en la mitad de las piezas interpretadas a solo por la orquesta-, mantuvo un tempo “demasiado preciso”, buscando la fuerza de transmisión en ciertas dinámicas forzadas hacia el extremo.

Por otro lado, ya lejos de las consideraciones musicales, dos fueron los vestidos lucidos por Ainhoa Arteta en el transcurso de la noche, uno blanco y otro negro más flamenco. En esto sí que hubo equilibrio.

martes, febrero 20, 2007

“Jóvenes y valores”

El ciclo de Jóvenes Intérpretes de la Fundación Marcelino Botín nos ofreció en la noche del lunes un concierto protagonizado por el grupo ‘Fermata de Paradores’, una agrupación joven en edad pero realmente interesante en lo que a resultados musicales se refiere.

El programa que ofertaron no tenía, sin lugar a dudas, demasiado espacio para las concesiones. Dificultad y exigencias en tres obras rotundas pero, y eso demuestra un concepto interesante tanto en la educación como en las expectativas del grupo, escritas por sus respectivos autores al comienzo de su catálogo, cuando también ellos eran jóvenes.

Todos los elementos musicales encontrados en este concierto aparecieron expuestos, uno por uno, con acierto y mucho gusto. Les hablamos de la inmensa preparación técnica de cada uno de los integrantes del trío en su disciplina. Igualmente el sonido conseguido fue tajante, hermoso y con encuentros realmente sublimes. La coordinación, el empaste, la dirección de la música, el dialogo... como quieran ustedes llamar la habilidad para estar en acuerdo a la hora de hacer música, fue la precisa para lograr el éxito, rotundo, conseguido.

El camino emprendido por estos músicos es largo. Afortunadamente sus interpretaciones tuvieron de todo pero pueden llegar a crecer en la profundidad que únicamente la madurez y experiencia les puede dar. Y les digo ‘afortunadamente’ porque al escuchar una interpretación musical, el que les escribe, disfruta también con los matices que el paso del tiempo permiten a los músicos emplear la técnica para comunicar desde su corazón. Estos chicos ya nos han dicho mucho, pero lo interesante será ir viendo qué más nos cuentan a lo largo de su trayectoria.
El público, que a pesar de que siempre aplaude una interpretación cuando se encuentra con algo de esta categoría lo hace con más intensidad, ovacionó a los intérpretes y les hizo salir a escena una y otra vez. No fue un acto de cortesía sino de merecida justicia.

miércoles, enero 31, 2007

“Lo mejor en Mussorgsky”

El Ciclo de Conciertos Educativos que la Fundación Marcelino Botín ha programado para este año 2007 bajo el lema ‘Música, Ciudades, Estilos’, tuvo su segundo capítulo el pasado lunes con el encuentro dedicado a la ciudad de San Petersburgo del pianismo del músico búlgaro Ivo Varbanov. Para lograr el objeto de estos encuentros y hacer que la música nos transportara a la ciudad rusa llamada en otro tiempo Estalinagrado y Petrogrado el programa se confeccionó en torno a la obra de los creadores rusos Shostakovich, Prokofiev y Mussorgsky.

La primera parte del concierto, en la que escuchamos tres ‘Preludios y Fugas’ del conocido Opus 87 de Shostakovich empezó de forma levemente insegura por parte del intérprete. Una sensación también traducida en las ‘Visiones fugitivas’ de Prokofiev en menor medida pero que nos dejó un punto de inquietud en la resoluciones de algunos de los pasajes. Puede que la falta de atención provocada, en ocasiones, por ruidos desde el público o la necesidad por parte de Ivo Varbanov de sujetarse a la partitura impresa hicieran que esta primera mitad desluciera el resultado del concierto sobre todo si lo comparamos con lo sucedido tras el descanso. Los ‘Cuadro de una exposición’ de Mussorgsky se presentaron nítidos en una versión personal y llena de energía. Aquí Varbanov desplegó toda su técnica y su sabiduría musical en una obra que exige contraste y color en sus diversas secciones. De todo ello tuvimos en una visión realmente pictórica de la obra de Mussorgsky.

El próximo capítulo de esta serie tendrá como título ‘Desde Montserrat’ y traerá a la sala de Pedrueca a la mezzo Elena Gragera acompañada por Antón Cardó al piano, interpretando piezas de Sebastián Durón, Pablo Esteve, Blas de la Serna, Diego Pisador, Juan Vázquez, Antonio Soler, Federico Mompou, Xavier Montsalvatge. La cita el lunes 12 de febrero.

lunes, enero 29, 2007

“Teatro infantil abierto al público”

La compañía cántabra de teatro ‘La Machina’ mantiene en los últimos años una actividad continua y constante repartiendo sus propuestas entre las destinadas al público infantil y las concebidas para el general. Algo que no pretende indicar que sus producciones infantiles no contemplen a los más mayores en las butacas, sino al contrario parecen escogidas también pensando en ellos. El pasado sábado el Palacio de Festivales acogió el estreno de la última producción de este tipo, teatro infantil abierto al público: ‘Robinson y Crusoe’, de Nino D’Introna y Giacomo Ravicchio.

Como suele ser habitual, La Machina volvió a confiar la dirección escénica a Carlos Herans (La danza del sapo, La casa imaginada o Pinocho Circus), conocedor de lo que sucede más allá de nuestras narices y especialista en teoría y práctica de teatro para pequeños. La ternura de Herans encuentra un buen vehículo para ser comunicada en obras como esta de de Introna y Ravicchio, hija de un tiempo pasado que miraba con optimismo el futuro posible que se podría lograr con el esfuerzo de muchos. Ahora, años después, cierto sabor amargo nos recuerda que todos aquellos sueños parecen pesadillas, y donde estaba Vietnam ahora hay Irak, y donde fue la bomba atómica leemos del efecto del calentamiento global. Pero la capacidad de seguir luchando sigue viva en algunos.

La pieza nos habla de dos personajes, encarnados por Fernando Madrazo y Luis Oyarbide, en su encuentro casual en un mundo devastado. Multitud de símbolos nos informan de guerras, de bandos enfrentados… pero las palabras no pierden el tiempo en esos detalles sino que ahondan en la posibilidad o no de lograr comunicarse, de forjar una amistad más allá de las diferencias culturales, lingüísticas… ¿ideológicas? Ojalá. Nos recuerda a las crónicas de guerra de Gila, o aún mejor, al Pic-nic de Arrabal pero con un final muchos más optimista.

Fernando y Luis, Madrazo y Oyarbide generan una relación escénica que funciona muy bien, creciente y cargada de pantomimas, de teatro del absurdo, de clowns y hasta de baile. Un abanico de posibilidades que va atrapando a los espectadores en dos personajes cercanos y muy bien definidos. Entrañables y capaces de arrancar carcajadas y alguna lágrima de los espectadores como quien les escribe.

miércoles, enero 24, 2007

“Música y acuerdo”

El Ciclo de Jóvenes Intérpretes de la Fundación Marcelino Botín comenzó este año 2007 con la presencia, en el escenario de Pedrueca el pasado lunes, del Cuarteto Mendelssohn BP. Se trata de una formación de cámara nacida del “vivero de músicos” en el que se ha convertido para nuestro país la Escuela Superior de Música Reina Sofía. Y es que muchos son los alumnos de esta prestigiosa institución que deciden consolidad grupos camerísticos con el objetivo de hacer de ello una profesión.

No es, desde luego, una tarea fácil la de vivir de la música pero en el concierto que nos ocupa intuimos que los cuatro integrantes de la agrupación tienen la madera necesaria como para construir interpretaciones interesantes. Al menos así quedó demostrado en gran parte del concierto: como en el hermoso Adagio del Cuarteto en Sol mayor KV 156 de Mozart o en el capítulo dedicado a Mendelssohn, especialmente en sus dos movimientos finales. La energía que la juventud conlleva se conjugó con un buen oficio técnico y muchas ganas de hacer música. Claro está que hace falta mucho más diálogo entre las partes y miradas cómplices no únicamente para poder terminar a un tiempo sino para hacer entender al público lo que dice la música “hacia dentro”. Algo que se evidenció en la pieza de Webern o en algún momento más dubitativo del propio Cuarteto en La menor del compositor del que ha tomado el nombre este cuarteto.

Más allá de la música, es reseñable apuntar la lección que la música y los músicos dejan muchas veces en el aire para aquel que la quiera atrapar: cuatro estudiantes procedentes de tres continentes distintos, cada uno con su historia y su propia lengua son capaces de llegar a un acuerdo para crear arte... y para hacerlo bien. Es lo universal de la música. Ojalá el ejemplo cunda en otras facetas de nuestro mundo tan en desacuerdo.

viernes, enero 19, 2007

“¡Pasen y vean!”

La programación 2007 del Palacio de Festivales de Cantabria se ha puesto en marcha con la presencia en el escenario de la Sala Argenta del que ha sido el musical que más éxito ha conseguido jamás en nuestro país: ‘Cabaret’. Desde el pasado jueves hasta el próximo domingo siete serán las representaciones de esta propuesta en el escenario de la Sala Argenta, a buen seguro con el cartel de “lleno” en su puerta.

Hace unos años tuve la oportunidad de asistir, en el Nuevo Teatro Alcalá de Madrid, a una función de esta obra. Allí las confortables butacas se habían trasformado en unas no tan cómodas sillas con mesita que hacía que no se supiera donde empezaba y donde terminaba el “Kit Kat Club”. Los personajes protagonistas de esta obra también eran distintos a los que ahora se encargan de esta gira. Pero en esencia el espectáculo era el mismo: uno de los grandes.

He de reconocer que en el cambio de los actores principales eché de menos la arrolladora presencia escénica de Asier Etxeandia en el papel de Emcee, no porque Victor Masán no estuviera convincente en este rol, sino porque el primero logró encarnar una personaje antológico y pleno en todos los sentidos. Donde sí que salimos ganando en el cambio fue con la comodidad de las butacas y con la llegada de Marta Ribera y Jesús Cabrero a los papeles de Sally Bowles y Cliff: mejora en lo dramático en el que sustituye a Manuel Bandera y en lo musical con la sucesora de Natalia Millán.

El concepto de la obra dulcifica y simplifica la película de Bob Fosse que universalizó este espectáculo nacido en Broadway a finales de los años 50. Un título que casi se ha convertido en sinónimo de musical y que mantiene al público pegado a su butaca durante casi tres horas de espectáculo. Actuar, bailar, tocar o interpretar se mezclan sobre el escenario con un ritmo trepidante, aunque en algunas de las escenas “teatrales a palo seco” recordáramos cierto aire zarzuelero. Un musical a nuestro estilo.

Pero los número con música encontramos lo mejor de este Cabaret, en lo que concierne a las coreografías, la fiabilidad vocal de todos (o casi todos) sus intérpretes y al resultado visual de la propuesta, donde empieza y termina el espectáculo. La banda de música en directo es “divina”, como dice la traducción al castellano de esta obra, y es justo reconocer el gran trabajo musical y de sonorización que tuvimos en la sala Argenta el pasado jueves. Una producción histórica por su larga estancia madrileña y por la espectacular gira que les hará visitar casi 30 ciudades por toda España.

El último número del show impresiona y se deja sentir a nivel emocional. Poco a poco, a medida que la trama va tiñendo de tragedia a los personajes en el presentimiento de la llegada del nazismo, el Cabaret se desnuda de color y se presenta devastador y desolado. Con los últimos segundos una chica que tenía sentada a mi derecha se llevó las manos a la cara y comenzó a llorar. A mí no me pasó lo mismo en Santander... porque ya me había sucedido en Madrid.

domingo, diciembre 31, 2006

“La gira de los de Rostov”

La Orquesta Sinfónica Estatal Rusa de Rostov, formación dirigida por el castrense Ramón Torrelledó, visitó estos días Cantabria en una serie de conciertos extraordinarios organizados por Caja Cantabria con motivo de las fiestas de Navidad. Torrelavega, Santoña, Reinosa y Castro Urdiales fueron los escenarios elegidos para ofrecer un programa interesante y muy bien acogido por el público.

La variedad de estilos de las piezas elegidas estuvo marcada por la intención de ofrecer una paleta de colores orquestales rica y bien trabajada. Y es que si hace unos meses, tras comentar la presencia de la Sinfónica Estatal Rusa hablábamos de que “no todo era impecable musicalmente hablando” ahora tenemos que ‘recoger velas’ y aseverar que en esta ocasión los músicos de la OSER ofrecieron una visión de cada una de las obras expuestas dentro de unas coordenadas de impecable factura. En lo relativo al concepto global de las piezas y en la seccionalidad de las mismas: buen empaste y buenos solistas.

Gran parte de la “culpa” de este éxito es debida al trabajo de Torrelledó, desde el esfuerzo y la entrega del día a día y con las riendas bien cogidas al enfrentarse a un directo. También estuvo presente en esta gira navideña la soprano Irina Starodubtseva, conocida por el público de Santander tras su hermosa participación en el Réquiem mozartiano del pasado octubre; en esta ocasión ofreció el Aria de Micaela de la Carmen de Bizet y el ‘Mi chiamano Mimí’ de la Boheme Pucciniana. El joven percusionista Valeriy Tsytsylin, por su parte, sorprendió con el Scherzo de Anderson.

Quien les escribe tuvo la oportunidad de seguir el concierto ofrecido en Castro Urdiales. Allí la iglesia de Santa María se llenó hasta la bandera, y el director de orquesta local recibió un homenaje de su localidad natal. Doblemente: en forma de placa y con el apoyo del público.

martes, diciembre 26, 2006

“Quitándose el sombrero”

El Coro Lírico de Cantabria abandonó, por unos momentos, su escenario habitual de la ópera escénica para atreverse con un programa complejo y alejado de su repertorio usual. Cambiaron las óperas por canciones de autores cántabros o lo que es lo mismo la grandilocuencia escénica por la cercanía que impone un recital ‘a capella’. El escenario elegido: el salón de actos de la Fundación Marcelino Botín el pasado jueves.

La apuesta tenía un punto de riesgo si atendemos a las características de la formación dirigida por Esteban Sanz y a las exigencias del programa, pero la entrega, y a la vista de los resultados, el trabajo de los integrantes de este coro permitieron que el resultado fuera un interesante concierto en el que nos encontramos con momentos muy interesantes y bien presentados. Los cambios de disposición espacial nos permitieron escuchar distintos matices de la misma formación y el planteamiento de cada obra nos mostró intenciones diversas pero siempre desde una perspectiva musical muy alta. Nos encandiló la Cantiga Santa María de Dúo Vital, el acogedor Amen del Ave María de Samperio, las obras de José Ignacio Prieto o la transmisión recibida en toda la segunda parte. Es justo señalar que algunos momentos necesitan de más precisión, pero de la misma forma hay que aplaudir el concepto del concierto y la realización del mismo. Con el sombrero quitado.

La propuesta se suma a la serie antológica que la Fundación Marcelino Botín dedica a los compositores cántabros mediante conciertos que, posteriormente, se convierten en publicaciones discográficas. En esta ocasión el carácter antológico tenía una presencia más evidente pues la selección de obras y autores reflejaba tanto el pasado como el presente y futuro de la composición coral en nuestra comunidad. La primera parte estuvo dedicada a obras de los autores más clásicos y la segunda a los activos en la actualidad. Un cambio en el orden del programa hizo que el estreno absoluto del ‘Liber scriptum’ de Emilio Otero sucediera –como era más lógico- al final de la primera mitad a pesar de estar anunciado como inicio de la segunda. Se trata de una obra ambiciosa y muy sinfónica en sus planteamientos. Comparable en su énfasis compositivo con alguna de las grandes obras corales de la Historia de la Música –Carmina Burana, Réquiem de Verdi- sirvió en su dificultad como ‘test de salud’ para el Coro Lírico y como homenaje de su autor al fallecido profesor Pedro Terán. Un homenaje que no carga las tintas en el dramatismo sino en la seriedad compositiva y la solemnidad sonora. Imaginamos la intención de su autor de dar sustento orquestal a esta partitura en la que, en sus silencios, percibíamos redobles de timbales y énfasis de trompeterías no existentes.

También escuchamos piezas de Juan Jáuregui, José Manuel Fernández, Jesús Carmona o el propio Esteban Sanz, todos presentes en la sala. Si bien es cierto que no estaban todos lo que son, sí que eran todos lo que estaban, mostrándonos el excelente buen gusto y criterio de estos creadores capaces de destilar obras muy bellas y asequibles dentro de una evidente diversidad de estilos.
Aprovecho este último párrafo para, como cada año, desearles unos felices días y, ya que hablamos del Coro Lírico de Cantabria, felicitar de una forma especial los primeros diez años de su existencia. Muchas gracias por todo, a todos vosotros.

domingo, diciembre 10, 2006

“Montserrat(iade)”

Máxima expectación y lleno absoluto de público para la clausura de la XI Temporada Lírica del Palacio de Festivales con la presencia de Montserrat Caballé, su hija Montserrat Martí, el tenor Albert Montserrat y el piano de Manuel Burgueras.

He de confesarles que acudí a este concierto con muchas ganas de escuchar la propuesta pero con el punto de desazón que me provoca este tipo de recitales, pues cuando uno se acerca a una voz de las más importantes en el mundo de la lírica siempre tiene la duda de ver hasta que punto eso continúa siendo así con el paso del tiempo. Créanme que es un compromiso tener que dar la opinión propia, como en más de una ocasión ha sucedido, en contra del sentimiento popular, quedando como mal educado y un desagradecido. Pero en este caso no va a ser así. La voz de Montserrat Caballé sigue conservando el fondo y la forma que siempre tuvo y, a pesar de que ella misma quiso disculpar “su poca voz”, fue capaz de atreverse con un programa comprometido. La elección de las piezas no cedió ante un repertorio de esos “populistas” que muchas veces se nos ofertan en las galas líricas, sino que decidió montar una primera parte más seria, adecuada a sus características vocales y comprometida con sus gustos y afinidades: Donizetti, Puccini, Délibes... En la segunda mitad hubo espacio para la zarzuela, la broma y la cercanía con el público. Muy bien organizado. Después, claro está, los bises con el rossiniano canto de los gatitos y un público puesto en pié para festejar el concierto.

Montserrat Martín nos mostró una voz grande y un punto indómita. Tiene buen gusto en las dinámicas suaves pero en el agudo más potente pierde la capacidad de control sobre ella con algunos momentos de cierta estridencia. Por su parte el tenor Albert Montserrart ofreció momentos muy intensos con una voz pura y timbrada a la que lo único que perjudica para ser redonda es el toque nasal que acompaña al canto. Manuel Burgueras custodió y acogió el canto con un trabajo paciente y muy atento. Le tocó jugar el papel secundario de la gala pero demostró ser un pianista acompañante de primera: el escogido por la gran cantante para sus conciertos.

Al final tuvimos la sensación de cercanía de una velada íntima en la que cuatro amigos se juntan para hacer música y a la que nos pudimos colar con nuestra entrada. Una especie de “schubertiade” moderna, si me permiten el juego de palabras: una “monsterratiade” que gustó a muchos y no defraudó las expectativas.

domingo, noviembre 19, 2006

“Los pequeños cantores”

Las entradas se vendieron todas y la sala Argenta presentó un rostro lleno de caras jóvenes deseosas de escuchar, en directo, a los afamados y cinematográficos Chicos del Coro:‘Les Choristes’ en francés original, y que realmente son ‘Les Petits Chanteurs de Saint-Marc’, coro de la Basílica de Fourvière de Lyon, y las voces de la película de Christophe Barratier. La cita tuvo lugar el viernes por la noche, entre las dos funciones de la ópera Eugene Onegin.

Dirigidos por su fundador, Nicolas Porte y acompañados por el piano de Dominic Faricier, nos ofrecieron un concierto que estuvo dedicado, en su primera parte, a algunos de los temas más hermosos de la liturgia escritos para voces blancas. Un repaso que no olvidó el sublime canto ‘Nigra sum’ de Pau Casals o el ‘Ave María’ de Caccini. Mozart, Rossini o Haydn también aparecieron en este inicio en el que pudimos comprobar la calidad evidente de estos jóvenes intérpretes, desde la austeridad escénica pero con un buen empaste vocal de todos ellos. Algo que nos hace confirmar que la gira que esta agrupación realiza tras el éxito de la película que les lanzó a la fama es acreedora del lanzamiento cinematográfico pero ampliamente justificada por su calidad musical.

Como no podía ser de otra forma, el final del primer tramo del concierto lo protagonizó uno de los temas de la película que el público acogió con murmullos, no de aprobación sino de reconocimiento: sabían cual era, vamos. Tal vez muchos esperaban un concierto integro dedicado a la banda sonora original, pero eso además de ser breve –los temas musicales de la misma son, como es de ley en cualquier música para el cine, recurrentes- nos hubiera quitado la oportunidad de disfrutar con casi dos horas de todo tipo de composiciones.

En la segunda parte, tras el descanso, propuestas más variadas. Desde composiciones muy amables y divertidas sobre temas orientales a otras firmadas por el director del coro o el pianista que les acompañaba dentro de la estética neoclásica, minimalista y muy fresca que estamos recibiendo de Francia como herencia del impresionismo, del minimalismo o de la ‘chanson’ parisina en un envoltorio más popular si cabe. Como colofón el esperado ‘medley’, los ‘higlights’... lo que en español llamaríamos ‘ensalada’ acudiendo a nuestro renacimiento musical, de Les Choristes. Aquí tuvimos anécdota con el desfallecimiento de una de las voces. Un susto más para el público que para los cantores y un colofón, el musical, muy aplaudido y disfrutado por todos.

viernes, noviembre 17, 2006

“ Onegin en blanco y negro”

El Palacio de Festivales estrenó el ‘Eugene Onegin’ de Tchaikovsky dentro de la programación de la XI Temporada Lírica. Una propuesta con cierto riesgo conducida por la mano de Gian-Carlo del Mónaco en lo escénico y con la batuta de Jorge Rubio desde el foso.

Del Mónaco, uno de los directores escénicos más reputados de los últimos años, sigue siendo un maestro en lo que a movimiento, o quietud, de los espacios se refiere. Analiza cada obra y la disecciona para luego volverla a montar con un evidente sentido musical pero, sobre todo, con un profundo conocimiento de lo que es la escena. Sabe lo que quiere y lo hace de forma clara y concisa. Apreciamos un profundo trabajo de todos los intérpretes en lo que actuación se refiere. Como no puede ser de otra forma, se convierten en figuras de ajedrez que van evolucionando en una partida sobre un tablero en blanco y negro. Blanco de nieve y negro de nieve negra. Las fichas, perdón: los personajes también son blancos y negros en vestuario y caracterización, salvo el protagonista masculino, Onegin, que de cuadros y color acaba perteneciendo a uno de los dos colores, el negro de la desilusión y el desamor.

El concepto dramático hace que las cinco primeras escenas de esta ópera se sucedan sin solución de continuidad en un mismo espacio tanto escénico como temporal. La intención es buena y funciona dramáticamente, no sin dejar notar en algún momento cierto peso para el público. El espacio, les decía, es un bosque desnudo que irá cubriéndose de negro para situar el último acto de este Onegin. El estatismo y dimensión vertical de la escena tiene su correspondencia en el tratamiento del coro y de los solistas cuando no intervienen directamente en la acción: movimiento congelado o movimiento recurrente en estos casos provocando un valor específico de las figuras humanas muy interesante desde el punto de vista expresivo.

Del Mónaco también nos sorprende y emociona en muchos breves detalles aplicados a la propuesta, les hablo por ejemplo de las cartas –las blancas y las negras- que se cuelgan sobre los árboles para proclamar el amor, o del simbólico gramófono en el que suena la primera intervención del coro y que también hace circular una vela encendida en una sugerente escena de Tatiana. Vela omnipresente y metafórica de la vida y del amor, del fuego de la pasión o de la luz que ilumina tan solo a unos pocos.

Disculpen si mis palabras abundan en lo visual y no en el sonido, pero en esta producción todo lo que sucede sobre el escenario tiene mucho que decir y la calidad de lo visto fue tan impactante que así lo quiero atestiguar. Pero hablemos de la música.

Los solistas conformaron un grupo compacto y muy regular en lo vocal, exceptuando la extraordinaria presencia y calidad del tenor Serjhei Homov en el papel de Lenski. Despuntó sobre sus compañeros con una voz rica y potente, pero especialmente dotada de presencia y mucho control. Estamos tan acostumbrados a escuchar tenores que descompensan los elementos que conforman un buen timbre que resulta casi un honor encontrarnos con un registro tan pleno y equilibrado. Markus Butter, por su parte, hizo un Onegin correcto pero menos brillante de lo esperado desde su carácter de barítono. Tatiana, Elena Prokina, gustó mucho, especialmente en la cercanía de las dinámicas más suaves y Dragana Jugovic –Olga en esta ópera- nos brindó una voz potente y dramática pero con algunas veladuras en su desarrollo. Todos ellos, en mayor o menor medida, pagaron en algún momento el peso de la escena, al tener que, por exigencias del guión, proyectar su voz hacia el fondo o los laterales. Pero el precio más alto fue abonado por el Coro Lírico de Cantabria, oculto al fondo del escenario o empleado como elemento escénico: quietos o balanceándose de forma regular pero constante. Una utilización que, en este caso, nos impidió escuchar bien sus primeras intervenciones. Hace unos años, cuando Del Mónaco nos ofrecía en esta misma sala su Lady Macbeth también el coro participaba de este modo en muchas de las escenas. Será una marca del autor. En cualquier caso, salvando la parte primera que, al parecer, tendría que haberse oído más, esta particular forma de organizar la escena funciona como les decía al comienzo y lo hace muy bien.

La orquesta, la Sinfónica de Navarra, estuvo dirigida por Jorge Rubio con discreción y algún tropezón en la sección de viento. Todo al servicio de la escena. Como ven una producción muy interesante a la que, desafortunadamente, en su estreno no acudió el público en la medida que siempre es deseable. Imagino que muchos de los “aficionados a la ópera” no entiendan como interesante un título tan hermoso como este. Y es que no solo de Verdi o Puccini vive el hombre.

“Chanson y cubismo”

La Fundación Marcelino Botín nos ofreció, el pasado miércoles, un hermoso recital que estuvo dedicado a las posible relaciones entre el cubismo pictórico y la música. Montserrat Obeso y Rosa Goitia fueron las encargadas de hilar el asunto en un puñado de canciones muy hermosas y que mantuvieron al público atento y entregado a lo largo de todo el programa.

Dos formas de entender el canto se conjugaron en el concierto, por una parte la “chanson” parisina, más que francesa, de Satie y Poulenc y del otro la musicalidad estridente del siempre rompedor Stravinsky en sus años parisinos. La elegancia interpretativa estuvo presente en las interpretaciones escuchadas sobre el repertorio cantado en francés. Una naturalidad, algunas veces como en ‘La diva de l’empire’ no exentas de picardía y que permitieron el disfrute con el timbre de Montserrat Obeso. Fue con este repertorio cuando la soprano lució su potencia y, especialmente, la pureza de voz de la que es poseedora en los agudos. Agilidad y buen gusto combinados para un repertorio que entiende y hace comprender a los que le escuchan. Con las canciones en ruso, las de Stravinsky, tal vez algo menos de fortuna en unos desarrollos a los que faltó un punto de contraste en versiones muy tajantes y en el límite. Pero ya saben que estos aspectos siempre van relacionados con el gusto de quien los escucha. Muchos de los que lo hicieron no compartirán este punto en concreto, y seguro que también tienen razón.

Tras el programa escrito, un par de propinas en forma de chanson, entre ellas y como colofón ‘Les chemins de l’amour’ de Poulenc, una de las melodías más bellas jamás escritas y que como tal fue tratada.

domingo, noviembre 12, 2006

“Al hilo de la música”

Hace ya cinco años que la ‘Compañía Nacional de Danza 2’, que dirige Nacho Duato junto a Tony Fabre, visitó por primera vez Santander. Esta semana que ahora concluye lo hizo de nuevo para reafirmar su peso específico como escuela de futuro y como reflejo del presente. Dos fueron las fechas en las que les pudimos ver en el Centro Cultural de Caja Cantabria en Santander con un programa integrado por tres coreografías distintas.

La apuesta que Nacho Duato hizo para la que se tiende a tratar como “la hermana menor de la Compañía Nacional de Danza” ha ido convirtiéndose en un sólido proyecto cultural que de “menor” tan solo tiene la edad de sus integrantes pues la categoría artística de esta agrupación es muy alta. Así lo demostraron en su paso por Santander y así también lo entendió un público que llenó el aforo del escenario de Tintín con su presencia y aplausos prolongados y entregados.

‘Remansos’ fue la primera coreografía que nos trajeron los de CND2: un trabajo coreográfico de Duato. Casi con eso podríamos definir toda la pieza pues el talento de este coreógrafo y bailarín ha logrado asentar un lenguaje personal que hunde sus inquietudes en el profundo conocimiento de la música que emplea para organizar el cuerpo. Ver sus coreografías es algo similar a analizar la música y hacer presentes los episodios musicales, temas, melodías, modulaciones y cualquier otro elemento propio de la partitura. Para ello es exigible, además de la técnica de los bailarines, una precisión y musicalidad que brotó de sus intérpretes sobre el piano de Granados. Buen gusto, reflexión e intimidad en estos ‘Remansos’ que dieron paso a un episodio algo más inquietante.

‘Instrucciones para dejarse caer al otro lado del vacío’, esta vez de Chevi Muraday, asienta el movimiento sobre la composición de César Camarero. El serialismo y expresionismo de la música crean una atmósfera más opresiva que tiene su reflejo en la recurrencia motívica de un coreografía muy interesante. Si en ‘Remansos’ hablábamos de análisis de la composición aquí hemos de hablar de la composición armónica del espacio, que se va desfragmentando y construyendo una y otra vez sobre dos ejes de fuerza en los extremos de una diagonal que llevaba a los protagonistas de la luz al viento. Un ventilador permitió cierto –que no mucho- juego con la sensación de movimiento, magnificada con la aparición escénica, al final, de una tela dorada que se llenó de aire y dinámicas. La presencia escénica sugería el tono y color de los ocres que utiliza la paleta de Miquel Barceló.

Tras este episodio un nuevo acercamiento al universo creador de Nacho Duato, con su trabajo ‘Coming Together’. Se trata de un crescendo sobre la música repetitiva de Frederic Rzewski que impulsa a los bailarines a entregar toda su energía en busca del final, de la calma tras la tempestad. El sentido de esta obra es bien diferente al experimentado con la que abría el programa. Si allí encontrábamos reflexión e intimidad aquí se vimos energía vital, potencia en los movimientos, altura y las puertas abiertas para todos los bailarines de manifestar todas sus habilidades.
Tres piezas distintas para una compañía capaz de marcar las diferencias en un buen trabajo. Al hilo de las músicas y al pié de la letra del alma de sus creadores.

sábado, noviembre 11, 2006

“La azotea de la memoria del gran Savary”

La Sala Pereda del Palacio de Festivales acogió, el pasado viernes, uno de esos espectáculos únicos y difíciles de encasillar más allá de la propia personalidad de su protagonista. Hablamos de Jèrôme Savary, el polifacético y trasgresor creador de la escena que nos ofreció, junto a su hija Nina, ‘La vida de artista’.

El actor multilingüe habló al público cara a cara y de tú acerca de su propia vida. Desde el sentido del humor más cercano se conjugaron diversas escenas en las que pasamos de la anécdota al musical, de la pantomima al cabaret con muchas dosis de ingenio, ternura y profundidad. Su personaje, que es él mismo, se nos presentó cercano, humano desde algo que parece nacer de la improvisación pero que mantiene un ritmo muy vital.

Sobre las tablas un buen número de baúles encerraban sorpresas en forma de maquetas, de humo o de luz. En la pantalla de proyección algunas imágenes de sus recuerdos. Con la voz de su hija Nina las canciones más afortunadas que son acompañadas por una banda en escena que se integró en el discurso sin ningún problema. Todo podía parecer confuso, pero no lo era. Tuvimos la sensación de colarnos en un puñado de recuerdos, de dejar que un viejo artista –que tampoco lo era tanto- nos confiara todo lo que fue para entender qué es lo que hace, conduciéndonos a otro tiempo, al suyo.

El público disfrutó mucho con el espectáculo, de la risa a la emoción y de la canción al poema. Los que no conocían la trayectoria de este “personaje” –con todo el sentido del término- tuvieron la mejor de las oportunidades de hacerlo. Los que ya sabían de él sintieron la cercanía de un mito de esos “para minorías”. El clown de cara blanca, el otro, el de la nariz roja, el bufón que dice lo que piensa o el Pierrot más poético se dieron cita en un único personaje acompañado de su Colombina particular.
El ‘Magic Circus’, como no podría ser de otra forma, también tuvo su presencia en esta “nueva comedia del Arte”, la vida de un artista relatada con mucho ingenio. Sin demasiadas pompas ni circunstancia pero con muchas, muchísimas sorpresas. Todas las que se pueden encontrar en los viejos baúles de un desván, en la azotea de la memoria del gran Savary.

miércoles, octubre 25, 2006

Un Trío arrollador

La Fundación Marcelino Botín propuso, para la noche del pasado lunes, un concierto dedicado a la memoria de Shostakovich cuando se cumple el centenario del nacimiento del compositor ruso. Una propuesta que contó con la masiva asistencia del público y que colmó las expectativas más exigentes en lo que a música se refiere.

Ananda Sukarlan al piano, Jagdish Mistry con el violín y Rohan de Saram al violonchelo, fueron los protagonistas musicales de este encuentro en el que pudimos escuchar uno de los preludios y fugas del autor homenajeado, su ‘Sonata para violonchelo y piano’ y el impresionante ‘Trío en Mi’ que cerró el programa.

En la primera mitad disfrutamos con el solemne piano de Ananda Sukarlan, un intérprete que, afincado en nuestra comunidad, recorre los escenarios de todo el mundo para manifestar su compromiso con la música contemporánea y demostrar su sabiduría ante el teclado. Con el Preludio y Fuga extraído de la colección de 24 que escribiera Shostakovich en los años 50 del pasado siglo, Sukarlan acudió a la esencia bachiana de la obra para revisarla con distancia y mucha profundidad. Después le llegó el turno a la ‘Sonata en Re menor op. 40’ en la que conocimos las fabulosas cualidades interpretativas de Rohan de Saram. Nos encontramos con una obra de juventud que fue tratada con la misma concisión con la que empezó este concierto. Pero si he de serles sincero lo mejor de la noche llegó con el Trío mencionado al comienzo. Los motivos fueron evidentes el resultado arrollador: la profunda y sincera fuerza de la obra en si misma y el acuerdo y calidad de cada uno de sus intérpretes que nos facilitaron una audición llena de sentido, dramatismo, potencia y, sobre todo, música de esa que hay que escribir con mayúsculas. El episodio final, verdadera atmósfera acústica de esas que se funden con nuestro entendimiento, fue una magistral lección de música de cámara.
La música de cámara encierra misterios que, poco a poco, se van desvelando al aficionado que cede parte de su tiempo a escucharla. No se trata de un aprendizaje sino más bien de una experiencia que se modifica cada vez que tenemos la oportunidad de acercarnos a un obra en concreto. Les recomiendo que hagan lo propio con este Trío, la emoción y la sensación de plenitud aparece de forma más clara en cada nueva audición, especialmente cuando sucede en los términos musicales planteados por músicos del nivel que pasaron por la calle Pedrueca hace unos días.

lunes, octubre 23, 2006

“Esfuerzo musical”

Hace unos meses, cuando concluía la programación del Festival Internacional de Santander, desde estas páginas suspirábamos por tener casi la certeza de que ya no habría más música de orquestal en nuestro entorno hasta el año próximo. Me equivoqué ya que, la programación cultural de Caja Cantabria, ha incluido estos días la presencia de la Orquesta Sinfónica Estatal Rusa en la actividad del Centro Cultural de la Calle Tintín, bajo la batuta de su director titular, el castreño Ramón Torrelledó.

Imprescindible es resaltar el esfuerzo y trabajo derrochado en el concierto que, el pasado jueves, conmemoró el 250 Aniversario de la muerte de W.A. Mozart. No les voy a contar que esta formación es la mejor del mundo ni que todo lo que sucedió en la noche del concierto, musicalmente hablando, fuera impecable. Pero la sensación recibida es la de una entrega de unos “currantes” de la interpretación en una tarea, la de acercarnos la música, que dada las peculiares características de nuestra comunidad “des-orquestada”, cumplen una tarea cultural más cercana a lo social. Seguro que me entienden.

El programa , sucesor de un primer concierto ofrecido días antes, se compuso con obras mozartianas que, en la primera parte, repasaban fragmentos de su ópera ‘La Flauta Mágica’ para después culminar con el bien conocido ‘Réquiem’ de este autor. Para ello contaron con las voces de Irina Starodubtseva, una soprano con un registro muy hermoso, no muy grande en potencia –especialmente en los agudos- pero rico en armónicos y buen gusto interpretativo. La mezzo Nadeszhda Krivusha demostró energía y presencia vocal. Mucho más discreto resultó el tenor Aurelio Puente, mientras que el bajo Iván García realizó unas intervenciones que, salvando algún despiste en la primera parte, fueron gratas gracias a una voz de tímbrica muy pura.

Las partes corales correspondieron al coro Tomás Luis de Victoria que dirige Luz Pardo. Otro ejemplo de esfuerzo y ganas que se vio compensado con el aplauso y el tributo del público. El coro trabajó duro la partitura y pudo apuntar momentos muy interesantes. Tal vez, en algunos otros, su presencia quedara sepultada por la orquesta y evidenciara la necesidad de la formación de tener más registros graves y medios, frente a una muy interesante sección vocal en las sopranos.

Torrelledó, con el porte clásico y visceral que caracteriza su forma de dirigir, estuvo atento en todo momento a los episodios sonoro y arrancó mucha energía de los de Rusia. Al final, un bis muy particular y emotivo: los últimos compases escritos por la mano de Mozart justo antes de su muerte. Un silencio tras su escucha de una obra incompleta. Todos, al escuchar este ‘Requiem’ descubrimos donde está y donde no la mano de su autor. Este cierre nos llevó hasta donde se quedó el gran maestro.

viernes, octubre 13, 2006

“La seccionalidad de Resterlich’ ”

El pianista cántabro Pablo López Callejo fue el encargado de poner en pié a la obra que consiguió el segundo premio del VI Concurso de Composición Pianística ‘Manuel Valcarcel’, ‘Restlich’ del italiano Francesco Milita. Un concierto desarrollado en la Fundación Marcelino Botín y que acompañó a la obra de estreno con piezas de Haydn, Mompou y Chopin.

La pieza galardonada es un mosaico musical basado en los versos de Hans Magnus Enzensberger, poeta alemán. Desgaja su discurso en diez fragmentos que, a su vez, ofrecen un concepto episódico, en cada uno de ellos, del discurso musical. La conexión entre ellos, además del lenguaje unitario a base de técnica y estética, se produce con citas y giros a veces repetidos y en otras ocasiones desarrollados en cada una de sus partes. Milita acude a elementos levemente expresionistas y ocupa parte de sus sonoridades en acercamientos armónicos procedentes del jazz junto a otros que se nos presentan herederos de cierto neorromanticismo e, incluso, con giros más minimalistas. Pablo López Callejo, al presentar la obra, supo acompañarla de los Cantos Mágicos de Mompou, un referente con el que comparar algunos momentos de ‘Resterlich’ que ayudó a entender mejor su desarrollo.

La seccionalidad de esta pieza permite una escucha atractiva y fácil de aprehender. Es en el contraste donde encontramos muchos logros que tuvieron en López Callejo a un intérprete muy entregado con ella capaz de salvar las dificultades, que eran muchas, de su escritura. Si tuviera que encontrar algún “pero” al estreno puede que apuntara lo que también es su virtud: tantos planos pueden ayudar a asimilar el discurso pero dificultan en parte el apreciar la obra en su conjunto.

Acerca de Pablo López Callejo es preciso resaltar la apuesta decidida que ha tenido que realizar para profundizar, comprender y explicarnos una partitura como ésta. En el resto del programa intuimos la intención de este pianista de ofrecer una visión personal de la Sonata de Haydn, con un ‘Andante’ muy meditativo y quieto, alejado de los cánones que, la interpretación moderna, parece tener asignados al piano del periodo clásico. Con Mompou tuvimos los momentos más musicales de López Callejo, un músico que muchas veces se ha querido calificar como “trabajador” pero que nos demostró que su técnica también se complementa con un sentido sonoro extraordinario capaz de relatar fragmentos muy interesantes.
Con Chopin, especialmente en el Scherzo y Final de su Sonata, nos dejó momentos de incertidumbre con algún que otro tropezón de su ejecutante. Así todo el concierto gustó y demostró que un pianista puede seguir siéndolo a pesar de dedicar su tiempo a la enseñanza. Es cuestión de compatibilizar ambos mundos y, sobre todo, de querer ofrecer a su público cosas interesantes. Como hizo Pablo.

lunes, octubre 09, 2006

"Un gran Carmen en Nancy Herrera"

La Temporada Lírica del Palacio de Festivales comenzó la que será su edición número XI con uno de los títulos del repertorio más significativos y conocidos por el público: ‘Carmen’ de Bizet. Una producción dirigida en la escena por Francisco López –que nos visitó el pasado año un hermoso ‘Don Giovanni’- y musicalmente por Antonello Allemandi, bien conocido por el público santanderino por sus visitas al foso orquestal del Festival Internacional de Santander.
Siempre es difícil el compromiso que se adquiere al programar un titulo de este tipo. Por un lado, el tratarse de una de las óperas que más han calado en la memoria colectiva gracias a las asequibles y cercanas melodías, asegura la asistencia del respetable. Pero de otro lado el recuerdo de grabaciones, vídeos y DVD’s hacen que se tienda a comparar y a buscar en el directo lo que se ha aprendido en las grabaciones. Y eso es imposible. Aunque si nos da por comparar, mucho hemos de buscar para encontrar una presencia tan completa, en lo vocal y en lo dramático, como fue la de Nancy Fabiola Herrera en el rol protagonista de esta Carmen.
Su presencia sobre el escenario emanaba una luz que inundaba todo el espacio. Gracias a un timbre hábil con la melodía y repleto de unos armónicos bellísimos que redondearon una interpretación magistral. Cantó, actuó, bailó y todo lo hizo con la coherencia que exige el papel de la gitana ‘fatal’ ideada por Merimée. Siempre a un nivel muy alto y sin dudas ni titubeos, con sentido musical y con la gracia que puebla el personaje. A su lado Michael Hendrick realizó un Don José creciente, evolucionando dramáticamente en los cuatro capítulos de la obra, pero logrando las cotas más interesantes en los dos últimos, tornando una actuación más aturdida cuando ha de ser galán de libro por una presencia muy sólida para la última parte del drama. Musicalmente el tenor americano tiene una voz menos redonda –pero bien situada- que crece y se asienta del mismo modo que su actuación.
Leontina Vaduva, la Micaela de esta ópera, logró dar lo mejor de su arte en el aria correspondiente del tercer acto. Moduló con expresividad su registro en frases muy cálidas y cercanas que trasmitieron emoción. Tuvimos un contratiempo con Jean Luc Chaignaud, al que una anunciada afección vocal le impidió hacer su papel –Escamillo- en las condiciones exigibles, algo que se notó de forma evidente. Y es que el delicado trabajo de los cantantes hace que un leve catarro pueda poner en peligro un montaje tan complejo como éste.
Los papeles secundarios, en las voces de Laura Alonso, Alexandra Rivas, Eduardo Santamaría, Luis Cansino o Francisco Santiago, fueron buenos pilares de esta ópera que reparte su peso de forma fundamental en los protagonistas principales. Es destacable el quinteto del final del acto segundo en el que las dificultades de la partitura fueron solventadas con presencia y mucha musicalidad. Secundarios, si, pero únicamente en su papel, que no en sus cualidades.
La orquesta sonó bien y la dirección de Allemandi fue implicada y precisa, con entrega y mucha atención a la partitura. El Coro Lírico del Palacio de Festivales tuvo sus más y sus menos, con una presencia teatral un tanto estática en el gesto –en parte achacable al propio proyecto escénico- y con algunas intervenciones musicales evidentemente flojas. Una lastima, tal vez justificable por la premura de esta ‘Carmen’ que se ha montado en menos de una semana o tal vez no. También se contó con la participación de la Escolanía de Astillero que realizó un buen trabajo musical con "cambio de guardia".
La dirección escénica tiene su parte pictórica en la composición de cuadros que mucho deben a la larga nómina de pintores andaluces que la historia del arte ha dejado. Francisco López retrata escenas y mueve a figurantes y coro para lograr hacer ligeras a la vista situaciones en las que cuenta con más de un centenar de personas sobre el escenario. En este sentido es casi neoclásico en el movimiento, preciso y estático en evoluciones que buscan la composición más armónica. Pero frente a esta "herramienta" más aséptica está el desgarro del movimiento de la bailaora que aparece como sombra –o presagio, o alter ego- de Carmen, dándonos con su baile los momentos más expresivos de la escena en cada una de sus apariciones, de especial forma al cerrar el primer y el último cuadro. Paco López no es un director de sorpresas escénicas sino más bien un trabajador de precisión que va engranando todos los elementos en una exacta sucesión de movimientos y gestos. Lo más intenso de su propuesta, ya les digo, en ese desgarro del baile y en las escenas, de cuadro y luz, que quedan para nuestra retina.

domingo, septiembre 24, 2006

“¿Quién es esa cabra”

El “curso” teatral del Palacio de Festivales tuvo su jornada inaugural, en la Sala Pereda, con la puesta en escena del texto de Edgar Albee ‘La Cabra o ¿Quién es Sylvia?’. Se trata de la primera dirección escénica del que es también protagonista del drama al tiempo que traductor del título original: José María Pou.

Nos encontramos ante una obra que reparte, en igualdad de condiciones y proporción, la comedia casi del absurdo con el drama más desgarrado que podamos sospechar. Imaginen lo cómico y lo dramático que tiene el asunto que se nos propone: un hombre enamorado de una cabra se enfrenta con su existencia y ve como todo se desmorona a su alrededor. ¿Es él la causa? ¿Evitables sus emociones? En la presentación de la obra su director comentaba que éste era “el mejor texto teatral que se había encontrado en los últimos 20 años”. Es claro que el asunto que nos plantea y la forma en que se desarrolla no puede dejar indiferente a nadie. La energía se trasmite desde la escena, la entrega y la implicación necesaria para hacer que nos quedemos pegados a la butaca y que experimentemos la tensión y la tragedia –en el sentido clásico del término- de la obra. Y es que de clásico tiene mucho esta ‘Cabra’ si recordamos las normas aristotélicas aprendidas en el instituto: clara en el tema, con unidad de tiempo y también de espacio en tres momentos bien articulados.

Los actores viven al servicio de un texto rotundo en si mismo, no por la anécdota que conduce su argumento sino por todo el contenido que va desgranando en cada nuevo diálogo. No es una cuestión de buscar la credibilidad constante, pues hay momentos en los que se exige histrionismo a los personajes expuestos al límite más absoluto. Es más una intención reflexiva que emplea multitud de herramientas y recursos para comunicar e involucrar al público. José María Pou se manifiesta soberbio, planteando su presencia escénica desde una cierta apatía física que le va conduciendo hacia la entrega emocional más potente. Mercè Arànega rebusca más en la pantomima en un papel muy difícil y complejo que la exige un constante cambio de registro y una absoluta complicidad con su compañero.

La producción se articula en un espacio único bien vestido y sin artificios escénicos, desnudo de música y bien iluminado para centrar toda nuestra atención en los personajes. La adaptación es fiel y funciona en el diálogo a pesar de contener momentos de literatura muy profunda.

Y hablando de diálogo, y del directo, en su estreno el pasado viernes Pou tuvo que interrumpir su trabajo para sacar los colores a aquellos aventureros que aún siguen dejando sus móviles encendidos durante una función de teatro. Sonaron un par de ellos: el pan nuestro de cada noche. Finalmente el actor catalán nos lo dijo bien claro, a pesar de tener que romper las unidades aristotélicas e interrumpir la obra: “no es por los actores, es por ustedes, por respeto a todos los espectadores”. ¿Seguirán sonando? Seguramente.

miércoles, septiembre 20, 2006

“Como el café soluble...”

La compañía de teatro de calle Holandesa ‘Close-Act’ fue la encargada de poner en marcha la programación cultural del Palacio de Festivales en un multitudinario acto que congregó a miles de personas en la noche del pasado sábado.

La propuesta nos condujo a un universo de seres imaginarios en el eterno enfrentamiento entre el bien y el mal, de lo blanco y lo negro, de la dualidad taoista del Ying y del Yang unidos en un mismo círculo. ‘Malaya’ fue un espectáculo bien concebido y sorprendente en todas sus facetas: vestuario, iluminación, dramaturgia, música, técnica, sonorización...

El argumento es sencillo, tan solo una propuesta para involucrase dentro de la acción y sentirse parte de la obra como espectadores de las estampas que lo articulan. El aparcamiento de Gamazo estuvo lleno de “expectantes” que se disolvieron junto a actores y maquinaria como le sucede al café soluble cuando se revuelve con la cucharilla. El inteligente montaje holandés fue la cucharilla ideal de esta propuesta y nosotros los granos solubles inmersos en el caos organizado de la acción. Centenares de camarógrafos aficionados, con su teléfono móvil en ristre, dieron un punto más, también parecían actores, a una propuesta de la que es necesario alagar la organización y el orden que permitió que todo saliera perfectamente.

Permítanme que destaque también las cuestiones técnicas y, sobre manera, lo concerniente al sonido directo. La amplificación del sonido del violonchelo en directo y la de las propias voces de actores y cantantes se sumaron a una banda sonora muy potente y fundamental para implicarse en lo escénico. Un ritmo trepidante que en ocasiones, y estética, nos recordó al Circo del Sol, igualmente mágico e imaginativo.

Como colofón, fuegos de artificio. De los mejores vistos en Santander en los últimos tiempos y que cerraron un noche que quiso acompañar con el buen tiempo. También nos quedamos con un magnífico sabor de boca tras la decepcionante experiencia “de calle” que tuvimos este verano con Comediants. De aquel ‘Andante’ hemos pasado a este ‘Prestissimo’, con todo éxito.

martes, septiembre 05, 2006

“Para público como ustedes”

El VII septiembre musical arrancó el pasado sábado en el Palacio de Caja Cantabria en Comillas. Una iniciativa auspiciada por el ‘Plan de Excelencia Turística’ y que, efectivamente, otorga a la villa de la colegiata un encuentro musical de prestigio y categoría a la que el adjetivo de “turístico”, tal y como suena en los meses de verano repletos de cámaras de fotos, se le queda pequeño. Aquí la intención es ofrecer calidad, muchas en escenarios interesantes para un público que busca, siempre, algo más. Como diría Pedro Erquicia en sus presentaciones televisivas, “para un público como ustedes”.

Les contaba que empezó este ciclo estrenando nombre, ‘Música Infrecuente’, y ofreciendo en un espacio realmente hermoso, el del Palacio de Benemejí, un concierto que estaba dedicado al laúd árabe en la música del medioevo. Argumento en sí interesante pero que lo fue aún más en las manos de Ramiro Amusátegui, Eliseo Parra y David Mayoral. Tres nombres con mucha sabiduría entre sus manos y que glosaron, en algo más de una hora de duración, diversos episodios del laúd en su encuentro con tradiciones propias y ajenas a su origen.

Días atrás, quién les escribe, tuvo un encuentro con el director de este festival, Ernesto Schimed, para una entrevista publicada por este periódico. En aquel momento Ernesto nos habló de las categorías y polémicas en torno al hecho de la autenticidad en la interpretación del repertorio antiguo. Tal vez este sea un buen ejemplo, el del concierto de ‘El Legado de Ziryab’ de aquellas conclusiones, pues aunque el sonido estuvo amplificado nadie pudo decir nada sobre el magnífico resultado de la música que, de otro modo, no se hubiera podido escuchar correctamente. Fue una especie de embrujo musical en el que el espacio al aire libre, la iluminación y el ambiente que se respiraba completaban un disfrute sensorial muy pleno.

El ciclo se irá completando con diversas propuestas a lo largo del mes de septiembre, una cada sábado hasta completar las cinco que integran el programa. Próximamente la Misa Colombina se oficiará en la Iglesia de la Colegiata de Santillana con la música de Speculum y la palabra del Abad Don Luis López de Ormazábal. Será una Misa en sentido estricto, pero con la música procedente de partituras de los siglo XIV y XV. También habrá espacio, en sábados posteriores, para escuchar obras poco conocidas de W.A. Mozart, estrenos contemporáneos para violonchelo o “El Secreto de Haydn” a cargo del Trío Baryton. Ya saben lo que les digo: para público como ustedes.

domingo, septiembre 03, 2006

“De cómo las Beaterías han caminado por muchos pueblos...”

Una procesión de monjes dolientes, más bien crujientes de carracas y matracas o quizá tintineantes de badajos, repicantes de campanas... procesionan -¿vendrá de profesión?- al comienzo de las ‘Beaterías’ de La Machina. Pero tras la pompa lentamente ejecutada llega el tiempo de los bailes de dos en uno y de cánticos, no gregorianos sino contrastantemente joviales: “Vaya jaleo, vaya jaleo, este es el año del Jubileo”... Un comienzo que sienta las bases de lo que es el resto del espectáculo, una celebración, auténtica, de la alegría del júbilo en el Año Santo Jubilar. Muy divertido.

Isaac Cuende ha escrito un texto que se nos hace ameno, con su punto de ironía y su mucho de saber contar historias a la manera de los romances que antaño sentaron bases de nuestra literatura. ¡Ven!, hasta a mí se me pegan las maneras de hablar antiguamente. Les decía que Cuende acude a los pliegos de cordel, a los aleluyas y a las coplas de ciego para dar forma al contenido más oficial de esta representación callejera, o más bien “plazoletera” pues con ella se han visitado las Plazas de las plazas más importantes de nuestra región. Escrito al margen, donde siempre se escribe lo más jugoso de las historias, aparecen los referentes a los pícaros que también pertenecen a nuestro pasado. Personajes del pueblo con la inteligencia para burlar y salir airosos o, seguramente, también golpeados en lances que tienen como objetivo conseguir un pedazo de queso: queso de oveja o queso de cabra.

Los capítulos se suceden como se suceden las estampas de las hojas volanderas que congregaban tiempo atrás a todos ante el juglar, el ciego, el narrador de historias que amenizaba e informaba entre estruendosas profecías y dobles sentidos de lo que en el mundo, cercano, acontecía. De lo divino y de lo humano. Hoy en día Fernando Madrazo, Luis Oyarbide y Alberto Sebastián encarnan a estos “cuentistas” ataviados de iglesia que nos hacen reír durante casi una hora al compás que marca la música que Emilio Seoane ha empaquetado desde melodías, como no podía ser de otra forma, procedentes del pasado histórico y de la tradición popular. El trío de cómicos, si me permiten usar esta palabra que también parece olvidada en el teatro “dignificado” –con perdón- funciona como ya funcionaron en similar comunión en el retrato de otros pícaros modernos igualmente firmado por Cuende: “La sucursal”. Los tres se ciñen al guión al tiempo que se desvisten de él para ser capaces de improvisar con y para el público.

Jon Ariño, al que vimos actuar en ‘Me la maravillaría yo’, es el director de esta obra. Su mano articula juegos escénicos divertidos y recrea, prácticamente de la nada, un espacio ameno en el que cada espectador encuentra su sitio y puede que un pedazo de queso. Joaquín Martínez Cano fue el encargado de pintar las Aleluyas del Beatro y de Santo Toribio. Cristina Gil la del Romance del Conde Testaflorida con un aire más de cómic. La música, como ya les comentaba en directo, es otro elemento indispensable de este discurso, fluido y ameno, que nos ocupa.

Ayer mismo fue la última representación, han sido veinte en una forma de hacer teatro muy directa, cercana. Justo para nosotros, mirándonos a los ojos. ‘De cómo las Beaterías han caminado por muchos pueblos, y lo que allí se encontraron dando cuenta de ellos. Y de la forma en la que muchos se rieron ante las chanzas de los cómicos y las ingeniosas aventuras que había ideado su ilustre autor’.

jueves, agosto 31, 2006

“Dutoit y la Royal Philharmonic”

Las etapas se van sucediendo y a todo comienzo le llega su final. Así, el Festival Internacional de Santander propuso su cierre a la edición 55 con la presencia de la ‘Royal Philharmonic Orchestra’ dirigida por Charles Dutoit. Un encuentro sinfónico que colmó las expectativas de un público que, una vez más en la clausura, llenó hasta la bandera la Sala Argenta del Palacio de Festivales.
Como es costumbre, las últimas jornadas del Festival nos ofrecen cada verano la oportunidad de escuchar a grandes formaciones orquestales dirigidas por carismáticos nombres del mundo de la música. Orquestones, en tamaño, historia y resultados, que gustan y hacen vibrar a una audiencia llena de ganas de este tipo de repertorio tan inusual el resto del año en nuestros escenarios. El programa nos brindó obras de Sibelius, Stravinsky y Tchaikovsky, en todos los casos con un alto nivel interpretativo y el sonido compacto y redondo de una formación estable desde hace tanto tiempo.
La Suite Karelia del nórdico resultó un enérgico arranque para la velada. Los ingleses imprimieron dinámicas bien diferenciadas y un empaste admirable en la sección de cuerdas. Su sonido fue, en este momento y a lo largo de todo el concierto, brillante y afilado, sin sufrir la carga de ser una formación de casi un centenar de instrumentistas supo moverse con la soltura exigida por la peculiar batuta de Dutoit. El ‘Concierto para violín’ de Stravinsky nos presentó a la solista Chantal Julliet que desarrolló con muy buena técnica la compleja partitura del creador de ‘El pájaro de fuego’. Tal vez el sonido de su instrumento resultara un punto pequeño en relación con el conjunto lo que confirió un carácter algo plano a un concierto que, realmente, no fue así. La propia esencia de esta pieza exige tanto de su intérprete que nos acostumbramos rápido a las dificultades y el virtuosismo desde el principio.
En la segunda parte la hermosa ‘Sinfonía nº 4’ de Tchaikovsky. Obra rotunda y pedagógica, sobre el sonido y las secciones de una orquesta, que conmovió una vez más a la audiencia despertando el aplauso torrencial al final de la última nota. La orquesta profundizó en sus capacidades y nos dejó un buen sabor de boca para esta última jornada. Igual con el bis de Glinka que arrancó como había sucedido con el concierto: con el estrépito de un Scherzo vibrante y potente.
Les decía más arriba que Charles Dutoit era peculiar en la dirección. Su batuta estuvo atenta a las necesidades de la partitura pero con un gesto grácil, casi bailable, que ayudó perfectamente a seguir la música también en sus manos. La sonrisa y la aparente proximidad con los músicos fue agradable en un punto festivo y amable. Entendió las obras, las hizo entender y sacó un gran sonido de los de la Royal Philharmonic. ¿Qué más se puede pedir? Al escuchar la última nota del bis se me cruzó por la mente un pensamiento: esta será la última sinfónica que escuchemos por aquí hasta el año que viene. Qué lata.

miércoles, agosto 30, 2006

“Verdades puras y verdades a medias”

Acercándonos al final de la 55 edición del Festival Internacional de Santander, la presencia de Cruceta Ballet Flamenco ha venido a trufar la habitual secuencia de grandes orquestas que, en otras ocasiones, ocupan habitualmente estas fechas. Desafortunadamente el estreno de “En Rojo” no ha supuesto ningún hito interesante para la historia del Festival ni mucho menos un refresco visual a las grandes citas sinfónicas que se sucedieron antes y después de su estreno.
Desconozco si el precedente de esta coreografía, la estrenada en 2003 bajo el lema ‘En Rojo Vivo’, tenía mucho en común con la que ahora nos ocupa. Lo que es cierto es que la nueva oferta no logra conciliar, en la forma deseada, los elementos de danza flamenca y de ritmos populares urbanos que sobre el papel parecían tan apetecibles. La incómoda sensación de estar presenciando un “quiero y no puedo” sobre las tablas, en lo que a discurso dramático se refiere, hizo que quien les escribe únicamente hallara el disfrute en los episodios más naturales de la coreografía de Cruceta: aquellos de corte más tradicional y clásico del arte flamenco.
La primera parte del espectáculo nos sitúa ante una escena “industrial”, embebida en sonidos graves y profundos y ritmos intensos procedentes del hip-hop y de la música electrónica. Una situación que anunciaba que íbamos a ver algo nuevo pero realmente ya visto en otras ocasiones: La Fura dels Baus, Rafael Amargo, Aida Gómez… ya nos contaron, en este mismo escenario, cómo cruzar estilos pero sobre todo la forma adecuada de narrar algo interesante. Aquí lo estilos sí se cruzaron pero el espectáculo, como organismo unitario, se desmembró en retazos difícilmente articulados: vídeo proyecciones, sombras, elementos escénicos con los que trabajar, músicos dentro y fuera del escenario se sucedían sin una lógica de conjunto. Se respiraba un cierto aroma de querer situar el contenido de la escena en una coordenadas modernas, pero faltaban alguna de las abcisas. El final, con el cuerpo desnudo del bailaor, se nos antojó un giro más, inesperado, de vestir –desnudando en este caso- la propuesta de elementos simbólicos que cayeron por falte de base, de fondo.
Lo mejor, y fue muy bueno, lo encontramos en el baile de Mariano Cruceta, cuando lo hizo solo y derrochando la fuerza y garra de sus tacones, también en sus encuentros con Loa Greco. De entre los bailarines de ‘hip-hop’ Mariví Civera desarrollo sus habilidades con un estilo muy plástico destacando de entre sus compañeros. La banda de directo, curiosa en su disposición pero muy efectiva con el profundo sonido del bajo y la deliciosa guitarra de Carolina Planté acompañó el cante de ‘El Bocadillo’. Los tres hicieron mucha música y muy buena. Algunas imágenes visuales fueron impactantes, como las sombras ocultas bajo la sábana de raso o la sombra proyectada de Cruceta sobre la dicha tela.
Hay mentiras que esconden mucha verdad y verdades que guardan dentro una mentira. Este ‘En Rojo’ que fue estrenado en el Palacio de Festivales el pasado lunes guarda verdades muy puras junto a otros elementos que tienen más de apariencia que de contenido, verdades a medias. Del mismo modo les digo que hubo muchos que se le posaran muy bien y que vitorearon a la compañía. Tal vez sea yo el confundido o sencillamente el defraudado ante las expectativas

jueves, agosto 24, 2006

“Un ‘Requiem’ universal”

El Festival Internacional de Música y Danza de Granada y el Festival Internacional de Santander, los dos veteranos de los encuentros musicales veraniegos de nuestro país, encargaron al compositor granadino José García Román la composición de un ‘Requiem’. Hace unas semanas, tras cuatro años de trabajo, se estrenó en Granada. El martes tuvimos la oportunidad de conocerlo en Santander. Una experiencia inolvidable.

La composición hoy en día, los contemporáneos, muchas veces se olvidan del público y se encierran en obras interesantes en sí mismas como hecho compositivo, pero ajenas a quien las recibe. García Román ha creado, ni más ni menos, que un ‘Requiem’ que se ha situado, tras su estreno, a la altura de los más grandes de la historia del género en la música occidental. Una obra extensa y profunda que desgrana en sus doce números inquietudes musicales y vitales, perspectivas metafísicas y otras más cercanas. Una obra completa y arrolladora en su orquestación y puesta en marcha. El sonido, manejado y escudriñado por García Román, nos fue hipnotizando y llevando por la senda espiritual de su argumento. Al final tres campanas anunciaron que la obra había terminado, yo les confieso que en esos instantes una emoción muy hermosa recorrió mi cuerpo y salió al exterior en forma de lágrimas. Atrás quedaban dos horas y media muy intensas, para todos.

La obra que nos ocupa es ambiciosa en su concepto. Dos centenares de músicos, entre orquesta, coro y solistas, se repartieron por todo el espacio de la sala Argenta. En el escenario, ampliado hasta el foso para poder contener a todos, secciones de percusión en los pasillos, trompetería, corros espaciados como los de los Gabrielli y la hermosa voz de Inés Ballesteros, niño soprano, dentro de la platea. Sobre el papel la significación de varios mundos en forma de estos conjuntos disgregados del tutti del escenario. Las notas al programa de Yvan Nommick, estudioso de García Román, fueron una guía excelente para ir desgranando y entendiendo cada uno de los números. Todo lo demás; dejarse llevar.

Entre los doce capítulos encontramos torrenciales manifestaciones de energía, conjuntos dramáticos en su exposición compleja y estruendosa. Llenos de referencias y, sobre todo, de las intenciones expresivas de su autor que logran calar muy hondo. En su complejidad también hay momentos para el sosiego, algunos más clásicos y románticos, otros con referencias a Orff o a Mozart o a Tomás Luis de Victoria. A la Historia de la Música y a la de este género tan solemne. ¿Es atrevido firmar una obra de estas características hoy en día? Lo atrevido es no hacerlo olvidando la trayectoria musical, la herencia, de la que los compositores son acreedores. Es fascinante descubrir una obra como el ‘Requiem’ de G. Román, puro siglo XXI y acreedora del pasado que la precede.

La Orquesta Nacional de España fue el vehículo para su escucha, y lo hicieron muy bien con la batuta de Arturo Tamayo casi siempre al frente. Permítanme la broma, pues digo “casi siempre” ya que mediada la primera parte ésta, la batuta, salió despedida en el arranque del ‘Dies irae’, “desbatutando” al maestro y añadiendo más fuerza, aún, al número. El Coro de la ONE también funcionó con presencia, aunque tal vez hubiera sido necesario tener dos o tres agrupaciones corales más, capaces de competir con el orquestón, grande y ampliado, que llevaba la partitura. ¿Pero donde meter a más cantantes?
Las partes vocales a solo las protagonizaron Pilar Jurado, Marina Pardo, Carlos Silva y Robert Hölzer además de la ya mencionada joven Inés Ballesteros Bejarano que, a pesar de su corta edad, sostuvo el peso más importante de los solos vocales. Los cuatro solistas forman parte, como uno más, del instrumental de la obra y sus intervenciones matizan más que acaparan, el sonido. Nos gustó la voz de Carlos Silva, tenor de potencia y presencia y el ‘Ego sum lux mundi’ de Robert Hölzer. Marina Pardo tuvo que afrontar una partitura que profundiza en los graves de su registro y Pilar Jurado desplegó los encantos y ligereza de su registro.

Mención aparte merecen las secciones de percusión de la Orquesta, afanadas constantemente en las miles de entradas y multitud de instrumentos dispuestos para ofrecer un discurso rítmico y de matices integrado en el orquestal.

Sería una injusticia que esta obra no trascienda. Tras el concierto salí con la necesidad de volver a escuchar este ‘Requiem’, con más pausa, con la intención de profundizar en ella pues su contenido, además de universal, es toda una lección de música. Y un gran logro.