“De cómo las Beaterías han caminado por muchos pueblos...”
Una procesión de monjes dolientes, más bien crujientes de carracas y matracas o quizá tintineantes de badajos, repicantes de campanas... procesionan -¿vendrá de profesión?- al comienzo de las ‘Beaterías’ de La Machina. Pero tras la pompa lentamente ejecutada llega el tiempo de los bailes de dos en uno y de cánticos, no gregorianos sino contrastantemente joviales: “Vaya jaleo, vaya jaleo, este es el año del Jubileo”... Un comienzo que sienta las bases de lo que es el resto del espectáculo, una celebración, auténtica, de la alegría del júbilo en el Año Santo Jubilar. Muy divertido.
Isaac Cuende ha escrito un texto que se nos hace ameno, con su punto de ironía y su mucho de saber contar historias a la manera de los romances que antaño sentaron bases de nuestra literatura. ¡Ven!, hasta a mí se me pegan las maneras de hablar antiguamente. Les decía que Cuende acude a los pliegos de cordel, a los aleluyas y a las coplas de ciego para dar forma al contenido más oficial de esta representación callejera, o más bien “plazoletera” pues con ella se han visitado las Plazas de las plazas más importantes de nuestra región. Escrito al margen, donde siempre se escribe lo más jugoso de las historias, aparecen los referentes a los pícaros que también pertenecen a nuestro pasado. Personajes del pueblo con la inteligencia para burlar y salir airosos o, seguramente, también golpeados en lances que tienen como objetivo conseguir un pedazo de queso: queso de oveja o queso de cabra.
Los capítulos se suceden como se suceden las estampas de las hojas volanderas que congregaban tiempo atrás a todos ante el juglar, el ciego, el narrador de historias que amenizaba e informaba entre estruendosas profecías y dobles sentidos de lo que en el mundo, cercano, acontecía. De lo divino y de lo humano. Hoy en día Fernando Madrazo, Luis Oyarbide y Alberto Sebastián encarnan a estos “cuentistas” ataviados de iglesia que nos hacen reír durante casi una hora al compás que marca la música que Emilio Seoane ha empaquetado desde melodías, como no podía ser de otra forma, procedentes del pasado histórico y de la tradición popular. El trío de cómicos, si me permiten usar esta palabra que también parece olvidada en el teatro “dignificado” –con perdón- funciona como ya funcionaron en similar comunión en el retrato de otros pícaros modernos igualmente firmado por Cuende: “La sucursal”. Los tres se ciñen al guión al tiempo que se desvisten de él para ser capaces de improvisar con y para el público.
Jon Ariño, al que vimos actuar en ‘Me la maravillaría yo’, es el director de esta obra. Su mano articula juegos escénicos divertidos y recrea, prácticamente de la nada, un espacio ameno en el que cada espectador encuentra su sitio y puede que un pedazo de queso. Joaquín Martínez Cano fue el encargado de pintar las Aleluyas del Beatro y de Santo Toribio. Cristina Gil la del Romance del Conde Testaflorida con un aire más de cómic. La música, como ya les comentaba en directo, es otro elemento indispensable de este discurso, fluido y ameno, que nos ocupa.
Ayer mismo fue la última representación, han sido veinte en una forma de hacer teatro muy directa, cercana. Justo para nosotros, mirándonos a los ojos. ‘De cómo las Beaterías han caminado por muchos pueblos, y lo que allí se encontraron dando cuenta de ellos. Y de la forma en la que muchos se rieron ante las chanzas de los cómicos y las ingeniosas aventuras que había ideado su ilustre autor’.
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