Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

lunes, agosto 14, 2006

“Pegado a la butaca”

Nos quedamos pegados a la butaca. Literalmente. Una torrencial lluvia de música, plena de energía e intenciones expresivas fue lo que nos proporcionó la ‘West-Eastern Divan’, orquesta liderada por uno de sus promotores: Daniel Barenboim. El músico multicultural y multinacional ha logrado dar forma y sentido a una orquesta de jóvenes que, más allá de su nacionalidad, credo o ideología, saben que la música es un lenguaje puro. Creen en ella y la emplean para buscar la paz. Ocurrió el pasado sábado en la 55 edición del Festival Internacional de Santander.

Desde el comienzo de la velada el público parecía estar preparado para recibir algo especial. La entrada de todos los miembros de la orquesta fue recibida con aplausos que no cesaron hasta que el último entró en la sala. Luego, con la llegada del maestro Barenboim una aclamación coral emocionó a unos y otros. El aplauso era para él “y sus muchachos”, pero presentíamos que también era un tributo al proyecto que defienden y que volaba más alto aún, hacia este mundo que a veces parece pudrirse, con guerras y desastres, por sus esquinas.

Pero hablamos de música. ¡Qué bien! Empezaron con la ‘Obertura Leonora’ de Beethoven, y con esa obra ya lograron un espectacular derroche de color orquestal, buen empaste y las ganas de “comerse el mundo del sonido” que estuvieron presente toda la noche. He de confesarles que, a pesar de no considerarme excesivamente mitómano, si que siento una especial predilección por Barenboim como músico. No defraudó el director de las West-Eastern en una entrega tan solo equiparable con la de sus músicos. Beethoven sonó, les decía, muy enérgico, con crescendos vibrantes y arrolladores, con pianísimos elegantes y muy hermosos. Con todos los ingredientes, en definitiva, para calificar esta primera intervención como magnífica. Imagino que para estos intérpretes debe de ser muy alentador creer en lo que están haciendo, pero también mirar al frente y descubrir que es Barenboim quien les dirige.

Después le llegó el turno a la pieza de Bottesini con la participación, como solistas, de Kiryl Zlotnikov y Nabil Shehata. Nueva muestra de talento y juventud en una obra amena y divertida a partes iguales. Los aplausos regresaron para solistas, director y orquesta. Incluso para el percusionista que, en ocasiones, parecía que iba a dejar que fuera la batuta de Barenboim la que tocara el triángulo que marcaba el final de cada una de las variaciones.

La segunda parte estaba dedicada a la ‘Sinfonía nº 1’ de Brahms. No fue así del todo; les explico. La obra de Brahms sonó nuevamente arrolladora, con la energía que impulsa a esta agrupación y la presencia de una sección de contrabajos y vilonchelos de dieciocho músicos en total. Fue tras los aplausos cuando la agrupación árabe/israelí nos brindó una propina que cerró la noche en los mismos términos con que había comenzado y que robó protagonismo en nuestra memoria a la de Brahms. El ‘Preludio y muerte de Tristan’ de Wagner, fue el magno regalo para una audiencia que aplaudió y aplaudió en pie hasta que los músicos dejaron el escenario.

Para gusto hay mil colores, pero a quien les escribe le gustan mucho los vistos en la noche del sábado. Musicalmente hablando y también entendiendo que el futuro, el de todos, ha de estar en manos como las de los músicos de la West-Eastern. No somos tan idealistas como para pensar que una orquesta puede parar una guerra, pero si lo suficientemente optimistas como para creer que las voces de muchos, si suenan juntas, pueden llamar la atención de quienes sí pueden hacerlo. Las voces de estos chicos suenan fuerte, la batuta de Barenboim es para ellos. Me emociona pernear lo que significa todo esto del mismo modo que me emocionó escuchar muchos momentos de este concierto. Y no fui el único. Que no pare la música, por favor. Y si lo hace que sea para que escuchemos los sonidos del horror que a veces parece que olvidemos en su distancia. Suenan ahí al lado.