Selección de críticas del musicólogo Gustavo Moral Álvarez

lunes, agosto 07, 2006

“Psicodélico ballet de Roland Petit”

El ciclo de danza del Festival Internacional de Santander se puso en marcha el pasado sábado con la presentación en nuestra ciudad del Tokio Asami Ballet y el espectáculo Pink Floyd ideado por Roland Petit en los primeros años 70 del siglo pasado y reformado recientemente –corregido y ampliado- para la formación Nipona. Como interés añadido la presencia de Lucía Lacarra, que visitara por última vez Santander en el año 2001, configuraron un propuesta que despertó el interés del público y no defraudó en modo alguno.

La coreografía ideada por Petit, uno de los grandes coreógrafos del pasado siglo y que aún se mantiene activo, es un alucinante viaje por la música del grupo de rock sinfónico más relevante de la historia de la música de este género. Las visiones, léase alucinaciones, de Petit nos sumergen en planteamientos coreográficos que respiran el aire de la música sobre la que se construyen . Y hablando de construir es precisamente esa forma de entender las composiciones, que van creciendo en un ejercicio arquitectónico de crear la música, donde se incluyen muchos de los momentos de la danza. Partiendo de un movimiento sugerido por el sonido se van sumando a él otros más, gestos nuevos y elementos de la danza clásica que se antojan como pilares de un conjunto que funciona sobre las tablas. El escenario se presenta vacío con la única decoración de las luces, focos herederos de los escenarios de rock más primitivos, que sirven para organizar el baile pero también para iluminar al público en un punto casi de provocación. No hace falta más, la música es potente y suficiente para completar los espacios vacíos del escenario.

El efecto de muchas de las coreografías, pues estamos hablando de un trabajo que se distribuye en doce temas del grupo inglés, parece en muchas ocasiones hablarnos de los mecanismos de nuestra memoria, de los “déjà vu” y de la psicodelia en estado puro. Grandes hallazgos y efectivos desarrollos nos sorprendieron y, a quien les escribe, dejaron clavado en la butaca. Como el grito de final de una de las escenas –‘Careful With That Axe Eugene’- que aparece reforzado por las chicas del cuerpo de baile en una aparición precipitada de tan solo unos segundos o los magníficos números corales en caleidoscópicas propuestas que nos mostraron el gran trabajo de la compañía de Tokio.

Los bravos más desaforados y los gritos que trasformaron al público “de danza” en el de “concierto de rock”, además de al final del espectáculo, llegaron con la coreografía “Run Like Hell”, en la que la potencia del break-dance, junto al poderoso tema de Pink Floyd, tamizados por el gusto escénico de Petit y las sorprendentes habilidades de Slyde, emocionaron a más de uno y, sobre todo, fueron una tremenda descarga de energía.

La estrella de la noche, brillando al mismo nivel que los demás elementos, era indiscutiblemente Lucía Lacarra, a quien pudimos ver en esta misma sala y en este mismo Festival en el año 2001, como estrella invitada del Ballet de San Francisco y dos años antes en la Gala de Estrellas Españolas la Danza que ya la trajo junto a su pareja escénica y sentimental Cyril Pierre, también presente en este ‘Pink Floyd’. Lacarra ha sido inspiradora y musa de Roland Petit desde que ingresara en su ballet hace más de una década. Ahora el coreógrafo ha revisado este ballet pensando en ella para la inclusión nuevos números y la flexibilidad y elegancia de la bailarina de Zumaia contagian, en parte, el resto de la coreografía. Su presencia, les decía, se funde con el resto de la compañía siendo solista pero miembro de un complejo sistema que enlaza en el sentido unitario del espectáculo. Lienz Chang y Altankuyag Dugaraa, otras dos estrellas de la compañía, también gustaron en unas coordenadas de agilidad y flexibilidad atléticas en muchas ocasiones.
Como ven el resultado funcionó y el público lo agradeció con un aplauso tan largo que hizo que la compañía tuviera que despedirse, literalmente, del escenario para parar el agradecimiento de los de las butacas.