“Una Traviata entre gasas”
La edición número 55 del Festival Internacional de Santander arrancó su actividad en el Palacio de Festivales con la esperada puesta en escena de la ‘La Traviata’ dirigida en lo escénico por Franco Zeffirelli y en lo musical por Maximiliano Stefanelli. Como suele suceder en esta jornada de comienzo, el acto tuvo su repercusión musical y social en un escenario repleto de público que, en esta ocasión, además tenía muchas ganas de escuchar un título de los más conocidos del repertorio operístico. Galas, por lo tanto, en las butacas y galas en la escena como dos espejos que se miran, el uno en el otro buscando el infinito.
La producción respira el aire barroco, manierista, rococó o como quieran ustedes llamarle del maestro escénico que ideó este proyecto. Si recuerdan algunas de sus producciones cinematográficas de ópera sabrán a lo que me estoy refiriendo, en un gusto por lo recargado que responde a la estética y el tiempo de toda una generación de grandes directores, de cine y de escena, italianos. Una ‘Traviata’, les decía, recogida entre gasas rígidas, envuelta en cortinas y presa de la sociedad que genera su propio drama. Una sensación de asfixia que no impide encontrar momentos de mucho aire en las escenas de conjunto. Bombones envueltos en papel de plata esperando ser elegidos de entre todos de la caja. En el centro una estructura móvil de metacrilato que juega a ser puerta de entrada, muro, pasillo e incluso corazón con ventrículos y aurículas por las que transitan las esperanzas y fracasos de Violetta Valery y Alfredo Germont. La omnipresencia de todos estos elementos acaba haciéndose notar y trasmitiendo el peso sobre los hombros del espectador que termina un tanto ‘cansado’ de sobrellevar el mismo decorado en los cuatro cuadros de la obra.
Musicalmente tuvimos un arranque difícil. Los dos protagonistas del drama hicieron un primer acto irregular y algo desatinado. Tanto Svetla Vassileva como Roberto Aronica navegaron en aguas de indeterminación hasta llegar a cuajar lo que de ellos sabíamos de comparecencias anteriores; recuerden que a ella la pudimos ver en Pagliacci en el año 2000 y a él en el Simón Boccanegra más recientemente. La voz del tenor italiano despegó finalmente mediado el acto segundo y ofreció el registro asentado, potente y de gran calado que todos esperábamos. Ella, en cambio, cosechó los mejores momentos de su presencia en las dinámicas más íntimas del registro. Svetla Vassileva tiene una voz muy hermosa pero indómita, cuando logra controlarla es capaz de sublimar intervenciones delicadas, finas y suaves en la que los glissandos hacen que las melodías fluyan con una naturalidad apasionante. En las dinámicas más potentes la afinación pierde finura ganando en dramatismo y color. Es aquí cuando la falta de control se hace más evidente. Giovanni Meoni, el padre de Alfredo en el drama, fue más regular y preciso en su papel, sin excesos pero sin aparentes defectos gustó y fue aplaudido por un público que, por otra parte, se mostró más frío que de costumbre. Quedaron algunas arias sin el aplauso merecido y los bravos no fueron demasiados.
La Orquesta de la Fundación Arturo Toscanini sonó compacta y funcionó desde un foso dirigido por Stefanelli. Su visión de los tempi de la obra se nos mostró contrastante en estrictos cambios metronómicos que hicieron evidente los capítulos musicales de la partitura en una apreciación episódica. El Coro, igualmente de la Fundación Arturo Toscanini nos brindó un brillante, tal vez un punto estruendoso, final del segundo acto. Por lo demás conjugó perfectamente con la orquesta y “vistió” con eficacia la escena.
Queda así puesta en marcha la nave que nos acompañará todo el mes de agosto y a la que le esperan citas importantes y muy interesantes. Fue una pena no poder contar finalmente con la presencia en este acto del propio Zeffirelli, más que nada por satisfacer ese punto de mitomanía que todos llevamos dentro y por haber ofrecido aplausos al maestro por esta producción y por toda su carrera.
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